Mi amada Musa, la que habita en mi mente, me tenía preocupado.
Yo no sabía ya qué hacer para animarla.
De día estaba siempre muy ocupada; de noche le dolía siempre la cabeza.
— Cariño, ¿quieres que te lleve a Urgencias? — le preguntaba yo entristecido al imaginar el malestar que tanta dolencia producía en su cuerpo tan bello y querido.
— No, si yo sé porqué me duele— explicaba ella con su alma angelical compungida—: son las preocupaciones, los recortes, las subidas de precios y la esclerosis que afecta a tu pensión. Yo no ceso de pensar en ello.
Estaba claro, motivos tenía la pobre. Y dado de que ya la había visto el médico de cabecera, quien la envió al neurólogo y éste a su vez al psicólogo, el cual sólo quería saber lo que mi Musa y yo hacíamos por las noches mientras mi esposa dormía, ella, mi Musa querida, se niega a volver para someterse a tales interrogatorios. Lo que hace conmigo queda entre nosotros.
Y yo he recurrido a la medicina natural, la de los curanderos de los pueblos del siglo pasado, quienes con sus brebajes y ritos sagrados curaban toda clase de males. ¡Dicen que levantaban hasta a los muertos!
Mi abuelo ya me lo decía: " Cuando te veas acorralado por los problemas de salud o las malas acciones del prójimo, usa los remedios de tu abuela. Nunca fallan".
¡Y he curado a mi Musa! Ya no le duele la cabeza. Ya no se mortifica pensando en los problemas del día a día ni en el futuro. Le importa un pimiento Puigdemont o Rajoy.
Ahora me ayuda a escribir prosa y poemas de día; de noche me hace soñar bonito.
Es un encanto de persona aunque sea intangible
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