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miércoles, abril 15, 2015

LA NIÑA Y EL PRÍNCIPE


Amor rezando ante la imagen de la patrona de Lorca.

Dedicado a mi amiga Amor Hernández.

 LA NIÑA Y EL PRÍNCIPE

La niña de cabellos dorados y piel blanca y suave como la seda, cuyas risas y palabras -- pura poesía– alegraban las mañanas de pastores y labriegos corriendo en los prados y saludando a las flores silvestres y deteniendo el Sol está triste. No podrá cantar durante mucho tiempo, no podrá competir en belleza con las estrellas ni con las rosas. La sonrisa que siempre lucía en su bonito rostro se ha escondido. Sólo se alimenta del dolor. Pero sabe que todo es temporal, un día no muy lejano, volverá a vivir y a dar vida.

En su mente perdurará el recuerdo de su amarga experiencia:
Al pasar por el bosque sombrío, cuyos altos árboles, cómplices del mal, impedían el paso a los rayos de luz, se vio asaltada por una bestia salvaje, cuyas garras se clavaron en su delicada garganta, hiriéndola gravemente, quedando indefensa ante su agresor, que violó su bellísimo cuerpo y dejó en él su simiente. 

Pasmados, asustados e indefensos ante el poder de la bestia, todos los animales del bosque presenciaban desde cierta distancia la tortura, agradeciendo en el fondo de su ser el que no les hubiera atacado a ellos. Querían ayudar pero no tenían armas, eran seres pacíficos y sociables. Los pajarillos fueron quienes volando alto por los cielos llegaron a la ciudad y recorrieron todas sus calles y plazas pidiendo ayuda con sus cantos y trinos, y entonces se organizó la batida.

Al frente iba un joven guerrero, túnica blanca y melena al viento. En su mano brillaba una espada de fuego, y llevaba en la frente una corona con la inscripción Jesús, Príncipe de Luz. Detrás, prestos al combate, le seguía un ejército de jóvenes guerreros alados gritando:¡Muerte a la bestia salvaje!

El monstruo cobarde, al escuchar los gritos del ejército que se acercaba y sentir temblar la tierra por el peso de sus pisadas, no habiendo rincón donde esconderse, se transformó en reptil y se introdujo en el cuerpo de la niña por la boca.

Cuando llegó el Príncipe, la cogió con ternura en sus brazos y la llevó a la ciudad, al centro de Emergencias, donde un equipo de sus siervos la puso con cuidado en una mesa. Los ojos del Príncipe la examinaron desnuda, ¡qué bella era! Su mirada traspasaba los tejidos y descubrió al bicho mal nacido que había osado atacar a la pequeña. Los rayos de fuego de sus ojos abrasaron a la mala bestia, y ordenó a sus siervos que la sacaran y luego cosieran el precioso cuerpo de ella.

Ella estaba inerte, sin consciencia. Despertó al sentir sobre su frente los labios ardientes del Príncipe, que al verla abrir los ojos, le dijo:

— Vive, hermana pequeña. ¿Has oído la voz de Padre? Decía. "Esta es mi hija, la bien amada, quiero que la defiendas y la sanes". Volverás, pues, a sentir el aire de la mañana, la brisa de la tarde, el aroma de las plantas, el beso del mar, el canto de los gorriones, el vuelo de las gaviotas. el calor de tus amigos, el amor familiar... Tu voz sonará en la radio, tus risas alegrarán las almas, darás vida a personas deprimidas. Tus poemas llegarán al alma de tus lectores, se incrustarán en ella. Tus libros se venderán en todas partes. Tu figura recobrará su belleza y causará la misma admiración que cautivaba las miradas de los seres que te encontrabas. Confía en Él, haz cuanto esté de tu parte, sé fuerte ante las pruebas que te esperan: el cuerpo es lento, sigue sus propias leyes, las heridas dejan sus huellas y tardan en cicatrizar. Pero sanarás. Tu alma se fortalecerá, será más comprensiva y sabia, podrás ayudar a los seres humanos que sufren... 

La niña escuchaba, arrobada. La luz del Príncipe la inundaba y sentíase flotando en el aire. Él le cogió la mano y le dijo:

— Levántate, sigue tu camino en paz. Yo estaré a tu lado.