Foto de Manuel Murrieta Saldivar
MUNDIAL DE FUTBOL en los Estados unidos de América. Año 1994.
El mundial había comenzado con mal pie desde su gestación. La FIFA, empeñada en dar a conocer y promover el fútbol en la más poderosa nación del planeta, donde sólo unos de treinta millones de aficionados –la mayoría hispano parlantes– practican ese deporte, debía enfrentarse a las lógicas protestas de los países europeos, quienes aducían motivos de la diferencia horaria, y a los sudamericanos que se veían obligados a jugar al medio día para complacer a los europeos, los más ricos y poderosos.
Llegado el momento, Maradona se erige en representante de todos los jugadores sudamericanos e invita a los grandes ejecutivos de la FIFA a ponerse ellos las botas y salir al césped con temperaturas de más de cuarenta grados en algunos casos. Arguye que los que juegan son los futbolistas, y que sin ellos no existiría el espectáculo. La FIFA responde que sin los cientos de millones de telespectadores que verán los partidos en Europa y África, que pagan los derechos de las retransmisiones, tampoco existirían los torneos, los equipos ni los jugadores.
Vence la FIFA: los partidos se jugarán a temperaturas asesinas para los futbolistas. En algunos casos, la temperatura alcanzará los 50 º y la humedad casi al 200%.
Será la primera vez que se sumarán tres puntos al vencedor de cada partido; la primera vez que entrarían vehículos motorizados en vez de camillas para sacar del terreno de juego a los lesionados; el éxito de la Televisión, que retransmitiría la final a 2,300 millones de telespectadores.
En América no existen las quinielas, son las apuestas directas por un equipo u otro lo que mueve a miles de millones de dólares. Las mafias vetan a árbitros y jugadores incómodos; algunos jugadores reciben amenazas y se retiran de la competición; el día anterior al partido entre Colombia y EE.UU fueron amenazados de muerte el entrenador colombiano Francisco Maturana y Gabriel “Barrabás” Gómez, medio campista de dicho seleccionado. Los autores de las amenazas exigían que el Barrabás fuera excluido del partido contra los estadounidenses. Y lo consiguen: “Barrabás desapareció de la concentración colombiana y se dirigió junto a su mujer y a su hijo a una playa en Los Ángeles. Luego declararía que se retira del fútbol y fue sustituido por Gaviria.
Los otros jugadores estaban dispuestos a llegar hasta el límite para llevar a su selección a la gloria, aun a riesgo de su propia vida.
Era el caso de Andrés Escobar, un jugador colombiano de 27 años, procedente de una familia acomodada, que destacó en el equipo del colegio donde estudiaba y que cambió sus estudios por el fútbol, llegando a ser el ejemplo de la juventud colombiana, el espejo donde mirarse, el símbolo de la libertad de la esclavitud y la pobreza.
Unos años antes, el 24 de mayo de 1988, marcó el único gol en el estadio de Wembley contra Inglaterra.
En las preliminares del mundial, Colombia había derrotada a la Argentina por 5–0, revelándose como uno de los candidatos a llevarse la Copa del Mundo.
A las seis de la tarde del día 22 de junio, el estadio Rose Bow de Pasadera está rebosando con sus 93, 689 espectadores. Las gradas son un paisaje de colores, con sus banderas y disfraces; el griterío de la gente es impresionante; el calor, agobiante; las gradas muestran a hombres y mujeres en bañador o en top-les.
Por el cielo azul pasan bandadas de loros, unas aves procedentes de una granja incendiada en 1964 y de donde los loros fugitivos han logrado multiplicarse por miles de veces, transformándose en una verdadera y odiosa plaga para los pasadenos.
Las cadenas mexicanas Univisión y Telemaco en lengua castellana y la ABC y ESPN americana en inglés se encargarán de retransmitir el partido que enfrenta a Colombia con EE.UU a todos los países del mundo.
El defensa colombiano notaba que algo no iba bien, que el partido se le iba de las manos. En ese partido, la selección colombiana se jugaba su pase a la siguiente ronda. La selección estadounidense, contrariamente a todos los pronósticos, se estaba revelando como un terrible adversario. Los colombianos jugaban con la tensión de haber perdido antes contra Rumanía y las amenazas contra la familia de Barrabás.
Escobar se había preparado desde hacía años para este momento, deseaba llevar a Colombia a lo más alto, se había entrenado para ello, había logrado destacar con sus esfuerzos en los campos de fútbol, y que Maturana, el seleccionador nacional, le llevase a todos los encuentros de la selección.
Ahora veía que el mundo se le venía encima. A los 22 minutos del primer tiempo su equipo no conseguía dominar el partido.
De pronto sintió elevarse el murmullo de las gradas; un delantero enemigo, Jhon Artes, avanzaba en paralelo por su izquierda, al otro lado otro corre con la pelota, le lanza el balón y Escobar se lanza, se estira para evitar el remate y logra despejar el balón. Aún no ha caído al suelo cuando el graderío explota:
¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!
Y de pronto el silencio.
El estadio permanece mudo; las banderas colombianas se repliegan. Nadie comprende. Colombia es eliminada del mundial por un equipo del que nadie ha apostado un solo céntimo.
En los hogares, bares y centros televisivos de Colombia la gente masculla, maldice, llora… En algunos despachos se echan las manos a la cabeza. El empresario ha apostado su fortuna y se arruina. La gente rompe las fotos del ídolo, lo pisotea, lo quema. En las gradas del Rose Bow se escuchan pitidos e insultos; incluso amenazas.
Escobar está en tierra, vuelto hacia el cielo. Una bandada de loros aún cruza el espacio visible, pero él no la ve, no ve nada: el mundo se le ha caído encima. Se sienta con la ayuda de un compañero, y le nota áspero, el portero se golpea la cabeza contra el poste y da patadas en el aire. Sus compañeros miran hacia otro lado cuando Escobar les mira. Se siente la tragedia. Los americanos marcan un gol en el minuto 52 y es en el minuto 89, a punto de finalizar, cuando Colombia marca el suyo. El árbitro toca el pitido final y entre abucheos e insultos, el equipo desaparece en los vestuarios.
De regreso a Medellín, Escobar se aísla, no desea ver a nadie, sabe que es el causante del mayor desastre que podía sucederle a su país. La prensa le crucifica, y el antiguo ídolo se convierte en el traidor que ha regalado la clasificación a Estados Unidos.
Pasan diez días y por fin una pareja amiga le convence para salir de su enclaustramiento. La vida debe continuar, le dicen, otros jugadores también fallaron. Incluso en la final, Bagio falló el penalti que supuso el triunfo para Brasil. Debe seguir luchando y pensar ya en el próximo mundial: éste pertenece ya al pasado.
Se van a un bar alejado de la ciudad, un pub de carretera, el “Estadero Indio”. Escobar va con una amiga y la otra pareja, y allí se divierten y beben. En el mostrador se hallan tres hombres que no dejan de observarles desde que entraron. Uno es Humberto Muñoz, el chofer de Santiago Gallón Henao, un importante banquero y empresario que ha perdido una fortuna por haber apostado por el triunfo de Colombia. Humberto está allí como guardaespaldas de los otros individuos que le acompañan. Estos cruzan algunas frases insidiosas con Escobar.
Humberto se dirige a la mesa de Escobar y le incordia, le llama traidor y poco hombre; Escobar, que al comienzo intenta evitar la discusión, acaba por responder a los insultos y llegan a las manos. Los otros y los amigos los separan y la velada continúa; pero Humberto no cesa de mirarle fijamente y le reta a la salida.
Son las tres y media de la madrugada y el dueño del bar, previniendo males mayores, dice que es hora de cerrar. Las quince personas que estaban en el establecimiento salen y se dirigen a los aparcamientos.
Escobar y sus amigos se disponen a entrar en su coche cuando Humberto se acerca, le llama, y sin mediar palabra saca una pistola y le mete doce balazos. Mientras grita: “ Golazo, golazo ” y “ gracias por el autogol ”.
Escobar se cae sin entender nada.
Más de ciento veinte mil personas, incluido el presidente de Colombia, César Gaviria, asistieron a su entierro.
La policía detiene al asesino. Una gran revuelta se instala en Medellín; la gente exige justicia. La prensa se divide, el Gobierno exige un escarmiento para acabar con la violencia en el deporte. Algunos jueces son recusados por los carteles mafiosos. No se llama a los testigos. El juicio se lleva casi a puerta cerrada, y Humberto es finalmente condenado a 43 años de cárcel.
Pero los jueces cambian el código penal en 2001 y lo aplican con efecto retroactivo. Humberto ve reducida su condena a la mitad y luego, increíblemente es liberado en 2005, tras haber cumplido solamente 11 años de condena.
El hermano de Andrés Escobar, entrenador del equipo Atlético Nacional, cansado ya de luchar porque se haga justicia, ha dicho en rueda de prensa
“De los hombres, no espero la justicia, pero sí la Divina. Humberto sólo era un enviado, los verdaderos asesinos están libres en sus despachos”
El fútbol ha dejado de ser deporte para convertirse en negocio, en arma política, en somnífero para las masas. “Dadles toros y fútbol”, se decía en España en épocas no muy lejanas. Hoy día, en ciudades azotadas por el desempleo, pueden verse los estadios a rebosar, y muchos de los desempleados que perciben una ayuda social para mantener a sus familias, muestran con orgullo sus carnés de socios de sus equipos favoritos.
Definitivamente, mientras se piensa en el fútbol, no se exigen soluciones a otros problemas.
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