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martes, julio 15, 2014

LA ESCRITORA, 8

     
 A esa misma hora, al otro lado del Atlántico, en una ciudad española, el Sol se había ocultado en el horizonte y solamente una franja de luz encarnada reflejándose en los bordes de las nubes de poniente, produciendo caprichosas olas vaporosas y estáticas, indicaba que el día había dado paso a la noche cuando José logró aparcar su vehículo  en doble fila, en una calle paralela a la  avenida en que vivía.

 José descendió de su  viejo Renault Megane, comprado de segunda mano en una agencia de compra-venta  firmando letras que le obligarían a pasar cinco años de su vida para disponer de esa herramienta de trabajo. Cerró el vehículo y se encaminó a su casa, situada en la planta octava del edificio.
 Le recibió su esposa con un beso al entrar en la vivienda, que luego le recogió su abrigo y el maletín  del ordenador portátil y lo llevó al dormitorio. José se sentó con un suspiro en el sofá del salón y se quedó mirando el televisor.

 Aquel había sido un mal día desde el comienzo. A los problemas viejos que arrastraba se le habían unido otros nuevos e inesperados. Todo parecía suceder en contra de sus intereses, todo estaba ideado en su contra, y se sentía desfallecer por momentos: “Si no fuera por que mi mujer quedaría indefensa y desasistida, me quitaría de en medio”, pensaba una y otra vez. Pero su esposa estaba enferma y luchaba desde hacía diez años contra el cáncer; su hija estaba embarazada y sin trabajo y José no podía abandonarlas a su suerte…
 Ni aunque se lo pidiese la mujer más bella del mundo.
Sentía  ese deber como lo más importante de su vida. Fueron muchos años de vivir juntos y sacar con esfuerzo el proyecto de su familia, y todo eso tenía un enorme peso en la balanza de sus sueños.

Repasó mentalmente el último email recibido de Margaret, su amante: “He comprendido que lo nuestro no tiene futuro, y yo necesito un hombre a mi lado que me ame y se ocupe de mí, compartiéndolo todo.  Te dejo, espero que no me guardes rencor”.
Durante todo el día ese mensaje había martilleado sus sienes, impidiéndole realizar eficazmente su trabajo, hasta tal punto que el jefe le había dicho que se marchase a su casa y se tomase el día libre.

Lo había hecho; abandonó su puesto en la oficina y salió a la calle, pero al pasar frente al bar de Juanita entró y  pidió una botella de jerez. Las horas pasaron lentamente mientras digería los 17 º de alcohol del afamado vino, pensando en que su vida ya no tenía sentido, que lo que le esperaba sería una mera existencia, no una verdadera vida. Un metódico y rutinario deambular sin meta alguna.
 La camarera le observaba con el rabillo del ojo, y aprovechó el momento de que no había ningún otro cliente para acercarse a él y sentarse en la mesa.

—Te veo preocupado, José. ¿Quieres que hablemos? —le dijo, cruzando sus brazos sobre la mesa e inclinándose hacia él.
— ¿Preocupado yo?, ¡qué va! Si sólo deseo morirme, esta vida da asco, sólo trae complicaciones. Si no tenemos problemas, los creamos.
—Problemas laborales, económicos o… ¿no debías estar trabajando?
—Sí, pero me he venido. Estoy harto de trabajar siempre, de vivir pensando en los demás, sacrificando mi vida por ellos... Hoy sólo quiero beber y olvidarme de todos.
La mujer se levantó y se llevó la botella.
— Voy  a cerrar durante un par de horas. Yo  haré que te olvides de todo. Necesito que estés lúcido —dijo a José, quien la miraba, atónito, mientras ella colocaba la botella en el estante.
 Juanita era una mujer guapa que  había celebrado sus  treinta y cinco años el mes anterior, invitando a sus clientes a una copa. Hacía tiempo  que sentía algo por José, le deseaba. Pero él solo hablaba de su esposa, de sus problemas, y eso la coartaba.


José miraba el televisor con el pensamiento puesto en la aventura vivida aquella tarde en el bar: un fracaso. Otro más. A pesar de los intentos de  Juanita, no pudo satisfacerla: Su pensamiento estaba lejos, al otro lado del océano, en un apartamento situado en la planta dieciséis de un edificio que miraba hacia la Estatua de la Libertad.

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2 comentarios:

  1. Que bueno stá esto mi amigo!! espero el siguiente! besito

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  2. Gracias, amiga mía. Me alegro mucho de que te guste. Un beso

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