lunes, diciembre 30, 2019

LAS DOCE UVAS

Foto de internet


Estoy cansado. Desde aquel inolvidable cumpleaños de la reina en que me  habían concedido el privilegiado puesto  de trabajo que ocupo, he estado asistiendo a los horrores de las guerras en diversos puntos del planeta, a las crisis del sistema capitalista, cuyos países se hundían irremediablemente ante los insolubles problemas que a diario se presentaban: huelgas y manifestaciones por las subida de precios de carburantes, por recortes en salarios, por reformas en las pensiones, por el chantaje de los nacionalismos, a la inmigración masiva, por el relleno de la fosa de El  Estrecho con cadáveres de desahuciados africanos hambrientos… Incluso hubo una larga y escandalosa acampada de cientos de personas ante sus narices. 

A pesar de realizar mi trabajo concienzudamente, me sentía vigilado estrechamente por los servicios gubernamentales, quienes me examinaban semanalmente, exigiendo un trabajo perfecto en el tiempo asignado. Cuando me retrasaba en la entrega, un equipo de técnicos llegaba a escudriñar las causas y me desnudaba totalmente, buscando la prueba de mi  deslealtad.

Estaba harto;  era hora de decidirme. Aprovecharía la concentración de personas más grande del año para expresar públicamente mis quejas. Y luego, que salga el Sol por Antequera, en Andalucía, la  maravillosa tierra que siempre he soñado con conocer.

Contemplé por última vez el paisaje que tenía ante mí. Me gustaba Madrid, donde  he pasado toda mi vida, donde he sufrido mucho durante los tres últimos meses a la espera de acontecimientos políticos importantes que podrían acabar en enfrentamientos en la plaza, destrozando bienes urbanos y escaparates, como aquella vez durante la guerra, que lanzaron una bomba que me hirió gravemente y luego, como si yo fuera el culpable,  me encerraron en esta torre, que da a los cuatro puntos cardinales, y tapiaron tres de mis cuatro ventanas privándome del privilegio de contemplar mi entorno.
Estos días, la ciudad brilla con millones de lucecitas adornando sus calles; el cielo muestra un aura luminosa  que no deja ver ni una sola estrella; la Plaza Mayor  está atestada de gente, no cabe ni un alma más. Mañana, en el instante preciso, saldré y me enfrentaré a todo el mundo, aprovecharé el momento en que todos me miren y les cantaré mis verdades. Luego pediré excedencia por un año  y me retirare a descansar.
El año pasado hice lo mismo. Yo creí que me iban a despedir fulminantemente; pero no es fácil despedir a un funcionario. Y menos con mi antigüedad.
Por eso sé que hoy se repetirá la historia:
 La multitud llenará la plaza y el ruido será insoportable. En determinado momento, alguien tocará una pieza detrás de mí y la bola del carillón bajará y sonará la primera campanada. No veré a nadie pero sabré que el vigilante me observará detrás de la máquina. Y se lo diré:
 —Señor, informe a sus jefes que yo  presento mi dimisión irrevocable…
  No me escuchará, él solo estará atento a mi tic tac.
Y entonces levantaré mis  brazos y juntaré mis manos arriba y gritaré con todas mis fuerzas una a una las doce condiciones que deben acordar conmigo, si pretenden que yo continúe en mi puesto.
          Y abajo en la plaza, miles de personas, ávidas de fiesta, dirigirán sus miradas hacia mí, se comerán doce uvas, una por cada una de mis exigencias, y luego elevarán sus copas y brindarán por mi continuidad  diciendo:

¡FELIZ AÑO 2020!
JUAN PAN GARCÍA

lunes, diciembre 23, 2019

UNA NOCHEBUENA ESPECIAL


 … A las once y media de la noche, los dos monaguillos salimos del colegio y entramos en la iglesia, situada al otro lado de la plaza. Braulio, el sacristán, nos estaba esperando. Una vez dentro, nos dirigimos a la escalera que subía hasta la torre, miramos hacia arriba por el hueco libre y cogimos cada uno una de las sogas que bajaban desde el campanario y comenzamos a tirar con fuerza de ellas. Las cuerdas nos levantaban del suelo a cada vuelta de las campanas. No hacíamos ningún esfuerzo, la inercia del movimiento nos hacía subir y bajar durante los tres minutos que tardaba cada toque: el primero, a las once y media; el segundo, a las doce menos cuarto y el tercero a las doce en punto. Casi todo el pueblo acudió a la misa del colegio. Como no cabían todos, abrieron las puertas de la capilla, que comunicaba con el salón de actos, y se habilitaron bancos y sillas para los asistentes.

   La misa comenzó y continuó su curso en latín hasta el «Ite misa est» final. En ese momento, el cura bajó hasta el reclinatorio central con el Niño Jesús en las manos y el  coro del colegio comenzó a cantar los villancicos. El alcalde, don Juan, fue el primero que se arrodilló para besar los pies del Niño; luego se levantó, dejó un billete de veinticinco pesetas en la bandeja dorada que yo mantenía a su derecha y regresó a su asiento. Al instante se formó una fila y todos los asistentes imitaron a su alcalde. Unos ponían un billete de cinco pesetas, otros solamente dos pesetas, una peseta, veinte… Nadie superaba al alcalde. Mi compañero y yo llevábamos la cuenta de quiénes eran los que más habían donado: el boticario, el zapatero, el de los ultramarinos Casa Duque, los maestros del colegio público, los guardias, etc. Una ancianita dejó un billete en la bandeja y se le cayó otro al suelo: ella no se dio cuenta y cuando se fue me agaché y lo recogí. Me lo guardé en la mano y con disimulo lo metí en el bolsillo de mi sotanita. Miré si alguien me había visto, pero todos estaban pendientes del avance de la fila. Además,  donde yo estaba la luz era escasa, solo estaba iluminado el altar mayor con una docena de cirios. Estaba seguro de que nadie me había visto, pero los ojos del Niño Jesús parecían decirme lo contrario. Me miraba fijamente con las manos extendidas y una sonrisa en la boca. Me avergoncé de lo que había hecho y saqué el billete del bolsillo y lo puse en la bandeja. Entonces vi con horror que la superiora me estaba observando. ¡Me  había visto! Yo pensé: «Ya estás acabado, Juanito. Mañana serás expulsado del colegio».
 Me puse muy nervioso, tanto que la bandeja temblaba en mis manos. Respiré con alivio cuando la fila llegó a su fin y me pude volver de espaldas a todo el mundo, no podía sostener la mirada de la madre superiora…

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miércoles, diciembre 11, 2019

MIDWAY, LA PELÍCULA



SINOPSIS

1942, Segunda Guerra Mundial. Seis meses después del ataque de Japón a Pearl Harbor, la Armada Imperial Japonesa se prepara para una nueva ofensiva. Pero el Almirante Nimitz (Woody Harrelson) y Dick Best (Ed Skrein), el mejor piloto de la armada estadounidense, preparan un contraataque al imponente ejército japonés. Mientras estos dos titánicos enemigos emprenden una letal batalla para cambiar el rumbo de la guerra, todas las miradas se vuelcan hacia el atolón de Midway, donde se encontraba la base militar estadounidense. Allí una serie de impactantes ataques aéreos y marítimos pondrán a prueba la potencia y la fortaleza de ambas naciones. Película no recomendada a menores de 12 años. 



La película es larga, 2 horas 20 minutos; pero se me ha hecho larguísima. 

Al principio me recordaba una peli de vaqueros en el Oeste americano, que en vez de caballos usaba aviones, lo que me echaba para atrás era la actitud chulesca del piloto mejor de la Armada, protagonista principal, quien masticaba chicle con un rictus despectivo mientras exponía su vida haciendo malabares con el aparato. Luego la cosa se puso seria y el piloto se volvió paternalista y buen compañero. 

Muestra con profusión de imágenes espectaculares varias batallas en el Pacífico entre portaviones y cazas americanos y entre estos con cazas japoneses, demasiado repetitivas, el film se podía haber hecho en 90 minutos. 

En conclusión, la película me ha gustado, pero no es para tanto. Como toda película bélica lleva su mensaje: propaganda militarista y mensaje moralista: sumisión del soldado a la autoridad militar, aun los que no aman la guerra, en favor de su país. Las esposas de los pilotos esperándoles en casa sin la más mínima preocupación sabiendo que luchan por el bien de la nación y del mundo. 

Para amantes del cine que trata de la Segunda Guerra Mundial. 

miércoles, diciembre 04, 2019

INTEMPERIE, la película


Mi esposa y yo hemos ido a ver la película INTEMPERIE.
Generalmente huyo del Cine Español, pero a veces surge una historia magistralmente dirigida e interpretada que te llega a los más hondo.
Intemperie es una de ellas.

Me la recomendó mi amiga la escritora M. Carmen Rubio, y casi siempre acierta: 5 de 6 recomendaciones me han resultado películas geniales. Una vez más, ¡gracias, M.Carmen!

Los críticos a veces buscan leña en el Polo Norte y a algunos se le nota que son de los que quieren que no se sepa la verdad de una época cruel e indecente. De una docena de críticas publicadas he rescatado esta que me parece refleja mejor el contenido:

"El relato es tenso, de intriga creciente, de terror controlado, de emociones secas (...) Zambrano lo filma con desolación, con regusto por el secarral y la miseria, física y moral. Las interpretaciones son tremendas (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)"
Oti Rodríguez Marchante: Diario ABC

Género: Drama. Thriller | Amistad


Sinopsis

Un niño que ha escapado de su pueblo escucha los gritos de los hombres que le buscan. Lo que queda ante él es una llanura infinita y árida que deberá atravesar si quiere alejarse definitivamente del infierno del que huye. Ante el acecho de sus perseguidores al servicio del capataz del pueblo, sus pasos se cruzarán con los de un pastor que le ofrece protección y, a partir de ese momento, ya nada será igual para ninguno de los dos.

Premios:
2019: Premios Goya: 5 nominaciones, incluyendo mejor película y guion adaptado

2019: Festival de Valladolid - Seminci: Sección Oficial (film inaugural)