NOCHEBUENA, 1963
Después de cenar, abandonamos el restaurante y buscamos en la avenida un hotel para terminar de celebrar la nochebuena. Encontramos uno no muy lejos del restaurante y entramos. El recepcionista pidió la documentación y al descubrir mi edad advirtió a Monette que como la policía la descubriera con un menor podría ir a la cárcel.
Monette no salía de su asombro, ella daba por hecho que yo tenía 21 años y las palabras del empleado la conmocionaron. Regresamos a la avenida e insertó unas monedas en un teléfono público para hacer una llamada. Luego paró un taxi y me llevó a su casa.
Durante el trayecto hasta Boulogne íbamos ambos silenciosos, yo la miraba de reojo. La noté muy enfadada y le pregunté qué le pasaba.
— ¡Que qué me pasa!, ¿te parece poco que casi voy a la cárcel por ir contigo? Podías haberme dicho que no habías cumplido los 21 años...
— No me lo has preguntado, y yo no esperaba que me llevaras a un hotel.
Llegamos al edificio en que Monette compartía piso con su prima. Ella pagó el taxi y entramos en una vivienda situada en la planta baja, cuyos anchos y altos ventanales daban a la avenida. Su prima Jeannine le había dejado una nota en la cocina:
"Podéis estar tranquilos, yo me voy a pasar una semana con mi amigo en Chamonix, me he cogido unos días de vacaciones"
Monette sonrió y me abrazó:
— Perdona, sé que no ha sido culpa tuya, pero no me esperaba esto y he perdido los nervios. Aquí estaremos tranquilos. Pasado mañana iré a la fábrica y pediré una semana de vacaciones, y tú te quedas en casa y dices que estas enfermo.
Diciendo esto se quitó el vestido y se fue desnuda a la ducha. Yo estaba pasmado, creí que soñaba. De haber decidido pasar una navidad solo y sin cenar en mi hotel ha cenar opíparamente en un restaurante y acabar en la cama con una belleza como la que estaba en la ducha, había un recorrido tan distante e increíble que lo que me había sucedido se podía denominar milagro.
— ¿A qué esperas?, ven conmigo — me dijo.
Yo, muy cohibido, me desnudé despacio; ella se me quedó mirando sorprendida y me ruboricé: yo no era precisamente un superdotado. Sabía que ella tenía un amante, un negro de La Martinica cuyo miembro viril, según decía ella, era descomunal. Al entrar en la ducha y sentir la suavidad de su piel contra mi miembro la abracé y torpemente intentaba penetrarla. Era mi primera experiencia con una mujer, y ella al descubrirlo me cogió entre sus brazos y me besó, y acarició amorosamente haciéndome sentir lo que jamás había imaginado.
—¿Nunca has estado con una mujer? ¿No has hecho nunca el amor?
— No, nunca, lo siento.
Ella me besó enternecida y sonriendo me dijo:
— No te preocupes, cariño, yo te enseñaré.
Durante los cuatro días siguiente permanecimos encerrados en el apartamento, ella solamente salía a comprar alimentos, luego preparaba la comida y me la llevaba a la cama en una bandeja. Hacíamos el amor varias veces al día. En la mesita de noche tenía un ejemplar antiguo del Kamasutra y no hubo postura que no ensayáramos. Para mí era un mundo nuevo. Así fue como pasé una semana maravillosa, increíble, donde ella se encargó de que no tuviera problemas en el trabajo y de hacerme sentir y descubrir lo que era el arte de gozar. El lunes siguiente regresé a mi puesto de trabajo y llevaba un par de horas trabajando cuando sufrí un desvanecimiento y caí al suelo.
Tras examinarme el doctor y hacerme unas preguntas relacionadas con mi vida sexual me recetó un bote de Quintonina (Un reconstituyente cuyo elemento principal era la quinina) y unos días de reposo.
Me fui a mi hotel, donde fui recibido con muestras de admiración por el Chato y los demás españoles, quienes me preguntaban quién era la dama que vino a buscarme y qué había hecho durante esa semana. Yo me sentía eufórico y les contaba lo sucedido desde que me fui con ella a cenar, no hallando palabras para describir el placer de disfrutar del sexo total con una mujer de bandera.
Al sábado siguiente fui a buscarla a su casa. El día anterior habíamos quedado para cenar y luego ir al teatro Chatelet donde yo había comprado dos entradas para ver El Príncipe de Madrid, una opereta cuyo protagonista era Luis Mariano.
Al pasar por delante de las ventanas vi luz en el interior a través de la rendija de las persianas. La puerta del edificio estaba cerrada y llamé al timbre del apartamento.
Esperé unos minutos y no me habrían. Insistí llamando y luego me acerqué a la ventana con la intención de llamar con el puño. Fue en ese momento cuando ella salió del edificio cogida del brazo del negro. Ella me miró de soslayo al pasar y noté que había llorado. Fue como si la tierra se abriera bajo mis pies, me quedé hundido y desesperado.
Hacía mucho frío en la calle y entré en un bar para ahogar mis penas en el alcohol.
Al llegar el lunes fui al trabajo dispuesto a no decirle nada, ni mirarla siquiera. Ella no paraba de mirarme e intentaba entablar conversación; pero yo no respondía. Al terminar mi jornada me dirigí al Metro. Monette me estaba esperando apoyada en la barandilla de las escaleras y al verme vino a mi encuentro.
— Tenemos que hablar, Juan. tengo que explicarte...
— No hay nada que explicar
— Se presentó de improviso y hemos discutido. Lo he dejado por ti. No me dejes tú ahora, te lo suplico...
Al verla en tal estado de abatimiento y a punto de llorar me ablandé y pasando mi brazo por su hombro nos fuimos a su casa.
Parece que la situación mejora.
ResponderEliminarSaludos.
¡Afortunadamente! Saludos
ResponderEliminarJuanito:
ResponderEliminarsi que eres tremendo, hasta de galán me saliste .
un gusto leerte Mario
que galám digo yo pór qué la nave me tiró ami tan lejos tuyo ajajajajajajaja Juan muy buenogalán de telenovelas!
ResponderEliminarJajajaja, Mario y Susana, se hace lo que se puede. Gracias por vuestra amistad. Abrazos y Besos
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