Buenos días, amig@s!
Perdonad que apenas entre y comente o publique, mi compañera del alma me ha regalado un catarro tremendo de Segunda mano, pues también a ella algún admirador anónimo se lo entregó sin ánimo de lucro.
Ayer entré en la farmacia del barrio para comprar algún mejunje que contuviera mis excreciones y... Mejor os cuento como fue la escena:
—Buenos días , don Ramón, vengo a que...
En ese momento no pude evitar un estornudo que me causó un intenso dolor en todo el cuerpo. Cuando abrí los ojos vi al farmacéutico y su joven empleada, licenciada en prácticas, consternados observando el cristal que nos separaba y el mostrador: Los mocos chorreaban cristal abajo; el mostrador aparecía lleno de liquido viscoso...
Me limpié con un pañuelo, (con qué otra cosa me iba a limpiar ¿ein?), mientras pensaba qué les iba a decir.
No hizo falta decir nada: la joven boticaria entró en el almacén y, regresó con un frasco color marrón, lo abrió y llenó una cucharita y me la ofreció:
—Tómese esto ahora y al llegar a su casa se toma otra, No más de tres al día.
Me tomé el medicamento, que me recordó el aceite de ricino que nos daban las monjas, pagué el producto (12 euros) y me fui para casa.
Luego, gracias a una vecina mía que estaba sentada esperando a que pesaran a su bebé, me enteré de la conversación que habían tenido en la farmacia la pareja de licenciados:
—¿Qué le has dado?— preguntó el dueño
—Digestic, lo mejor para el estreñimiento
—¡¿Pero estas loca?! Lo que necesitaba el cliente es algo para la gripe.
—Venga a mirar por donde va y comprenderá.
Y se asomaron a la puerta y me vieron agarrado con una mano a la farola y con la otra pinzándome la nariz, los ojos lagrimosos... La niña bonita le dijo a su jefe:
—¿Ve usted como ya no estornuda?
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