El día 4 de septiembre de 2003, yo avanzaba lentamente por la estrecha carretera que conducía a Albalate, un pueblo de 1200 habitantes enclavado en la margen del río Cinca, al sureste de Huesca. Me detuve en Alcolea de Cinca, situado en el margen opuesto, a cuatro kilómetros de mi destino
Yo acudía para colaborar en la construcción de un depósito de acero inoxidable de veinte metros de altura en la factoría de reciclados de papel de S.A. EUROPAC, ubicada en esta zona del Cinca Medio, y aprovecharía para subir a las Ripas –una montaña de trescientos metros de altura, cortada a cuchillo verticalmente en su vertiente Este, y contemplar lanzarse a los intrépidos aficionados al parapente desde la cima.
Las Ripas, foto tomada desde la carretera.
Me habían reservado una habitación en el hostal del pueblo, famoso por su exquisito plato “patatas de Casa Santos”, especialidad de la casa que muchos gourmets venían a devorar desde Barcelona. Su receta había sido transmitida desde siglos antes, de generación en generación, y constituía un secreto guardado celosamente por los actuales herederos de la casa.
Me recibió la señora Inés, una hermosa mujer entrada en los cuarenta, de sonrisa fácil y turbadora, dueña del hostal y de un cuerpo precioso enfundado en un vestido rojo que moldeaba sus exquisitas redondeces. Dejó caer sobre mi arrobada figura la mirada cálida de sus ojos color miel y me preguntó, con una voz grave y melancólica que atravesaba los tímpanos y se clavaba en el alma, sacando a revolotear las soñadoras mariposas que la habitaban: ¿Usted es el Sr. Pan? Le estaba esperando, la dirección de EUROPAC le ha reservado habitación.
Seguidamente me enseñó el chalet donde se hallaban las habitaciones, la mía estaba en la primera planta; luego bajamos, atravesamos un jardín y entramos en el pabellón colindante: el restaurante “Casa Santos”, donde me presentó a su esposo Ramón, el chef de cocina; a su madre, una anciana que ayudaba en las labores de la cocina, y a tres bellas señoritas procedentes de países del Este.
Me advirtió de que el salón principal del restaurante se llenaba siempre a medio día. Por la noche la cosa estaba más tranquila, sólo media docena de comensales fijos cenaban. A partir del viernes por la noche y hasta el domingo, se llenaban las dos salas del restaurante, y uno no podía almorzar ni cenar si previamente no había reservado mesa. La velada duraba hasta las tres de la mañana
Lo primero que hice al tomar posesión de mi habitación fue ducharme; luego salí a dar una vuelta para reconocer el lugar que sería mi residencia durante los siguientes dos meses.
Albalate tiene una torre de construcción árabe en su plaza, junto al palacio medieval de los Señores de Eril, que luego fue de los Moncada.
Una de las curiosidades del lugar era que el Viernes Santo sacaban el Santo Entierro en procesión, y cuando llegaban a la plaza lo colocaban en el suelo y hacían pasar a todos los niños nacidos ese año en el pueblo por encima del ataúd santo, en la creencia de que serían protegidos durante toda la vida. Muchos niños nacidos en la comarca también eran pasados sobre “La tumba”, tal como la llaman.
Me encontré una plaza abandonada llena de yerbajos en cuyo centro se alzaba un monumento a Miguel Fleta, nacido en 1897 en el pueblo y fallecido 41 años más tarde después de haber dado la vuelta al mundo como el mejor tenor de su tiempo. Fue el primer español que cantó y deslumbró en la Scala de Milán, donde, dirigido por el maestro Toscanini, estrenó la obra de Puccini, “Turandot,” la del E lucevan Estelle y su fragmento Nessun Dorma, la misma canción que hace unos meses elevó a la fama a Paul Potts, el concursante inglés.
Aunque fue un hombre republicano, luego se pasó al bando de Jose Antonio, se afilió a la Falange y fue usado y presentado en la prensa nacional y en el No-Do como adepto al Régimen. Tal vez por eso nadie me habló de él en todo el tiempo que permanecí en el pueblo.
El palacio de los Moncada estaba cerrado, pero días más tarde lo pude visitar y admirar las pinturas extrañas que cubren las paredes del torreón. Estas pinturas me inspiraron para escribir el relato que podéis leer en el archivo del mes de abril del año 2007 bajo el título: Frescos del torreón de Albalate. Había a pie de carretera un bar que tenía tras la barra a una rusa despampanante que se esforzaba por mostrar sus encantos ante los ojos lujuriosos de los clientes que atestaban el local, bajo la estrecha y complacida vigilancia del dueño, su novio; una sucursal bancaria, dos tiendas de alimentación, una pequeña bodega de vino Transmontano y un puesto de socorro en la carretera. No observé nada más de interés.
En Madrid los compañeros de la empresa me habían dicho: “Te vas a aburrir como una ostra. Es un pueblo de mierda, no tiene nada, sólo un par de bares y un hostal".
Montañas de papel esperan junto a la depuradora para ser recicladas
Lo que más llamó mi atención fue el objetivo de la obra que íbamos a realizar en la factoría de papel: querían aprovechar el gas que producía la descomposición de las aguas y materias vertidas en la depuradora de la factoría para autoabastecerse en el funcionamiento de la caldera, la calefacción y las máquina de la fábrica, con el consiguiente ahorro de electricidad
Panorámica tomada desde la cima del depósito. Al fondo, Las Ripas
.
Ese gas es el Metano, un metaloide que se produce por descomposición de la materia orgánica. Se encuentra en las aguas estancadas en zonas pantanosas. Si escarbamos en ellas con un palillo y vemos salir unas burbujitas, sabemos que es gas Metano. Se empleaba para realizar soldaduras antes de la llegada del Acetileno y del Hidrógeno. De ahí que la idea de aprovecharlo sacándolo de las aguas fétidas de una depuradora me entusiasmase tanto que acepté gustoso participar en el proyecto.
El depósito en plena construcción
Pagué mi precio: las prisas por acabar a tiempo el día 4 de diciembre y regresar a casa y disfrutar con la familia del puente de la Constitución, originó un desgraciado accidente: un paquete se soltó de la grúa, cayó sobre la barandilla donde yo apoyaba mi mano derecha y me la aplastó. Desde entonces vivo apasionadamente una aventura con una prótesis instalada dentro de mi muñeca que disfruta en todo momento de mi cariñosa atención.
A veces, cuando va a cambiar el tiempo, siento un dolorcillo en la mano y me viene el recuerdo del accidente. Y la bella imagen de Inés elegantemente vestida y plantada como una diosa en la entrada del comedor, orgullosa y altiva, recibiendo y dirigiendo a los clientes a sus respectivas mesas. En ningún otro sitio, de los muchos que por mi trabajo me ha tocado conocer, he comido tan bien.
Lo único malo, lo que me ha impedido regresar alguna vez de visita turística ahora que tengo tiempo, es el servicio de mesas y habitaciones del hostal, dirigido por una joven colombiana sin modales ni educación, engreida y respondona que logró con su actitud dividir a nuestro grupo y hacer que se fueran a otro hostal en Monzón: preferían hacer 40 kms diarios para ir al trabajo que soportar aquel ejemplar de la selva.¡Y era la preferida de Inés!
Allí hice algunas amistades, con las que me comunico a veces, como el motero Manuel Pons. ¿Queréis escuchar el sonido de su moto? Copiad y pegad en el buscador el enlace siguiente:
http://www.tinet.org/~map/moto.html
Yo acudía para colaborar en la construcción de un depósito de acero inoxidable de veinte metros de altura en la factoría de reciclados de papel de S.A. EUROPAC, ubicada en esta zona del Cinca Medio, y aprovecharía para subir a las Ripas –una montaña de trescientos metros de altura, cortada a cuchillo verticalmente en su vertiente Este, y contemplar lanzarse a los intrépidos aficionados al parapente desde la cima.
Las Ripas, foto tomada desde la carretera.
Me habían reservado una habitación en el hostal del pueblo, famoso por su exquisito plato “patatas de Casa Santos”, especialidad de la casa que muchos gourmets venían a devorar desde Barcelona. Su receta había sido transmitida desde siglos antes, de generación en generación, y constituía un secreto guardado celosamente por los actuales herederos de la casa.
Me recibió la señora Inés, una hermosa mujer entrada en los cuarenta, de sonrisa fácil y turbadora, dueña del hostal y de un cuerpo precioso enfundado en un vestido rojo que moldeaba sus exquisitas redondeces. Dejó caer sobre mi arrobada figura la mirada cálida de sus ojos color miel y me preguntó, con una voz grave y melancólica que atravesaba los tímpanos y se clavaba en el alma, sacando a revolotear las soñadoras mariposas que la habitaban: ¿Usted es el Sr. Pan? Le estaba esperando, la dirección de EUROPAC le ha reservado habitación.
Seguidamente me enseñó el chalet donde se hallaban las habitaciones, la mía estaba en la primera planta; luego bajamos, atravesamos un jardín y entramos en el pabellón colindante: el restaurante “Casa Santos”, donde me presentó a su esposo Ramón, el chef de cocina; a su madre, una anciana que ayudaba en las labores de la cocina, y a tres bellas señoritas procedentes de países del Este.
Me advirtió de que el salón principal del restaurante se llenaba siempre a medio día. Por la noche la cosa estaba más tranquila, sólo media docena de comensales fijos cenaban. A partir del viernes por la noche y hasta el domingo, se llenaban las dos salas del restaurante, y uno no podía almorzar ni cenar si previamente no había reservado mesa. La velada duraba hasta las tres de la mañana
Lo primero que hice al tomar posesión de mi habitación fue ducharme; luego salí a dar una vuelta para reconocer el lugar que sería mi residencia durante los siguientes dos meses.
Albalate tiene una torre de construcción árabe en su plaza, junto al palacio medieval de los Señores de Eril, que luego fue de los Moncada.
Una de las curiosidades del lugar era que el Viernes Santo sacaban el Santo Entierro en procesión, y cuando llegaban a la plaza lo colocaban en el suelo y hacían pasar a todos los niños nacidos ese año en el pueblo por encima del ataúd santo, en la creencia de que serían protegidos durante toda la vida. Muchos niños nacidos en la comarca también eran pasados sobre “La tumba”, tal como la llaman.
Me encontré una plaza abandonada llena de yerbajos en cuyo centro se alzaba un monumento a Miguel Fleta, nacido en 1897 en el pueblo y fallecido 41 años más tarde después de haber dado la vuelta al mundo como el mejor tenor de su tiempo. Fue el primer español que cantó y deslumbró en la Scala de Milán, donde, dirigido por el maestro Toscanini, estrenó la obra de Puccini, “Turandot,” la del E lucevan Estelle y su fragmento Nessun Dorma, la misma canción que hace unos meses elevó a la fama a Paul Potts, el concursante inglés.
Aunque fue un hombre republicano, luego se pasó al bando de Jose Antonio, se afilió a la Falange y fue usado y presentado en la prensa nacional y en el No-Do como adepto al Régimen. Tal vez por eso nadie me habló de él en todo el tiempo que permanecí en el pueblo.
El palacio de los Moncada estaba cerrado, pero días más tarde lo pude visitar y admirar las pinturas extrañas que cubren las paredes del torreón. Estas pinturas me inspiraron para escribir el relato que podéis leer en el archivo del mes de abril del año 2007 bajo el título: Frescos del torreón de Albalate. Había a pie de carretera un bar que tenía tras la barra a una rusa despampanante que se esforzaba por mostrar sus encantos ante los ojos lujuriosos de los clientes que atestaban el local, bajo la estrecha y complacida vigilancia del dueño, su novio; una sucursal bancaria, dos tiendas de alimentación, una pequeña bodega de vino Transmontano y un puesto de socorro en la carretera. No observé nada más de interés.
En Madrid los compañeros de la empresa me habían dicho: “Te vas a aburrir como una ostra. Es un pueblo de mierda, no tiene nada, sólo un par de bares y un hostal".
Montañas de papel esperan junto a la depuradora para ser recicladas
Lo que más llamó mi atención fue el objetivo de la obra que íbamos a realizar en la factoría de papel: querían aprovechar el gas que producía la descomposición de las aguas y materias vertidas en la depuradora de la factoría para autoabastecerse en el funcionamiento de la caldera, la calefacción y las máquina de la fábrica, con el consiguiente ahorro de electricidad
Panorámica tomada desde la cima del depósito. Al fondo, Las Ripas
.
Ese gas es el Metano, un metaloide que se produce por descomposición de la materia orgánica. Se encuentra en las aguas estancadas en zonas pantanosas. Si escarbamos en ellas con un palillo y vemos salir unas burbujitas, sabemos que es gas Metano. Se empleaba para realizar soldaduras antes de la llegada del Acetileno y del Hidrógeno. De ahí que la idea de aprovecharlo sacándolo de las aguas fétidas de una depuradora me entusiasmase tanto que acepté gustoso participar en el proyecto.
El depósito en plena construcción
Pagué mi precio: las prisas por acabar a tiempo el día 4 de diciembre y regresar a casa y disfrutar con la familia del puente de la Constitución, originó un desgraciado accidente: un paquete se soltó de la grúa, cayó sobre la barandilla donde yo apoyaba mi mano derecha y me la aplastó. Desde entonces vivo apasionadamente una aventura con una prótesis instalada dentro de mi muñeca que disfruta en todo momento de mi cariñosa atención.
A veces, cuando va a cambiar el tiempo, siento un dolorcillo en la mano y me viene el recuerdo del accidente. Y la bella imagen de Inés elegantemente vestida y plantada como una diosa en la entrada del comedor, orgullosa y altiva, recibiendo y dirigiendo a los clientes a sus respectivas mesas. En ningún otro sitio, de los muchos que por mi trabajo me ha tocado conocer, he comido tan bien.
Lo único malo, lo que me ha impedido regresar alguna vez de visita turística ahora que tengo tiempo, es el servicio de mesas y habitaciones del hostal, dirigido por una joven colombiana sin modales ni educación, engreida y respondona que logró con su actitud dividir a nuestro grupo y hacer que se fueran a otro hostal en Monzón: preferían hacer 40 kms diarios para ir al trabajo que soportar aquel ejemplar de la selva.¡Y era la preferida de Inés!
Allí hice algunas amistades, con las que me comunico a veces, como el motero Manuel Pons. ¿Queréis escuchar el sonido de su moto? Copiad y pegad en el buscador el enlace siguiente:
http://www.tinet.org/~map/moto.html
Juan:
ResponderEliminarel trabajo luego nos lleva a conocer lugares tan interesantes
que luego recordamos con gusto al paso del tiempo.
hasta pronto mario
Hola, Mario.¿Dónde andas? Casi al mismo tiempor que has puesto el comentario yo te esperaba en el MSn y no has conectado.
ResponderEliminarNi May tampoco.
Gracias por tu vista y comentario. Es verdad, el trabajo nos hace conocer lugares y personas muy interesantes que permanecen siempre en nuestra memoria.
Un abrazo.
Juan, hermosa historia, hermoso recuerdo...me encantó leerte!
ResponderEliminarUn abrazo inmenso
Gracias, Claudia. Me alegro de que te guste.
ResponderEliminarSí, guardo bonitos recuerdod de algunos lugares que conocí.
Tu país es uno de los que no tengo el placer de haber visitado. Y me pesa.
Argentina es matavillosa, un paraíso que siempre he soñado conocer, lo tiene todo: bosques y grandes ríos.Montañas inmensas y valles, desiertos y selvas con maravillosas cataratas. y sobre todo sus grandes ciudades pobladas de gente amable y de artistas como tú, querida amiga, que eres la mejor poeta actual de allende los mares.
Un beso fuerte.
Hola Juan: No me subiré a la moto, pues los puntos no me dejan hacer semejante ejercicio, pero el sonido es envidiable. Bonita y excelentemente bien contada la historia, da la sensación de vivirla junto a tu relato, maestro contador… lamento el final con el accidente.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Ja,ja,ja! Antonio,si no te explicitas más la gente creerá que
ResponderEliminarcorres tanto que la policía de Trafico te ha quitado suficientes puntos como para no poder conducir la moto.
Pero tranquilo, yo sé bien a qué puntos que te refieres.Invito a los curiosos a leerlo en tu blog.
La moto suena muy bien, ¿verdad? A veces la pongo fuerte y mi mujer cierra las ventana creyendo que es el ruido de la calle.
Veo que ya estás mejor, poco a poco te irás recuperando.
Gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo.