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lunes, febrero 26, 2007

ACCIDENTE EN LA AUTOPISTA




Ayer, 26 de febrero, un golpe seco me obligó a detener el coche cuando regresaba por la autopista a Sevilla. Descendí del vehículo y miré la calandra: había desaparecido, y un animal se había empotrado en el hueco del motor, destrozando el radiador y lanzando el capó hacia arriba.

Me incliné para ver qué era lo que había aplastado sobre la polea y observé algo que me llamó poderosamente la atención: entre restos de carne sangrante y la piel pegada al motor encontré un objeto metálico, color plata, con unas incrustaciones luminosas que parpadeaban.

Me preguntaba qué demonios era aquello cuando un todo terreno se detuvo a mi lado y de él descendieron unos hombres vestidos con uniformes militares que me preguntaron si necesitaba ayuda. Examinaron los destrozos y me invitaron a acompañarles en su auto. Uno de ellos se puso en medio de la autopista y detuvo a un camión grúa, conducido por un hombre también uniformado. En pocos minutos engancharon mi coche y abandonamos la A 4 por la primera salida, dirección a Utrera.

Llegamos a una finca alambrada y seguimos durante unos minutos por un camino hasta llegar a un cortijo, donde me invitaron a bajar del todo terreno y me condujeron por unas escaleras hacia un sótano, antigua bodega del edificio. Yo estaba bastante asustado, preguntándome qué estaba sucediendo. Me asombré al entrar en una sala ocupada en un lateral por pantallas grandes de televisión encendidas adosadas a la pared, ordenadores mostrando datos y máquinas raras, de las que salían toda clase de tubos y cables. En el centro un sofisticado quirófano y un equipo médico enmascarado preparado para intervenir. Todos me observaban en silencio. Quise huir, pero uno de los militares puso su mano sobre mi hombro y una fuerte corriente eléctrica atravesó mi cuerpo y me dejó sin fuerzas, pero consciente. Sentí que me agarraban en volandas y me colocaban sobre la camilla. No podía articular palabra, la lengua y el resto de mis miembros estaban dormidos. Perdí el conocimiento…

El claxon de un autobús me despertó. Me miré las manos y los pies… Comprendí que todo había sido una pesadilla y respiré tranquilo: Debieron ser las pastillas que tomé para dormir las que produjeron ese efecto, pensé.

Me levanté de la cama y me asomé a la ventana: el autobús permanecía detenido, un coche de la policía local miraba el vehículo que impedía el paso y mientras uno colgaba el papel de la denuncia en el parabrisas el otro llamaba a la grúa. De pronto di un grito: ¡era mi coche!

Tenía el frontal aplastado, faltaba la calandra y el capó estaba medio levantado.

Fui al cuarto de aseo y me asusté al verme en el espejo: ¡Tenía el cráneo rasurado!

Entonces sentí una punzada muy fuerte en la frente y un pitido suave sonó en el interior de mi cabeza. Apenas me recuperé del dolor, oí una extraña voz que decía:

“Buenos días, F26. Al salir no olvides tu maletín; debes accionarlo dentro del AVE que sale hacia Madrid a las nueve de la mañana.”

FIN

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