Esta noche, mientras esperaba a Morfeo, recordaba un cuento
de Calleja que leí en mi niñez. Dice así:
Érase una vez un rey muy poderoso y rico que tenía una hija
muy bella. Todos los príncipes de la tierra acudían al palacio a pedir su mano.
El Rey, que no quería alejarse de su hija, emitió el siguiente bando por todo
su reino:
« Ante Dios y todos
mis vasallos, prometo lo siguiente: La princesa será concedida en matrimonio al
que encuentre estas tres cosas: Nada, No
nada, y ¡Ay,ay ay!».
Y todos los
pretendientes regresaron a sus países decepcionados, pues intuyeron que el Rey
no deseaba entregar a la princesa y por eso pedía cosas imposibles de hallar.
Pero hete aquí que Perico, un pastorcito que cuidaba un
centenar de ovejas, bajó de la montaña
para comprar víveres en la tienda de la
aldea y escuchó el bando del paje real:
«La princesa será concedida en matrimonio al que encuentre
estas tres cosas: Nada, No nada, y
¡Ay,ay ay!».
¡Caray, qué oportunidad para dejar de ser pastor y
convertirme en príncipe!, exclamó Perico. Y se puso a pensar en qué podían ser
las tres cosas que pedía el rey.
Cuando fue a llenar su cantimplora en una fuente se le cayó
el tapón en el agua y vio que éste no se
hundía sino que flotaba. ¡NADA!, exclamó lleno de júbilo.
Seguidamente arrojó una piedra al agua y ésta se fue al
fondo:
¡NO NADA!
Y el pastorcito guardó en su mochila los dos preciados trofeos.
Ya sólo le quedaba encontrar una cosa para poder aspirar a la mano de la bella
princesita.
Al cabo de tres días de intensa búsqueda se dio por vencido:
era imposible hallar una cosa que se llamase Ay,ay, ay.
Abatido, se sentó bajo una encina para comer el pedazo de pan
y tocino que llevaba en la mochila: ¡Qué pena, con lo cerca que estaba de casarme con la princesa! Debo poner los pies en tierra; un pastor está condenado
a guardar ovejas toda su vida – pensaba el chico.
Le dio el último bocado a su bocadillo, bebió un trago de agua de su
cantimplora y luego se tumbó sobre la hierba
para echar la siesta.
De pronto sintió un escozor tan fuerte que se le saltaron las lágrimas, y dio un brinco gritando: ¡AY,AY,AY...!
De pronto sintió un escozor tan fuerte que se le saltaron las lágrimas, y dio un brinco gritando: ¡AY,AY,AY...!
¡Se había tumbado sobre un rodal de ortigas y tenía el
cuello y las orejas hinchadas!
De pronto tuvo una idea: cogió un manojo de ortigas, una
piedrecita y el corcho de su cantimplora y se fue a la ciudad para ver al Rey.
Los guardias del palacio no querían dejarle entrar, pero él comenzó a
gritar diciendo que traía las tres cosas que pedía el Rey. Una multitud de
personas se congregó en la plaza al
instante y el rey no tuvo más remedio que salir a verle.
–Veamos qué traes ahí – dijo el monarca
Y el pastorcillo sacó el tapón de corcho, lo arrojó al
estanque del palacio y dijo:
–Majestad, ¿el corcho nada o no nada?
El Rey respondió: Nada.
Luego el chico sacó la piedrecita y la arrojó al estanque.
– Majestad, ¿la piedra nada o no nada?
– No nada.
Y por último el
pastorcillo sacó su ramo de ortigas y golpeó con él el rostro del monarca.
– ¡Ay, ay, ay...! ¡Maldito seas, te voy a matar!– gritaba el rey.
– Majestad esas son las tres cosas que vos pedíais para
conceder la mano de vuestra hija.
Y todo el mundo se quedó pasmado ante el ingenio del pastor.
El rey no pudo negarse a cumplir su palabra delante de la multitud que
presenciaba la escena. La princesa estaba encantada de tener por esposo a un
hombre tan inteligente, tan joven y apuesto y se entregó a él. Y fueron felices
y comieron perdices, y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Y como todo cuento, éste tiene su moraleja. Yo te la explico, y si no te gusta la dejas.
Seis siglos más tarde en un lugar llamado España, el Rey
quería casar a su hija y la envió a las Olimpiadas de Atlanta para encontrarse
con Udargarín.
¿Qué le exigió el Rey a Urdagarín como dote para la Infanta?
Nada
¿Aportó algo Udargarín a la Corona?
No, nada.
Y qué dijo el Rey al enterarse de que el juez podía encarcelar a su yerno y a su hija?
Desde luego, Juan, hay que descubrirse ante tanto ingenio. Mis felicitaciones por la moraleja más acertada que he leido. Gracias por hacer brotar siempre una sonrisa. Abrazos.
ResponderEliminarJa,ja...te estás superando con las entradas Juan. Ay ese pobre rey...ja,ja
ResponderEliminarGracias a ti,amigo Pedro, por el tiempo que dedicas a visitarme. Me alegra que te haya sacado una sonrisa. Un abrazo
ResponderEliminar¡Ja,ja,ja! Mamen, a este pobre rey se le juntan todas las desgracias. Ahora camina como si hubiera pasado una noche de fiesta en el barrio madrileño de Chueca.
ResponderEliminarMenos mal que no tiene que esperar 18 meses de turno para operaciones como todo quisque, que para eso es el Rey.
Supongo que si le citaran el artículo de la Constitución que él firmó donde dice "Todos los españoles son iguales...", respondería: De eso, NADA
¿Dice su majestad que nada?
NO, NADA
Y si los de IRC esos le obligasen a esperar turno ¿qué pasaría?
¡AY;AY,AY... No quiero ni pensarlo.
Muy ingenioso Juan, felicidades.
ResponderEliminarGracias, Mercedes.Un beso
ResponderEliminarJuan :
ResponderEliminarmuy buena actualización del cuento,
el pobre rey esta que trina con el yerno que le toco pero.... estos no fueron felices y comieron perdices.
un gusto leer esta divertida historia
mario
Hola, Mario! ¿Cómo estás, amigo?
ResponderEliminarEspero que bien. Gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo
Jajajjaajaa
ResponderEliminarMenudo pirata está hecho el yerno.
Recuerdo que cuando era novio de la infanta un funcionario del ayuntamiento de Barcelona filtró a la prensa que el futuro yerno debía todos los impuestos municipales desde hacía años.
Y ganaba su buen dinero como jugador de balonmano del Barcelona.
Si en vez de echar a la calle al funcionario del ayuntamiento, que es lo que hicieron, le hubieran hecho caso ahora estarían mucho más tranquilos.
Saludos.
Gracias, Toro Salvaje por tu aportación. ¡Menudo elemento está hecho el guaperas del balonmano.Saludos
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