jueves, septiembre 21, 2006

¡ NO VAYÁIS NUNCA A ESE PUEBLO!


Hay un lugar en Galicia donde se divierten con los perros, golpeándolos con una barra hasta que mueren.
El asesino ha sido televisado en directo. Para que nadie se acerque a ese pueblo maldito, ni entre por error en el antro donde se comentan y celebran esas barbaridades, dejo aquí estos datos que he encontrado difundidos por la Red.

DATOS DEL ASESINO DE PERROS:

JUAN LADO PALMIER

TELEFONO 981840030

C/PORTO 9

15965 AGUIÑO

RIBEIRA

LA CORUÑA

Lugar de reuniones de los asesinos de perros: Bar Furón, propiedad de Juan Lado.

Envío un fuerte abrazo al veterinario y le animo a que siga defendiendo a los animales.

martes, septiembre 19, 2006

AGUIÑO, NIDO DEL HORROR

Aguiño, un pueblo donde convierten en heroes a los que asesinan perros a golpes de estaca

La agencia de viajes se había visto desbordada por la excesiva demanda. Necesitaron alquilar cuatro autocares extras para cumplir con el compromiso. Tres de ellos eran exclusivamente ocupados por alumnos del instituto Juan Lara de El Puerto de Santa María. El billete no era caro: incluía el viaje de ida y vuelta en autocar de lujo, tres días de visita por Galicia con visita al lugar del horror, y dos noches de hotel en la capital.

La agencia había aconsejado que los viajeros estuviesen preparados con todas las medidas de seguridad requeridas para la visita: vacunas antirrábicas, antimalaria, anti tifus, antitodo lo que se había inventado vacunar. No se debía correr ningún riesgo, la empresa no se hacía responsable de los posibles accidentes provocados por incumplimiento de estas normas.

Una vez llegados al lugar del terror los visitantes no debían aceptar ninguna clase de alimentos ni bebidas de los lugareños; debían todos cubrirse la nariz con una mascarilla homologada contra los virus infecciosos; no tocar nada sin guantes, no acercarse a menos de tres metros de los bichos que pacían en el lugar.

Tras diez horas de agotador viaje, llegaron a Coruña y se dirigieron derechos al hotel para refrescarse, cambiarse de ropa y dar una vuelta por la ciudad. A las nueve volvieron al hotel para cenar y después subieron a las habitaciones reservadas por la agencia. Así pasaron la primera noche.

Amaneció un día gris y lluvioso, una finísima cortina de agua continuada, que aunque no necesitaba del paraguas podía al cabo de un tiempo empapar completamente las ropas de los visitantes.

Después de desayunar cargaron con agua, bocadillos y toda clase de objetos para no tener que comprar nada en el terrorífico lugar que iban a visitar y subieron a los autocares.

Al cabo de cuatro horas de deambular por los prados y colinas achicharradas por los incendios veraniegos llegaron a un cruce de carreteras, donde estaba señalizada la ruta a seguir para entrar en el pueblo maldito. Una fila de carteles con una calavera impresa sobre los textos anunciaban las medidas de seguridad a tener en cuenta para poder visitar el lugar sin peligro. Todo el personal se colocó los guantes y las mascarillas mientras los autobuses se acercaban a la plaza del pueblo. Los profesores reunieron a sus alumnos y les suplicaron que permaneciesen juntos en grupo y que ninguno se rezagase. Momentos después todos los visitantes bajaron de los vehículos con sus cámaras fotográficas y videos preparadas para inmortalizar las imágenes conseguidas aquel día para enseñarlas orgullosamente a todos los amigos que se habían quedado en tierra por carecer de billete.

De pronto vieron correr hacia ellos a un animal horrible dando gritos: tenía el aspecto de una mujer, iba vestida con blusa y falda, y su cabello era rubio como la paja del trigo; pero los colmillos, la baba que salía por las comisuras de sus labios, los ojos a punto de salirse de sus órbitas, sus gesticulaciones rabiosas y el lenguaje intraducible que empleaba dirigiéndose a los turistas demostraba que estaban ante uno de los auténticos representantes de la fauna que habitaba el lugar. Las cámaras salieron prestas de sus estuches y comenzaron a grabar al animal salvaje; al momento vieron abrirse las puertas y ventanas de las casas y una muchedumbre de seres extraños y salvajes salieron y se acercaron dando gritos a lo autocares. Los profesores ordenaron que todos los alumnos se refugiasen dentro de lo vehículos y los chicos subieron rápidamente, asustados. Desde la comodidad de sus asientos pudieron grabar todo el barullo que se había formado en la calle. Al cabo de unos minutos un hombre salió de una casa que tenía un letrero que decía. “Clínica veterinaria” y hacía señales con las manos de que se acercaran los autocares a su casa; tenía una maleta preparada y lo que al parecer deseaba era huir del lugar. Pero la supuesta mujer rubia lo vio y dio un grito espeluznante, y todos los seres salvajes aullaron enseñando sus babeantes colmillos y se lanzaron sobre él. Uno de ellos encendió un trapo y metió fuego a la casa, otro echaba veneno a los perros guardianes del veterinario para que no pudiesen defenderlo.

El autobús avanzó lentamente para no aplastar a ninguno de esos salvajes, por temor a las represalias de éstos; los maestros pedían a gritos que se apresurase a cualquier precio para socorrer al funcionario que el Estado había enviado para ayudar a los animales indefensos de aquel pueblo para protegerlos y vacunarlos contra la rabia y la locura de sus feroces habitantes. Los salvajes se volvieron contra el autocar y comenzaron a golpear los cristales y a lanzar piedras contra los vehículos. De pronto me vi dentro del sueño, viajaba en uno de los autocares sentado junto al conductor. Fotografié a uno de aquellos feroces seres con los ojos casi fuera de las órbitas, los colmillos soltando babas y la mano sosteniendo una viga de hierro que traía para atacarnos. El veterinario consiguió subir a uno de los vehículos y todos salimos rápidamente de aquel infierno. Anotamos el nombre del pueblo: Aguiño, para jamás olvidarlo y no permitir que ningún familiar o amigo se aventurase por aquellas tierras. Señalamos el nombre con un círculo en el mapa, decididos a publicar lo que vimos y pedirle al Gobierno que exterminase aquellos animales tan fieros.

Se nos acabaron las ganas de visitar otros lugares famosos: Santiago, Finisterre, Orense, ect. Ninguna de esas ciudades protestaron por los asesinatos de los perros y permiten que los sigan comentiendo.

Al pasar por Madrid decidimos ir a sentarnos ante las puertas del Ministerio del Interior. El Ministro nos aseguró que ya habían tomado las medidas oportunas: sellar el término municipal, impedir la entrada o salida al pueblo por tierra o por mar, esperando que sus salvajes se matasen entre ellos mismos al sufrir el hambre y la sed; luego sembrarían de sal los campos y rociarían con cal viva las calles y guaridas de esos seres sanguinarios disfrazados de humanos que apaleaban hasta matarlos a sus propios perros.

Nos fuimos de vuelta a El Puerto, confiando en que se llevasen a cabo esas medidas y que desapareciesen de la Tierra esos engendros. No pudimos dormir bien aquella noche, inmersos en terribles pesadilla, viendo las queridas mascotas que acostumbrábamos a ver en las ciudades descuartizadas aún vivas por los dientes y pezuñas de aquellos salvajes. Al llegar a nuestra ciudad hemos puesto carteles con las fotos ampliadas de aquellos engendros y hemos pedido a nuestros conciudadanos que eleven una petición al Gobierno para que declaren la prohibición de visitar, comprar o vender algo en aquella zona reservada y peligrosa, con el fin de colaborar en la extinción de los salvajes aquellos.

En las agencias de viajes hemos colocado un enorme cartel que tiene una calavera pintada y un texto debajo que dice:

Aguiño, pueblo maldito. No lo visites, no gastes tu dinero en ello; no merecen esos puercos que reciban alimentos. Que mueran de hambre y el nombre maldito sea borrados de todos los documentos. Y éste que escribe sobre aquellos sucesos, aunque fuese en un sueño,

apoya ahora, completamente despierto, con su firma que se cumplan esos Decretos.

JUAN PAN GARCÍA

martes, septiembre 05, 2006

MI AMIGO

El artista que firma esta foto dispone de una amplia colección de óleos de desnudos en internet. Con supermiso he tomado éste para ilustrar mi cuento.
Me encuentro sentado en la terraza de un bar bebiendo cerveza frente a mi amigo. Lo miró directamente a los ojos y me pregunto cómo puedo soportar su presencia, su desvergüenza y su falta de moral y de sentimientos. Me escandaliza pensar que alguien crea que por ser mi amigo tengo la misma forma de pensar que él, “Dime con quien andas y te diré quién eres”. Es falso. Es más, pensar eso de mí me ofende.
Mi amigo es de esos que dejan tirada a su pareja después de haber consumado el acto sexual con ella. No le importa si eso hace sufrir o no a la dama; él va a lo suyo y una vez logrado su propósito de poseerla, la abandona. Primero intentará copular dos o tres veces más, antes de abandonarla; después se olvidará de ella. Y buscará otra. Así es el amigo que me acompaña en la terraza de la cafetería cada día a las doce.
Es tan maleducado que, incluso cuando está conmigo, mira descaradamente a las féminas que vienen por la acera, se levanta y se acerca a ellas. No importa si vienen solas o acompañadas, él ignora a los que sobran y va directamente hacia la que ha elegido. A mí me abochorna, la verdad, y en más de una ocasión he pedido disculpas por las molestias que mi amigo ha ocasionado. Porque, ¡claro!, a él le da lo mismo, pero a mí me conoce todo el mundo en mi barrio y se sorprenden al verme acompañado por ese donjuán descarado y sin escrúpulos.
¡Si incluso se folló a su propia hermana! Y a su madre no porque la pobre se enfadó mucho, le presentó cara y le arreó una ostia en la primera ocasión que él le tiró mano al culo…
La verdad es que no disfruto de mi cerveza ningún día; me paso el rato pensando en lo que voy a hacer si mi amigo intenta alguna vez violar a alguna de las bellezas que pasan a nuestro lado por la acera. Porque si se le mete por los ojos, lo hace, estoy seguro.
Y en tal caso, no tendría en cuenta de si yo estoy delante ni si el bar está a tope de gente… no, él a lo suyo. Lo único que desea en la vida es comer, dormir y follar. No piensa en otra cosa. A mi amigo no le interesa la lectura, ni los programas del corazón de las cadenas televisivas, ni los juegos de ordenador, ni los msn por el móvil, ni encerrarse en un cine o campo de fútbol; él solo quiere follar al aire libre: en las calles, plazas y playas, y sobretodo en el césped de los parques públicos y jardines privados. Él no se corta, no. No teme a las alarmas ni a los guardias.
Y, claro, eso a mí me gusta también, por eso estoy con él, a ver si así aprendo y ligo yo con alguna de las amigas que acompañan a la que belleza que él elige.
Una vez, una de ellas me sonrió y yo la invité a sentarse a mi mesa. Ella lanzó a su amiga una mirada cómplice y aceptó. Se sentó frente a mí y yo pedí un “rebujito” para ponerla a tono; pero antes de que llegase el camarero se levantó escandalizada al ver que mi amigo, sin pensárselo dos veces, se acercó a su amiga y allí mismo delante de cien o más personas le metió mano y le daba besos de lengua. Vimos con horror que sus brazos se convertían en tentáculos de pulpo que la rodeaban y la hizo caer al suelo asustada y gritando. Tuvimos que levantarnos rápidamente y separarlos. Y salieron las dos tremendamente alteradas y llamándonos maleducados y enfermos mentales y asegurando que llamarían a la policía y nos denunciarían la próxima vez que no nos comportásemos decentemente.
Y otro día se levantó cuando vio venir a unas turistas preciosas, de algún país del norte de Europa. Pero aquéllas le adivinaron la intención y se cambiaron de acera sin dejar de mirarnos, precavidas.
— Son unas pijas, no les hagas caso –le dije a mi amigo–. Ésas creen que porque tienen dinero y traen la documentación y los papeles en regla son superiores a otros que viven en las calles ilegalmente. Al fin y al cabo son como ellos, y como nosotros: también les gusta comer bien, dormir y follar sin mesura. Eso sí, son de razas y culturas diferentes, y acostumbran a hacer lo mismo, pero de diferente manera.
Y ese día lo convencí y se quedó sentado, observándolas, hasta que desaparecieron en la esquina de la calle.
Hoy, lo primero que he hecho al llegar al bar, es advertir a mi amigo que como no se comporte como es debido y me vuelva a avergonzar en público, no saldrá más conmigo; y olvidaré la promesa que hice cuando me lo presentaron: cuidar de él y ser comprensivo con sus defectos, porque tiene la mentalidad de un niño. Pero ya no me valen esas excusas, ya me pone muy nervioso con sus caprichos.
Y parece ser que me ha entendido: permanece quieto desde hace rato, sentado a mi lado en el suelo, con dos palmos de lengua afuera, mirando a todo el que llega sin moverse ni armar escándalo.
Y es que cuando mi perro quiere es un sol. Ay, Lucero… ¡Cuánto te quiero!

lunes, septiembre 04, 2006

ESTA NOCHE, SÓLO DESEO OLVIDARLA


A nadie, o a nada. No puedo escribirle a alguien que no existe, que dejó el planeta de mis sueños, que me abandonó a mi deriva en un mar agitado, lleno de peligros, de engaños y traiciones, de hiel y vinagre. Todo cuanto tenía le pertenecía; se lo entregué entre susurros amorosos, sin pedirle nada a cambio. No me quedaba nada más que ofrecerle de mi vida de payaso triste que hacía reír en las fiestas, mientras mi corazón moría de congoja. No, no tenía nada más que entregarle; todo mi ser le pertenecía, mi vida se resumía en esta palabra: Ella.
No fue suficiente para retenerla y se fue entre nubes de tormenta, sin mirar detrás para no ver tirado, sobre el asfalto de la vida, una piltrafa humana deshecha.
Y ahora no tengo a nadie a quién enviarle esta carta; ella ya no existe… No para mi alma. Mi corazón vestido de acero, y mi alma recubierta de telarañas.
Árbol seco del monte arrasado por el fuego terrible del engaño; no seré siquiera lugar de nidos para alegres pajarillos, y entre tanto verdor vivo, destaca mi tronco amarillo por las termitas carcomido.
No tengo a nadie que escuche… y mi voz retumba sola en el eco del olvido. No deseo pan ni agua, ni sol ni lluvia, ni calor ni frío.
Esta noche solamente quiero olvidarla._

Se tarda mucho en encontrar un buen amigo; pero en sólo un minuto puedes perderlo.¡Cuidalo!