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miércoles, diciembre 15, 2010

RECUERDOS DE NOCHEBUENA

Si algo bueno tiene la Navidad, es que logra reunir a las familias.

Y cada año, por estas fechas, echo en falta la compañía de mis padres, añorando con tristeza las navidades pasadas con ellos. Unas navidades muy diferentes a las de ahora.

En aquéllas mi madre, quien además de ser una persona que compartía todo lo que tenía era experta en hacer buñuelos y pestiños, era la anfitriona.

Año 1959, Algar de Santa María Guadalupe, (Cádiz)

El aire de la tarde olía a aceite y a buñuelos y en la puerta de la casa se agolpaban las ociosas y famélicas vecinas que acudieron para olvidarse de sus penas cantando villancicos mientras trincaban algunos buñuelos recien hechos y le daban un sorbo a la botella de aguardiente que había sobre la mesa.

En el patio, sobre la anafe, había una sartén grande friendo los pequeños trozos de masa de harina con levadura que mi madre iba distribuyendo en el aceite, y en pocos segundos se inflaban y se iban dorando y endureciendo, al igual que churros, convirtiéndose en los codiciados buñuelos que luego sacaba y vaciaba en un lebrillo que nunca llegaba a llenarse por la avalancha de manos que se precipitaban a cogerlos aún calientes, aun quemándose las yemas de los dedos.

Sentados en los escalones que subían a la primera planta, mis hermanas y yo, que habíamos venido con nuestros padres a pasar en casa unos días de vacaciones desde un colegio de monjas madrileño, observábamos el trajín de la gente en la planta baja: las mozas casaderas, con la cara recién lavada y los labios y uñas pintadas en rojo; sus largas cabelleras sueltas sobre los hombros y espaldas, o recogidas en trenzas o moños sujetos con peinetas, cantaban villancicos y tocaban palmas y panderetas

En el portal de Belén

hay un nido de ratones

y al pobre de San José

Le han roído los calzones.


Pastores venid, pastores llegad

Que en Belén el niño ha nacido ya

Sentada en un escalón delante de nosotros había una mujer prematuramente vieja, que desprendía un hedor a sudor y bragas sucias (Entonces no había agua en el pueblo, la traían desde el río Majaceite en burros cargados de cántaros y la vendían a seis reales el cántaro, muy cara para lo que se ganaba) y, con una mantilla de lana echada sobre los hombros, rascaba la grumosa superficie de una botella vacía de anís del Mono con una cuchara, mientras su hijo, un hombre metido en los treinta, que había salido de la cárcel hacía poco, se esmeraba en mover el carrizo de la zambomba entre trago y trago de aguardiente, clavando su mirada en el escotado vestido que lucía la raya oscura y profunda entre los exuberantes senos de Isabel, “la Belica”, la hermosa vecina del cuarto situado a la derecha del patio, quien, consciente de la admiración que despertaba en el muchacho, lucía su cuerpo contoneándose al compás del cante.

San José al niño Jesús

Un beso le dio en la cara

Y el niño le decía

Que me pinchas en la cara

Pastores venid, pastores llegad

Que en Belén el niño ha nacido ya

Ya era de noche cuando aparecían por el extremo de la calle los hombres que regresaban del trabajo en los cortijos o de la caza furtiva en la sierra, y, sin lavarse siquiera, se acercaban al bullicio y participaban de la fiesta. Hubo uno que sacó de su mochila un par de conejos que había cazado a lazo en las tierras de don Curro, y lo dejó sobre la mesa para que las mujeres lo guisaran. Otro, sacó su bota de vino, y aún otro, que vivía enfrente, fue a su casa y trajo una botella de coñac y un lebrillo de pestiños que había hecho su mujer, “la Zurita”, la misma que no había parado de comer de todo lo que había en mi casa desde que mi madre comenzó a freír los buñuelos, sin hacer alusión a los pestiños que guardaba en casa para su familia. ¡No tenía cara la Zurita!

Poco a poco la casa se había llenado de gente y un nutrido grupo bloqueaba la calle delante de la puerta. Las vecinas echaron picón en los braseros y lo encendieron para combatir el frío.

En el portal de Belén

Hay un cochino colgao

Pa el que quiera comé

que vaya y le dé un bocao

Ande, ande, ande, la marimorena

Ande, ande, ande, que es la Nochebuena

Vino un muchacho con una armónica y comenzó a tocar pasodobles y se formaron parejas bailando en medio del corrillo que se había formado en la calle, mientras las botellas y la bota pasaban de mano en mano y en el patio no daban abasto a freír buñuelos. A las doce de la noche, sonaba la campana de la iglesia para la Misa del Gallo y las mozas abandonaban la fiesta y acudían a la iglesia, con el velo negro cubriendo sus cabezas.

Y a la vuelta, la fiesta continuaba hasta las tantas de la madrugada.

La Virgen estaba lavando

Y tendiendo en el romero

Los pajarillos cantando

Y el romero floreciendo

Pero mira como beben los peces en el río

Pero mira cómo beben al ver a Dios nacido

Anís, pestiños, buñuelos, comida, villancicos y buen ambiente; no hacía falta más para pasar una Nochebuena inolvidable.

sábado, mayo 08, 2010

LA CUEVA

«Yo soy yo y mis circunstancias». Ortega y Gasset

«La cueva» era un sótano anexo al antiguo Palacio de la Sagra, convertido durante la posguerra en colegio mixto. El local se comunicaba con un pozo y estaba inundado de agua. La sala era rectangular, y calculo que sus lados medían diez por treinta metros. Un rayo de luz penetraba por un ventanuco abierto en la puerta y se proyectaba en el agua al pie de la escalera.
Todos los chicos sentíamos pánico a que nos encerraran en aquel lugar oscuro en compañía de aquel pez raro y con bigotes que se acercaba hasta la escalera y se quedaba fijo mirando al intruso.
Porque sor María, la monja que impartía clases con los libros de Dalmau y Carles, solía castigar a los alumnos más traviesos encerrándolos allí cuando éstos cometían alguna fechoría. Y Joaquín y yo nos encontrábamos allí por haber roto el cristal de la ventana jugando al fútbol.
















A veces discutíamos en el recreo sobre el liderazgo del grupo. Y para demostrar nuestros méritos apostábamos a ver quién era capaz de bajar a la cueva, lanzarse al agua y llegar hasta la pared del fondo. Algunos afirmaban que no tenían miedo a hacerlo y se apostaban cromos de jugadores de fútbol que coleccionábamos comprando tabletas de chocolates «La Colonial», entidad que promocionaba un álbum donde se hallaban todos los equipos de primera división. Yo había conseguido completar varios equipos. Recuerdo algunos cromos del Atlético de Bilbao: Lezama, Gainza, Zarra, Panizo… Del Sevilla tenía también varios: Bustos, Guillamón, Campanal, Araujo…Del Real Madrid: Juanito Gonzalez, Pazos, Marquitos, Muñoz, Zárraga, Lesmes, Distéfano, Gento...



Y, además, estaba María Ortega, una alumna nacida en Ceuta, guapísima, que lucía una trenza de cabellos rubia como el oro, y unos ojazos azules y grandes como soles. En el comedor todos la mirábamos como si fuera un hada milagrosa, y ella, que se daba cuenta de nuestro arrobo, nos lanzaba furtivas miradas y sonreía. Era la novia de Joaquín. Y la de Miguel. Y la mía.
Era la novia de todos, y eso conllevaba algunas escenas de celos y peleas en el recreo y en los dormitorios para dejar claro a quién pertenecía la hermosa niña. Tan solo quedábamos dos contendientes: Joaquín y yo. Y ahora nos la jugábamos.

— ¡Venga, tírate!
—No, tú primero

Joaquín me miró con desprecio y se lanzó al agua.

Se tiró en plancha y el agua me salpicó. Una ola negra alcanzó el escalón donde me encontraba y me cubrió los pies. El agua estaba helada.
A cinco a seis metros de distancia, la cabeza de Joaquín avanzaba lentamente dejando atrás el haz de luz que penetraba por la ventanita de la puerta, proyectando en el agua un cuadro amarillo cruzado de vez en cuando por el “Monstruo”, nombre que asignábamos al enorme pez de largos bigotes que habitaba en la cueva



Joaquín llegó a la pared y gritó:

— ¡Venga, Juanito! Aquí te espero. Si no te atreves, has perdido…
Y me lancé al agua. Y nadé y nadé muerto de miedo, crucé por medio del cuadro iluminado y continué avanzando, intentando descubrir a mi compañero en la oscuridad. Cuando llegué junto a él nos quedamos descansando un rato, mirando hacia el lado derecho, el más largo. Nadie había osado nadar en aquella dirección sumida en la negrura, donde se escuchaba un constante goteo de agua. Una vez acostumbrados a lo oscuro, nuestros ojos podían adivinar objetos alineados a los largo de las paredes que sobresalían del agua. Parecían puñales o espadas. Joaquín y yo nos miramos sin decir palabra, pero nos pusimos de acuerdo. El agua nos llegaba hasta la barbilla, pero nos cogimos de la mano y fuimos caminando hacia adentro, a la tenebrosa boca que se abría ante nosotros.

Lo primero que alcanzamos no era un puñal, sino la bayoneta de un fusil sobresaliendo del agua. Al intentar cogerlo tropezamos con un objeto, algo así como un orinal, y pisamos lo que parecía ser un palo o una rama seca. A poco menos de un metro había otra bayoneta, y más allá, otra. Todo el sótano estaba lleno de ellas, y nuestros pies pisaban cosas que se volcaban o crujían bajo el peso. Respiramos profundamente y nos agachamos en el agua para coger algún objeto: yo saqué un casco de soldado oxidado y agujereado; Joaquín, los huesos de un brazo y parte de una mano. Lo soltamos todo y salimos nadando hacia fuera, gritando aterrorizados.

Cuando salimos del agua y nos sentamos en la escalera, comenzamos a dar voces hasta que vinieron a abrir la puerta.
Los empleados del colegio se echaron las manos a la cabeza al vernos allí solitos y empapados de agua, y fueron a quejarse a la directora del centro.

La noticia corrió por el pueblo de casa en casa, y el alcalde reunió una cuadrilla de obreros y les ordenó vaciar la cueva y sacar todos los huesos. De allí sacaron esqueletos, calaveras y huesos sueltos suficientes para cargar dos carretas, que vaciaron luego en una fosa anexa al cementerio.
¿Quiénes eran esos muertos? Unos decían que eran soldados heridos que se refugiaron en el sótano; otros, que eran desertores; otros en fin, que los enemigos, al saber que estaban allí, habían inundado el sótano y los habían ahogado. La batalla de Brunete fue una de las más sangrientas de la guerra y ninguna hipótesis parecía descabellada.
Todo quedó en misterio.

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lunes, noviembre 16, 2009

LA MARCHA VOLANTE


Dijo Ortega y Gaset: «Yo soy yo y mis circunstancias». Y eso aplica a cada cual. También a mí, cómo no. Ahora que se aproxima el 20 de noviembre, aniversario de la muerte de Jose Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, en la que estuve obligatoriamente afiliado durante el tiempo que permanecí en el Instituto de Formación Profesional, quiero volver a colgar aquí el artículo que narra una experiencia inolvidable de mi niñez como miembro de ella, que inculcó en mí un valor que hoy día se añora: el compañerismo abnegado.


LA MARCHA VOLANTE

fotos de internet

Mes de junio de 1959. Vacaciones en el campamento juvenil de Cortes de la Frontera de la IX Promoción de la Escuela de Formación Profesional «Francisco Franco». Málaga.

El gran número de escorpiones y tarántulas que habitaban el parque de encinas, alcornoques y lentiscos obligó a las autoridades a montar el campamento sobre una plataforma de albero de cien metros de larga, cincuenta de ancha y dos metros de altura, construida en la cima de la sierra. En la parte norte se hallaban las tiendas de los jefes y el botiquín; en la parte izquierda se contaban siete tiendas de campaña, y otras tantas en el lado derecho. Cada una de ellas estaba ocupada por una “escuadra”, es decir: siete personas. Las 14 escuadras que habitaban el campamento formaban la «Centuria Guerrero Castillo».


En medio se alzaba un mástil de quince metros de altura, donde ondeaba a la bandera de España.

Eran las cuatro de la mañana cuando la corneta tocó diana. Nos levantamos apresuradamente, preguntándonos qué demonios sucedía para que nos convocasen tan temprano



Cinco minutos más tarde, los cien miembros de la centuria se presentaban firmes delante de sus respectivas tiendas de campaña. El jefe pasó revista de una punta a otra. «Sin novedad», exclamaban los jefes de escuadras al pasar por delante de sus respectivas tiendas. Una vez pasada la revista, el jefe de centuria leyó la Orden del Día:


«Después de desayunar marcharemos hasta la Cueva de las Piletas, sita en Benahoján, a unos treinta kilómetros del campamento. Cada escuadra llevará los utensilios necesarios para la marcha: platos, vasos, cubiertos, y agua. La comida se facilitará en el lugar de destino por el Ayuntamiento de la ciudad anfitriona. Los componentes de cada escuadra, se turnarán en la labor de transportar los utensilios que usarán sus compañeros.»


Luego comenzó a izar la bandera mientras todos nosotros cantábamos el «Cara al Sol » con el brazo extendido a la altura de los ojos. Al grito de «¡Rompan filas!», cada cual se fue corriendo a las duchas y a los servicios. A las cinco en punto, tras ingerir con prisas el desayuno, iniciamos la marcha hacia la cueva.
Mi tienda era la última de la derecha y como se comenzó a formar la fila por la parte de la izquierda, resultó que nosotros éramos los últimos de la columna de cadetes que caminaba por la vereda hacia el destino programado. Al cabo de un tiempo de marcha noté que la bota me hacía daño. Y llegó mi turno para llevar el macuto con los utensilios de la comida. Debido al peso del macuto y a la rozadura del pie, me fui rezagando.


Poco a poco me fui alejando de todos. La orden era de relevar al camarada que fuese cargado con el macuto de los utensilios cada media hora; pero como me hallaba lejos, nadie venía a relevarme. La distancia se fue ampliando y llegó un momento que me quedé solo, sin ver a nadie, sin saber por dónde estaba el resto del grupo.
Me preocupé mucho al verme
solo en la montaña, cargado y con una rozadura dentro de la bota que me hacía imposible continuar caminando.


Estaba amaneciendo, el sol aparecía ya por encima de la línea de la sierra de Ronda, llenando el paisaje de tonos anaranjados. No se veía a nadie delante de mí. Calculé en unos dos kilómetros la distancia que me separaba de mis compañeros, pues ésta era, más o menos, la longitud de la senda que aparecía ante mí sin rastro de ellos. Pensé que éstos se habían dado cuenta de mi ausencia, pero como a ellos les beneficiaba, porque así no tenían que relevarme de mi carga, no se daban por enterados.
No podía más. Decidí sentarme a descansar y abandonar la visita a la cueva. A la vuelta me encontrarían en el mismo sitio que me había detenido, pensé. Fue en ese momento que me resbalé y caí rodando por la pendiente del monte. Me detuve a unos diez metros de la senda




Sentía un fuerte dolor en la pierna y en la cabeza, sangraba por la nariz y tenía arañazos en los brazos. Tuve miedo de no poder salir de allí, y comencé a llorar. No podía mover la pierna derecha, el tobillo se había hinchado y me dolía terriblemente. Una hora más tarde, quizás para espantar al miedo, comencé a cantar en voz alta un himno que cantábamos en los desfiles del Instituto:

Al cielo se alzan
Canciones que salen del alma,
y el viento las lleva por ahí.
¡Que en España, en España,
comienza a amanecer!
Al cielo se alzan felices promesas
Y hasta las estrellas encienden mi fe.
¡Gloria, gloria! ¡Gloria y victoria!
Con el cuerpo y con el alma,
con las armas en la mano.
Por la Patria.

De
pronto me asusté al sentir un ruido; pensé que algún animal salvaje venía a atacarme, y grité: ¡Socorrooo!

– ¡No temas, camarada, aquí estamos!
Miré hacia arriba,
y vi a un grupo de compañeros que bajaban a recogerme. El jefe de centuria me examinó y vio el estado en que me hallaba. Miró alrededor y percibió que no había ramas ni ningún material apto para construir una camilla. Entonces gritó:
– ¡Un voluntario para llevar a cuestas al camarada!
– ¡Presente! –, gritaron cien voces a la vez.


Uno de ellos, de diecisiete años, me puso sobre sus hombros, con una pierna colgando a cada lado de su pecho, y me llevó así durante media hora; luego, otro le relevaba, y así llegamos hasta la cueva.
La Cueva de las Piletas era una maravilla recién descubierta, cuya entrada se hacía por arriba y una vez dentro se bajaba hasta cuatro plantas. Contenía pinturas murales y preciosas figuras de estalactitas y estalagmitas que semejaban a personas y animales. El agua era abundante y formaba grandes pilas, de ahí su nombre. Acostada en un nicho de la tercera planta se hallaba el esqueleto fosilizado de una mujer, cuya antigüedad calculaban en unos diez mil años.


El Ayuntamiento de Benahoján nos obsequió con un almuerzo al aire libre y luego regresamos en tren hasta la estación de Cortes.
Al bajar del tren, el jefe de la expedición me dijo que iba a llamar a un taxi para que me llevase hasta el campamento, pero yo le dije que preferiría irme con mis compañeros.


– ¡Pero si no puedes andar!–, exclamó él.
– Nos arreglaremos, camarada–, le dijo mi jefe de tienda.


Y así regresamos. Atado a una cuerda por la cintura y remolcado por mis compañeros, subí los ocho kilómetros que separaban la estación de RENFE del campamento.


FIN

domingo, agosto 02, 2009

¡BUITRES!

http://mediateca.educa.madrid.org/

Quema el sol sobre las cumbres de Algar, cantan las chicharras en las encinas de la dehesa.

Por la vereda que conduce al cortijo caminan dos niños: uno es Juanito, tiene cinco años; su hermana María tiene nueve y va cargada con una talega sobre la espalda. Regresan de hacer las compras en el pueblo: garbanzos remojados, aceite y tocino, que el pan y la harina ya la obtienen sus padres en el molino de Carvajal. Van cogidos de la mano, mirando con recelo hacia los lados, presagiando quizás el peligro.


De pronto se oye un murmullo seguido de una explosión de ruidos: son un ejército de buitres que al verlos emprende el vuelo con sus enormes alas y se elevan hasta las nubes, oscureciendo súbitamente el cielo.
Los niños se detienen y se miran asustados; Juanillo inquiere con la mirada a su hermana y ésta le abraza y sonríe: “No pasa nada, son los pajarracos de los canchos, que bajan cuando ven algún animal muerto. Ellos no atacan a los vivos”


http://www.raices.org/portal/images/stories/rivera/oscar_05.jpg.


Y ambos continúan su marcha un poco sobrecogidos, con la mirada fija en el bulto sanguinolento que atraviesa el camino, despojos que a las carroñeras aves habían atraído.


No es una vaca, ni un zorro ni un cochino: con ropas va vestido el cadáver, y éstas no la usan los bichos.

Pasaron los niños a su vera, sus cuerpecillos por el miedo encogidos, y no reconocieron la cara horriblemente desfigurada por los picotazos de las aves que desde el cielo lamentaban la presencia de los niños con sus graznidos.

—Mamá, ¿quién era el muerto? preguntaron los niños al llegar al rancho.
—Un hombre, hijos. Qué más da: un cazador furtivo, un contrabandista, un maletilla o un rojo, que a todos ellos persiguen a tiros los guardias, y los mayorales de los cortijos. Ésa es la justicia que impera en este sitio.— responde la madre mientras, en cuclillas ante la chimenea, remueve en la sartén el guiso de migas hecho con trozos de pan duro que guarda en una bolsa.Luego iremos a avisar al cortijo para que entierren al pobrecito.

Y los niños salen al porche y miran el cielo: ya no hay buitres en lo alto. El Sol ciega los ojos, el calor agobia hasta a las moscas; los canchos están vacíos. En el valle, la manada de toros pasta al borde del río, y a lo lejos, por donde ellos han venido, una bandada de aves negras se amontona revoloteando en el camino.
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lunes, julio 06, 2009

ALBALATE DE CINCA

El día 4 de septiembre de 2003, yo avanzaba lentamente por la estrecha carretera que conducía a Albalate, un pueblo de 1200 habitantes enclavado en la margen del río Cinca, al sureste de Huesca. Me detuve en Alcolea de Cinca, situado en el margen opuesto, a cuatro kilómetros de mi destino

Yo acudía para colaborar en la construcción de un depósito de acero inoxidable de veinte metros de altura en la factoría de reciclados de papel de S.A. EUROPAC, ubicada en esta zona del Cinca Medio, y aprovecharía para subir a las Ripas –una montaña de trescientos metros de altura, cortada a cuchillo verticalmente en su vertiente Este, y contemplar lanzarse a los intrépidos aficionados al parapente desde la cima.

Safe Creative #0907074086254Las Ripas, foto tomada desde la carretera.
Me habían reservado una habitación en el hostal del pueblo, famoso por su exquisito plato “patatas de Casa Santos”, especialidad de la casa que muchos gourmets venían a devorar desde Barcelona. Su receta había sido transmitida desde siglos antes, de generación en generación, y constituía un secreto guardado celosamente por los actuales herederos de la casa.

Me recibió la señora Inés, una hermosa mujer entrada en los cuarenta, de sonrisa fácil y turbadora, dueña del hostal y de un cuerpo precioso enfundado en un vestido rojo que moldeaba sus exquisitas redondeces. Dejó caer sobre mi arrobada figura la mirada cálida de sus ojos color miel y me preguntó, con una voz grave y melancólica que atravesaba los tímpanos y se clavaba en el alma, sacando a revolotear las soñadoras mariposas que la habitaban: ¿Usted es el Sr. Pan? Le estaba esperando, la dirección de EUROPAC le ha reservado habitación.

Seguidamente me enseñó el chalet donde se hallaban las habitaciones, la mía estaba en la primera planta; luego bajamos, atravesamos un jardín y entramos en el pabellón colindante: el restaurante “Casa Santos”, donde me presentó a su esposo Ramón, el chef de cocina; a su madre, una anciana que ayudaba en las labores de la cocina, y a tres bellas señoritas procedentes de países del Este.
Me advirtió de que el salón principal del restaurante se llenaba siempre a medio día. Por la noche la cosa estaba más tranquila, sólo media docena de comensales fijos cenaban. A partir del viernes por la noche y hasta el domingo, se llenaban las dos salas del restaurante, y uno no podía almorzar ni cenar si previamente no había reservado mesa. La velada duraba hasta las tres de la mañana

Lo primero que hice al tomar posesión de mi habitación fue ducharme; luego salí a dar una vuelta para reconocer el lugar que sería mi residencia durante los siguientes dos meses.

Albalate tiene una torre de construcción árabe en su plaza, junto al palacio medieval de los Señores de Eril, que luego fue de los Moncada
.
Una de las curiosidades del lugar era que el Viernes Santo sacaban el Santo Entierro en procesión, y cuando llegaban a la plaza lo colocaban en el suelo y hacían pasar a todos los niños nacidos ese año en el pueblo por encima del ataúd santo, en la creencia de que serían protegidos durante toda la vida. Muchos niños nacidos en la comarca también eran pasados sobre “La tumba”, tal como la llaman.

Me encontré una plaza abandonada llena de yerbajos en cuyo centro se alzaba un monumento a Miguel Fleta, nacido en 1897 en el pueblo y fallecido 41 años más tarde después de haber dado la vuelta al mundo como el mejor tenor de su tiempo. Fue el primer español que cantó y deslumbró en la Scala de Milán, donde, dirigido por el maestro Toscanini, estrenó la obra de Puccini, “Turandot,” la del E lucevan Estelle y su fragmento Nessun Dorma, la misma canción que hace unos meses elevó a la fama a Paul Potts, el concursante inglés.





Aunque fue un hombre republicano, luego se pasó al bando de Jose Antonio, se afilió a la Falange y fue usado y presentado en la prensa nacional y en el No-Do como adepto al Régimen. Tal vez por eso nadie me habló de él en todo el tiempo que permanecí en el pueblo.


El palacio de los Moncada estaba cerrado, pero días más tarde lo pude visitar y admirar las pinturas extrañas que cubren las paredes del torreón. Estas pinturas me inspiraron para escribir el relato que podéis leer en el archivo del mes de abril del año 2007 bajo el título: Frescos del torreón de Albalate. Había a pie de carretera un bar que tenía tras la barra a una rusa despampanante que se esforzaba por mostrar sus encantos ante los ojos lujuriosos de los clientes que atestaban el local, bajo la estrecha y complacida vigilancia del dueño, su novio; una sucursal bancaria, dos tiendas de alimentación, una pequeña bodega de vino Transmontano y un puesto de socorro en la carretera. No observé nada más de interés.
En Madrid los compañeros de la empresa me habían dicho: “Te vas a aburrir como una ostra. Es un pueblo de mierda, no tiene nada, sólo un par de bares y un hostal".


Montañas de papel esperan junto a la depuradora para ser recicladas
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Lo que más llamó mi atención fue el objetivo de la obra que íbamos a realizar en la factoría de papel: querían aprovechar el gas que producía la descomposición de las aguas y materias vertidas en la depuradora de la factoría para autoabastecerse en el funcionamiento de la caldera, la calefacción y las máquina de la fábrica, con el consiguiente ahorro de electricidad

Panorámica tomada desde la cima del depósito. Al fondo, Las Ripas
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Ese gas es el Metano, un metaloide que se produce por descomposición de la materia orgánica. Se encuentra en las aguas estancadas en zonas pantanosas. Si escarbamos en ellas con un palillo y vemos salir unas burbujitas, sabemos que es gas Metano. Se empleaba para realizar soldaduras antes de la llegada del Acetileno y del Hidrógeno. De ahí que la idea de aprovecharlo sacándolo de las aguas fétidas de una depuradora me entusiasmase tanto que acepté gustoso participar en el proyecto.


Safe Creative #0907074086247 El depósito en plena construcción
Pagué mi precio: las prisas por acabar a tiempo el día 4 de diciembre y regresar a casa y disfrutar con la familia del puente de la Constitución, originó un desgraciado accidente: un paquete se soltó de la grúa, cayó sobre la barandilla donde yo apoyaba mi mano derecha y me la aplastó. Desde entonces vivo apasionadamente una aventura con una prótesis instalada dentro de mi muñeca que disfruta en todo momento de mi cariñosa atención.
A veces, cuando va a cambiar el tiempo, siento un dolorcillo en la mano y me viene el recuerdo del accidente. Y la bella imagen de Inés elegantemente vestida y plantada como una diosa en la entrada del comedor, orgullosa y altiva, recibiendo y dirigiendo a los clientes a sus respectivas mesas. En ningún otro sitio, de los muchos que por mi trabajo me ha tocado conocer, he comido tan bien.
Lo único malo, lo que me ha impedido regresar alguna vez de visita turística ahora que tengo tiempo, es el servicio de mesas y habitaciones del hostal, dirigido por una joven colombiana sin modales ni educación, engreida y respondona que logró con su actitud dividir a nuestro grupo y hacer que se fueran a otro hostal en Monzón: preferían hacer 40 kms diarios para ir al trabajo que soportar aquel ejemplar de la selva.¡Y era la preferida de Inés!

Allí hice algunas amistades, con las que me comunico a veces, como el motero Manuel Pons
. ¿Queréis escuchar el sonido de su moto? Copiad y pegad en el buscador el enlace siguiente:
http://www.tinet.org/~map/moto.html









lunes, junio 08, 2009

EL PODER DE LA MENTE



Vergel (Alicante). Año 1962.
Me habían invitado a comer paella en casa de mi novia: “Mi madre me ha dicho que el domingo vengas a comer a casa. Dice que es mejor que hablemos donde ella pueda vernos que en los portales y esquinas de la calle”, me dijo la chica.
Yo me sorprendí, pues sabía que sus padres me detestaban, que deseaban algo mucho mejor para su hija que un pobre andaluz que no tenía donde caerse muerto. Había un chico valenciano, futuro heredero de una finca de diez hectáreas de naranjos en plena producción, amigo de la familia de mi novia, que estaba prendado de ella y entraba y salía de su casa como si fuera la propia, cosa que a mí me estaba vedada aún.
Nada más llegar intuí que pasaba algo, pues mi novia se hallaba al fondo del pasillo muy seria y con los ojos rojos, como de haber llorado. Alguien, apostado detrás de la puerta, la cerró cuando entré. Era su tío Francisco: un hombre fornido, de treinta y tres años, mucho más alto que yo, de ojos azules y pelo ensortijado impregnado de brillantina, quien, sin mediar palabra, me arreó un puñetazo que me tiró al suelo. Patadas y golpes indiscriminados me llegaban de todos lados. Mi novia chillaba al fondo del pasillo, presa de un ataque de nervios. “Esto es para que sepas que no debes acercarte más a mi hija, que no queremos verte más junto a ella ni que le escribas”, gritaba la madre enfurecida.
Finalmente, el padre, tan buen hombre como calzonazos, apartó a su cuñado y me ayudó a levantarme.
Yo me fui a casa caminando tres kilómetros, pues no me encontraba bien para conducir mi motocicleta, una GAC, negra, de 70 c.c.

Cuando llegué a mi casa con el rostro ensangrentado y deforme, la camisa rota y sucia, mi madre dio un grito y se quedó mirándome cubriéndose la boca con las dos manos. Mi padre me llevó al cuartel de carabineros de la cercana playa y puso una denuncia. Al regresar a casa, mi madre no estaba: había ido ella sola a enfrentarse a la familia de mi novia. Días más tarde, ésta me contaba que mi madre se había plantado delante de la casa y llamó a gritos a su madre y a su tío. Cuando ambos salieron, les dijo:

“¿No les da vergüenza tender una trampa para pegarle así a un chiquillo? ¡Yo os juro que el que le ha puesto la cara así a mi hijo nunca más podrá pegar a nadie con esas manos!”

No sé si sería casualidad, pero no habían pasado tres semanas cuando la polea del motor de la empresa en que trabajaba el tío de mi novia le atrapó los brazos y se los cortó. Esta historia es comprobable:
Este hombre lleva desde entonces vendiendo cupones de la ONCE en Denia (Alicante), Se llama Francisco G. Es natural de Villarrobledo, y vivía desde hacía varios años en Vergel. Hace cinco años estuve en ese pueblo en casa de mi hermano, y me dijo que Francisco aún vivía.


Desde aquél día me interesé por los poderes paranormales, (la brujería, como decía mi madre): telepatía, sugestión, hipnotismo, videncia… Me compraba libros especializados en esos temas, y ponía en práctica los ejercicios que sugerían sus páginas. Sin resultado.

Años más tarde, en París, asistí a un curso en una escuela de Ciencias Paranormales, con la intención de aprender a hipnotizar y conseguir por ese medio doblegar al más pintado; pero el profesor me dijo que eso no era ético y, además, imposible: para hipnotizar a una persona se requiere el consentimiento y predisposición de ésta; no se puede hipnotizar a alguien contra su voluntad.
Y dejé de interesarme en esa asignatura.

Pero me inicié en otros poderes de la mente que no requieren la aprobación de nadie: telepatía, visualización, autosugestión, videncia… y magia negra.
¿No sucede a veces que alguien esté pensando en una canción y la persona que está al lado la cante?, o qué vaya a decir algo y otro se le adelante, o que tenga ganas de bostezar y a otros se les abra la boca… Eso es simpatía telepática involuntaria, lo que popularmente se conoce como transmisión de pensamiento.
Lo ideal es saber provocar esa transmisión cuando se precise. En aquella escuela enseñaban a hacerlo.

En Sudáfrica asistí a una sesión de vudú y comprobé que seguía las mismas pautas que había aprendido en aquella escuela, sólo que no ya no hace falta sacrificar animales en rituales crueles: todo se realiza con la mente. Lo que se requiere es la concentración, el deseo y la frase adecuada en el momento preciso.

Pero lo que más me llamó al atención en aquella ocasión fue un dibujo hecho con piedras en el suelo de la cabaña: era el escudo protector del hechicero.
Yo tengo un escudo protector que actúa automáticamente: si alguien me hace mucho daño, éste se vuelve contra él.

Ejemplos:
Hubo en Jerez un empresario que logró que Dragados y sus empresas subcontratistas me pusieran en una lista negra para que no encontrase trabajo. Y todo eso porque él me debía trescientas mil pesetas, de las de 1983, y lo llevé a Magistratura.
Gracias a sus gestiones, estuve trece años sin poder trabajar en el sector naval en la Bahía de Cádiz, y me tuve que marchar otra vez a recorrer el mundo con la maleta a cuestas: Madrid, Huesca, Salamanca, Cáceres, Málaga, Pontevedra, Almería…
Seis meses después de inscribirme en la lista negra, el empresario sufrió un infarto mientras conducía su coche para ir a trabajar.

En el año 2000, hubo un encargado en Astilleros que no me dejaba entrar en ninguna empresa de la factoría, pues cuando se enteraba de que me habían contratado les contaba mi aventura en Dragados y las empresas me despedían enseguida.
Él, a pesar de ser un recomendado, también fue sucesivamente despedido de todos sus puestos, algunos muy buenos en la Junta de Andalucía, hasta que finalmente falleció de un infarto.

Un compañero que fue pagado por la dirección de la empresa Bahía Industrial para provocarme cuando yo ejercía de Presidente del Comité de Empresa, que me agredió físicamente y declaró en mi contra para que revocasen mi mandato y pudieran echarme, fue despedido tras seis meses de baja por sufrir un infarto. Vivía con una válvula. hace tiempo que no le veo.

Puras coincidencias, dirán ustedes. Y seguro que aciertan.

Conocer los fenómenos paranormales me ha procurado algunas cosas buenas también a lo largo de mi vida.

Todo el que ha estudiado estas prácticas misteriosas sabe que no debe usarlas malévolamente ni como venganza, que es Dios, o El Poder, quien pone a cada uno en su lugar. 
Debe mostrarse amable y atento con el prójimo, perdonar sus ofensas y desearle siempre lo mejor. Sabe que tampoco puede pedir dinero ni riquezas para sí mismo. Es inútil, pues, intentar acertar una quiniela o la lotería Primitiva, por ejemplo. Pero sí se puede acertar un resultado de partido de fútbol si se dan las condiciones de silencio y relax que requiere el ejercicio. El Real Madrid—Barcelona yo había apuntado 0- 4. No es el resultado exacto de goles lo que se debe valorar, sino el hecho de ganar por goleada en campo contrario.
El poder de la Mente, esa desconocida, es prodigioso.


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