Foto propiedad del autor.
Cuando mi amigo Juan Manuel me recibió ayer en la puerta de visitas de Navantía, yo no tenía idea de lo que me esperaba.
Días antes habíamos quedado en vernos para conocer a sus compañeros del sindicato CAT y hablar sobre un acto cultural incluido en las Jornadas del 1º de Mayo, previsto para el próximo día 28 en Puerto Real. En ese acto yo presentaría mi novela, "La pista del lobo", y otras personas recitarían sus poemas acompañados de los acordes de una guitarra. Juan Manuel me sugirió que llevase un ejemplar de mi novela para examinarla y preparar la introducción al acto de la presentación.
El tiempo no acompañaba, el cielo aparecía gris oscuro y comenzaba a llover, y mientras esperaba bajo mi paraguas en la puerta de astilleros la llegada de Juan Manuel me preguntaba si no hubiera sido mejor aplazar la reunión.
Menos mal que no lo hice, me hubiera perdido algo tan inesperado como maravilloso: la visita al Museo El Dique, en Matagorda.
Finalizados los trámites de seguridad previos a la entrada en el recinto, me condujeron en coche hasta el museo. ¡No me habían dicho nada de eso, imaginad mi sorpresa!
Felicidad, una hermosa muchacha muy simpática y muy bien documentada, nos esperaba en la puerta. “¿Usted es Juan?-me preguntó, y ante mi afirmación dijo-: ¡Bienvenido a este lugar, del que esperamos guarde usted un recuerdo inolvidable!” Luego nos invitó a iniciar el recorrido a través de las salas, parque y dársena del museo, mientras nos enriquecía con sus comentarios.
Me explicó que, allá por el año 1868, el Marqués de Comillas, un joven emprendedor que emigró con lo puesto a Cuba y regresó rico, fundando en Barcelona una compañía naviera que firmaba contratos millonarios con el Gobierno, decidió construir en el lugar en que estábamos una dársena para mantenimiento de sus buques, pues tenía adjudicado el tráfico del correo con América y cualquier retraso o pérdida le ocasionaba multas e indemnizaciones muy elevadas.
El astillero se construyó entre 1872-78, costando más de lo previsto y alcanzando la suma de seis millones de pesetas de la época.
Lo primero que me enseñó fue una pequeña iglesia neorrománica, construida en memoria del primer Marqués de Comillas. Tiene una planta simétrica en forma de cruz y decorada con estilo ecléptico. Pude apreciar la variedad de materiales con que estaba edificada.
Foto incluida en el libro conmemorativo del 125 aniversario del astillero de Puerto Real
Gracias a Felicidad, nuestra guía, supe el motivo de su edificación: inculcar en los trabajadores la devoción religiosa. Para ello se estableció la obligación de ir a misa como requisito indispensable para trabajar y ocupar las viviendas que el Marqués mandó construir, fundando el poblado naval. La capilla, como cualquier otra iglesia, se ha usado para toda clase de ceremonias religiosas por los antiguos habitantes del poblado.
La capilla está edificada sobre unos cimientos similares a los de la ciudad de Venecia: para contrarrestar el movimiento del terreno a causa de la acción del mar, se clavaron estacas en el fondo marino hasta llegar a la firmeza de la roca, y sobre ellas levantaron el edificio. Las cuatro pequeñas naves interiores que forman la cruz están comunicadas por arcos de medio punto, que descansan sobre columnas de jaspe y capiteles esculpidos con figuras tenebrosas, al igual que se pueden ver en algunas catedrales. El mobiliario interior: confesionario, altar mayor, bancos e imágenes son originales de la época, 1880; el templo contiene una pila bautismal preciosa y singular en forma de concha marina.
El edificio consta de dos partes: la planta inferior,con suelo de baldosas valencianas y muros de piedra ostionera; la parte superior es de madera, con una cúpula central de estilo bizantino. Por motivos de seguridad del Ministerio de Defensa, la construcción no debía sobrepasar los cuatro metros de altura, por ello la cúpula es desmontable para evitar que, en caso de conflicto, se impidiera la visibilidad y control militar de la Bahía de Cádiz.
Contemplé el primer dique de reparación de la Bahía de Cádiz con sus primitivas compuertas de entrada, accionadas manualmente a base de cuerdas y tornos; las ruinas de la fortaleza Matagorda, ubicada frente a la de Puntales, en Cádiz. Entre ambas controlaban el acceso a la Bahía, hasta que Matagorda fue destruida por los franceses.
En cuanto a este capítulo de la guerra contra los franceses, Felicidad me proporcionó un dato curioso y muy importante: Los jardines del Trocadero y los monumentos que se alzan a la sombra de la Torre Eiffel, en los que pasé muchas horas románticas en mi juventud, deben su nombre a la batalla ganada por los Cien mil Hijos de San Luis contra los liberares gaditanos en el mismo lugar en que nos hallábamos.
La visita continuó por la sala de bombas que utilizaban para sacar el agua del dique una vez el barco estaba encerrado y lograr que la nave bajase hasta descansar en el fondo. Las máquinas se conservan en buen estado.
Dentro de las salas admiré, enmarcadas, las imágenes de los talleres primitivos de fabricación de piezas; y en las mesas expositoras pude tocar las herramientas usadas para los distintos trabajos, los planos y maquetas
Foto incluida en el libro conmemorativo del 125 aniversario del astillero de Puerto Real
Retrocediendo documentalmente a épocas anteriores, conocí el salto cualitativo de unos tiempos a otros: comenzando con la del remachado de las vigas y de los cascos de los buques en los años de la Revolución Industrial, hasta la llegada y aplicación del invento de la soldadura eléctrica a mediados del siglo XX.
Contemplé respetuosamente las pesadas herramientas de la fragua depositadas sobre una mesa mientras Felicidad me ilustraba con el proceso de remachado de un buque.Colocados estratégicamente para poder apreciarlos mejor, había sopletes oxhídricos y oxiacetilénicos, lámparas, trajes de buzos con sus bombas y mangueras de aire.
Las primeras pinzas para sujetar los electrodos y las pantallas de protección usadas para realizar las soldaduras al arco en el astillero se encuentran expuestas allí entre escuadras, cartabones, micrómetros, reglas, compases y toda clase de utensilios para el cálculo y trazado de los componentes.
Cuando descendía la demanda de buques, el astillero fabricaba otras cosas. Junto al edificio principal del museo se hallan los antiguos talleres de construcción de vagones de trenes, vagonetas para minas y raíles con sus utillajes y herramientas.
Y, por último, entré en el archivo fotográfico: una exposición de numerosas y magníficas fotos en blanco y negro, verdaderos documentos históricos que dicen más de lo que enseñan: Las condiciones de seguridad en que trabajaban, la precariedad de los andamiajes y ropas de trabajo; la dureza de las labores a realizar; los materiales y los medios de ingeniería utilizados para la construcción. Enormes piezas elevadas a base de trócolas y cuerdas, que si verlas hoy causa estupor, constituían las más avanzadas técnicas de la época.
Más de medio millón de placas fotográficas se guardan en el archivo, lo cual permite aventurar, sin temor a equivocarse, que tenemos en este museo naval el mayor archivo fotográfico del mundo.
Foto de la portada del libro conmemorativo del 125 aniversario del astillero de Puerto Real
Al finalizar la visita, el director del archivo, don José María Molina Martínez, me obsequió con un libro enorme, tanto por su tamaño como su contenido, para que se cumpliera el deseo que expresó Felicidad a mi llegada de “convertir mi estancia en aquel lugar como algo inolvidable”. No hacía falta eso para que yo saliera alucinado y marcado para el resto de mi vida (aunque el libro ya no lo devuelvo; ocupará un lugar privilegiado en mi biblioteca), les aseguro que jamás olvidaré lo que he visto y oído en el Museo El Dique, en Matagorda
Quiero expresar desde esta humilde página mi eterno agradecimiento a la dirección de NAVANTIA, por las facilidades y atenciones recibidas para acceder a la factoría; a don José María Molina, por su amabilidad y paciencia al responder a mis preguntas sobre las placas fotográficas y por el valioso e interesante libro que me ha regalado; a Felicidad, la hermosa joven que tan amablemente me ha acompañado e instruido con sus conocimientos sobre el lugar, le agradezco su tiempo y exquisita atención, y a los compañeros del sindicato CAT, que me sorprendieron organizándome esta maravillosa e inesperada visita. A todos, ¡muchísimas gracias! Me he sentido flotando en una nube. ¡Nunca lo olvidaré!
Pero lo más impresionante, lo más alucinante de todo esto es que a ninguna institución parece interesarle el valor del tesoro cultural que encierra el Museo El Dique.
La Dirección del museo ha ofrecido a los ayuntamientos la posibilidad de visitar las instalaciones gratuitamente. A las agencias de turismo les ha sugerido la inclusión de la visita al museo entre las ofertas turísticas. A la Diputación Provincial le ha pedido que lo promocione a nivel nacional.
El personal del museo espera con los brazos abiertos a los visitantes; conocen que el valor de lo que custodian es incalculable y desean compartirlo con el público; están dispuestos a ofrecer jornadas de puertas abiertas, pero… ¡nadie les hace caso!
Incomprensible. Lamentable. Ofensivo. Indignante.
Incomprensible, porque sabemos que se está desaprovechando la oportunidad de promocionar una oferta cultural en una zona industrial en declive, que carece de otras fuentes de riqueza. Las playas de Puerto Real no tienen nada que ofrecer al turismo mientras existan las playas de La barrosa, La Victoria, Valdelagrana o Vista Hermosa en las cercanías.
No se comprende que en otras ciudades los turistas hagan cola y paguen 6 euros sólo por ver una casa donde vivió algún personaje ilustre y que este Museo no se valore.
Por la misma causa, no se comprende que se paguen 6 euros por visitar una plaza de toros, alegando que es la más antigua de España. No se comprende que se paguen 6 euros por degustar una copa de vino en el interior de una bodega.
No se comprende que cobren 5 euros por contemplar una colección de tebeos del Guerrero del Antifaz y de José María el Tempranillo en una vitrina junto a cuatro espadas y puñales y una docena de trabucos y pistolones, que se pueden comprar en cualquier tienda de “souvenirs” sin necesidad de pagar entrada en lo que en algunos lugares llaman "Museo de bandoleros".
No se comprende que mientras eso ocurre en las ciudades cercanas, aquí se mantiene oculto y olvidado este Museo El Dique con tanta riqueza y tanta historia que ofrecer entre sus muros, un museo ubicado junto al mar en un lugar tan grande, tan privilegiado, tan histórico, tan precioso.
Lamentable, porque las visitas al museo la ofrecen gratis sus administradores y con eso levantarían la barrera que supone para los bolsillos de muchos ciudadanos el saciar su sed cultural.
Lamentable, porque se nota la ignorancia que persiste en quienes piensan que el turista sólo quiere sol y playa, cuando basta asomarse a las ofertas culturales de las grandes ciudades para comprobar que, a pesar del precio elevado de las entradas, es tanta la demanda que en muchos casos hay que reservar hora y día para poder visitar los museos y exposiciones.
Lamentable que se les prive a los ciudadanos de la Bahía de conocer una parte tan importante de su historia, del desarrollo industrial y de los esfuerzos que se han hecho para sobrevivir en una empresa que ha sido baluarte de la industria naval en el mundo.
Ofensivo a la inteligencia humana es que la única dificultad que impide llevar a cabo esa apertura al público del Museo del Dique consiste en que nadie se quiere hacer cargo de contratar a un servicio de autobuses que lleve a los visitantes desde Puerto Real hasta el museo (cinco kilómetros aproximadamente) porque supondría unos pocos miles de euros anuales, cuando todos sabemos que en las campañas electorales se “tiran” millones de euros que sólo benefician a los partidos, no a los ciudadanos.
Ofende que las Cajas de Ahorros y los Bancos no colaboren en promocionar un Museo representativo de una empresa que durante 125 años ha sido la fuente de la riqueza y de los ahorros que les han permitido instalarse en la Bahía.¿Dónde están sus obras benéficas, sus fundaciones culturales, sus inversiones no lucrativas? ¿No afirman que sus beneficios revierten en la sociedad?
Foto incluida en el libro conmemorativo del 125 aniversario del astillero de Puerto Real
¿No merece una industria que desde hace más de un siglo permanece dando riqueza a la zona que las instituciones competentes en la materia reconozcan sus méritos y esfuerzos tomando iniciativas que permitan conocer su trayectoria por medio de su Museo?
Ofensivo es que desprecien un tesoro cultural creyendo que a la ciudadanía no le interesa adquirir cultura. O, peor aún:¿No interesa que la ciudadanía adquiera cultura?
Indignante que nadie se haga eco de las sugerencias y ofertas del Director ni respondan ni aporten argumentos creíbles para justificar esas actitudes contrarias al interés común.
Indignante que los mismos que se lamentan del desmontaje y huida de las industrias no se planteen la búsqueda de otras fuentes de riqueza como el turismo, ignorando la famosa frase del poeta: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.”
Espero y deseo que la situación cambie pronto y todos los ciudadanos puedan disfrutar de este interesantísimo museo.