Érase una vez un perrito que deambulaba por las calles. Un día vio a una mujer sentada en un parque y se acercó a ella. La mujer le dio de comer y le decía cosas amables. Desde entonces él la seguía a todas partes.
Al principio la mujer le acariciaba y se mostraba cariñosa, pero con el paso de los meses se cansó de tenerlo siempre detrás y le daba esquinazo. Tenía miedo de que el perro cometiera alguna fechoría o ensuciara la calle y le echaran las multas a ella creyendo que era la dueña. "Y no, no; el perro no es mío y si tiene hambre o ensucia las aceras no es mi problema", repetía ella a quien quisiera oírla.
Como no conseguía alejarlo le castigaba, incluso le arreaba alguna patada; pero el animal, que no comprendía qué había hecho él para tan repentino cambio de humor de su amiga, se tiraba al suelo y aguantaba sin rechistar todos los azotes.
El animalito ya no la seguía moviendo el rabito y saltando para lamer su mano cada vez que podía. Aunque caminaba detrás de ella como si fuera su sombra, se quedaba rezagado varios metros.
Él la quería y esperaba que ella volviera a ser como antes. Pero no fue así sino al contrario: la mujer cada día se mostraba más dura y cruel con el animalito. Hasta que un día, haciendo de tripas corazón, el perrito de detuvo en la acera y dejó que ella se alejara y se perdiera de vista.
Moraleja:
Hasta el perro más fiel huye de su amo si éste lo maltrata.
Qué triste, Juan. Pero sí, tienes razón.
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