Desde el helicóptero, la autopista parecía una larga y sinuosa cinta de neón de dos líneas de luces, blancas y rojas, que se movían en direcciones opuestas. El piloto observó a lo lejos el halo luminoso de la urbe, que rasgaba la oscuridad impidiendo ver las estrellas, y puso rumbo a ella. De pronto advirtió un cambio brusco e incontrolado de luces en el lado derecho de la autovía, señal de que algo iba mal allá abajo, y descendió hasta descubrir la causa del problema:
Un autobús hacía raros movimientos, frenaba y aceleraba de improviso. De pronto comenzó a dar bandazos de un lado a otro, corriendo a gran velocidad por la autopista, y los conductores que le seguían mostraban su enfado tocando el claxon.
El coche que iba detrás intentó adelantarlo para alejarse del peligro, pero el autobús parecía haber perdido el control y el conductor del turismo frenó de improviso para evitar la colisión, lo cual provocó accidentes en cadena.
Cinco kilómetros más adelante, los agentes de un coche patrulla de la Guardia Civil, avisados por el helicóptero, dejaron pasar los turismos que precedían al autobús y seguidamente colocaron unas bandas de goma cubiertas de clavos sobre el asfalto. Luego, esperaron la llegada del vehículo con las pistolas en mano, dispuestas a escupir fuego si fuere necesario. Al verlos, el temerario conductor dio un frenazo pisando a tope el pedal y tirando al mismo tiempo de la palanca del freno de mano. El autocar se detuvo, arrastrándose y dejando profundas y humeantes huellas de neumáticos en el asfalto, quedando atravesado en la pista. El sargento se dirigió al conductor y le espetó:
— ¡Baje inmediatamente del autobús! ¿Qué coño le pasa?
—No podía controlar el trasto este, señor guardia. El acelerador se quedó enganchado, y no había forma de parar el motor. Los frenos no funcionaban bien y se me iba hacia un lado. Intenté detenerlo reduciendo la velocidad con el cambio de marchas; pero rascaban los engranajes y no entraba la palanca. Y realizar una frenada brusca como la que ustedes me han obligado a hacer era peligroso para los viajeros: podíamos volcar... Este vehículo es un trasto. Lleva un año ocasionando problemas. La empresa lo sabe, pero no quiere reemplazarlo. Ya sabe usted: los recortes...
— ¡Enséñeme su permiso de conducir y todos los documentos!
Y el chófer, un anciano de manos temblorosas y semblante enfermizo y agotado, introdujo su sarmentosa y escuálida mano en la guantera y sacó su documentación. No estaba en regla, la última revisión del vehículo había sido desfavorable y se había realizado el año anterior. El guardia miró detenidamente al conductor y le dijo:
— No está usted en condiciones de conducir. Aparque el autobús en el arcén, queda retenido. Usted se viene con nosotros a la Comandancia, no podemos dejarle continuar.
— Pero... ¿y los pasajeros?
— No se preocupe de eso; ya no le concierne. Yo me encargo de pedir otro vehículo.—y girándose hacia uno de los agentes, le dijo—: Llama a la agencia de viajes, explícales la situación y que envíen un autocar nuevo cuanto antes o se atengan a las consecuencias.
Dos horas más tarde, apareció un autocar reluciente y nuevo de la compañía «España Futura Tours ». Los pasajeros, muy nerviosos por la experiencia vivida y contentos de que por fin acabase la pesadilla, se apearon del viejo coche y presentaron cada uno de ellos sendas denuncias ante los guardias contra el conductor y la agencia de viajes; luego subieron al autocar nuevo y tomaron asiento, maldiciendo al autobús que dejaban estacionado al borde de la autopista, y en cuyo frontal delantero, sobre el parabrisas, lucía el número de identificación del vehículo: 2011.
El chófer del autocar recien llegado, un hombre muy joven y apuesto, escuchaba las quejas del veterano compañero detenido, cuando el oficial de la Guardia Civil le ordenó:
—Usted, el del 2012, póngase al volante y lleve a esta pobre gente hasta su destino.
El aludido miró despectivamente a su colega, subió al autocar y puso el motor en marcha. Conectó la radio y escuchó las noticias: habían descendido las temperaturas y el Servicio de Meteorología informaba de numerosas retenciones y carreteras cortadas por el hielo y la nieve. Las carreteras estaban en mal estado a causa de los recortes en infraestructuras; en el último trimestre había aumentado mucho el desempleo y la gente rebuscaba en los contenedores de basura de los supermercados los alimentos desechados para poder comer; algún político listillo se llevaba trajes de las tiendas sin pagar; la policía estaba desbordada por los crímenes y atracos, y la Justicia no daba abasto a los casos de corrupción y blanqueo de capitales que cometían incluso miembros de la Casa Real; el Banco Europeo prestaba millones de euros a la banca privada al 1% de interés para que ésta comprase bonos de deuda al Gobierno al 5% de interés, embolsándose el 4% de beneficio sin hacer ni arriesgar nada, y nadie entendía por qué no se les daba directamente al Gobierno ese dinero al 1% para que pudiera hacer frente a sus acreedores. ¡Uf! ¡Menudo panorama tenía ante sí!
En ese momento el locutor de la emisora conectó con la Puerta del Sol de Madrid, y los pasajeros escucharon el murmullo de los cientos de miles de personas que se apiñaban en la plaza. De pronto sonaron las doce campanadas. El reloj de a bordo señalaba las cero horas del día 1 de enero. El conductor se persignó musitando: «Señor, no empeores las cosas, al menos déjame como estoy». Luego puso el intermitente, quitó el freno de mano y el autocar se puso en marcha, accediendo despacio a la calzada.
En ese momento, el chófer detenido levantó el brazo y gritó:
—¡FELIZ VIAJE, 2012!