jueves, diciembre 30, 2010

CONDENADO

El clima no acompañaba, hacía mucho frío y soplaba un viento desagradable que se clavaba como garfios en las orejas y hacía lagrimear los ojos. El fugitivo se ajustó el abrigo y avanzó encogido con las manos en los bolsillos y los brazos apretados a los costados. Las oscuras nubes, amontonadas unas sobre otras, pasaban raudas, desarrollando caprichosas y monstruosas figuras. A lo lejos, el cielo se encendía en cegadores relámpagos, seguidos por el rumor pesado del trueno, que se acercaba produciendo un sonido bronco cual inmensa y pesada bola de acero rodando por la calzada. En breve, las nubes pasarían sobre la ciudad, descargando un fuerte aguacero sobre sus calles y tejados de pizarra.

El anciano caminó unos metros por la angosta calle, con la mirada clavada en la puerta posterior del palacio. Avanzaba lentamente, apoyándose con una mano en la pared, exhausto por la dura travesía que había soportado. Declarado en busca y captura, y perseguido con todos los medios a su alcance por una policía alentada por los medios informativos, que publicaban sus fechorías aumentándolas y distorsionándolas, como es costumbre en ellos, y sabiéndose odiado por la ciudadanía, que le acusaban de todas sus desgracias, el fugitivo había decidido entregarse.

Los guardias salieron a su encuentro y se abalanzaron sobre él, le pusieron las manos detrás y lo esposaron, reflejando en sus rostros el odio que les embargaba y que sólo la obediencia debida a las leyes les impedía manifestar salvajemente contra él. Cuando llegaron a la puerta del palacio, los guardianes le aferraron por los brazos y le condujeron sin miramientos por un pasillo en dirección a una sala en cuya puerta, con letras doradas, había un rótulo: Archivos Generales.

«Acomódate donde quieras y escribe todo lo que recuerdes para que lo tengan en cuenta los jueces que deben juzgarte. Los ánimos están exaltados, ya has sido condenado, y todos claman por una rápida ejecución», dijo el jefe de los guardias, empujándole adentro y cerrando la puerta.

No era el primero, ni seguramente sería el último, que acabaría en aquella sala: en una estantería se hallaban los restos de los anteriores gestores, conservados en el interior de unos cofrecillos rectangulares forrados en piel, cuidadosamente alineados, y en cuyos lados destacaban sus nombres en letras doradas.

« ¡¿Y qué querían que hiciera?! Estaba todo tan mal cuando me encomendaron el trabajo…», exclamó el viejo en voz alta para que lo oyeran desde el otro lado.

Recordó que una semana antes, mientras cenaba en un hostal de carretera, a cien kilómetros de donde se hallaba, había visto en la televisión al Rey, pronunciando su discurso navideño con voz monótona y los párpados semi-caídos sobre unos ojos ausentes y vidriados, repitiendo la retahíla de palabras huecas, ambiguas, que había pronunciado en la misma fecha durante los últimos treinta y cinco años, sugiriendo lo que deberían de hacer los trabajadores para que el sistema funcionase bien. Pero en esta ocasión en su discurso, escrito sin duda alguna por algún ministro del Gobierno, añadió algo que consternó al pueblo: el Rey aprobaba las reformas y leyes promulgadas por el Gobierno y fuertemente repudiadas por los trabajadores y las clases humildes, las únicas víctimas de una crisis creada por la Banca y los especuladores.

videosdey.com

El detenido estaba agotado y sufría una gran depresión. Por lo que había oído y leído en su triste deambular, nadie había respetado su derecho a la presunción de inocencia y ya lo habían sentenciado; no le extrañaría nada que acabasen con él al día siguiente. «Pensándolo bien, me harían un favor: ya no me quedan ganas de vivir.»

A lo largo de su vida sólo había conocido calamidades de todo tipo: ciudades y bosques devastados por inundaciones e incendios; numerosos atracos de maleantes a bancos y joyerías; decenas de mujeres muriendo a manos de sus maridos… Había sentido en su boca el amargo sabor de los prestamos usureros concedidos por insaciables banqueros; había visto a millones de desocupados suplicando comida en los centros sociales; había observado a miles de viejos rebuscando alimentos caducados en los contenedores de basura de las grandes superficies, y en los vertederos; había visto la desesperación en los rostros de cientos de miles de familias desahuciadas, que vivían con sus hijos bajo los portales, bajo los puentes, en las estaciones del Metro y de los trenes; había presenciado las colas de jóvenes estudiosos y titulados universitarios enrolándose en el Ejército o en las compañías de Seguridad porque no encontraban un trabajo donde aplicar sus conocimientos; docenas de ancianos muriendo de frío porque no podían pagar la calefacción; había presenciado el terrible espectáculo que ofrecían los 170 caballos de Boñar muriendo de hambre en un corral porque ni el dueño ni el Ayuntamiento quieren gastarse dinero en alimentarlos; la impotencia y desesperación de cientos de miles de viajeros atrapados durante días en aeropuertos fuera de servicio por causas inconfesables; la desfachatez de los políticos que viven como reyes en otra galaxia, lejos de sus representados, y asegurándose sus sueldos y pensiones mientras recortan las de los ciudadanos…

Dibujo de Sánchez Casas

Pasaron unos minutos y el viejo se dirigió a una ventana y observó a la muchedumbre que se agolpaba en la plaza, ansiosa de espectáculo.

El anciano se quedó observando la actividad frenética que se vivía afuera. De pronto sonó un repique de campana y en la plaza la gente guardó silencio y permaneció quieta, expectante, con los ojos clavados en el reloj de la plaza, sujetando bolsitas de uvas en las manos y botellas de Cava bajo los brazos.

En ese momento un guardia abrió la puerta de la sala y se echó a un lado para dejar paso a un desconocido y dijo: «Este es tu sustituto. Ha querido conocerte antes de partir». El visitante, un joven fuerte y alto, le miró despectivamente de arriba a bajo y le dijo: «¡Que te jodan, mal nacido!»

Seguidamente, salió de la sala y desapareció por el pasillo.

Entonces entró en la habitación un sacerdote con una Biblia en la mano, seguido de cuatro guardias armados.

—¿Ya, padre?— inquirió el hombre.

—Sí, hijo; ya es la hora.

En el mismo instante en que el anciano era ejecutado en la sala desierta de los archivos, en la puerta del palacio apareció su sustituto, que alzó su mano para saludar a la multitud reunida en la plaza y comenzó a caminar entre ellos.

Y todos lo recibían alegremente alzando sus copas y diciéndole: ¡Bienvenido, 2011!

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martes, diciembre 28, 2010

CALAMARES RELLENOS DE CARMEN





Mi esposa tenía nueve años de edad y un hermano de ocho cuando perdió a su madre. Su padre conoció a otra mujer y se casó con ella. Sus dos hijos eran una carga para él, y los llevó a casa de su abuela para que ella los criase.

Cuando conocí a Carmen ella tenía 20 años y vivía con su abuela, trabajaba en una tintorería y no sabía freír ni un huevo. En mi apartamento parisino de la Rue Montmartre yo presumía ante ella cocinando mis recetas de soltero: Patatas fritas con huevo, patatas fritas con filete, con salchichas; bistec con guisantes, huevo frito con guisantes…

Tenía una alacena llena de botes de conservas: fabada, cocido, ravioli, champiñones, pastas, lentejas… La mayoría de ellas debían estar caducadas, pues antes de casarme, un día sí y otro no, yo no tenía ganas de hacer nada al llegar a casa y me iba al cine o a la discoteca con los amigos, y cenaba fuera en los libres servicios, o bocadillos en las cafeterías. Carmen tenía un libro de cocina, lleno de ilustraciones (aún lo guarda), y se esforzaba en poner en práctica sus enseñanzas.

A veces, cuando llegaba a casa después del trabajo, extenuado de conducir una hora por el centro de París y harto de dar vueltas para dejar aparcado el coche, al abrir la puerta me llegaba el olor a comida quemada, y encontraba a Carmen llorando.

«No pasa nada, cariño, nos vamos a cenar al Self Service de la Porte St. Denis», le decía para consolarla.

Lo único que sabía cocinar mi esposa, porque su abuela le pedía siempre ayuda para hacerlos y ella tomó buena nota del proceso, eran los calamares rellenos, y me los hacía cada domingo. Y cada vez que venían mis amigos a visitarnos.

En esas ocasiones Carmen se esmeraba en prepararlos, con soltura y segura de ella, y los hacía tan buenos (o era tal el hambre que teníamos todos), que la voz se extendió entre nuestros conocidos de tal modo que en cierta ocasión un matrimonio francés nos invitó a su casa de Meudon, al sur de París, y la anfitriona le suplicó a Carmen que le enseñara a hacer los calamares.

Han pasado muchos años y Carmen se ha convertido en una excelente cocinera.

Hoy quiero compartir la vieja receta con ustedes.

CALAMARES RELLENOS

Se compran los calamares de medio tamaño. Se limpian bien y se le cortan las cabecitas y se trocean las patitas.

En un cuenco aparte se trocean cebollitas tiernas, perejil, pan rayado, huevo duro y un poco de sal. A esto se le añade las patitas de los calamares. Se remueve todo bien.

Se cogen los calamares uno a uno y se van rellenando con esa masa.

Para que no se salga el relleno se cierra la bolsa del calamar con un palillo de dientes.

En una sartén grande se vierte un poco de aceite y se pone al fuego; cuando esté caliente se echan los calamares y se les da unas vueltas y se sacan. Seguidamente en ese mismo aceite se sofríe media cebolla, cortada en trocitos, y ajos.

Cuando esté el sofrito hecho, se vuelven a echar los calamares y se añade perejil picado, pimienta molida y sal.

Si ha sobrado algo de la masa del relleno se echa en la sartén, se añaden dos vasos de agua y se va removiendo hasta que quede poco caldo.

Servirlo con patatas fritas o puré de patatas.

Un vino blanco bien fresco le pega como anillo al dedo. Yo, con los calamares, bebo cerveza o vinos con denominación de origen "Tierra de Cádiz", como el "Castillo de San Diego", que no pasan de los tres euros. Y, para las ocasiones especiales, un Albariño, entre 7 y 10 euros.

Nota: Se pueden hacer con Lulas en vez de calamares: son casi iguales, mucho más baratas y tienen el mismo sabor.

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lunes, diciembre 27, 2010

UN AÑO PERDIDO

Acaba un año terrible para nuestra economía y comienza otro amenazando con agravar la situación.
En el viejo ruedo de maderas nobles, habitado por personajes siniestros, de moralidad inconfesable, que como ratas deambulan entre las filas de escalonados asientos, y cuyos medios de financiación acaparan la atención de los jueces, han mirado hacia otro lado ante la subida de los precios de los productos de mayor necesidad.

Desde hace un par de días, los portavoces del Gobierno han comenzado a lavar nuestros cerebros anunciando en la televisión y en todos sus medios «Que no nos preocupemos porque suba la luz un 10%, pues nuestro Gobierno vela por nuestro bienestar y ha decidido exonerar de esta subida a aquellos que cobren la pensión mínima». Un gesto muy noble para esconder que todos los demás sí tenemos que pagar una subida injustificada, puesto que, congeladas las pensiones y rebajados los salarios, la producción de electricidad costará para las compañías en enero lo mismo que cuesta en diciembre.

La experiencia adquirida con los años me ha permitido descubrir la técnica que han empleado los sucesivos gobernantes: primero anuncian cifras altas para conocer la reacción del público; luego decretan la verdadera subida, aquélla que habían decidido desde un principio. Y la gente, aconsejada por sindicatos plebeyos y otras asociaciones subvencionadas, se amansa creyendo que han conseguido una rebaja.

Por ejemplo: Comenzaron hace un año a difundir la posibilidad de retrasar la jubilación hasta los setenta años, para sondear al público. Se recogieron diversas opiniones en debates en radio y prensa y finalmente se decide ahora dejarlo en los 67 años, lo cual sigue siendo un robo para los que han trabajado ya suficientes años para acceder a un derecho por el que han cotizado.

Los pacientes de hospitales andaluces han comenzado a recibir las facturas de su estancia en el hospital. Se asegura que no es para que la paguemos, sino solamente para que tengamos una idea de lo que costamos a la Seguridad Social cada vez que acudimos a ella. Ésa es la etapa del sondeo; luego llegará la segunda: aquélla en la que se dirá que no se pagará el 100% de la factura, sino un pequeño porcentaje. Tiempo al tiempo.

Del mismo modo ahora nos dicen que la energía debe subir muchísimo para contrarrestar las pérdidas y ajustar el precio de coste al de consumo. Pero que no nos preocupemos: la subida se hará escalonadamente, y en el año 2011 sólo subirá el 10 %, y no para todos, sino solamente para los que ganen más de 500 euros mensuales.

¡Qué comprensivos, qué amables, qué listos!

A los recortes salariales se suma otro recorte del 10% al poder adquisitivo.

Llegará un día, y espero verlo antes de irme para el patio de los calladitos, en que al pueblo se le inflamen las neuronas y decida masivamente fumigar el Parlamento para acabar con las ratas.

Y nacerá un nuevo sistema donde el ser humano sea valorado por lo que es y no por lo que tiene; donde sus necesidades básicas, como el comer todos los días, tener un techo que le cobije y su salud bien atendida, sea lo primero que se ponga en práctica.

Porque un ser humano no es libre si el hambre araña sus tripas.

Que sea el pueblo realmente quien decida sus prioridades y no esta casta de vividores que se ha apoderado de España y transmite de generación en generación sus prebendas.

sábado, diciembre 25, 2010

EL CORDERO AL HORNO DE MI CARMEN.

EL CORDERO AL HORNO DE MI CARMEN.

El cordero es uno de mis platos favoritos desde que lo comí una Nochebuena en casa de mi jefe, el señor Isidoro. Contaba yo entonces con 17 años, y trabajaba a las órdenes del señor Isidoro en una granja de pollos situada en Fuencarral, un pueblo al norte de Madrid. A mediados de diciembre, me subía con el jefe en el camión para ir a comprar paja para la granja por los pueblos de Madrid, y él aprovechaba también para comprar algún cordero, que luego comíamos en su casa en Nochebuena. Para la cena de Nochebuena mi mujer suele comprar una paletilla o pata de cordero y la prepara de esta manera: El día antes de cocinarla la coloca en un plato y le echa por encima un poco de aceite de oliva, sal, romero y pimienta. Luego la mete en el frigorífico y de vez en cuando la saca y le da la vuelta para que se macere.
Previamente, Carmen ha preparado un caldo de verduras compuesto de un puerro, una zanahoria, un trozo de cebolla y perejil. En una olla aparte a puesto a hervir dos zanahorias y medio kilo de patatas enteras, que luego se pelan y se cortan en rodajas y se les echa un poco de sal.
Para cocinarla, pone el trozo de carne en una cazuela de barro, la introduce en el horno eléctrico y lo enciende, marcando la temperatura a doscientos grados. Deja la carne en el horno durante una hora, dándole vueltas de vez en cuando y regándola con unas cucharadas del caldo de verduras.
Cuando pasan los sesenta minutos, Carmen abre el horno y echa las patatas cocidas y cortadas en torno a la carne. Lo remueve todo para que cojan la sustancia del caldito del cordero.
Luego cierra el horno y lo deja a la misma temperatura durante 15 ó 20 minutos. Pasados veinte minutos, apaga el horno y mantiene dentro el asado hasta que se sirvan. Al final saca el cordero y tendrá este aspecto: ¡FELICES FIESTAS!

lunes, diciembre 20, 2010

¡FELICES FIESTAS!


Leyendo las preciosas cartas de felicitaciones navideñas que uno recibe de l@s amig@s, me ha llamado poderosamente la atención la que ha escrito mi amiga Leny, profesora de letras argentina, además de Bióloga; una persona amante de la Literatura, a la que admiro también como escritora desde mis inicios en los foros literarios de internet, hace seis años.
Y me ha gustado tanto lo que ha escrito que la comparto con tod@s ustedes:


DIME LO QUE SIENTES
Las fiestas de fin de año, en la mayoría de los casos, se transforman en un tiempo de balances...
Balance...Una palabrita que me cae mal desde mi época de contable secundario, en el que nunca pude lograr que me diera uno. Invariablemente, un activo o un pasivo fuera de lugar se burlaba de mis "debes" y "haberes" para arruinarme la fiesta y condenarme a la tediosa revisión que terminaba siempre dando el mismito resultado...

En fin...



Tiempo de Balances...de Revisión...

De restar vientos y tempestades, sumar soles después de las tormentas, dividir aguas y multiplicar deseos...

Pero, como dejé entrever, no me gustan demasiado los balances.

Porque uno, como no le queda otra, lo hace desde su propia subjetividad. Y sin que haya remedio, o se pega con un caño, o es un poquito condescendiente y todo lo tiñe de su percepción individual. Por lo tanto, es probable que haya "debes" de más y "haberes" de menos...

O viceversa...

Y como no me gustan los balances, tampoco me gustan las " fórmulas mágicas" ...

Aquellas que, desde la interpretación parcial, acotada, estrecha que inevitablemente tenemos de LA VIDA, brindan frases hechas, verdades de perogrullo, lecciones de vida o consejos de ayuda...

Y no me gustan porque no suelo indicar senderos ni elaborar mapas. Porque detesto alardeos cuando soy tristemente consciente de lo que carezco, y no pretendo estar de vuelta cuando estoy convencida de que el camino es sólo de ida...

Me molesta apostar a las máximas, a los ejemplos autoreferenciales porque no busco empatías. No padezco humildades ni sentencio soberbias. No juzgo. No proclamo...

No me subo a ningún caballo ni me monto en conocimientos banales o definiciones de texto. No argumento saberes, no clasifico, no acomodo a nadie en su lugar. No tenso, no comparo, no provoco.

Pero...

Recibo y devuelvo...Cierro el cerco y abro la puerta. Pongo el timbre pero dejo sin llave.

Me caigo y me levanto porque tropiezo cientos de veces con la misma piedra. Escondo la cabeza y llevo el estandarte. Veo la vaca, detesto la quemadura pero me vuelvo a llenar el vaso...

Barro bajo la alfombra y descuelgo trapitos para ocultarlos de destellos indiscretos, pero comparto para quien guste oir todo lo que pienso y siento...

No escribo sin meditar seriamente si lo que estoy diciendo es exactamente lo que quiero decir, pero chasqueo la lengua cuando, por algunas de esas casualidades de mi inevitable condición humana, se le ocurre soltarse irreflexiva...

Y aunque me ofenda y lastime, recojo la línea y me desgarro...

No cotilleo. No atisbo. No pretendo. No atesoro ni deploro vanidades. Pero me animo y me asusto. Me escondo y deseo...Acuso recibo. Devuelvo. Río. Me divierto. Lloro. Y me detesto...

Es entonces y porque me reconozco en éstas, mis múltiples y terrenales contradicciones, es que desde esta humanidad habitada de ángeles y demonios que lucharán eternamente por ganarse la pulseada, lo único que puedo, quiero y ansío desearles (desearnos...) en ESTAS FIESTAS...

Es que intentemos ser felices con lo que SOMOS, mientras seamos auténticamente falibles...artesanalmente virtuosos...y rebeldemente cuestionadores de nuestra propia tiniebla...

Y que nos miremos en el espejo limpiamente sin depender de lo que otros hablan de nosotros distorsionando la imagen...

Porque, como dicen por ahí, uno es uno y sus circunstancias...Y esas circunstancias son tan únicas como nosotros mismos...

Y porque, para mí, no hay " recetas mágicas " ni máximas irrefutables.

No hay " SINAÍES" cibernéticos ni " HAMMELINES" virtuales...

Sólo habemos seres humanos, con todo lo que esa condición implica. Y que, con máscaras o sin ellas, transitamos la senda que construimos con lo que tenemos y lo que podemos...

Personas hechas, derechas, simples y sencillas que tratan de conocerse, comparten, disienten, se conmueven, se sensibilizan, quedan indiferentes, apropian, construyen y PIENSAN...

Y, como digo siempre, de eso se trata...

Y justamente ahí está lo bueno, no?...

Simplemente...

Un saludo de diciembre, un beso enorme, y un gracias inmeeeeeeeeeenso por la paciencia!!! (pensé que saldría más cortito!!!! JEJE )

Leny Pereiro

viernes, diciembre 17, 2010

CUENTO DE NAVIDAD


foto de internet
Pedrito no podía dormir, estaba nervioso y sólo deseaba que amaneciera pronto. Desde su cama escuchó el lejano sonido del reloj de la torre de la iglesia y contó tres campanadas, y el niño ya no pudo aguantar más y se levantó.
Fue andando despacito por el pasillo, apoyándose en la pared y con los ojos bien abiertos para no tropezar. Al pasar por la puerta del dormitorio de los padres se detuvo un momento y prestó atención: escuchó una respiración fuerte y pausada y algún ronquido, y el chico siguió adelante. Llegó al salón comedor de la vivienda. Por la ventana entraba una tenue claridad de la calle y podía identificar cada uno de los muebles que ocupaban la sala entre las sombras oscuras que lo rodeaban.
Y Pedrito se acercó a la chimenea, donde él había puesto sus zapatos al acostarse.
En medio de la sala había un paquete voluminoso, envuelto en cinta de seda de color azul. Intentó en vano leer la nota que lucía pegada en un lateral. ¿Qué sería lo que había en el paquete? La ansiedad golpeaba en su pecho, y la curiosidad corroía su fuerza de voluntad. «Debo acostarme y esperar a mañana», decía una voz dentro de su cabecita.
Fue entonces que lo vio:
Era Papá Noel. Estaba sentado en el sofá, echado hacia atrás, y dormía. La luz que entraba por la ventana se reflejaba en su cara y producía destellos en su luenga barba blanca, y se proyectaba en el suelo, dibujando un rectángulo junto a los pies de Papá Noel. «¡Y ha dejado las huellas negras de sus pisadas sobre la alfombra! ¡La que se va a liar cuando lo vea mamá!»
Se acercó a él despacito para observarle y advirtió que tenía el traje sucio, lleno de hollín. 
Luego recordó que su madre le hacía limpiarse los pies en la alfombrilla antes de entrar en la casa y le obligaba a ponerse zapatillas para no ensuciar el parqué ni las alfombras.
«No puedo permitir que mamá le eche la bronca a Papá Noel, encima de que ha venido desde tan lejos para traerme mi regalo. Voy a la cocina a buscar la escoba para barrer las pisadas», pensó el chiquillo.
Cuando regresó con la escoba, Pedrito se dio cuenta de que el sofá estaba vacío. ¡Papá Noel había desaparecido!
Entonces escuchó toser a su madre en el dormitorio, y, temeroso de que le descubriera husmeando a esas horas y se enfadara, llevó de nuevo la escoba a su sitio y regresó a su habitación despacito y tanteando las paredes para no tropezar, hasta llegar a su cama.

Pedrito era feliz, inmensamente feliz: ¡había visto a Papá Noel en persona! ¡Y decía su amigo Manolo que ni Papá Noel ni los Reyes Magos existían, que eran los padres los que compraban los regalos! «El muy estúpido… Ya verán cuando lo cuente en el colegio, ¡no se lo van a creer!», dijo para sí.

Pedrito se quedó pensando en todo lo que había visto. Se preguntaba cómo había podido entrar por la chimenea cargado con un regalo tan grande. «Era pura magia, ¡claro, por eso son magos!»
Y pensando en todo ello, el niño se quedó dormido.

Mientras tanto, en el dormitorio de al lado, su padre se quitó el disfraz y se acostó.
— ¿Te ha visto?— preguntó su esposa
—Sí. Tal como habíamos previsto, Pedrito no pudo aguantar hasta mañana sin comprobar si habían traído sus regalos. Ahora está convencido de que Papá Noel existe, y cuando lea la carta personal que Papá Noel le ha dejado, se esforzará más en la escuela y seguirá a pie juntillas sus consejos. ¡Quería limpiar con la escoba las pisadas que dejamos adrede en la alfombra!
— ¿Sí? ¡Ja, ja, ja! Pobrecito mi niño, qué bueno que es.
Y se quedaron dormidos, abrazados, hasta que se puso en marcha la radio del reloj despertador que había sobre la mesita de noche. Y la madre de Pedrito despertó a su marido y dijo:
—Las ocho, cariño; vamos a despertarle.

FIN
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miércoles, diciembre 15, 2010

RECUERDOS DE NOCHEBUENA

Si algo bueno tiene la Navidad, es que logra reunir a las familias.

Y cada año, por estas fechas, echo en falta la compañía de mis padres, añorando con tristeza las navidades pasadas con ellos. Unas navidades muy diferentes a las de ahora.

En aquéllas mi madre, quien además de ser una persona que compartía todo lo que tenía era experta en hacer buñuelos y pestiños, era la anfitriona.

Año 1959, Algar de Santa María Guadalupe, (Cádiz)

El aire de la tarde olía a aceite y a buñuelos y en la puerta de la casa se agolpaban las ociosas y famélicas vecinas que acudieron para olvidarse de sus penas cantando villancicos mientras trincaban algunos buñuelos recien hechos y le daban un sorbo a la botella de aguardiente que había sobre la mesa.

En el patio, sobre la anafe, había una sartén grande friendo los pequeños trozos de masa de harina con levadura que mi madre iba distribuyendo en el aceite, y en pocos segundos se inflaban y se iban dorando y endureciendo, al igual que churros, convirtiéndose en los codiciados buñuelos que luego sacaba y vaciaba en un lebrillo que nunca llegaba a llenarse por la avalancha de manos que se precipitaban a cogerlos aún calientes, aun quemándose las yemas de los dedos.

Sentados en los escalones que subían a la primera planta, mis hermanas y yo, que habíamos venido con nuestros padres a pasar en casa unos días de vacaciones desde un colegio de monjas madrileño, observábamos el trajín de la gente en la planta baja: las mozas casaderas, con la cara recién lavada y los labios y uñas pintadas en rojo; sus largas cabelleras sueltas sobre los hombros y espaldas, o recogidas en trenzas o moños sujetos con peinetas, cantaban villancicos y tocaban palmas y panderetas

En el portal de Belén

hay un nido de ratones

y al pobre de San José

Le han roído los calzones.


Pastores venid, pastores llegad

Que en Belén el niño ha nacido ya

Sentada en un escalón delante de nosotros había una mujer prematuramente vieja, que desprendía un hedor a sudor y bragas sucias (Entonces no había agua en el pueblo, la traían desde el río Majaceite en burros cargados de cántaros y la vendían a seis reales el cántaro, muy cara para lo que se ganaba) y, con una mantilla de lana echada sobre los hombros, rascaba la grumosa superficie de una botella vacía de anís del Mono con una cuchara, mientras su hijo, un hombre metido en los treinta, que había salido de la cárcel hacía poco, se esmeraba en mover el carrizo de la zambomba entre trago y trago de aguardiente, clavando su mirada en el escotado vestido que lucía la raya oscura y profunda entre los exuberantes senos de Isabel, “la Belica”, la hermosa vecina del cuarto situado a la derecha del patio, quien, consciente de la admiración que despertaba en el muchacho, lucía su cuerpo contoneándose al compás del cante.

San José al niño Jesús

Un beso le dio en la cara

Y el niño le decía

Que me pinchas en la cara

Pastores venid, pastores llegad

Que en Belén el niño ha nacido ya

Ya era de noche cuando aparecían por el extremo de la calle los hombres que regresaban del trabajo en los cortijos o de la caza furtiva en la sierra, y, sin lavarse siquiera, se acercaban al bullicio y participaban de la fiesta. Hubo uno que sacó de su mochila un par de conejos que había cazado a lazo en las tierras de don Curro, y lo dejó sobre la mesa para que las mujeres lo guisaran. Otro, sacó su bota de vino, y aún otro, que vivía enfrente, fue a su casa y trajo una botella de coñac y un lebrillo de pestiños que había hecho su mujer, “la Zurita”, la misma que no había parado de comer de todo lo que había en mi casa desde que mi madre comenzó a freír los buñuelos, sin hacer alusión a los pestiños que guardaba en casa para su familia. ¡No tenía cara la Zurita!

Poco a poco la casa se había llenado de gente y un nutrido grupo bloqueaba la calle delante de la puerta. Las vecinas echaron picón en los braseros y lo encendieron para combatir el frío.

En el portal de Belén

Hay un cochino colgao

Pa el que quiera comé

que vaya y le dé un bocao

Ande, ande, ande, la marimorena

Ande, ande, ande, que es la Nochebuena

Vino un muchacho con una armónica y comenzó a tocar pasodobles y se formaron parejas bailando en medio del corrillo que se había formado en la calle, mientras las botellas y la bota pasaban de mano en mano y en el patio no daban abasto a freír buñuelos. A las doce de la noche, sonaba la campana de la iglesia para la Misa del Gallo y las mozas abandonaban la fiesta y acudían a la iglesia, con el velo negro cubriendo sus cabezas.

Y a la vuelta, la fiesta continuaba hasta las tantas de la madrugada.

La Virgen estaba lavando

Y tendiendo en el romero

Los pajarillos cantando

Y el romero floreciendo

Pero mira como beben los peces en el río

Pero mira cómo beben al ver a Dios nacido

Anís, pestiños, buñuelos, comida, villancicos y buen ambiente; no hacía falta más para pasar una Nochebuena inolvidable.

lunes, diciembre 13, 2010

OFERTAS DE NAVIDADES: ¡OJO AL PARCHE!

De todos es sabido que nadie da duros a pesetas, que lo barato resulta caro y que te pueden dar gato por liebre.
De lo cual se deduce que lo bueno tiene su precio y se vende solo sin necesidad de regatear o de regalar otras cosas.
A ver si me explico, no sea que crean ustedes que desvarío a causa de la edad o del mal tiempo:
¿Creen ustedes que un verdadero jamón ibérico, aunque sea de recebo, con la denominación Jabugo o Guijuelo, se puede vender por 130 euros y además te regalan un queso y seis botellas de vino de Rioja?
Estuve trabajando en Guijuelo durante los años 2000 al 2002, y por entonces en la fábrica de jamones El Rubio ya me costaba 30 mil pesetas(180 euros)  un jamón de recebo de 6 kilos.  El de bellota no podía permitírmelo, ni aún menos  el de denominación de origen, que se iba ligero en busca de las 85 mil pesetas = (500 euros).

Hace dos años que no compro alimentos en Carrefour, y fue por causa de las ofertas de jamones navideños. Durante tres años consecutivos piqué, reclamé y acabé con ganas de incendiar el almacén. No habrá una cuarta vez, lo prometo con la mano extendida sobre la tapa del Código de Circulación, el libro del Mormón, la Biblia o el Corán, les dejo elegir.
La primera vez me convenció un jamón ibérico de recebo, de la Sierra Morena, del pueblo cordobés Los Pedroches. El empleado en la sección de jamones del Carrefour sacó una aguja de madera y la hundió en el jamón y me la dio a oler. Sabía a gloria, una gloria de jamón. La boca se me llenó de agua, bajé la mirada humillada ante el experto y con una sonrisa entregada tomé el jamón y lo eché en el carrito. Al llegar a mi casa le quité el traje y lo dejé en pelotas; fue entonces que me llamó la atención una frase de color azul, estampada en un costado: «Jamón procedente de Hungría».
Lo probé: estaba rico, rico, rico; excelentemente curado y en su punto de sal; pero no era español. ¡NO PODÍA SER IBÉRICO!
O sea: en determinada empresa, traen los cerdos de Hungría, los descuartizan, los cuelgan para que se curen en sus secaderos y luego los venden como ibéricos de Sierra Morena.
Me apresuré a quitarle la frase estampada para evitar algún brote de racismo, y nadie supo por esta boquita mía que el animalito era un inmigrante. Con papeles; pero inmigrante.
Al año siguiente, otra experiencia: era en Nochebuena, ya habíamos cenado y la familia al completo miraba el programa especial en la televisión, cuando de pronto salió un anuncio de Hipercor: Un jamón ibérico de seis Kg. más seis botellas de Rioja, todo por 100 euros.
Supongo que no hace falta insistir mucho para que os creáis que el día 26, a las diez de la mañana, ya estaba yo esperando que abrieran la puerta para hacerme con un jamón. ¿Cierto? Pues eso.
El jamón estaba regular, se podía comer; pero el vino tenía un sabor tan fuerte a corcho que lo hacía imbebible. Cogí el coche, invité cortésmente a subir al jamón y al vino, y recorrí los 20 Km. que me separaban de Hipercor; una vez dentro fui al mostrador a reclamar, presentando el lote de la oferta y tiket del dinero de la compra,.
«¿Y qué espera usted por cien euros?», fue la respuesta del empleado. «Espero y tengo el derecho a que lo que compro está en buen estado, o si no, que hubieran avisado de que el vino estaba malo. Publicidad engañosa, se llama a eso»
«No hay problema, le devolveré el dinero», me respondió.
La última vez que yo compré un jamón en Carrefour era en verano, y me sedujo una oferta de un jamón ibérico de Guijuelo, de recebo, por 130 euros con un queso manchego de 1kg, de regalo.
El jamón estaba crudo, cortabas una loncha y parecía un filete. Fui a devolverlo y exigí mi dinero. Nada, no me daban dinero sino que lo cambiaban por otro. ¿Dónde he oído yo esa frase que dice «Si no esta contento, le devolvemos su dinero»? ¿No es en Carrefour?
Pues no había manera. El empleado me lo cambió por otro y me dijo que probase y, si no salía bueno, entonces me devolvía el dinero. Tres veces tuve que volver con el mismo tema: jamones tiernos.
Es lógico que todos los jamones de la misma oferta estén en las mismas condiciones: vienen en el mismo transporte y proceden de la misma casa y la misma serie de curación.
A la tercera exigí la hoja de reclamaciones y sólo entonces accedieron a reintegrarme el dinero. ¡Cuatro viajes de ida y vuelta con el coche! Casi gasto más en gasolina que en el jamón.
Desde entonces no he vuelto a comprar alimentos allí. Quizás algún libro o electrodoméstico cuando tocaba hacer recambio; pero alimentos, nunca. Han perdido un cliente que durante 26 años se dejado mensualmente algo más de la cuarta parte de su sueldo en su tienda.
Ahora compro casi todo en Mercadona. Suelo comprar cuatro o cinco jamones ibéricos, de recebo, de Guijuelo o de Jabugo cada año. Hasta hoy no he tenido motivo para ninguna queja. Pero no son ofertas de jamones con regalos que se traen para la campaña de Navidad. Esta tienda los tiene durante todo el año, sin regalos de quesitos ni vinos malos, y te lo dan a probar.
Para finalizar el tema y corroborar lo que digo, les cuento que hace una semana vino mi hijo mayor con su familia desde Valencia y un día fue al Carrefour para dar un paseo por las tiendas. ¿Y sabéis que compró?
¡UNA PALETA DE JAMÓN IBÉRICO DE RECEBO! Mi nuera leyó mal y donde ella entendió Pata Negra decía Capa Negra.
¡El jamón está crudo! Viene acompañado de un queso curado de oveja, algo pasado de sal.
Para no hacerle pasar por el calvario que pasé yo, y para no estropear el detalle y la ilusión del regalo, nos lo estamos comiendo en lonchas muy finas.Otra cosa: el turrón.
He visto en algunas tiendas tabletas que tienen casi el mismo precio que el año pasado, pero al examinarlas he visto la trampa: pesan un 33% menos. Las tabletas de turrón siempre han pesado 300 gramos; pero ahora he visto algunas de las mismas marcas que compré el pasado año por 3´50 euros la pieza y hoy cuestan lo mismo, pero pesan 200 gramos en vez de 300.
Creedme, amig@s: vale más comprar en una tienda de confianza en el barrio donde vives que querer encontrar duros a pesetas en las grandes superficies.