jueves, abril 15, 2021

LA ABUELA DEL HOSPITAL


 Desde ayer, el señor del Tiempo en la tele, anunciaba agua para hoy en El Puerto, pero como no acierta nunca (las nubes pasan de largo y sueltan el agua en Jerez y Sanlúcar) y no le hago caso, me he levantado a las 7 y me he ido andando en ayunas al hospital para un análisis de sangre.


He recorrido los 3,100 metros en 40 minutos y he llegado 5 minutos antes de las 8, cuando aún no había nadie en la puerta ni en las oficinas.
“¡Qué bien ¡ – pensé–, así seré el primero”

Pero me equivocaba: sentada junto a la puerta de Extracciones encontré a una señora mayor hablando sola. Al verme continuó hablando para disimular, no fuera que yo pensara que estaba chocheando.
Para ella, tener con quien hablar fue un regalo de Dios, así que para aprovecharlo al máximo se giró hacia mí y me dijo:

—Es bueno madrugar un poco porque así llega una y entra la primera.
—Señora, cada persona tendrá un número de cita y la enfermera se regirá por él. De nada sirve venir a las 8 si está citada para las 9, porque ahora empezarán a llegar más usuarios.

Diciendo esto, tomó asiento al lado de la anciana una joven rubia, de ojos azules y largas pestañas. Iba ataviada con un pantalón vaquero y una camisa de color rosa. El resto no lo puedo describir porque llevaba la mascarilla y se sentó rápidamente.
La señora la miró y, tras escanearla de arriba abajo con sus ojos vidriosos, se olvidó de ella y continuó su charla conmigo:

–Yo no quisiera venir aquí , ¿sabe usted? Mi hija es enfermera y puede pincharme; pero claro, el análisis no me lo puede hacer en mi casa y por eso vengo. Ella no tiene plaza y solo atiende a los conocidos: pone inyecciones, quita puntos de las heridas y hace las curas. Así los pacientes se ahorran tener que pedir cita en el Ambulatorio y esperar dos semanas a que se las den.

La señorita de al lado, viendo mi cara de hastío, me miraba con sus ojazos y pestañeaba. Yo me preguntaba si se reía de mí por tener que aguantar el mitin de la anciana o me estaba seduciendo.
La señora continuó su discurso:

–Esta vida no es justa, Dios le da pañuelos a quien no tiene mocos, y los que sí tienen se deben limpiar con las mangas de la camisa –nueva mirada de la joven, cuyo pecho se agitó un poco, por la risa contenida, supongo–. Mi hija tiene un título y está parada; mi hijo, que es un manitas y está casado y con dos hijos , porque ellos buscaron la parejita y luego pusieron el estop, lleva cuatro años en el paro cobrando los 420 euros y con las chapucitas, que no le faltan, se mantiene. Si usted quiere le doy su número de teléfono, por si necesita algún arreglo en su casa.

–No, gracias. Yo también soy un manitas y desde que me casé lo he arreglado todo en casa: electricidad, fontanería, persianas… Lo que sí le pido es el número de teléfono de su hija, por si alguna vez necesito sus cuidados. Me haría un favor.

Ella sacó una tarjeta y me la entregó. En ese momento salió la enfermera y la invitó a entrar en la consulta. Yo estaba contento, ¡qué fácil me había resultado disponer del numero privado de una enfermera! Hace dos meses le quitaron dos puntos en la cabeza a mi vecina, y para ello hubo de coger cita y esperar 4 días. Si hubiera tenido el número de esta chica, se los habría quitado enseguida.
Al llegar a casa llamé al número de la enfermera para presentarme y pedir información de precios, disponibilidad, etc.
Al cuarto toque, escuché una música de rok, y una voz varonil respondió:

—¡Reformas Pepe! ¿En qué puedo servirle?
¡La madre que parió la tía esta!

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