lunes, septiembre 30, 2013

LA DAMA MISTERIOSA



Yo no esperaba que mi tren se detuviera en aquel anodino apeadero donde se montó aquella misteriosa dama, cuyos ojos me miraron fijamente y me robaron el alma. Desde entonces la sigo  adonde quiera que vaya.

Si bien al principio ella me sonreía y se mostraba amable y halagada, ahora, satisfecha del poder de su influjo sobre mí, de saberme presa fácil en sus manos, da muestras de estar harta, rehúye mi mirada y de mí se aparta

Mujer de armas tomar, que nunca está satisfecha y devora a cuantos seres embelesa sin ningún cargo de conciencia.

Mujer hermosa que mi corazón has ocupado, que sepas que a mí no me has engañado, que fui yo quien se sometió a tu embrujo sabiendo lo que iba a ocurrir, porque me había enamorado de ti, y antes que vivir con el dolor de tu ausencia, prefiero en tu regazo morir.

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martes, septiembre 24, 2013

EL CANÓDROMO

Fotos bajadas de Imágenes Google

No sé si ustedes van al canódromo. Yo iba los sábados y domingos con mis hijos y mi cuñado a uno que había en Massanasa, un pueblecito del extrarradio de Valencia.
Los galgos permanecen en unas dependencias con sus criadores y educadores hasta que les llega la hora de competir y los sacan, les ponen un chaleco con un número y los colocan en una cabina con rejas  que dan acceso a la pista.  Frente a ellos las gradas están llenas de un público para el que el galgo no cuenta nada, sólo el número que lleva al costado y por el que han apostado mas o menos cantidad.
Yo no apostaba, sólo iba para que mis niños vieran correr a los perros.
La pista es elíptica y tiene una longitud aproximada de un campo de fútbol  En el lado interior hay una valla en la que han sujetado un raíl por el cual circula a gran velocidad un artilugio eléctrico forrado con una piel de liebre

Cuando llega la hora, el Director del canódromo da la señal y les abren la reja y los galgos salen a toda velocidad detrás de la falsa liebre, a la que jamás alcanzarán. Cuando dan la vuelta completa al circuito, pasan la línea de Meta, donde una cámara automática va fotografiando  a los galgos a medida que pasan para determinar quienes son los tres primeros y conceder los premios a los apostantes. Cuando todos han pasado bajo la meta, la liebre se detiene y los galgos la alcanzan, y es entonces cuando se percatan del engaño y se miran unos otros con la lengua fuera y jadeantes, pasmados o desencantados, vaya usted a saber, al darse cuenta de que han sido utilizados. Es en ese momento cuando los empleados del canódromo aprovechan para cogerlos y llevarlos a sus respectivas  jaulas. El público ni los mira siquiera, una vez acaba la carrera acuden a las ventanillas a recoger los premios de sus apuestas o a jugar de nuevo en la siguiente  carrera.


Aunque no nos percatemos de ello, nos sucede lo mismo que a los galgos: alguien en algún punto del Universo, del que formamos parte inseparable,  nos asigna al nacer un número y apuesta por nosotros. Nos coloca con unos cuidadores encargados de educarnos y entrenarnos más o menos bien para competir en la vida.

 Cuando somos adultos, nos situamos en la pista de salida para competir y alcanzar un determinado objetivo: Un negocio, una carrera, un puesto de trabajo, una familia, una buena posición económica... Ése será el señuelo que nos incitará a luchar para alcanzar la meta propuesta. Al abrirse la puerta de las oportunidades salimos  a toda velocidad detrás de ellas, esperando alcanzar el premio de la felicidad. Es solamente al acabarse la carrera y analizar el objeto por el cual hemos luchado tanto, que nos quedamos pensando si realmente ha valido la pena.

Los galgos vencedores recibiran mejor comida y mejor trato ese día. Se les deja descansar y se les concede alguna chuchería en premio a su esfuerzo, pero los animales saben que al día siguiente tendrán que volver a competir y si no ganan el trato será diferente. En todo momento tendrán la sensación de que  han sido utilizados. ¡Y pobre del que se lastime y no pueda volver a correr!

Así mismo, en esta sociedad se premia a los humanos que procuran beneficios concediéndoles algún premio, que conservarán mientras sigan compitiendo con éxito en la carrera de la vida. Cosa muy distinta sucede cuando dejan de producir.

miércoles, septiembre 18, 2013

EL PERRITO CALLEJERO


Érase una vez un perrito que deambulaba por las calles. Un día vio a una mujer sentada en un parque y se acercó a ella. La mujer  le dio de comer y le decía cosas amables. Desde entonces él la seguía a todas partes.

Al principio la mujer le acariciaba y se mostraba cariñosa, pero con el paso de los meses se cansó de tenerlo siempre detrás y le daba esquinazo. Tenía miedo de que el perro cometiera alguna fechoría o ensuciara la calle y le echaran las multas a ella creyendo que era la dueña. "Y no, no;  el perro no es mío y si tiene hambre o ensucia las aceras no es mi problema", repetía ella a quien quisiera oírla.

 Como no conseguía alejarlo le castigaba,  incluso le arreaba alguna patada; pero el animal, que no comprendía qué había hecho él para  tan repentino cambio de humor de su amiga, se tiraba al suelo y aguantaba sin rechistar todos los azotes.

El animalito ya no la seguía moviendo el rabito y saltando para  lamer su mano cada vez que podía. Aunque  caminaba detrás de ella como si fuera su sombra, se quedaba rezagado varios metros. 

Él la quería y esperaba que ella volviera a ser como antes. Pero no fue así sino al contrario: la mujer cada día se mostraba más dura y cruel con el animalito. Hasta que un día, haciendo de tripas corazón, el perrito de detuvo en la acera y dejó que ella se alejara y se perdiera de vista.

Moraleja:

Hasta el perro más fiel  huye de su amo si éste  lo maltrata.

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sábado, septiembre 14, 2013

BUSCANDO LA FELICIDAD

Foto de internet

"CAMINANTE, NO HAY CAMINO. SE HACE CAMINO AL ANDAR"

Era ya viejo y su rostro mostraba los arañazos que había sufrido a lo largo del camino. Cansado de buscar inútilmente la felicidad, regresaba a su pueblo para acabar sus días en paz
  
Ha caminado mucho por la senda escarpada de la vida en busca de experiencias que lo sacaran de la rutina.
Su lema siempre había sido "Vivir, que no existir", y en consecuencia con ese principio un día, ya muy lejano, preparó su maleta, sacó del banco sus ahorros, se montó en un autobús y se fue a vivir su vida lejos de aquel pueblecito en el que todos le conocían y le observaban especulando cuales serían sus siguientes pasos.
 Y ahora, cual hijo pródigo, retornaba al calor del hogar con la lección bien aprendida.
Sentado en una roca cubierta de musgo, admiraba desde la ladera de una colina  el horizonte color escarlata que  arropaba al sol hundiéndose tras las montañas, proyectando sus últimos rayos sobre el pueblo cuyo campanario destacaba sobre el conjunto de casas, cuyas aristas  parecían ascuas encendidas.
¡Tanto deambular de un lado a otro para volver al punto de partida!

Ha aprendido a diferenciar a los amigos verdaderos de los que dan palmaditas tomando una copa cuando te necesitan y dan la espalda cuando los vientos te son desfavorables.

Ha aprendido que la gente invita a quienes pueden corresponder y se aparta de quienes no alcanzan el mismo nivel.

Ha sentido la diferencia entre amar y fornicar, entre ternura y fogosidad. Ha aprendido que es más fácil mantener la boca abierta que el brazo alzado y que cuando éste cae al llegar al limite de sus fuerzas el amor lo arropa con su manto de ternura, mientras que la voracidad de una pasión insatisfecha conduce al reproche y al abandono.

Ha aprendido que en todas partes sucede lo mismo: las personas luchan  por destacar de las masas acumulando bienes y riquezas materiales sin dudar en aplastar a cuantos seres fueren necesarios para conseguirlo.

Ha aprendido que la mayoría de la gente te valora por lo que tienes y no por quien eres, y  eso  convierte el caminar por el sendero de la vida en una dolorosa competición por alcanzar un puesto relevante entre sus semejantes, privándose a veces de satisfacer las necesidades básicas familiares para cubrir las apariencias.

Ha aprendido que es más sabroso un trozo de pan rodeado de los tuyos en la intimidad del hogar que un menú a la carta en la frialdad y soledad de un famoso  restaurante.

Ha aprendido que  todo lo que había buscado caminando por el mundo durante años, lo ha tenido siempre ante sus ojos sin percibirlo en el apartamento de 80 metros cuadrados en el que vive su paciente y amorosa compañera.


El caminante se levantó de la roca y se dirigió hacia el pueblo.¡Ojalá no fuera demasiado tarde para hallar la felicidad!