
España. Año 2010.
Carlos se hallaba mirando un expediente en su despacho de la planta 29 de la Torre de Madrid cuando, de pronto, escuchó un ruido raro en la fachada del edificio. Vio el helicóptero parado frente a él durante unos segundos; luego, el aparato fue ascendiendo, hasta perderlo de vista sobre su cabeza. Carlos se preguntó qué estaba ocurriendo. Desde hacía unos días, notaba algo raro en la conducta de sus compañeros, que apenas le dirigían la palabra, esquivando su mirada y su compañía con pretextos torpes, inventados deprisa sobre la marcha. De pronto, un hombre enmascarado con una capucha y vestido totalmente de negro irrumpió en su despacho, dando una patada en el cristal de la ventana, que saltó hecho pedazos. Casi al mismo tiempo, escuchó unas carreras en el pasillo exterior de la oficina, seguidas de una pequeña explosión, que hizo trizas la puerta de entrada a su departamento. ¡Joder!, exclamó. Carlos se levantó rápidamente y corrió hacia el cuarto de baño. Apenas tuvo tiempo de lanzar el objeto al interior del water, cuando fue empujado bruscamente y lanzado contra la pared.
No había tenido tiempo de tirar de la cisterna y el agente del grupo especial de operaciones (GEO), sonrió al ver flotando en el agua la prueba del delito. Se puso unos guantes de látex e introdujo su mano en el receptáculo, cogió el diminuto objeto, lo miró detenidamente y sonrió diciendo:
– Te tenemos, de ésta no te libras.
– Eso no es mío; lo has puesto tú ahí dentro - contestó, desafiante, Carlos.
El agente le propinó un rodillazo en el bajo vientre que le hizo doblarse en dos con un gemido. Luego le puso las esposas y le empujó hacia fuera del cuarto.
–Ya veremos lo que dices cuando encontremos tu ADN en esa prueba.
– ¿Sí? ¿Podrá sacarla estando empapada de agua? –dijo Carlos, con una sonrisa irónica.
El agente le dio un puñetazo en el estómago y otro en el costado. Procuraba pegar donde no dejase marcas: no deseaba enfrentarse a una demanda judicial por el detenido. Carlos cayó al suelo hecho un ovillo. En eso llegó otro de los agentes que habían entrado por la ventana y con una sonrisa mostró un objeto, prueba irrefutable del delito.
–Lo he encontrado dentro de una carpeta de archivos, en el armario-dijo, enseñándole a su jefe la cosa que llevaba dentro de una bolsita de plástico transparente.
–¡Perfecto!
Al ver aquello, Carlos se desmoronó, no tenía escapatoria posible: la prueba era contundente, irrefutable, condenatoria. Pensó que todo había terminado: su vida en la comunidad, su trabajo en una importante empresa, sus amigos, su familia… Todo se había ido al carajo por no ser capaz de controlarse.
–Sí, es mío –confesó–; pero no lo uso, lo guardaba como un recuerdo, como un objeto para coleccionistas. Dentro de unos años, tendrá un valor incalculable…
–Eso se lo cuentas al juez. Vamos. ¡Andando! –ordenó el policía, empujándole.
Todos los agentes abandonaron el despacho de Carlos, cruzaron el pasillo que comunicaba con el resto de las oficinas de la planta 29 y se dirigieron a los ascensores. Mientras esperaba la llegada del elevador, Carlos vio cómo se abrían todas las puertas de las oficinas contiguas y los empleados se asomaban para mirarle, sonriendo con cara de satisfacción por su detención. Algunos incluso aplaudieron a los agentes. Uno de los GEOS llevaba cuidadosamente en la mano la bolsita de plexiglás que contenía la prueba acusatoria: un paquete de tabaco, de la marca Ducados.
Fin
El 1 de enero de 2006 entró en vigor la Ley Contra el Tabaco en los espacios públicos y los centros de trabajo. Los bares y restaurantes tuvieron que dividir su espacio entre los fumadores y no fumadores, habilitando salones separados entre unos y otros. Las empresas no aceptaron crear salas para fumar durante las horas de trabajo y prefirieron prohibir tajantemente fumar dentro de ellas. Hubo enfrentamientos en lugares públicos entre fumadores y no fumadores; los bares no respetaban la Ley y las sanciones no parecían acobardar a nadie. El Gobierno, que ya no consideraba rentable su Monopolio de Tabacalera, al comprobar que los ingresos de éste no superaban a los gastos en sanidad pública que las enfermedades del tabaco producían, optó por endurecer las penas a los fumadores, cambiando las sanciones económicas por condenas en la cárcel.
No había tenido tiempo de tirar de la cisterna y el agente del grupo especial de operaciones (GEO), sonrió al ver flotando en el agua la prueba del delito. Se puso unos guantes de látex e introdujo su mano en el receptáculo, cogió el diminuto objeto, lo miró detenidamente y sonrió diciendo:
– Te tenemos, de ésta no te libras.
– Eso no es mío; lo has puesto tú ahí dentro - contestó, desafiante, Carlos.
El agente le propinó un rodillazo en el bajo vientre que le hizo doblarse en dos con un gemido. Luego le puso las esposas y le empujó hacia fuera del cuarto.
–Ya veremos lo que dices cuando encontremos tu ADN en esa prueba.
– ¿Sí? ¿Podrá sacarla estando empapada de agua? –dijo Carlos, con una sonrisa irónica.
El agente le dio un puñetazo en el estómago y otro en el costado. Procuraba pegar donde no dejase marcas: no deseaba enfrentarse a una demanda judicial por el detenido. Carlos cayó al suelo hecho un ovillo. En eso llegó otro de los agentes que habían entrado por la ventana y con una sonrisa mostró un objeto, prueba irrefutable del delito.
–Lo he encontrado dentro de una carpeta de archivos, en el armario-dijo, enseñándole a su jefe la cosa que llevaba dentro de una bolsita de plástico transparente.
–¡Perfecto!
Al ver aquello, Carlos se desmoronó, no tenía escapatoria posible: la prueba era contundente, irrefutable, condenatoria. Pensó que todo había terminado: su vida en la comunidad, su trabajo en una importante empresa, sus amigos, su familia… Todo se había ido al carajo por no ser capaz de controlarse.
–Sí, es mío –confesó–; pero no lo uso, lo guardaba como un recuerdo, como un objeto para coleccionistas. Dentro de unos años, tendrá un valor incalculable…
–Eso se lo cuentas al juez. Vamos. ¡Andando! –ordenó el policía, empujándole.
Todos los agentes abandonaron el despacho de Carlos, cruzaron el pasillo que comunicaba con el resto de las oficinas de la planta 29 y se dirigieron a los ascensores. Mientras esperaba la llegada del elevador, Carlos vio cómo se abrían todas las puertas de las oficinas contiguas y los empleados se asomaban para mirarle, sonriendo con cara de satisfacción por su detención. Algunos incluso aplaudieron a los agentes. Uno de los GEOS llevaba cuidadosamente en la mano la bolsita de plexiglás que contenía la prueba acusatoria: un paquete de tabaco, de la marca Ducados.
Fin
El 1 de enero de 2006 entró en vigor la Ley Contra el Tabaco en los espacios públicos y los centros de trabajo. Los bares y restaurantes tuvieron que dividir su espacio entre los fumadores y no fumadores, habilitando salones separados entre unos y otros. Las empresas no aceptaron crear salas para fumar durante las horas de trabajo y prefirieron prohibir tajantemente fumar dentro de ellas. Hubo enfrentamientos en lugares públicos entre fumadores y no fumadores; los bares no respetaban la Ley y las sanciones no parecían acobardar a nadie. El Gobierno, que ya no consideraba rentable su Monopolio de Tabacalera, al comprobar que los ingresos de éste no superaban a los gastos en sanidad pública que las enfermedades del tabaco producían, optó por endurecer las penas a los fumadores, cambiando las sanciones económicas por condenas en la cárcel.
Al final sí tuve tiempo de pasarme un ratillo.
ResponderEliminarAl leer tu relato al principio uno piensa que el protagonista es un terrorista, un espía o algo así. Lo que me he reído con lo del paquete de tabaco.
¡Caray! Espero que las cosas no lleguen a tales extremos. Seguro que habrá discusiones y enfrentamientos a causa de que a quien le moleste el tabaco haga respetar la nueva ley, pero desearía que la sangre no llegase al río.
Seguro que habrá casos extremados por ambas partes. El listillo no fumador que llamará la atención incluso a los que fumen en la calle y alegando que le molesta el humo exigirá que apaguen el cigarrillo. Y el chulito fumador que entrará en bares o lugares libres de humo de tabaco y se pondrá a fumar diciendo que él no ha votado por el gobierno actual y que esa ley no le concierne.
A mí me parece que las cosas estaban bien como estaban, y que si quieren que se deje de fumar, que financien recursos por la S.S. para quien quiera dejar de hacerlo.
Espero que en el año 2010 los GEOS no sean necesarios porque habrá paz y armonía en todo el mundo, aunque la mitad esté llena de humo.(¡Que bonito es soñar!,¿eh?)
Un beso
Patri
Completamente de acuerdo contigo, Patricia.Al final seguirán las cosas como están: los bares no desearán perder a sus clientes y el que no fuma se aguantará o se irá a otra parte, como hacemos ahora.Donde sí deberían ser intrnsigentes es en los hospitales y centros de salud. Es indignante ver a los celadores empujando las camas de los enfermos que van con goteros en la nariz y en los brazos mientras el enfermero esconde en la palma de su mano el cigarrillo.Yo lo veo cada vez que voy a la consulta para mi esposa o para mí. Un beso, amiga, y gracias por tu visita.
ResponderEliminarOye Juan, se te dan muy bien las historias donde existe acción. Respecto al tema de los cigarrillos, es algo que tiene que ver con la industria y los puestos de trabajo. Mientras se necesite trabajar existir´+an las empresas tabacaleras a no ser de que las sustituyan por fábricas de gomas de mascar...
ResponderEliminarB. Miosi
Hola, Blanca:
ResponderEliminarDe mascar o de las otras, que cada vez se usarán más debido a las infecciones o embarazos no deseados.
No estoy de acuerdo en que para mantener en actividad las empresas haya que fabricar cosas que matan a la población:ni el tabaco ni las armas.
Gracias por opinar sobre el tema. Un beso