viernes, noviembre 24, 2006

COSAS DE ROMA


Como resumen de las cosas que me han llamado la atención en este viaje provocado por un lamentable accidente de tráfico de mi hermana mayor, a la que adoro. Fue ella quien me persuadió, una vez recuperada y pasado el peligro, a visitar una ciudad que he tenido presente siempre en mi mente, he anotado lo siguiente:
La primera sensación que recibí al llegar al aeropuerto de Leonardo Davinci fue de preocupación al ver su enorme tamaño. Disponía de dos terminales y yo no sabía en cuál de ellas iba a desembarcar para avisar por teléfono a mi cuñado para que viniese a recogerme.
Habíamos llegado puntualmente a la hora prevista, las 16´30, pero recuperar el equipaje me llevó más de media hora y al salir a la calle me sorprendí al ver que había oscurecido y el alumbrado público estaba encendido. En principio, España tiene una diferencia horaria de 1 hora con Italia, pero las manipulaciones realizadas por los gobiernos para ahorrar energía permitían que los relojes marcasen la misma hora en ambos países, aunque no podían evitar que la hora solar permaneciese invariable y por esa razón en Italia era completamente de noche a las cinco de la tarde, mientras en el sur de España no oscurecía hasta pasadas las seis y media.
Otra sorpresa fue comprobar que mi móvil no funcionaba en Italia. Antes del viaje, había leído las instrucciones de mi operadora:”En un país extranjero, marcar el prefijo internacional y el del país anfitrión antes del número que se desea contactar”, pero el aparato no funcionaba, la llamada se cortaba y salía un texto que decía: “Sólo en caso de emergencia”. Busqué una cabina telefónica dentro del edificio pero se tragaba las monedas y no funcionaba. Pregunté a un guardia dónde se podía telefonear y me llevó una oficina situada al lado de la puerta de salida donde había posibilidad de hacer llamadas internacionales y de conectar por Internet.
Pedí llamar por teléfono y me dijeron que debía comprar una tarjeta telefónica, cuyo precio era de 30 euros. Yo no estaba dispuesto a pagar 30 euros para hacer una sola llamada, prefería tomar un taxi que me llevase al domicilio de hermana en Roma. Pero no podía irme en taxi: mi cuñado estaba esperándome en alguna de las numerosas puertas de las terminales, si es que había encontrado sitio para aparcar el vehículo. Era imprescindible efectuar esa llamada.
Entonces se me ocurrió pedirle el favor a un italiano que estaba sentado en la sala de espera y fue él quien me prestó su propio teléfono y pude llamar a mi cuñado. Diez minutos más tarde me recogía y viajábamos en dirección a la ciudad, a 40 kilómetros del aeropuerto.
Debido al tráfico de la hora punta a la salida de los trabajos, tardé más en  llegar a Roma  desde su aeropuerto, que el tiempo empleado en volar desde Sevilla a Roma. Eran las siete cuando llegué al centro de Roma.
La ciudad es preciosa, por todas partes había monumentos, ruinas antiguas, fuentes y jardines.
También había mendigos en las aceras, sobre todo esas estatuas vivientes que se han puesto de moda: personas revestidas con pinturas y ropas que parecen verdaderas estatuas y permanecen inmóviles durante horas con el platito para los donativos en el suelo. Roma está plagada de ellos.
La cerveza italiana es buenísima, pero un poco cara: una copa mediana de cerveza, equivalente a un botellín de un tercio, cuesta entre 4 y 6 euros dependiendo de si el lugar está frecuentado por los turistas o en otra parte.
El café llama la atención: en una tacita como las que existen en todas partes para servir el café, apenas se ve en el fondo una capa de crema de café de un centímetro de altura. ¡Y cuesta 3 euros! Eso sí, es la pura esencia del café y al cabo de un momento notas sus efectos en el sistema nervioso. Tomándome un café a las cinco de la tarde, ya sabía que no dormiría aquella noche.
Las aceras están llenas de establecimientos gastronómicos, donde lo que más abundan son las pizzas de diferentes sabores; hay bares donde lo mismo te sirven una cerveza que te venden pan, alimentos precocinados, sellos de correos o billetes para el metro o autobús.
El ciudadano romano es servicial, amable y simpático. El servicio y atención al cliente en los restaurantes y comercios es excelente.
Hay colas para visitar los monumentos. En El Coliseo entré de milagro después de estar en la cola durante una hora: detras de mí cerraron la verja y los que quedaron fuera no pudieron entrar ese día. Le preguntaron a los guardias por qué cerraban y señalaron la hora: las 3 de la tarde, fin de la jornada laboral de los empleados. Dentro no hay mucho que ver para justificar los 11 euros del precio de la entrada: ruinas por todas partes. Es más bonito y espectacular visto por fuera.
Roma dispone de dos líneas de Metro, la A y la B, que confluyen en la estación de trenes Terminus. Es bueno usarlo porque encontrar aparcamiento en la ciudad es imposible. El billete de metro sirve luego durante una hora y media para subir también al autobús. El transporte público es cómodo y rápido.
Exceptuando las visitas al Panteón y la basílica del Vaticano que son gratis, todas las entradas a museos y lugares históricos cuestan entre 10 y 12 euros. En El Vaticano sólo se puede ver gratis la basílica de San Pedro, lo que motiva una gran concurrencia de público que debe aguardar largas colas; los museos interiores son de pago.
En la entrada se sufre una exploración igual a la de los aeropuertos: abrir bolsos, quitar correas, relojes, monedas y objetos metálicos para pasar bajo la puerta detectora de metales.
Los antiguos Foros Romanos son dignos de visitar, allí están los restos de la verdadera ciudad imperial.
Las tiendas de ropa y calzado son abundantes, presentan modelos muy bonitos que hacen honor a la reconocida mundialmente calidad italiana, pero todo muy caro comparado con España.
La gastronomía es buenísima. Basada en las pastas y el queso Parmesano, ofrece diversos sabores. Pero también tienen platos exclusivos de carnes y pescados que nada tienen que envidiar a otras cocinas internacionales de reconocido prestigio. Los vinos que probé, excelentes.
La visita a ciertos lugares se hace obligatoria: la Fontana de Trevi está llena de público a todas horas y es muy difícil hacerse una foto tirando la tradicional moneda de espaldas al agua, pues siempre pasa alguien delante cuando aprietas el botón y oyes el clik de la cámara. Yo creía que se arrojaba la moneda pidiendo un deseo, pero según me explicó mi sobrina Patrizia no es eso: al tirar la moneda uno se compromete a volver a visitar la ciudad.
Las escalinatas de la Plaza de España están ocupadas por personas de todas clase y diferentes países, parecen un poco a los bohemios del Sacré Coeur de París. La plaza es llamada así porque en ella se halla la Embajada de España.
Los lunes, los museos permanecen cerrados. Las tiendas de recuerdos abundan por doquier.
Eso es todo, la próxima vez me dedicaré a visitar todo lo que no me dio tiempo a hacer en este viaje, y a vivir la noche de Roma, que parece que es fantástica.

Mi viaje a Roma



Interior del Panteón











El Panteón visto desde el exterior

Fontana de Trevi













Estatua viviente, moderna forma de ganarse la vida
Jarrón del museo del Coliseo

Monumento a los caídos por Italia
















Vista del río Tibre





El castillo de San Angelo al fondo y puente sobre el Tibre







basílica de San Pedro
Refrigerio en bar cercano al Panteón































jueves, noviembre 23, 2006

FOTOS DE ROMA


Fontana de Trevi
Sarcófago real en el Panteón
Mi sobrina Patricia, mi guía por Roma
El Vaticano
Castillo de San Angelo
El Vaticano


Vista aérea sobre el Mediterráneo















Monumento a los Caídos por la República Italiana.






Vista interior de El Panteón




























Parte superior de la Fontana de Trevi



Foros Romanos





































El Coliseo









Arco de Tito
Vista interior de El Coliseo















Cuando sobrevolaba las nubes con un pellizco de miedo y el estómago encogido, mirando dónde podría agarrarme en caso de que cayera el avión, no podía imaginar las maravillas que me esperaban en Roma.
A pesar de conocer la historia de la famosa ciudad imperial y de haberla visto muchas veces a través del cine y de los libros, uno no puede impedir quedarse deslumbrado ante tanta belleza. Desde las cuevas de los primeros pobladores del lugar, allá por los años 800 A.C. hasta el grandioso monumento a los caídos ordenado por Mussolini, pasando por el colosal teatro romano Coliseo, el ostentoso Vaticano con sus museos y palacios, los Foros Romanos, el castillo de San Ángelo, el Arco de triunfo que mandó construir Tito en memoria de la destrucción de Jerusalén, en cumplimiento de la profecía de Jesús: "Y vendrán y destruirán este templo, y seréis llevados cautivos a lejanas naciones" (Evangelio de S. Lucas, cap 21,vers 24). Todo ello deja en el visitante una huella difícil de olvidar.