jueves, agosto 17, 2006

LA ÚLTIMA FOTO

Pinchar sobre la foto para verla a tamaño natural.


Nueva York no es Madrid, ni mucho menos Cádiz.

En septiembre hace frío en Nueva York; en Cádiz las personas aún se bañan en las playas.

Los 150 mil turistas que a diario acudían a visitar el Word Trade Center en el mes de septiembre iban abrigados; sabían que tendrían frío allá arriba, en las terrazas situadas sobre los 110 pisos de oficinas de cada torre, donde trabajaban 50 mil personas.

Ese día, un joven vestido con yérsey, cazadora y un gorro de lana cubriendo su cabeza, se dirigió a uno de los 120 ascensores de la torre norte, dispuesto a ver la ciudad desde 417 metros de altura. Sobre la espalda llevaba una mochila con sus cosas personales, entre ellas una buena máquina fotográfica clásica. El ascensor, con capacidad para cincuenta personas, lo elevaría sobre la ciudad a una velocidad de 22 pulgadas por segundo.

Era un visitante más de entre los miles que subían a diario, pero éste llenó las páginas de toda la prensa mundial, por si alguien podía identificarlo. Era el Señor X.

¿Quién era el hombre que se apoyaba en la baranda de la torre tan temprano?

¿Estaba de vacaciones? ¿Viaje de boda? O, simplemente, estaba de paso por la ciudad y quiso visitar el edificio más importante de América, el símbolo del bienestar y la prosperidad de EE.UU.

¿Quién era la persona a quien le entregó su cámara para que le fotografiase?, ¿un turista anónimo?, ¿un amigo? ¿Su novia o esposa?, ¿algún miembro de su familia?

La vista que aparecía ante sus ojos era impresionante desde aquella terraza, y por nada del mundo dejaría de atrapar esa imagen. Una fotografía que guardaría siempre, que mostraría a familiares, amigos… y que algún día enseñaría con orgullo a sus hijos y nietos,

La persona que manejaba la cámara estaba ajustando la imagen cuando, de pronto, apareció en el visor de la máquina un enorme avión, precioso, brillando con la débil luz solar que se filtraba a través de la neblina de la recién estrenada mañana.

— ¡Note muevas, es una vista genial!, gritó el fotógrafo accidental, segundos antes de asimilar lo que estaba viendo a través del objetivo.

El joven se quedó quieto y sonrió.

¡Clic! ¡Clic!

La imagen quedó impresionada en el carrete. Y la fecha.

Fue la última foto que captó la máquina, la última que se hizo el Señor X.

Durante las milésimas de segundo que tardó el obturador de la máquina en cerrarse, el avión llegó a su destino. A partir de ahí, el caos.

El carrete lo encontraron los agentes del FBI entre los escombros, dentro de una máquina aplastada.

El Horror, atrapado en un clic de milésimas de segundo, testigo de cargo para la Historia.

Señor X: descanse en paz…





martes, agosto 08, 2006

La lotería


Después de aguantar durante treinta años que en todas partes le tocasen los huevos, a mi hermano mayor le tocó la Lotería de Navidad el año pasado. Enseguida llegaron a su casa cientos de personas, la mayoría desconocidas, y las pocas que mi hermano conocía entre ellas eran directores de cajas de ahorros y de bancos que antes no habían querido concederle la hipoteca para comprarse un campito para sembrar tomates, pimientos y lechugas para sus ensaladas.
Lo primero que hizo mi hermano Eusebio fue llamarme a mí, su “hermanito chico”, y me dijo que me iba a publicar todos mis escritos, hasta aquellos versos que yo escribía con rotulador en la pared de los lavabos de la oficina, que para eso eran míos y yo los había inventado.
– ¡Ya tienes tu futuro azegurao! –me dijo por teléfono.
Y al  día siguiente me puse en camino hacia Valencia para verlo y felicitarle por la suerte que Dios le había concedido.
—¿Dio?, ¿qué Dio? –me contestó con los ojos rojos y muy alterado cuando se lo dije –. Ni Dio ni la hoztia, que he zío yo quien a comprao er número que ha zalío.¡Habraze vizto? O zea, que cuando yo estoy harto de pazá nececidade, nadie za acordao de mí, y cuando tengo la zuerte de que m´a tocao el gordo tengo que agradecécelo a Dio? ¡Zi el dio, yo no doy ná para ezo cuervo veztío de negro que man pedío dinero para laz micione de ello en África. Yo he decidío hacé un regalo a una fundación de eza que zon zin ánimo de lucro. Ze llama FAPLEMUSE, la Fundación de Ayuda para lo Enfermo Mentale de Uno Secenta de altura; ni un centímetro má.
—Pero, Eusebio, ¿qué clase de fundación es esa? Jamás he oído tal nombre. ¿Estás seguro de que eso existe?
—Zegurízimo. Tú no zabe ná porque nunca entra en lo banco, tú lo paga tó con la tarjeta. Pero zi alguna vez te cuela en una caja de ahorro verá, junto a la ventanilla, cuatrocienta hucha para echá la calderilla que te zobra, o mejó dicho: que te dan zuelta, porque zobrá no zobra ná. Una dice en un letrerillo que é para el hambre; otra para el Zida; otra para el Cánce; otra para lo probe de África, otra para lo probe de América; para loz enfermo de Alceime, pa lo de la mente corta, pa lo que tienen mucha cabeza, para lo que no la tienen; otra para el directó, que quiere pagarle una cena a la cajera en el hoté Rey Don Jaime; otra para lo concejero de la caja, ezo político que no zaben ná de cuenta, pero zon nombrao concejero con un zalario de un kilo menzuá para aconcejarle al director adónde debe de invertil el dinero y podé pagá la propaganda electorá de zu partío político a fondo perdío, po ya ze zabe que ezo tío no devuelven el dinero nunca y lo banco acaban por peldonárzelo… Y azí hazta cuatrocienta hucha. Yo ya elegío eza que te he dicho, porque allí eztá el hijo del Manué, el vecino del quinto. Y tó zon igualito: miden 1´60 de altura. Al que crezca, lo echan para la calle.
—Bueno, tú verás lo que haces; tuyo es el dinero –le contesto.
Tres días más tarde, mi hermano me pide que lo acompañe al FAPLEMUSE para comprobar in sito las necesidades del centro. No pudimos ir antes porque no teníamos el atuendo adecuado para un acto de esa categoría, donde nos íbamos a encontrar con el Rey, que se encontraba en Valencia presenciando la Competición Mundial de Vela, la Alcaldesa de la ciudad y varios miembros de la Generalitat.
Eusebio me llevó a El Corte Inglés para que nos tomasen las medidas para un traje bueno y moderno, “Como el  del Cloney, el artizta que zale en la tele anunciando traje que no ze arrugan ni zaltando tapia”, dijo mi hermano.
Esta mañana, vestidos con nuestros flamantes trajes de Máximo Dutti, hemos entrado en el salón del hospital, en donde nos esperaba la Alcaldesa, con cara de caballo (¿Por qué son tan feas las alcaldesas y las mujeres que ostentan cargos en la política española?), la directora, los médicos y enfermeros del centro. Allí le han dado un papel al Rey que ha leído pausadamente y equivocándose, como siempre, en un tono que hizo bostezar a más de uno. Cuando finalizó su discurso todos aplaudieron enfervorizados por eso, porque había terminado. Él lo sabe y pasa de todos, para eso es el Rey y termina cuando le da la gana.
Seguidamente fuimos en grupo a visitar las salas donde se encontraban los enfermos. Todas estaban vacías, los enfermos se habían reunido en el salón de actos en asamblea para pedir mejoras, aprovechando que el Rey en persona les visitaba.
Cuando entramos en el salón vimos de pie a un hombre disfrazado de Napoleón, con el brazo doblado sobre el pecho y la mano dentro del abrigo, al igual que hacía el Emperador. Todos los demás le rendían homenaje con una rodilla en tierra y la cabeza agachada. Todos nos quedamos pasmados. El Rey cuchicheó algo en el oído del director del centro y éste se encaró con el enfermo y le preguntó:
—¿Tú qué haces vestido de esa forma?
—Soy Napoleón Bonaparte, el Emperador.
—¿Sí? ¿Quién te lo ha dicho, amigo?
—Me lo ha dicho Dios en persona.
¿Yooooooo? ¡Yo no he dicho nada! –Gritó un enfermo que estaba allá al fondo.
En ese momento mi hermano me miró y me dijo:
 ¿Tú ve, te da cuenta? Aquí é donde verdaderamente me necezitan. Aquí dejaré mi donativo.
Luego seguimos visitando las instalaciones y vimos en un patio central que unos hombres hacían cola para trepar por una farola y al llegar arriba sacaban un lápiz que llevaban sobre la oreja y escribían algo sobre la pantalla de la farola. Cuando acababan de escribir guardaban el lápiz en su sitio y se deslizaban por el poste hasta abajo. Luego otro hacía lo mismo. Uno detrás de otro. El Rey se volvió hacia el director y le preguntó:
—¿Qué es lo que escriben allí arriba? Quiero saberlo.
Y el director de mala gana, pero obligado por los acontecimientos  lo mandaba el Rey en persona y cuando lo manda ése hay que complacerle, para eso es el Rey, se puso a trepar por el poste. Cuando llegó arriba leyó en voz alta para que todos nos enterásemos: 
Aquí finaliza la farola.
—¿Eso han escrito? –dijo el Rey–. Pues esos no están locos, saben  demasiado.
Mi hermano me miró y me dijo:
—Juanillo, ¿adónde cree tú que merecen má mi donativo, ¿en este hospital o en la Casa Real?
—Hombre, tú sabes que el Rey nos cobra Derechos Reales por cada operación de compra-venta que hagamos los ciudadanos; sabes que tiene más caprichos que necesidades y que no carece de nada. ¿Tú no conoces a ninguna viuda o ancianita en tu barrio que pase hambre porque su pensión no le alcanza para vivir? Pues cada mes puedes darles una cantidad para que esas personas puedan vivir decentemente. Así tú mismo ves dónde va tu dinero y disfrutas haciendo felices a esas personas. Y si eso no te convence, me lo das a mí, que estoy desempleado, con esposa, perro y canario a cargo mío. Que mi perro me cuesta mucho, ¿sabes?, tiene úlcera en el estómago, es muy delicado y sólo come alimentos especiales en lata.
—Po cómete a tu perro, iguá que hacen loz chinoz, elloz ze comen a zuz perro cuando eztán gordito, iguá que nozotro no comemo a los cochino.
Yo me callo para no molestarle, no es el momento, no vaya a ser que no me dé ni un duro. Al cabo de un rato me dice:
—¿Zabe tú lo que estoy penzando, Juanillo? Que me voy a queá con tó el dinero pa mí, que ezta gente del hozpitá no va a vé ni un duro mío, porque a ezo enfermo no lo cura ni Dio, y para que ze lo coman tó ezo zángano vividore que noz han acompañao, me lo gazto yo contigo y con mi parienta, que tambié ze lo merece, para ezo é tu cuñá. Y tú comprate el coche que má te guzte que la letra la pago yo.
—¿Cómo? ¿Lo vas a pagar a crédito, con todos los millones que tienes? –exclamé yo, extrañado.
— Zí, ce lo pagaré a plazo al Benito, el del Banco Zantandé, para hacé ezperá a eze ezmirriao. Verá tu cómo eze tío, que nunca ma querío dá ná, me regala el coche pa que yo meta er dinero en zu zucursal.
—Mira, Eusebio, tú eres muy bueno y sé que me quieres mucho, pero estoy hasta las pelotas de aguantarte hoy y de escuchar tus tonterías. ¡Mira que llevarme a ver a los locos! ¿No podías haberme llevado a ver esa revista de teatro que hay en la Sala Olimpia, para ver esas pedazos de tías bailando casi desnudas?
—¡Qué dice….! ¿Aónde están ezaz tíaz? ¡Ea! ¡Vámono ya, que luego e tarde! Y que le den pol culo a toa ezta gente.
FIN
Nota: Les ruego a ustedes excusen el lenguaje de mi hermano, el pobre lo hace sin maldad, siempre ha hablado así. Gracias.