PSICOSIS
Para Lola no hay vacaciones en Navidad. El día de Nochebuena ha
terminado su trabajo de canguro en una casa de la calle Delicias y viaja en el último servicio del Metro de la
jornada. Apenas media docena de pasajeros ocupan el vagón. El tren anuncia la inminente parada en Sol, la suya, y ella
se apresta para salir. De súbito ve levantarse de su asiento a un joven moreno,
alto, de pelo largo y cogido en una coleta en la nuca, que la mira
insistentemente con sus ojos color miel.
Ella siente
un escalofrío y se vuelve hacia la puerta, rezando para que la estación esté
atestada de gente y ella pueda perderse entre la masa. El sonido del tren
deslizándose a gran velocidad por las vías, la voz en off del sistema
anunciando la próxima parada aumentan la ansiedad de Lola, que ve cómo los
segundos se tornan horas.
De pronto las
luces de la estación pasan rápidamente ante ella y se escucha el peculiar
sonido del aire al accionar el maquinista los frenos y la apertura de las
puertas. Lola sale, mirando de reojo hacia el chaval moreno, y ve que la sigue
sin dejar de observarla; ella acelera el paso, intentando mezclarse entre los
escasos pasajeros que se han apeado del tren, pero éstos se pierden en los
túneles de las correspondencias y en las diferentes salidas. La chica se aterra
y siente aumentar sus pulsaciones; mira hacia atrás y ve que el chico está a
unos diez metros y se detiene para encender un cigarrillo. Entonces ella inicia
la carrera precipitadamente, gira en una curva y encuentra las escaleras
mecánicas de la salida. Vuela sobre ella, saltando los escalones de dos en dos
y se gira al llegar arriba: el chico también corre, y Lola siente verdadero pavor;
sale a la esquina de la calle Montera y corre por ésta hacia la Gran Vía.
En el camino
sortea a prostitutas y travestís, que muestran generosamente sus encantos a los
peatones; el chico moreno la sigue, empinándose para descubrir a la chica tras
la masa de gente que circula en ambas direcciones. La ve detenida en la Gran Vía mirando a
izquierda y derecha. Lola atraviesa la calzada corriendo, sin esperar a que el
semáforo cambie y le dé luz verde. La gente se vuelve al escuchar un chirriar
de frenos precipitados seguido de un estruendo y ruido de cristales rotos. Un
claxon se queda enganchado, pitando sin cesar.
Los
conductores y algunos peatones gritan a
Lola y la insultan; un coche de la policía, estacionado junto a una boca
de metro cercana, hace sonar su sirena y se pone en marcha; pero ella no está
para perder tiempo en dar explicaciones: ya la violaron una vez y no desea
repetir la experiencia.
¡Y el moreno
está en la acera, junto al semáforo, mirándola fijamente! Ella aprovecha para
aumentar distancias y entra en la calle Ballesta, corre entre los transexuales, prostitutas y hombres maduros y
solitarios que le lanzan piropos soeces y proposiciones odiosas.
Decide girar
en la primera calle y volver a la Gran Vía para dirigirse a
la buhardilla que ocupa en un viejo edificio renacentista cercano a la Torre de Madrid.
Está cansada,
muy cansada, su corazón parece querer escapar por la boca; mira hacia atrás y
ve con horror que el chico corre tras ella a cincuenta metros. Lola tuerce en
la esquina y se mete en el primer portal que encuentra abierto, sube las
escaleras, se detiene en la primera planta y se acurruca en un rincón.
Teme que el
sonido de su agitada respiración la delate; busca en su bolso el teléfono para
llamar al 112, pero no lo encuentra. Entre los diversos objetos que contiene el
bolso toca una lámina fina y corta: la lima de las uñas, y la sujeta con
fuerza, cerrando el puño en torno a ella.
La escalera
está oscura, pero ella siente que las
sombras se hacen más negras cuando alguien entra por la puerta de la calle.
“¡Está allí!”, piensa.
De pronto
escucha unos pasos que se detienen al pie de la escalera y luego comienza a
subir, marcando los escalones. Lola se ahoga, no puede aguantar la respiración,
¡Ah… Ah… Ah…. Ih, ah, ih, ah…! El aire silba al aspirar; el miedo la atenaza, y ella aprieta firmemente la lima en su mano, dispuesta
a defenderse.
De pronto la
luz se enciende y Lola da un grito al ver de pie ante ella al chico, que la
mira con ojos deshorbitados. Ella grita con todas sus fuerzas:
—¡Ayudaaaaaaaaaaaaaa!, ¡socorroooo!
El chico mira
a todos lados, asustado; se escuchan
ruidos de puertas que se abren y voces preguntando qué sucede.
Lola llora, tiembla y se orina encima. El chico se
inclina y pregunta, mostrándole un celular:
—¿Se encuentra usted bien, señorita? Se
le cayó el teléfono al salir del metro. Yo sólo quería entregárselo. Sé lo
importantes que son, y si alguien lo encuentra y lo usa será usted quien pagará la factura.
Ella lo mira
con los ojos desorbitados, no entiende, está bloqueada y no puede pronunciar
palabra, y por eso permanece muda cuando unos policías se lanzan sobre el chico
y le golpean, lo controlan en el suelo y le ponen las esposas.
—Éste ya no atracará a nadie más.
Otro policía
busca dentro de su cazadora, saca una cartera y examina los documentos que
contiene. Luego, mirando despectivamente hacia el chico que está en el suelo,
dice:
—Es un “sudaca”, un sin papeles. Lo
ficharemos y ojalá lo devuelvan a su país.
FIN
Pobre amigo
ResponderEliminarpor andar de buena gente y regresando el celular, ya vez lo que le paso.
divertido, todo un placer leerte.
Mario
Yo pase con `poco tiempo y me quede con el claxon sonando y sonando jaja pero volvere con mas tiempo y terminare de leerlo... que pena! bueno, para la proxima!
ResponderEliminarsabes, te agrege al yahoo acepta, si?
bueno, esta muy interesante tu blog, definitivamente tengo que volver con mas tiempo.
besos!!
¡Claro que acepto,Gio, será un honor !, yo también te agrego aquí entre mis favoritos.
ResponderEliminarBesos.
Buenas^^
ResponderEliminarEs la primera vez que paso por tu blog. Hace tiempo dejaste un comentario en el mío y no lo leí hasta ahora por estar en una de mis entradas antiguas n.nU
Te invito a volver a pasarte. Yo volveré a merodear, si no te importa, con mas tiempo por tu blog, cuando acabe los examenes;)
Un Saludo.
Sí que lo está, tanto el miedo de la mujer porque se repita un nuevo capítulo en el que la indignidad roce su piel y el chico que se enfrenta a los prejuicios por raza o color ainsssssssssssssssss... Me ha gustado leerlo. Gracias
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