MI ESPOSA
Amaneció con cara cansada y marcas azuladas en torno a los ojos; no había pegado ojo en toda la noche, yo lo sabía. En la oscuridad, la notaba tensa y estirada boca arriba en el lecho, y no escuché ni uno solo de sus habituales ronquidos. Tenía miedo.
Por la mañana temblaba, y no era de frío, ni de fiebre: era el miedo. Ella intentaba no preocuparme y sonreía, con esa sonrisa triste que ya conozco de otras veces.
A las nueve de la mañana del día 30 de octubre, mi esposa estaba citada en los quirófanos del Hospital Virgen de El Puerto, para extirparle un quiste de un seno. Otro. Y, como en el anterior, ella, mi niña, temblaba de miedo. ¿Sería grave? ¿Maligno?, me preguntaba mirándome a los ojos para que fuese sincero. De nada valía que el médico y el cirujano en visitas previas la tranquilizara diciendo que era algo superficial, que no estaba “dentro”, que era un bulto de grasa… El miedo es libre, y se había apoderado de su frágil cuerpo.
“Si me pasa algo, ya sabes lo que tienes que hacer”–me decía con una triste sonrisa, esperando que yo negase su razonamiento, que la abrazara y le diese un beso de ánimo, segura de que yo estaría allí a su lado, nervioso, tras la puerta del sufrimiento.
Y llegó la hora, entró en el quirófano y le sacaron ese maldito quiste horadándole el seno, ese seno que amamantó a sus cuatro hijos, el mismo que me entregó a mí el primero…
A las dos horas salimos hacia nuestra casa muy contentos; ella sonriendo y hablando mucho, contando las bromas que le habían gastado los médicos. Bromas, trato y atención piadosas, ¡que son muy humanos los médicos!, y le decían cosas para hacerla reír, para que distendiera sus alborotados nervios.
Mi niña venía muy contenta y riendo, a pesar de los seis puntos que mostraba en el seno. Y yo era feliz por ella: no se merecía sufrir tanto y quería verla sana y contenta, escuchar sus risas, esquivas desde hacía tanto tiempo. Risas que le robaba el viento del miedo.
Ésa es mi niña, la mujer que yo tengo, la que me soporta desde hace tantos años, tanto tiempo… La mujer que tanto quiero.
Y ahora, mientras ella reposa en el sofá, calladamente sufriendo el dolor de la herida del pecho, yo me he asomado al balcón, he alzado la vista y he buscado entre las nubes a ese Dios que está en los Cielos y calladamente, con mi corazón, le he dicho:
Gracias, Dios, por haberla traído entera, con sus dos senos completos. Perderlos era lo que ella más temía, y en eso has sido benévolo. Déjala ya tranquila, son tres veces las que ambos hemos sentido miedo. Ya vale. Si es necesario, si no hay más remedio, tómame a mí y déjala a ella, que es lo mejor que en esta familia tenemos.
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Amaneció con cara cansada y marcas azuladas en torno a los ojos; no había pegado ojo en toda la noche, yo lo sabía. En la oscuridad, la notaba tensa y estirada boca arriba en el lecho, y no escuché ni uno solo de sus habituales ronquidos. Tenía miedo.
Por la mañana temblaba, y no era de frío, ni de fiebre: era el miedo. Ella intentaba no preocuparme y sonreía, con esa sonrisa triste que ya conozco de otras veces.
A las nueve de la mañana del día 30 de octubre, mi esposa estaba citada en los quirófanos del Hospital Virgen de El Puerto, para extirparle un quiste de un seno. Otro. Y, como en el anterior, ella, mi niña, temblaba de miedo. ¿Sería grave? ¿Maligno?, me preguntaba mirándome a los ojos para que fuese sincero. De nada valía que el médico y el cirujano en visitas previas la tranquilizara diciendo que era algo superficial, que no estaba “dentro”, que era un bulto de grasa… El miedo es libre, y se había apoderado de su frágil cuerpo.
“Si me pasa algo, ya sabes lo que tienes que hacer”–me decía con una triste sonrisa, esperando que yo negase su razonamiento, que la abrazara y le diese un beso de ánimo, segura de que yo estaría allí a su lado, nervioso, tras la puerta del sufrimiento.
Y llegó la hora, entró en el quirófano y le sacaron ese maldito quiste horadándole el seno, ese seno que amamantó a sus cuatro hijos, el mismo que me entregó a mí el primero…
A las dos horas salimos hacia nuestra casa muy contentos; ella sonriendo y hablando mucho, contando las bromas que le habían gastado los médicos. Bromas, trato y atención piadosas, ¡que son muy humanos los médicos!, y le decían cosas para hacerla reír, para que distendiera sus alborotados nervios.
Mi niña venía muy contenta y riendo, a pesar de los seis puntos que mostraba en el seno. Y yo era feliz por ella: no se merecía sufrir tanto y quería verla sana y contenta, escuchar sus risas, esquivas desde hacía tanto tiempo. Risas que le robaba el viento del miedo.
Ésa es mi niña, la mujer que yo tengo, la que me soporta desde hace tantos años, tanto tiempo… La mujer que tanto quiero.
Y ahora, mientras ella reposa en el sofá, calladamente sufriendo el dolor de la herida del pecho, yo me he asomado al balcón, he alzado la vista y he buscado entre las nubes a ese Dios que está en los Cielos y calladamente, con mi corazón, le he dicho:
Gracias, Dios, por haberla traído entera, con sus dos senos completos. Perderlos era lo que ella más temía, y en eso has sido benévolo. Déjala ya tranquila, son tres veces las que ambos hemos sentido miedo. Ya vale. Si es necesario, si no hay más remedio, tómame a mí y déjala a ella, que es lo mejor que en esta familia tenemos.
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Juan, mi querido amigo..
ResponderEliminarQue bonita historia de amor, de tu amor, que tierno, que dulce te leo..Te felicito por estar junto a ella..Me alegra de verdad que no haya sido nada de importancia, y Diosito permita que sigan muchos años juntos, gozando de ese bonito amor, rodeados de sus hijos y nietos..
Aprovecho para dejarte aqui, un fuerte abrazo y un beso por tu reciente cumple o "descumple" jiji..ahh y monton de rosas..
May
¡Hola, May! Gracias por pasarte a leer por aquí y sobre todo por tus ánimos. Sí, ella es mi verdadero amor, no sé qué haría sin ella.
ResponderEliminarBueno, espero platicar contigo pronto por MSN.En estos días estoy descontrolado: de noche apenas duermo y de día me caigo de sueño.
Un beso, amiga,hasta pronto.
Amigo Juan:
ResponderEliminarAnimo, ya paso lo mas difícil y esperemos en Dios que todo siga bien con tu familia.
De lo del cumpleaños yo no sabia pero ya que me he enterado quiero felicitarte.
hasta pronto mario
Hola, Mario: te agradezco tus buenos deseos y la felicitación por mi cumple.
ResponderEliminarAhora tengo un año más, pero no he notado el cambio. creí que esto de cambiar la edad sería como el cambiar la hora de los relojes, que uno se descontrola; pero no, no ha notado nada.
Un abrazo
Querido Juan, me alegro de que todo haya ido bien. El relato más dificil es el de uno mismo y lo has hecho con maestría. Me ha gustado leerlo. Y sobre todo me alegro de que todo haya ido bien.
ResponderEliminarUna persona que calla su nombre porque es mejor así. Un abrazo
Hola, anónimo, encantado de verte por mi rincón literario.Te agradezco mucho tus palabras amables y tu alegría por ver que mi problemas se ha solucionadao momentaneamente.
ResponderEliminarDices:
"El relato más dificil es el de uno mismo"
Me das un abrazo y callas tu nombre... Ahí hay otro relato oculto.
Seas quien seas, que no lo sé si tengo idea, pues son muchas las personas que me conocen a través de la red, te envío un abrazo.
Me hubiera gustado conocerte, pues esto de dar o recibir abrazos y apoyos de no se sabe quién no es lo mío. Escríbeme si lo deseas.Y si luego no quieres respuesta lo aceptaré. Soy un amigo para lo que necesites.Espero que tu problema se solucione también. Un abrazo