lunes, noviembre 16, 2009

LA MARCHA VOLANTE


Dijo Ortega y Gaset: «Yo soy yo y mis circunstancias». Y eso aplica a cada cual. También a mí, cómo no. Ahora que se aproxima el 20 de noviembre, aniversario de la muerte de Jose Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, en la que estuve obligatoriamente afiliado durante el tiempo que permanecí en el Instituto de Formación Profesional, quiero volver a colgar aquí el artículo que narra una experiencia inolvidable de mi niñez como miembro de ella, que inculcó en mí un valor que hoy día se añora: el compañerismo abnegado.


LA MARCHA VOLANTE

fotos de internet

Mes de junio de 1959. Vacaciones en el campamento juvenil de Cortes de la Frontera de la IX Promoción de la Escuela de Formación Profesional «Francisco Franco». Málaga.

El gran número de escorpiones y tarántulas que habitaban el parque de encinas, alcornoques y lentiscos obligó a las autoridades a montar el campamento sobre una plataforma de albero de cien metros de larga, cincuenta de ancha y dos metros de altura, construida en la cima de la sierra. En la parte norte se hallaban las tiendas de los jefes y el botiquín; en la parte izquierda se contaban siete tiendas de campaña, y otras tantas en el lado derecho. Cada una de ellas estaba ocupada por una “escuadra”, es decir: siete personas. Las 14 escuadras que habitaban el campamento formaban la «Centuria Guerrero Castillo».


En medio se alzaba un mástil de quince metros de altura, donde ondeaba a la bandera de España.

Eran las cuatro de la mañana cuando la corneta tocó diana. Nos levantamos apresuradamente, preguntándonos qué demonios sucedía para que nos convocasen tan temprano



Cinco minutos más tarde, los cien miembros de la centuria se presentaban firmes delante de sus respectivas tiendas de campaña. El jefe pasó revista de una punta a otra. «Sin novedad», exclamaban los jefes de escuadras al pasar por delante de sus respectivas tiendas. Una vez pasada la revista, el jefe de centuria leyó la Orden del Día:


«Después de desayunar marcharemos hasta la Cueva de las Piletas, sita en Benahoján, a unos treinta kilómetros del campamento. Cada escuadra llevará los utensilios necesarios para la marcha: platos, vasos, cubiertos, y agua. La comida se facilitará en el lugar de destino por el Ayuntamiento de la ciudad anfitriona. Los componentes de cada escuadra, se turnarán en la labor de transportar los utensilios que usarán sus compañeros.»


Luego comenzó a izar la bandera mientras todos nosotros cantábamos el «Cara al Sol » con el brazo extendido a la altura de los ojos. Al grito de «¡Rompan filas!», cada cual se fue corriendo a las duchas y a los servicios. A las cinco en punto, tras ingerir con prisas el desayuno, iniciamos la marcha hacia la cueva.
Mi tienda era la última de la derecha y como se comenzó a formar la fila por la parte de la izquierda, resultó que nosotros éramos los últimos de la columna de cadetes que caminaba por la vereda hacia el destino programado. Al cabo de un tiempo de marcha noté que la bota me hacía daño. Y llegó mi turno para llevar el macuto con los utensilios de la comida. Debido al peso del macuto y a la rozadura del pie, me fui rezagando.


Poco a poco me fui alejando de todos. La orden era de relevar al camarada que fuese cargado con el macuto de los utensilios cada media hora; pero como me hallaba lejos, nadie venía a relevarme. La distancia se fue ampliando y llegó un momento que me quedé solo, sin ver a nadie, sin saber por dónde estaba el resto del grupo.
Me preocupé mucho al verme
solo en la montaña, cargado y con una rozadura dentro de la bota que me hacía imposible continuar caminando.


Estaba amaneciendo, el sol aparecía ya por encima de la línea de la sierra de Ronda, llenando el paisaje de tonos anaranjados. No se veía a nadie delante de mí. Calculé en unos dos kilómetros la distancia que me separaba de mis compañeros, pues ésta era, más o menos, la longitud de la senda que aparecía ante mí sin rastro de ellos. Pensé que éstos se habían dado cuenta de mi ausencia, pero como a ellos les beneficiaba, porque así no tenían que relevarme de mi carga, no se daban por enterados.
No podía más. Decidí sentarme a descansar y abandonar la visita a la cueva. A la vuelta me encontrarían en el mismo sitio que me había detenido, pensé. Fue en ese momento que me resbalé y caí rodando por la pendiente del monte. Me detuve a unos diez metros de la senda




Sentía un fuerte dolor en la pierna y en la cabeza, sangraba por la nariz y tenía arañazos en los brazos. Tuve miedo de no poder salir de allí, y comencé a llorar. No podía mover la pierna derecha, el tobillo se había hinchado y me dolía terriblemente. Una hora más tarde, quizás para espantar al miedo, comencé a cantar en voz alta un himno que cantábamos en los desfiles del Instituto:

Al cielo se alzan
Canciones que salen del alma,
y el viento las lleva por ahí.
¡Que en España, en España,
comienza a amanecer!
Al cielo se alzan felices promesas
Y hasta las estrellas encienden mi fe.
¡Gloria, gloria! ¡Gloria y victoria!
Con el cuerpo y con el alma,
con las armas en la mano.
Por la Patria.

De
pronto me asusté al sentir un ruido; pensé que algún animal salvaje venía a atacarme, y grité: ¡Socorrooo!

– ¡No temas, camarada, aquí estamos!
Miré hacia arriba,
y vi a un grupo de compañeros que bajaban a recogerme. El jefe de centuria me examinó y vio el estado en que me hallaba. Miró alrededor y percibió que no había ramas ni ningún material apto para construir una camilla. Entonces gritó:
– ¡Un voluntario para llevar a cuestas al camarada!
– ¡Presente! –, gritaron cien voces a la vez.


Uno de ellos, de diecisiete años, me puso sobre sus hombros, con una pierna colgando a cada lado de su pecho, y me llevó así durante media hora; luego, otro le relevaba, y así llegamos hasta la cueva.
La Cueva de las Piletas era una maravilla recién descubierta, cuya entrada se hacía por arriba y una vez dentro se bajaba hasta cuatro plantas. Contenía pinturas murales y preciosas figuras de estalactitas y estalagmitas que semejaban a personas y animales. El agua era abundante y formaba grandes pilas, de ahí su nombre. Acostada en un nicho de la tercera planta se hallaba el esqueleto fosilizado de una mujer, cuya antigüedad calculaban en unos diez mil años.


El Ayuntamiento de Benahoján nos obsequió con un almuerzo al aire libre y luego regresamos en tren hasta la estación de Cortes.
Al bajar del tren, el jefe de la expedición me dijo que iba a llamar a un taxi para que me llevase hasta el campamento, pero yo le dije que preferiría irme con mis compañeros.


– ¡Pero si no puedes andar!–, exclamó él.
– Nos arreglaremos, camarada–, le dijo mi jefe de tienda.


Y así regresamos. Atado a una cuerda por la cintura y remolcado por mis compañeros, subí los ocho kilómetros que separaban la estación de RENFE del campamento.


FIN

12 comentarios:

  1. Hola Juan, me gustó mucho tu cuento y hasta me dolierón los pies solo de pensar lo que sufriste.
    Estoy casi segura que hoy la gente ya no sabe lo que es ser compañero para nada en esta vida de corrida hacia no se sabe donde que todo atropella muchas veces sin decencia ni respecto al proximo.

    Eso no era la mili pero se parece, dicen que los amigos de la mili son para toda la vida, por algo será!!

    Siempre un gusto enorme leer tus relatos.

    Besos
    Flor

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  2. Muy bien escrito, muy transmisivo y super interesante Juan.
    Un gustazo leerte.
    Cariños!

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  3. Un relato excepcional!!! Imaginaba tu rostro, tus pies, tu espalda y tu sentido de la creatividad al ponerte a cantar.
    Cosas de la vida. Esas que con el tiempo nos vamos dando cuenta que son las que nos constituyeron y nos marcaron como las personas que hoy somos.

    abrazos

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  4. No pude vivir esa vida de campamentos, y lo siento, porque cuando se es adolescente se vive un compañerismo fantástico y se viven experiencias inolvidables. Cuando tuve hijos adolescentes les enrolé en los boys scouts y lo pasaron divinamemte. Eso sí, no tenían esas canciones tan espléndidas ded la falange.

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  5. Hola!!!!

    Juan amigo de la cibernética, ¿Cómo estas??, yo visitándote y admirando tus narraciones, que hermosos paisajes, España me atrae, será por mis abuelos……
    Cuanto influye lo que hacemos de niños, nos sive para toda la vida................que tengas una buena semana.

    Un abrazo de oso.

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  6. Gracias Flor, tu siempre tan amable.
    Es cierto, parecía la mili, hacíamos guardia y todo en el campamento, y mucho ejercicio.

    Tengo otras anécdotas de esos años.
    De ese viaje a la cueva me inspiré para escribir un fragmento de mi novela, "La pista del lobo".
    Un beso

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  7. Hola, Sol Imaginario,muchas gracias por tus palabras; también yo he disfrutado leyendo tu fantástico relato de los pinceles; luego te comento. Un abrazo

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  8. Susuro, es cierto: esas cosas de la vida quedan marcadas y modelan nuestra manera de actuar y de pensar.
    Me alegro de que esté mejor. Un beso

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  9. Hola, Fernando: esos campamentos de los Boys Scouts sucedieron a los del Frente de Juventudes. Eran casi lo mismo, pero desprovistos de la ideología política del Régimen.
    Fue una experiencia magnífica estar allí. Fui durante tres años un mes después del curso escolar.
    Un abrazo

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  10. Hola Común, qué alegría verte de nuevo por aquí.
    Me alegro de que te guste el relato. Lo que haces tú en tu país para proteger la Naturaleza sí que es extraordinario y digno de imitar.
    Gracias por pasar.
    Un beso

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  11. Juan esta historia ya la había leído antes pero me ha divertido tanto al releerla como sucedió la primera vez.
    un gusto leerte.

    mario

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  12. Hola, Mario: Es cierto, la puse por primera vez el año 2005 cuando estábamos en el foro literario Bibliotecas Virtuales. Muchas gracias por pasar. Un abrazo

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