El progreso acaba con la naturaleza. En la foto de mi amigo Lucas Gil R, el estado en que se haya hoy el Molino de Carvajal. Se puede ver gracias a la bajada del nivel de agua del pantano que lo cubre.
Abajo, la descripción que hago del mismo lugar en mi novela " La pista del Lobo", según lo recuerdo de cuando yo vivía allí en los primeros años de mi vida.
"El valle formaba un llano de más de quinientos metros de ancho por unos cinco kilómetros de largo. Comenzaba en los canchos de la Penitencia y llegaba a la carretera de Cortes, al sur, a los pies de la sierra de las Cabras. Allí el río tuerce hacia la derecha, y se dirige hacia el Tempul, donde empieza la cola del pantano de Guadalcacín. En medio del valle, destacando sobre la verde arboleda del río, estaba el Molino de Carvajal.
El Sol iluminaba la imponente mole del peñasco y las cumbres del desfiladero, dejando en sombras el húmedo bosque de las márgenes del río, que bajaba abriéndose paso con fuerza en el fondo. En el cielo azul una bandada de buitres volaba haciendo círculos y emitiendo graznidos; de vez en cuando, en el prado cercano se escuchaban los cencerros de los cabrestos y el mugido de los toros bravos. El murmullo del agua abriéndose camino entre las rocas, formando pequeñas cascadas de líquido cristalino; el trinar de los pájaros ocultos en el bosque de las orillas del Majaceite; el piafar de los dos caballos, que caracoleaban inquietos, contagiados, tal vez, del nerviosismo de sus jinetes... Eso era todo lo que se escuchaba en aquel hermoso paraje"
El Molino de Carvajal era una casa grande construida en medio del río. El muro del edificio formaba una pequeña presa de cuatro metros de profundidad.
Las aguas se introducían a través de una ventana abierta que dirigía el agua por una canalización subterránea hasta la sala donde estaba el molino propiamente dicho. El paso del agua hacía girar las aspas del eje, en cuyo extremo se hallaba una rueda grande de granito. La piedra estaba colocada dentro de un cajón grande, en donde se echaba el cereal que se quería moler. Una vez molido se recogía en sacos de lona, llamados quintales, que se colocaban en la parte inferior del cajón bajo una ventanilla, por donde salía la harina. Allí se molían todas las clases de cereales que producía la comarca.
El molino tenía su entrada hacia poniente. Era una puerta grande, por donde entraban las carretas y las caballerías, y por la que se accedía al patio interior para efectuar la carga o descarga de los productos. La puerta del edificio daba paso a un pasillo empedrado y en el centro de éste había una puerta a cada lado. La de la derecha daba al horno, donde se amasaban y cocían con leña las teleras de pan (barras de dos y tres kilos de peso); las tortas de pan con aceite, pasas y matalahúva; los roscos, los chuscos y molletes. Luego se cargaban en carretas y se llevaban a Algar. También se llevaban a los cortijos y caseríos de la zona cargados sobre mulos, que en fila india subían todas las veredas que rodeaban al molino.
La puerta de la izquierda daba a la vivienda de los dueños del molino: don José Sánchez y Ana García, quienes vivían con sus tres hijos: Miguel, Bartolo y Mari Pepa.
El agua del río atravesaba todo el patio por una canalización subterránea que iba desde la ventana del muro norte hasta la ventana del lado sur, por donde salía el agua en cascada después de hacer girar la rueda de granito. Junto al molino había una huerta con árboles frutales y hortalizas.
En los años del hambre (1941 a 1944), este molino salvó a centenares de personas, que hubiesen muerto irremediablemente por falta de alimentos: diariamente acudían grupos de personas hambrientas, con los niños a cuesta a través del monte, por senderos tortuosos, cubriendo los siete kilómetros que separan Algar del molino. A todo el que llegaba se le daba una rebanada grande de pan con aceite, mientras hubiera.
En las fotos de Lucas Gil, se muestra lo que queda de uno de lo molinos más conocidos y queridos de la sierra.Totalmente ecológico y respetando el entorno, sin necesidad de luz eléctrica, abastecía de harina y pan a Algar y su entorno.
Inundado por las aguas del pantano de Guadalcacín, una presa de 72 metros de altura, construida pensando que jamás se llenaría y cuyo arquitecto y propietarios cruzan los dedos cuando las aguas se acercan al limite de capacidad.
Bajo las aguas se halla también la ermita del Mimbral, donde me bautizaron.
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