Esta mañana, después de tomar café en el bar de un amigo, iba yo caminando por la calle Larga, la más importante de El Puerto, con mi sombrero falso de Panamá bien puesto y mi pantalón blanco y corto y veo un hombre mayor como yo pero más chico, que venía de frente con su sombrero en la mano. No me quitaba el hombre la vista de encima, parecía querer decirme algo pero dudaba. De pronto se decidió:
— Caballero, va usté por la zombra, con el zombrero puesto...
¡UYYYYY, para qué me dijo eso! Me acordé de una compañera de clase que me echó la bronca hace un año en la presentación de un libro por lo mismo:
— Juan, es de mala educación no quitarse el sombrero en un lugar cubierto.
¡Joer con la gente! Encuentra normas para todo. ¿Qué le importará si llevo sombrero, gorra, o nada? ¿Molesto a alguien? ¿No soy libre para vestir como yo quiera? ¿No soy yo quien debe estar a gusto? ¿Una señora puede ir luciendo una pamela y es normal y no lo es mi sombrero? ¡Anda y que les den! Pero ahora, ¿ cómo le digo yo a este señor que se vaya al carajo sin ofenderlo?´
Tranquilo, Juan, cuenta hasta diez antes de responder.
— Bueno, sí, voy por la sombra y llevo el sombrero, ¿Y qué?
— El zombrero é para protegerze del Zol. En la zombra no hace falta.
— Óiga usted, señor..., ¿ y usted qué sabe por qué razón uso yo el sombrero? Puede que esté calvo y no me guste enseñarlo, o que tenga una cicatriz en la cabeza y la oculto con él, o que debo llevarlo por prescripción médica, o simplemente porque me da la gana.
— ¡Uy...! , perdone usté, tiene toda la razón, no había penzao yo en que pudiera está usté enfermo
—¿Pero quién le ha dicho a usted que yo esté enfermo? Mire, abuelo, no tengo el porqué, pero le voy a explicar el motivo de que yo lleve sombrero puesto: es porque me excita
—¡¿ Comooooooooo?!
— Su contacto con mi cabello y mi frente es como una caricia, y cuando voy caminando y se agita con el viento, me pone a cien. Para que me entienda: cuando mi esposa quiere que la complazca, yo me pongo el sombrero y en cinco minutos estoy como un mozo veinteañero.
—¡Calle, calle...!, ¿me está usté tomando el pelo?, pue demuestra usté tener poco respeto hacia laz perzona... Usté ce tomará, como to er mundo a nuestra edá, la Viagra
— De eso nada, La Viagra no la quiero porque es azul, como el PP, y lo mismo que esos mangantes, despierta muchas ilusiones pero luego no cumple. Yo le aconsejo que use Levitra, es de color naranja, cumple y no es peligrosa como la azul de los falangistas esos del PP. Pero ya le digo: yo no las uso, yo me pongo el sombrero y mi mujer me acaricia y me dice que soy su vaquero, y eso y el roce en la frente de la paja lisa ( la del sombrero, no sea mal pensado) me pone a cien, qué digo a cien, ¡a mil!
— ¿De verdad? Me está usted hablando como un tío que ze viste por lo pié?
— ¡Pero hombre! ,¿lo duda usted? Haga la prueba y ya verá.
—¡Gracia amigo, mushas gracia!, me ha usté añadío dié año má de vía. Porque a mí ninguna pastilla me hacia ya efecto. Me la tomaba, esperaba media hora y zeguía mi aparatito colgando lacio como el moco de un pavo...
Y va el hombre con los ojos brillantes y una sonrisa mitad de cura y mitad de zorro y extiende los brazos para abrazarme muy agradecido por mis consejos.
— Alto ahí, compañero: el consejo es gratis y barato, pues ya dispone usted del sombrero; pero abrazos y besos a un desconocido eso no, para eso se va usted a Madrid, que esta semana celebran su fiesta grande.
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