DOS AÑOS ANTES...
La prensa nacional había
anunciado que esa noche se fallaba el Premio Alfaguara de Narrativa.
Cuando el reloj de la Puerta del Sol de Madrid tocó las diez campanadas, la sala de
conferencias del Hotel Plaza estaba
abarrotada de personalidades del mundo literario, de la prensa invitada y de
altas jerarquías del ministerio de Cultura.
El canal internacional de TVE
transmitía en directo la ceremonia.
En un piso de El Puerto de Santa María, Juan López se había preparado un cubata de ron con cola y se dispuso a seguir la entrega del premio.
Afuera la lluvia continuaba y a lo lejos, por Sanlúcar, los relámpagos
encendían el cielo plomizo, convirtiendo las siluetas de los edificios en
figuras espectrales.
Se encontraba desmoralizado, acabado, porque habían pasado los días y no
había recibido la llamada tan deseada que lo invitara a asistir al acto, una
llamada que le hubiera indicado que su novela había sido elegida como finalista
o ganadora del prestigioso certamen. Es
falso eso de que el nombre del galardonado sólo se descubre cuando abren el
sobre del jurado, ¿cómo le iba a dar tiempo entonces para asistir a la
ceremonia de entrega del premio?
Al principio no quiso ni encender el
televisor, asqueado de comprobar que siempre ganaban los mismos: los escritores
que publican con la editorial organizadora del concurso. El año anterior lo
ganó un peruano, Santiago Roncagliolo, un joven de treinta y dos años.
Estaba observando el movimiento de la gente en
la sala del hotel cuando la cámara cambió
de imagen ofreciendo un primer plano del presidente del jurado, que rogaba a
los asistentes que prestasen un minuto de atención. Esperó a que se aplacase el
bullicio de la sala, momento que aprovechó para dar unos golpecitos con la yema
del dedo sobre el micrófono y comprobar su funcionamiento; luego abrió el sobre
que tenía entre las manos, sacó una cartulina y leyó:
–La ganadora del Premio
Internacional de Narrativa Alfaguara es la novela “El superhombre”, de Margaret
Trichard.
Un fuerte aplauso siguió a la mención
de la escritora y todas las caras se volvieron a contemplar a la mujer que se levantaba de una mesa situada en
tercera fila y se dirigía al estrado, muy nerviosa y sujetando lágrimas de emoción. Los fotógrafos se
abalanzaron sobre ella, permitiendo a penas que pudiese avanzar.
A simple vista parecía ser una
mujer madura, de poco más 1´60 metros de altura, atractiva, a pesar de que
seguramente pasaba ya la barrera de los cincuenta años. Su porte era elegante,
pausado, estudiado: sabía controlar sus nervios.
Subió al estrado y se acercó al
presidente, que la esperaba aplaudiendo con una amplia sonrisa. Las cámaras de
TVE activaron el zoom y fueron acercando su rostro hasta ocupar toda la
pantalla del televisor de Juan López.
Fue en ese momento que éste, asombrado,
sentía que el mundo se le caía encima. Saltó del asiento y se quedó pasmado
mirando aquella imagen. Su corazón comenzó a latir apresuradamente, le faltaba
el aire, se dejó caer de nuevo pesadamente en el sofá, con la mano en el pecho,
sintiendo las fuertes pulsaciones, tratando de asimilar lo que estaba
sucediendo: esa cara… La conocía de algo, estaba cambiada por los años, pero… ¡¡ ASUNCIÓN!!
Su cara ovalada, sus ojos, su
boca enorme de labios carnosos, el puntito rojo sobre el pómulo izquierdo… ¡Era ella!
Continuará
Todos los textos de este blog están legalmente protegidos por Safe Creative C.
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