jueves, diciembre 31, 2020

CONDENADO II

 


El clima no acompañaba, hacía mucho frío y soplaba un viento desagradable que se clavaba como garfios en las orejas y provocaba lagrimas en los ojos. El fugitivo se ajustó el abrigo y avanzó con las manos en los bolsillos y los brazos apretados a los costados. La Luna  le observaba desde lo alto, reinando en un cielo despejado. Una fina sábana de escarcha comenzaba a cubrir las calles y los tejados de pizarra.

El anciano enfiló la angosta calle, con la mirada clavada en la puerta posterior del palacio. Avanzaba lentamente, apoyándose con una mano en la pared, exhausto por la dura travesía que había soportado. Declarado en busca y captura, y perseguido con todos los medios a su alcance por una policía alentada por los medios informativos, que publicaban sus fechorías aumentándolas y distorsionándolas, como es costumbre en ellos, y sabiéndose odiado por la ciudadanía, que lo acusaba de todas sus desgracias, el fugitivo había decidido entregarse.

Una pareja de guardias le reconocieron y se abalanzaron sobre él y lo esposaron, reflejando en sus rostros el odio que los embargaba y que sólo la obediencia debida a las leyes les impedía manifestar salvajemente contra el anciano. Cuando llegaron a la puerta del palacio, los guardianes le aferraron por los brazos y le condujeron sin miramientos por un pasillo en dirección a una sala en cuya puerta, con letras doradas, un rótulo decía: Archivos Generales.

«Acomódate donde quieras y escribe todo lo que recuerdes para que lo tengan en cuenta los jueces que deben juzgarte. Los ánimos están exaltados, ya has sido condenado, y todos claman por una rápida ejecución», dijo el jefe del retén, empujándole adentro y cerrando la puerta.

No era el primero, ni seguramente sería el último, que acabaría en aquella sala: en una estantería, conservados en el interior de unos cofres rectangulares forrados en piel y cuidadosamente alineados, en cuyos lados y destacando sus nombres en letras doradas, se hallaban los restos de sus predecesores.

¡¿Y qué querían que hiciera?! Estaba todo tan mal cuando me encomendaron el trabajo… ―gritó el viejo.

Recordó que una semana antes, mientras cenaba en un hostal de carretera, a cien kilómetros de donde se hallaba, había visto en la televisión al Rey, pronunciando su discurso navideño con voz monótona, repitiendo la retahíla de palabras huecas y ambiguas que el Jefe del Estado había pronunciado en la misma fecha durante los últimos cincuenta y cuatro años, sugiriendo lo que deberían de hacer los trabajadores para que el sistema funcionase bien.

El detenido estaba agotado y sufría una gran depresión. Por lo que había oído y leído en su triste deambular ya lo habían sentenciado, nadie había respetado su derecho a la presunción de inocencia y no le extrañaría nada que acabasen con él al día siguiente. Y murmuró:  «Pensándolo bien, me harían un favor: ya no me quedan ganas de vivir.»

A lo largo de su vida sólo había conocido calamidades de todo tipo: ciudades y bosques devastados por inundaciones e incendios; numerosos atracos de maleantes a bancos y joyerías; decenas de mujeres muriendo a manos de sus parejas… Había sentido en su boca el amargo sabor de los prestamos usureros concedidos por insaciables banqueros; había visto a millones de desocupados suplicando comida en los centros sociales; había observado a miles de viejos rebuscando alimentos caducados en los contenedores de basura de las grandes superficies, y en los vertederos; había visto la desesperación en los rostros de cientos de miles de familias desahuciadas, que vivían con sus hijos bajo los portales, bajo los puentes, en las estaciones del Metro y de los trenes; había presenciado la huida al extranjero de miles de jóvenes estudiosos y titulados universitarios, y otros jóvenes enrolándose en el Ejército y en las compañías de Seguridad porque no encontraban un trabajo donde aplicar sus conocimientos; miles de ancianos muriendo por la pandemia solos en las residencias, o de frío en sus casas porque no podían pagar la calefacción; la impotencia y desesperación de cientos de miles de viajeros atrapados durante días en aeropuertos fuera de servicio por causas inconfesables; miles de camioneros atrapados durante días en las autopistas heladas porque se les negaba la entrada al reino Unido; la desfachatez de los políticos que viven como reyes en otra galaxia, lejos de sus representados, y asegurándose sus sueldos y pensiones mientras recortaban las de los ciudadanos…

De pronto sonó un repique de campana y la gente que había hecho caso omiso a la prohibición de la señora Ayuso de ocupar la Plaza Mayor, saltando las barreras y desbordando la fuerza pública, guardó silencio y permaneció quieta, expectante, con los ojos clavados en el reloj de la plaza, sujetando bolsitas de uvas en las manos y las copas de Cava preparadas para el brindis.

En ese momento, un guardia abrió la puerta de la sala y se echó a un lado para dejar paso a un desconocido, diciendo:

Este es tu sustituto. Ha querido conocerte antes de partir.

El visitante, un joven fuerte y alto, le miró despectivamente de arriba a bajo y le dijo:

¡Que te jodan, mal nacido!

Seguidamente, salió de la sala y desapareció por el pasillo.

Entonces entró en la habitación un sacerdote con una Biblia en la mano, seguido de cuatro guardias armados.

¿Ya, padre? —inquirió el hombre.

Sí, hijo; ya es la hora.

En el mismo instante en que el anciano era ejecutado en la sala desierta de los archivos, en la puerta del palacio apareció su sustituto alzando una mano para saludar a las cámaras de televisión y a la multitud reunida en la plaza. Luego comenzó a caminar entre ellos.

Y todos lo recibían alegremente alzando sus copas y gritando:

 ¡Bienvenido, 2021!

martes, diciembre 22, 2020

UNA NAVIDAD DIFERENTE


https://youtu.be/dtuov-9pY4I



Tod@s sabemos que este año todo  ha sido diferente y, obviamente, la Navidad tampoco va a ser lo que era.
Cada año por estas fechas nos reuníamos en el Bar Andalucía (Puerto de Santa María)  mis amigo Martín Delgado, profesor jubilado del Colegio de la Salle, Nono el marinero y servidor de ustedes ( yo solo grababa y subía a las redes sociales) para cantar unos villancicos escritos por el primero, quien, como buen investigador, acostumbra a rescatar textos, canciones y villancicos antiguos, para que no se pierdan.
Martín Delgado es autor de una obra de teatro: "El niño que no quería nacer", que cada año representa por estas fechas, con un nutrido grupo de actores portuenses, en diverso lugares de la ciudad y su entorno.
Este año, por seguridad y respeto a las normas, no podemos reunirnos en la Venta Andalucía, ni en ningún otro sitio, pero el espíritu navideño sigue intacto, y el amigo Martín Delgado ha grabado un villancico desde su casa, explicando lo que era una zambombá para todo ustedes. Les invito a escucharlo. ¡Gracias!


domingo, diciembre 20, 2020

¡ESTOS NIÑOS...!

 


—¡Papaaaaá, que ya ha salío el Sol hace una hora....!
—¡Cállate niño!, duerme un poco má que hoy é domingo!
—Pero yo quiero desayuná
—Échate pa llá, Manolo, que me voy a levantá
—¡Hioputaniño, lla ma cortao el puntito!
¡Buenos días, amig@s!

Juan Pan García 19/12/20

sábado, diciembre 19, 2020

COSAS DEL RÉGIMEN



¡Buenos días, amig@s!
Hoy os voy a contar una anécdota que las autoridades quisieron ocultar. Historia puta. ¡Uy, perdón!, quise decir historia pura.
Durante el año 1956 llegaron a España, procedentes de Rusia, los niños que fueron exiliados durante la Guerra Civil. Las autoridades del Régimen franquista movilizaron periodistas y cámaras del NODO para inmortalizar el momento y el estado supuestamente famélico de los recien llegados, de edades comprendidas entre los 26 y 32 años. El gobernador reunió a los profesionales de la prensa y les dijo:
⸺Es el momento de mostrar al mundo las atrocidades del comunismo. Estos hombres vendrán hambrientos y mal vestidos después de pasar veinte años en el régimen comunista. Enfocad las cámaras a sus rostros y entrevistad al más desarrapado. Mañana lo quiero ver en en la portada de todos los periódicos de España.
Y todos los periodistas y los reporteros del NODO se colocaron ante el buque que acababa de atracar en el puerto de Barcelona.
Diez minutos más tarde, los retornados españoles comenzaron a descender por la escalera de hierro y se dirigieron al autocar que habían fletado para conducirlos hasta la catedral, donde el obispo los honraría con una misa solemne. Venían ataviados con buenos trajes y abrigos. Todos afeitados y perfumados, todos usando camisa y corbata. Algunos llevaban un maletín en la mano, como los ejecutivos europeos. Los periodistas no sabían qué hacer y miraban desesperados al Ministro de Asuntos Exteriores.
De pronto descubrieron a uno que se apresuraba a alcanzar al primero de la fila. Parecía ser anoréxico, tal era su delgadez. Iba sin afeitar, desaliñado, con una cuerda sujetándole el pantalón, los codos de la chaqueta remendados con tela de otro color, zapatos rotos.
En tres minutos el español se vio rodeado de cámaras y flashes, los guardias despejaron un lado para que se instalase la cámara del NODO y, a la señal del director, comenzó la entrevista:
⸺Díganos, señor: ¿Ha pasado mucho frío?
⸺¡Muchísimo! Un frío insoportable.
⸺¿ Y hambre? ¿Tiene usted hambre?
⸺Me comería un caballo.
⸺Y dígame ¿ Como le han tratado en Rusia?
⸺¿En Rusia?
⸺Sí, hombre. ¿No viene usted de Rusia?
⸺¿De Rusia? ¡Qué vaaaa! Yo soy de aquí. Es que he venido a esperar a mi tío.