viernes, junio 26, 2015

LA PRIMERA VEZ

                                          

foto de Internet
            Acababa de cumplir los seis años y  observaba  lo que sucedía con los ojos  asombrados de la infancia: era la primera vez  que salía de mi pueblo, la primera vez que viajaba en coche, la  primera vez que caminaba por una gran ciudad  de calles y aceras amplias, adornadas con  naranjos.

 Había mucha actividad: mujeres que entraban o salían de las tiendas,  hombres tomando café y coñac en las tabernas, limpiabotas sentados en la puerta de las cafeterías, hombres  en bicicleta, motos con sidecar, camiones cargados de  muebles  o materiales de construcción,  turismos, coches de caballos...   

   Por primera vez mis retinas capturaban  imágenes de  talleres mecánicos, escaparates de ropa con maniquíes, guardias de tráfico, semáforos... Y fue la primera vez que me monté en  un tren.  Sucedió el 10 de febrero de 1950.
    El gran reloj de la estación de trenes de Cádiz señalaba las diez de la mañana cuando el jefe de estación levantó su banderita y la máquina del tren Correo de Andalucía dio un fuerte silbido, al tiempo que lanzaba un chorro de vapor por la válvula que empujaba el pistón engarzado en la biela que movía las ruedas. El tren se puso lentamente  en marcha hacia Madrid, dejando atrás una columna de humo negro y  olor a carbonilla. Asomado a las ventanillas con mis tres hermanas — la mayor tenía trece años—, miré hacia atrás y vi a mi madre en el andén diciéndonos adiós con la mano. Entonces comencé a llorar.