«La cueva» era un sótano anexo al antiguo Palacio de la Sagra, convertido durante la posguerra en colegio mixto. El local se comunicaba con un pozo y estaba inundado de agua. La sala era rectangular, y calculo que sus lados medían diez por treinta metros. Un rayo de luz penetraba por un ventanuco abierto en la puerta y se proyectaba en el agua al pie de la escalera.
Todos los chicos sentíamos pánico a que nos encerraran en aquel lugar oscuro en compañía de aquel pez raro y con bigotes que se acercaba hasta la escalera y se quedaba fijo mirando al intruso.
Porque sor María, la monja que impartía clases con los libros de Dalmau y Carles, solía castigar a los alumnos más traviesos encerrándolos allí cuando éstos cometían alguna fechoría. Y Joaquín y yo nos encontrábamos allí por haber roto el cristal de la ventana jugando al fútbol.
A veces discutíamos en el recreo sobre el liderazgo del grupo. Y para demostrar nuestros méritos apostábamos a ver quién era capaz de bajar a la cueva, lanzarse al agua y llegar hasta la pared del fondo. Algunos afirmaban que no tenían miedo a hacerlo y se apostaban cromos de jugadores de fútbol que coleccionábamos comprando tabletas de chocolates «La Colonial », entidad que promocionaba un álbum donde se hallaban todos los equipos de primera división. Yo había conseguido completar varios equipos. Recuerdo algunos cromos del Atlético de Bilbao: Lezama, Gainza, Zarra, Panizo… Del Sevilla tenía también varios: Bustos, Guillamón, Campanal, Araujo…Del Real Madrid: Juanito Gonzalez, Pazos, Marquitos, Muñoz, Zárraga, Lesmes, Distéfano, Gento...
Y, además, estaba María Ortega, una alumna nacida en Ceuta, guapísima, que lucía una trenza de cabellos rubia como el oro, y unos ojazos azules y grandes como soles. En el comedor todos la mirábamos como si fuera un hada milagrosa, y ella, que se daba cuenta de nuestro arrobo, nos lanzaba furtivas miradas y sonreía. Era la novia de Joaquín. Y la de Miguel. Y la mía.
Era la novia de todos, y eso conllevaba algunas escenas de celos y peleas en el recreo y en los dormitorios para dejar claro a quién pertenecía la hermosa niña. Tan solo quedábamos dos contendientes: Joaquín y yo. Y ahora nos la jugábamos.
— ¡Venga, tírate!
—No, tú primero
Joaquín me miró con desprecio y se lanzó al agua.
Se tiró en plancha y el agua me salpicó. Una ola negra alcanzó el escalón donde me encontraba y me cubrió los pies. El agua estaba helada.
A cinco a seis metros de distancia, la cabeza de Joaquín avanzaba lentamente dejando atrás el haz de luz que penetraba por la ventanita de la puerta, proyectando en el agua un cuadro amarillo cruzado de vez en cuando por el “Monstruo”, nombre que asignábamos al enorme pez de largos bigotes que habitaba en la cueva
Joaquín llegó a la pared y gritó:
— ¡Venga, Juanito! Aquí te espero. Si no te atreves, has perdido…
Y me lancé al agua. Y nadé y nadé muerto de miedo, crucé por medio del cuadro iluminado y continué avanzando, intentando descubrir a mi compañero en la oscuridad. Cuando llegué junto a él nos quedamos descansando un rato, mirando hacia el lado derecho, el más largo. Nadie había osado nadar en aquella dirección sumida en la negrura, donde se escuchaba un constante goteo de agua. Una vez acostumbrados a lo oscuro, nuestros ojos podían adivinar objetos alineados a los largo de las paredes que sobresalían del agua. Parecían puñales o espadas. Joaquín y yo nos miramos sin decir palabra, pero nos pusimos de acuerdo. El agua nos llegaba hasta la barbilla, pero nos cogimos de la mano y fuimos caminando hacia adentro, a la tenebrosa boca que se abría ante nosotros.
Lo primero que alcanzamos no era un puñal, sino la bayoneta de un fusil sobresaliendo del agua. Al intentar cogerlo tropezamos con un objeto, algo así como un orinal, y pisamos lo que parecía ser un palo o una rama seca. A poco menos de un metro había otra bayoneta, y más allá, otra. Todo el sótano estaba lleno de ellas, y nuestros pies pisaban cosas que se volcaban o crujían bajo el peso. Respiramos profundamente y nos agachamos en el agua para coger algún objeto: yo saqué un casco de soldado oxidado y agujereado; Joaquín, los huesos de un brazo y parte de una mano. Lo soltamos todo y salimos nadando hacia fuera, gritando aterrorizados.
Cuando salimos del agua y nos sentamos en la escalera, comenzamos a dar voces hasta que vinieron a abrir la puerta.
Los empleados del colegio se echaron las manos a la cabeza al vernos allí solitos y empapados de agua, y fueron a quejarse a la directora del centro.
La noticia corrió por el pueblo de casa en casa, y el alcalde reunió una cuadrilla de obreros y les ordenó vaciar la cueva y sacar todos los huesos. De allí sacaron esqueletos, calaveras y huesos sueltos suficientes para cargar dos carretas, que vaciaron luego en una fosa anexa al cementerio.
¿Quiénes eran esos muertos? Unos decían que eran soldados heridos que se refugiaron en el sótano; otros, que eran desertores; otros en fin, que los enemigos, al saber que estaban allí, habían inundado el sótano y los habían ahogado. La batalla de Brunete fue una de las más sangrientas de la guerra y ninguna hipótesis parecía descabellada.
Muy bueno relato. Y Maria Ortega, no volviste a hablar de ella?? Lo que sufriste en esas aguas negras y no tuvisteis ninguna recompensa? Mira en que aguas andaste nadando!
ResponderEliminarNunca nos debemos meter en asuntos que desconocemos.
Habra segunda parte?
Un beso
Flor
Situación aterradora... ¡Nadando con muertos!
ResponderEliminarUn abrazo
Hola, Flor: Me alegro de que te guste el relato. María Ortega se marchó a los pocos meses, cuando sus padres compraron un piso de los de Banús, en la Ciudad Lineal, Madrid, que fue el inicio de las viviendas sociales en España.
ResponderEliminarNo sé qué otras anécdotas escribiré de esa época, por lo tanto no te puedo asegurar continuación.
Un beso.
Florecilla, se me olvidó contestar a tu mención al estado del agua. Digo que era negra por la oscuridad que reinaba en el sótano, no porque estuviera contaminada. La prueba de su buen estado era que había peces.
ResponderEliminarEl agua del pozo se sacaba con un motor para regar los huertos del colegio y del entorno.A veces pasaban varios días regando. Después de unas horas de riego, el nivel de agua del pozo descendía hasta quedar casi seco, y el agua del sotano volvía trás y lo rellenaba. Así se puede decir que el agua del sotano contaminada hacía años que había salido y aquélla en que me bañé era limpia y fresca porque manaba en el pozo y se filtraba al sótano.
No sé si me has entendido. Besos.
Que impresión Juan, menudo susto.
ResponderEliminarEn la esquina de mi calle hicieron hace poquito un bloque que tuvieron que dejar las obras paradas por un tiempo al descubrir en su construcción dos cuerpos enterrados, también dijeron que eran del tiempo de la guerra civil.
Pero quién sabe...
Un besito.
Hola!!!!!
ResponderEliminarJuan a veces pienso que es un lindo cuento, pero después me digo es una historia real, es lo que vivió Juan en su rica vida y así me voy de aquí, es tu vida, tu bella y rica vida que compartes con todos nosotros, gracias.
Buena semana y un abrazo de oso.
PD: por fuera se ve un lugar muy bello.....
Hola, Antonio: el mácabro hallazgo se prestó a muchas hipótesis: si se hubiesen muerto ahogados no deberían haberse encontrado los huesos limpios y ordenadamente distribuidos a los largo de la pared; los ahogados flotan y tardan en descomponerse, creo. Los peces que había eran barbos, esos no sé si comen carne, sí sé que los compran hoy para limpiar los fondos en los acuarios.
ResponderEliminarSe decía entre el personal empleado que las muertes habían sucedido muchos años antes, y luego, cuando ya no quedaba nada de los cadáveres, se había inundado el sótano intencionadamente o por las filtraciones del pozo, lo que explicaba que los huesos estuvieran limpios y en su sitio junto a sus armas, cosa que no hubiera sucedido si hubieran flotado por ahogamiento.
En fin, que en aquellos años había mucho analfebetismos en España, y no se contaba con los laboratorios forenses de CSI Miami ni nada parecido. Y la gente no hizo preguntas y el misterio quedó sin descifrar.
Por el mismo año cambiaron las baldosas del suelo de la iglesia y bajo ellas se hallaron cientos de esqueletos de adultos y de niños.
También los llevaron en carretas a una fosa común del cementerio de Chapinería, que es el pueblo donde se desarrolla la historia.
Un abrazo, amigo.
Darilea eso que dices sucede muchas vces. En Cádiz y aquí en El Puerto hay obras paradas por el Ministerio de Cultura al haber hallado restos humanos en laa exxcavaciones para los cimientos del edificio.
ResponderEliminarUn beso, guepa.
Hola, Común, gracias a ti por tu vista. En efecto, es parte de mi vida. Eso sucedía en 1954, yo tenía 11 años.Tengo otra experiencia de ese mismo colegio en el blog : Historias de Navidad.
ResponderEliminarLas fotos son del edificio tal como es actualmente. Está restaurado, y han demolido el claustro que rodeaba el patio interior, dejando sólo esas columnas que se ven en el jardín de una de las fotos.En la cúspide del edificio había una bola de bronce y una aguja hacia arriba, especiede parrarayos que tampoco está.
Un beso, amiga.
es una historia mu espeluznante, como tantas y tantas escondidas en los pueblos.
ResponderEliminardeberiamos escribir historias como esas y empapelar las paredes de las calles, los parques, las iglesias y sobre todo las sedes del pp.
te quedo mu bien, felicidades.
Mary
“El mundo será feliz cuando todos los hombres tengan alma de artistas, es decir cuando sientan el placer de su labor”. Rodin
ResponderEliminarFelicitaciones a vos, artista de las letras y las palabras enlazadas como obra de arte.
besos
Hola, Mary, muchas gracias por tu aportación. Efectivamente, se cuentan historias del mismo estilo en todas partes y deberían hacerse públicas, pues muchas familias aún están , setenta años después, buscando a sus desaparecidos.
ResponderEliminarSaludos,
Hola, Susuru, qué bueno sería que, tal como dice Rodin, cada persona pudiera hacer aquello que le gusta; seríamos felices.
ResponderEliminarMe alegro de que tu proyecto vaya bien. Un beso
Estas vivencias no se pueden olvidar.
ResponderEliminarYo doy gracias a la memoria porque a través de ti,hemos vivido ese momento de tu vida.
Cuantas cosas quedan ocultas tras unos muros, un suelo...
Juan me ha encantado tu relato, lo que siento es haberte dejado sin desayuno...(lo digo por el comentario en mi blog). Habrá que hacer mas tostadas :)
Muchos besos amigo mío.
Juan, amigo las experiencias de vida nos marcan y son importantísimas, realmente en cada un a de tus entradas me quedo leyendo con muchíma atención porque todo lo que vuelcas en tu blog es para mi algo muy pero muy interesante, digno de ser leido con atención. Esas experiencias de niño no se olvidan , "siento" tu temor , pero a la vez la valentía muy bueno Juan Gracias por regalarme esto que pertenece a tu propia experiencia de vida .Muchas Gracias!
ResponderEliminarGracias, Duna, por tus amables palabras y no te preocupes por el desayuno: sobran cafeterías; lo que faltan son artistas como tú.
ResponderEliminarAún quedan secretos por desvelar en este puto país.Ojalá todos nos decidamos a contar lo que hemos visto y oído.
Un beso.
Gracais a ti, María Susana, por tu visita y amable comentario. En efecto: hay experiencias vividas en la infancia que se marcan a fuego en nuestra memoria y nunca se olvidan.
ResponderEliminarUn beso, amiga.
Una historia terrible, amigo. Cuántos y cuántos habrán por ahí sin que sepan dónde están las familias. Imagino que sería un shock aquella experiencia para unos niños. Yo que sabía que hablas de tu experiencia, me iba asombrando cuando hablaste de que distéis con un fúsil con un agujero, luego otro, hasta llegar al horrible hallazgo de restos humanos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Tiene partes entrañables,ver como a pesar de todo los niños son niños y por duras que sean las condiciones encuentran sus medios para jugar, un poco ajenos a las tragedias que se viven. Tienen una capacidad de adaptación asombrosa. La anécdota de las peleas por la niña de rubia trenza, me sacó una sonrisa. "Y ahora nos la jugábamos", érais muy pequeños como para saber que en estas lides es la chica quien suele elegir, jajaja. Me gusta la inocencia de la situación, a pesar de todo, y del desafío y el valor que hay que reunir (más a esa edad) para meterse a nadar en un lugar así; parece sacado de una peli. Yo creo que no podría hacerlo, ni ahora de adulta, imagina... Una historia agridulce, pero también entrañable. Muy bonita y que me ha gustado mucho, amigo.
Un beso,
Margarita
Hola, Margarita: tienes razón, los niños no se dan cuenta de las tragedias que viven a su alrededor y se distraen con lo que encuentran. Se ven a veces en la televisión a niños jugando en los estercoleros africanos o asiáticos mientras su padres buscan entre la basura algo de alimento.
ResponderEliminarLo de María Ortega,la preciosidad de niña que nos tenía encandilados al punto de provocar peleas y apuestas por convertirse en nuestra novia sin ella saberlo, es una muestra de la inocencia de nuestras mentes.
Y dices bien, con el tiempo lo he descubierto en mis propias carnes: Sois vosotras las que seleccionais, y de nada sirve el empeño y las ganas que pongamos para reteneros.
Algún día, cuando sepa cómo hacerlo, contaré la historia de Joaquín: es terrible, y da para un libro.
Un beso enorme, amiga.
Interesante lo que nos cuentas, importante hallazgo entre tus juegos de niño que ahora recuerdas y de los que nos haces partícipes. De dónde provendrían esos huesos?, quienes serían sus dueños?, creo que ahora has sembrado la duda y el deseo de investigar en todos los que te leemos.
ResponderEliminarUn abrazo Juan
Interesantes preguntas haces, Belkis.¿Quién conoce las respuestas?
ResponderEliminarLa zona donde se ubica la historia que cuento estubo dentro de lo que se conoce como "La Batalla de Brunete", una batalla iniciada por el Gobierno republicano, que quería impedir el acercamiento de las tropas de Franco a la capital.
Las milicias eliminaron los retenes de falangistas y escasas tropas que custodiaban los pueblos; pero luego el ejército de Franco reconquistó la zona, quedando esparcidos miles de cadáveres de ambos bandos.
Nosotros, en el colegio, solíamos ponernos detrás de las yuntas de bueyes que araban el huerto para recoger los casquillos de balas y los balines que aparecían en los surcos por millares para venderlos y comprar chocolates para coleccionar los cromos. El kilo de cobre nos lo pagaban a cinco pesetas.El hierro de los cascos y demás utensilios, a dos pesetas.
Muchas gracias por tu visita y comentario.
Un abrazo.
Me encantó la historia; creo que si le agregás detalles podrías obtener un cuento maravilloso!!!
ResponderEliminarUn abrazo
hola, Claudia, es un placer leer tus comentarios. Lo malo de esto es que los relatos largos he observado que los visitantes apenas los leen, pero tomo en cuenta tu sugerencia por si decido colgarlo en algún n foro. Un beso.
ResponderEliminarGracias por traerme hasta esta historia...
ResponderEliminarEstá magníficamente narrada y es realmente impactante.
Un abrazo enorme, Juan.
Estas navidades pediré una vez más que no haya infancias perdidas, aunque cada vez con menos esperanzas, la verdad.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias a ti, Laura, por el tiempo dedicado a leerla. Me alegra el que te haya gustado y la encuentres bien redactada, eso me anima a continuar escribiendo. Un abrazo y felices fiestas
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