Como cada año, anoche se celebró en la plaza que hay frente a mi
casa la quema del “Juanillo”, que este año consistía en un castillito de madera
y cartón, de unos tres metros de altura.
En vista de la situación privilegiada de mi
balcón, desde donde uno puede ver todo lo que sucede en la plaza sentado
tranquilamente mientras se bebe una cerveza o un cubata, quise ganarme unos
eurillos alquilando el balcón para la velada, tal como hacen los catalanes que
viven en la plaza de la Sagrada Familia
cada vez que viene el Papa, y pegué en
cada farola del barrio un anuncio en el cual ofrecía la oportunidad única de ver como
se retorcía en la hoguera el Juanillo
(no yo, sino el de madera), por la módica cantidad de 2000 euros.
No acudió nadie.
Y mi
Carmen, que la pobre había preparado una
jarra de “rebujito” y unos cubatas para amenizar la reunión, me miraba con ojos de cordera degollada por
el fracaso del alquiler.
—Es que la crisis es más grave de lo que
parece, cariño— le dije para consolarla.
Y en ese momento, un vecino me ve desde la
acera y empieza a llamarme a gritos mostrándome una botella de ron y un litro
de cola:
—¡Quillooo,
baja pa bajo a invitá por tu día como hacen los
hombres, y sal de una vé de debajo la
falda de tu mujé, que parece que estás enchochao, coñoooo !
Y mi Carmen me mira muy seria de arriba abajo,
mueve la cabeza de un lado para otro, y dice
— La crisis será grave; pero aquí lo que pasa es que hay más
borrachos que mosquitos.