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Mes de junio de 1959. Vacaciones en el campamento juvenil de Cortes de
El gran número de escorpiones y tarántulas que habitaban el parque de encinas, alcornoques y lentiscos obligó a las autoridades a montar el campamento sobre una plataforma de albero de cien metros de larga, cincuenta de ancha y dos metros de altura, construida en la cima de la sierra. En la parte norte se hallaban las tiendas de los jefes y el botiquín; en la parte izquierda se contaban siete tiendas de campaña, y otras tantas en el lado derecho. Cada una de ellas estaba ocupada por una “escuadra”, es decir: siete personas. Las 14 escuadras que habitaban el campamento formaban la «Centuria Guerrero Castillo».
En medio se alzaba un mástil de quince metros de altura, donde ondeaba a la bandera de España.
Eran las cuatro de la mañana cuando la corneta tocó diana. Nos levantamos apresuradamente, preguntándonos qué demonios sucedía para que nos convocasen tan temprano
Cinco minutos más tarde, los cien miembros de la centuria se presentaban firmes delante de sus respectivas tiendas de campaña. El jefe pasó revista de una punta a otra. «Sin novedad», exclamaban los jefes de escuadras al pasar por delante de sus respectivas tiendas. Una vez pasada la revista, el jefe de centuria leyó
«Después de desayunar marcharemos hasta
Luego comenzó a izar la bandera mientras todos nosotros cantábamos el «Cara al Sol » con el brazo extendido a la altura de los ojos. Al grito de «¡Rompan filas!», cada cual se fue corriendo a las duchas y a los servicios. A las cinco en punto, tras ingerir con prisas el desayuno, iniciamos la marcha hacia la cueva.
Mi tienda era la última de la derecha y como se comenzó a formar la fila por la parte de la izquierda, resultó que nosotros éramos los últimos de la columna de cadetes que caminaba por la vereda hacia el destino programado. Al cabo de un tiempo de marcha noté que la bota me hacía daño. Y llegó mi turno para llevar el macuto con los utensilios de la comida. Debido al peso del macuto y a la rozadura del pie, me fui rezagando.
Poco a poco me fui alejando de todos. La orden era de relevar al camarada que fuese cargado con el macuto de los utensilios cada media hora; pero como me hallaba lejos, nadie venía a relevarme. La distancia se fue ampliando y llegó un momento que me quedé solo, sin ver a nadie, sin saber por dónde estaba el resto del grupo.
Me preocupé mucho al verme solo en la montaña, cargado y con una rozadura dentro de la bota que me hacía imposible continuar caminando.
Estaba amaneciendo, el sol aparecía ya por encima de la línea de la sierra de Ronda, llenando el paisaje de tonos anaranjados. No se veía a nadie delante de mí. Calculé en unos dos kilómetros la distancia que me separaba de mis compañeros, pues ésta era, más o menos, la longitud de la senda que aparecía ante mí sin rastro de ellos. Pensé que éstos se habían dado cuenta de mi ausencia, pero como a ellos les beneficiaba, porque así no tenían que relevarme de mi carga, no se daban por enterados.
No podía más. Decidí sentarme a descansar y abandonar la visita a la cueva. A la vuelta me encontrarían en el mismo sitio que me había detenido, pensé. Fue en ese momento que me resbalé y caí rodando por la pendiente del monte. Me detuve a unos diez metros de la senda
Sentía un fuerte dolor en la pierna y en la cabeza, sangraba por la nariz y tenía arañazos en los brazos. Tuve miedo de no poder salir de allí, y comencé a llorar. No podía mover la pierna derecha, el tobillo se había hinchado y me dolía terriblemente. Una hora más tarde, quizás para espantar al miedo, comencé a cantar en voz alta un himno que cantábamos en los desfiles del Instituto:
Al cielo se alzan
Canciones que salen del alma,
y el viento las lleva por ahí.
¡Que en España, en España,
comienza a amanecer!
Al cielo se alzan felices promesas
Y hasta las estrellas encienden mi fe.
¡Gloria, gloria! ¡Gloria y victoria!
Con el cuerpo y con el alma,
con las armas en la mano.
Por
De
– ¡No temas, camarada, aquí estamos!
Miré hacia arriba, y vi a un grupo de compañeros que bajaban a recogerme. El jefe de centuria me examinó y vio el estado en que me hallaba. Miró alrededor y percibió que no había ramas ni ningún material apto para construir una camilla. Entonces gritó:
– ¡Un voluntario para llevar a cuestas al camarada!
– ¡Presente! –, gritaron cien voces a la vez.
Uno de ellos, de diecisiete años, me puso sobre sus hombros, con una pierna colgando a cada lado de su pecho, y me llevó así durante media hora; luego, otro le relevaba, y así llegamos hasta la cueva.
La Cueva de las Piletas era una maravilla recién descubierta, cuya entrada se hacía por arriba y una vez dentro se bajaba hasta cuatro plantas. Contenía pinturas murales y preciosas figuras de estalactitas y estalagmitas que semejaban a personas y animales. El agua era abundante y formaba grandes pilas, de ahí su nombre. Acostada en un nicho de la tercera planta se hallaba el esqueleto fosilizado de una mujer, cuya antigüedad calculaban en unos diez mil años.
El Ayuntamiento de Benahoján nos obsequió con un almuerzo al aire libre y luego regresamos en tren hasta la estación de Cortes.
Al bajar del tren, el jefe de la expedición me dijo que iba a llamar a un taxi para que me llevase hasta el campamento, pero yo le dije que preferiría irme con mis compañeros.
– ¡Pero si no puedes andar!–, exclamó él.
– Nos arreglaremos, camarada–, le dijo mi jefe de tienda.
Y así regresamos. Atado a una cuerda por la cintura y remolcado por mis compañeros, subí los ocho kilómetros que separaban la estación de RENFE del campamento.
FIN
Hola Juan, me gustó mucho tu cuento y hasta me dolierón los pies solo de pensar lo que sufriste.
ResponderEliminarEstoy casi segura que hoy la gente ya no sabe lo que es ser compañero para nada en esta vida de corrida hacia no se sabe donde que todo atropella muchas veces sin decencia ni respecto al proximo.
Eso no era la mili pero se parece, dicen que los amigos de la mili son para toda la vida, por algo será!!
Siempre un gusto enorme leer tus relatos.
Besos
Flor
Muy bien escrito, muy transmisivo y super interesante Juan.
ResponderEliminarUn gustazo leerte.
Cariños!
Un relato excepcional!!! Imaginaba tu rostro, tus pies, tu espalda y tu sentido de la creatividad al ponerte a cantar.
ResponderEliminarCosas de la vida. Esas que con el tiempo nos vamos dando cuenta que son las que nos constituyeron y nos marcaron como las personas que hoy somos.
abrazos
No pude vivir esa vida de campamentos, y lo siento, porque cuando se es adolescente se vive un compañerismo fantástico y se viven experiencias inolvidables. Cuando tuve hijos adolescentes les enrolé en los boys scouts y lo pasaron divinamemte. Eso sí, no tenían esas canciones tan espléndidas ded la falange.
ResponderEliminarHola!!!!
ResponderEliminarJuan amigo de la cibernética, ¿Cómo estas??, yo visitándote y admirando tus narraciones, que hermosos paisajes, España me atrae, será por mis abuelos……
Cuanto influye lo que hacemos de niños, nos sive para toda la vida................que tengas una buena semana.
Un abrazo de oso.
Gracias Flor, tu siempre tan amable.
ResponderEliminarEs cierto, parecía la mili, hacíamos guardia y todo en el campamento, y mucho ejercicio.
Tengo otras anécdotas de esos años.
De ese viaje a la cueva me inspiré para escribir un fragmento de mi novela, "La pista del lobo".
Un beso
Hola, Sol Imaginario,muchas gracias por tus palabras; también yo he disfrutado leyendo tu fantástico relato de los pinceles; luego te comento. Un abrazo
ResponderEliminarSusuro, es cierto: esas cosas de la vida quedan marcadas y modelan nuestra manera de actuar y de pensar.
ResponderEliminarMe alegro de que esté mejor. Un beso
Hola, Fernando: esos campamentos de los Boys Scouts sucedieron a los del Frente de Juventudes. Eran casi lo mismo, pero desprovistos de la ideología política del Régimen.
ResponderEliminarFue una experiencia magnífica estar allí. Fui durante tres años un mes después del curso escolar.
Un abrazo
Hola Común, qué alegría verte de nuevo por aquí.
ResponderEliminarMe alegro de que te guste el relato. Lo que haces tú en tu país para proteger la Naturaleza sí que es extraordinario y digno de imitar.
Gracias por pasar.
Un beso
Juan esta historia ya la había leído antes pero me ha divertido tanto al releerla como sucedió la primera vez.
ResponderEliminarun gusto leerte.
mario
Hola, Mario: Es cierto, la puse por primera vez el año 2005 cuando estábamos en el foro literario Bibliotecas Virtuales. Muchas gracias por pasar. Un abrazo
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