Sigo
igual con el catarro. Haciéndole caso a mi vecino Eusebio he ido a la farmacia
a buscar un remedio.
Estaba
yo guardando cola detrás de cuatro personas, muy preocupado porque delante de
mí había un hombre que no paraba de estornudar de forma escandalosa: las
vitrinas de medicamentos temblaban a cada estornudo, el suelo ya resbalaba y el
ayudante del farmacéutico se puso la mascarilla.
Cuando
le llegó el turno, el hombre estornudó de tal manera que llenó de
mocos el mostrador y la pantalla de cristal que separa a los pacientes del
Farmacéutico. Este, si esperar nada cogió un tarro del estante, lo abrió y le
dio una cucharadita del contenido al enfermo, diciéndole:
—Son 10 euros. Ahora se toma estas cucharaditas y al llegar a casa se toma otra más, y luego, otra cada ocho horas.
Todos
estábamos mirando sin perder nota de lo que estaba sucediendo. El hombre pagó y
salió de la farmacia. Entonces el titular del negocio salió de la oficina y le
preguntó a su ayudante:
—Ramón... ¿Qué es lo que le has dado a ese
señor para el resfriado?
—Un par de cucharadas grandes de jarabe contra el
estreñimiento
—¡¡ Pero eso es una barbaridad, hombre, me
van a cerrar la farmacia !!
—Perdone jefe, pero en estos casos, es lo
más efectivo. Asómese a la puerta conmigo y vea
Salen
ambos a la puerta y ven al hombre apoyado en una farola con una mano
sujetándose el vientre y la otra pinzándose la nariz con los dedos.
—¿Ve usted como ya no estornuda?
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