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Estoy cansado. Desde aquel inolvidable cumpleaños de la reina en que me habían concedido el privilegiado puesto de trabajo que ocupo, he estado asistiendo a los horrores de las guerras en diversos puntos del planeta, a las crisis del sistema capitalista, cuyos países se hundían irremediablemente ante los insolubles problemas que a diario se presentaban: huelgas y manifestaciones por las subida de precios de carburantes, por recortes en salarios, por reformas en las pensiones, por el chantaje de los nacionalismos, a la inmigración masiva, por el relleno de la fosa de El Estrecho con cadáveres de desahuciados africanos hambrientos… Incluso hubo una larga y escandalosa acampada de cientos de personas ante sus narices.
A pesar de realizar mi trabajo concienzudamente, me sentía vigilado estrechamente por los servicios gubernamentales, quienes me examinaban semanalmente, exigiendo un trabajo perfecto en el tiempo asignado. Cuando me retrasaba en la entrega, un equipo de técnicos llegaba a escudriñar las causas y me desnudaba totalmente, buscando la prueba de mi deslealtad.
Estaba harto; era hora de decidirme. Aprovecharía la concentración de personas más grande del año para expresar públicamente mis quejas. Y luego, que salga el Sol por Antequera, en Andalucía, la maravillosa tierra que siempre he soñado con conocer.
Contemplé por última vez el paisaje que tenía ante mí. Me gustaba Madrid, donde he pasado toda mi vida, donde he sufrido mucho durante los tres últimos meses a la espera de acontecimientos políticos importantes que podrían acabar en enfrentamientos en la plaza, destrozando bienes urbanos y escaparates, como aquella vez durante la guerra, que lanzaron una bomba que me hirió gravemente y luego, como si yo fuera el culpable, me encerraron en esta torre, que da a los cuatro puntos cardinales, y tapiaron tres de mis cuatro ventanas privándome del privilegio de contemplar mi entorno.
Estos días, la ciudad brilla con millones de lucecitas adornando sus calles; el cielo muestra un aura luminosa que no deja ver ni una sola estrella; la Plaza Mayor está atestada de gente, no cabe ni un alma más. Mañana, en el instante preciso, saldré y me enfrentaré a todo el mundo, aprovecharé el momento en que todos me miren y les cantaré mis verdades. Luego pediré excedencia por un año y me retirare a descansar.
El año pasado hice lo mismo. Yo creí que me iban a despedir fulminantemente; pero no es fácil despedir a un funcionario. Y menos con mi antigüedad.
Por eso sé que hoy se repetirá la historia:
La multitud llenará la plaza y el ruido será insoportable. En determinado momento, alguien tocará una pieza detrás de mí y la bola del carillón bajará y sonará la primera campanada. No veré a nadie pero sabré que el vigilante me observará detrás de la máquina. Y se lo diré:
—Señor, informe a sus jefes que yo presento mi dimisión irrevocable…
No me escuchará, él solo estará atento a mi tic tac.
Y entonces levantaré mis brazos y juntaré mis manos arriba y gritaré con todas mis fuerzas una a una las doce condiciones que deben acordar conmigo, si pretenden que yo continúe en mi puesto.
Y abajo en la plaza, miles de personas, ávidas de fiesta, dirigirán sus miradas hacia mí, se comerán doce uvas, una por cada una de mis exigencias, y luego elevarán sus copas y brindarán por mi continuidad diciendo:
¡FELIZ AÑO 2020!
JUAN PAN GARCÍA
Feliz años querido Juan a pesar del escrito, hoy no voy a responder sobre él, solo a desearle al amigo lo mejor!!! Un abrazo desde mi corazón!!
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