Yo intentaba pues hallar trabajo por todos
los medios. Sabía por los periódicos que
la Citröen contrataba personal permanentemente, pues el trabajo era de tal dureza que la gente entraba
por una puerta y salía al poco tiempo por otra.
Distinta era la fábrica Regie Renault, en
ésa, todo el mundo quería trabajar. Había que superar exámenes teóricos en
francés. Por ello era tan difícil conseguir un puesto.
Me levantaba a las cinco de la mañana para
coger el primer tren del Metro con el fin de llegar de los primeros a la plaza
y coger sitio en las filas delanteras.
Todo era en vano: cuando llegaba, tras cuarenta minutos de trayecto, encontraba
una escena deprimente: varios centenares
de personas ocupaban la plaza, empujándose unas a otras
para situarse delante de la puerta de la
oficina de contratación, donde habían instalado una especie de ring de madera
de unos cuatro metros de lado, con su barandilla de cuerdas incluida.
Observándolo desde lejos, empinado sobre mis zapatos, me preguntaba para qué
servía. Pronto tendría la respuesta:
A las nueve de la mañana en punto se abría
una puerta del edificio y salían tres o cuatro hombres muy bien vestidos,
parecían que iban a una fiesta en vez de a contratar personal. Súbitamente, la
multitud se agitaba empujando y gritando con el brazo alzado mostrando su
documentación en la mano. Uno de los ejecutivos de Citröen llevaba un megáfono
y anunciaba: «Solo vamos a contratar a cincuenta personas, es inútil permanecer
ocupando la plaza todo el día, dificultando la circulación. Por ello, una vez
terminada la selección, deben despejar
la plaza.»
Mientras decía eso, los otros observaban y
elegían los candidatos entre la gente ansiosa y alterada que tenían delante. De
pronto señalaban a uno de ellos, casi siempre el más alto y fuerte, y le
decían: «Tú, acércate si quieres trabajar». Y el señalado se abría paso a
codazos, empujones y hasta puñetazos para llegar hasta el estrado. Algunos
aprovechaban el hueco que iba dejando tras él para seguirle y avanzar unas
filas. Los demás le miraban con envidia y esperaban tener la misma suerte.
Cuando el elegido subía hasta el estrado,
uno de los empleados de la fábrica le cacheaba, le sobaba los músculos de los
brazos y piernas, le miraba la dentadura, le preguntaba la edad y el nombre, y
finalmente diagnosticaba: «Este es bueno para
la planta de fundición».
Después señalaban a otro y le invitaban a
acercarse. La operación se repetía hasta alcanzar el cupo de los 50. Conseguido esto, los directivos se iban y
cerraban la puerta. A los pocos minutos aparecía un camión de los
antidisturbios provisto de un cañón de agua dirigido a la multitud. Así
despejaban la plaza.
Desolado ante el trato que se dispensaba a
los emigrantes, propio de los tiempos de la esclavitud, pensé seriamente en
volver a España a recuperar mi puesto de trabajo, aunque hubiese de realizar el
servicio militar, algo que
me angustiaba, pues mis hermanos me habían asegurado que en los cuarteles, en
vez de hacerte un hombre de provecho, tal como todo el mundo anunciaba, te
hacían sufrir sin necesidad y te robaban media vida.
Aprovechaba la mañana para visitar la zona. Muchas fábricas
rodeaban a la Citröen, proveyéndola de componentes. Justo al lado había una fábrica de neumáticos, envuelta
en vapor y despidiendo un fuerte olor
a goma quemada, que convertían el aire fresco y matinal en irrespirable. En
ella trabajaban dos amigos procedentes del mismo pueblo que yo: Dolores y su
novio José el Negro. A las doce disponían de media hora para comer y ellos
salían y comentábamos lo sucedido en la puerta de la Citröen. Ellos me animaban
siempre: «Otro día tendrás mejor suerte, Juan. Tienes que madrugar más para
estar en primera fila».
Al día siguiente me levanté a las tres de
la madrugada y cogí un taxi. No sirvió de nada: cuando llegué, la plaza estaba
a tope. Muchos emigrantes llegaban a París y se dirigían directamente a la
plaza Balard cargados con sus maletas, y se sentaban sobre ellas delante de la
fábrica. Los candidatos eran portugueses, polacos, yugoslavos y españoles.
A quince metros a la derecha de la
puerta principal había otra puerta bajo un cartel en letras grandes que decía:
«Solo para africanos», y una multitud de negros y árabes pernoctaba ante ella.
Un día, ¡por fin!, fui invitado a
subir al estrado. Fue gracias a Dolores. Ella cambiaba de turno, y después de
cenar con ella y José en su
habitación (me ayudaron mucho mientras estuve sin empleo) me dijo:
—Yo entro a trabajar a las once. Si
quieres, me acompañas a la fábrica de
neumáticos y te quedas luego en la plaza Balard hasta que abran los de la
Citroën.
—De acuerdo.
¡Qué largas se me hicieron las horas sentado
en medio de la neblina en la acera de la factoría!
Para acompañar a Dolores estrené una
cazadora de ante, color marrón, que había comprado en Cortefiel por un elevado
precio, a pesar de beneficiarme de las rebajas de enero. Ese día yo estaba en
primera fila, frente a las cuerdas del ring, y cuando salieron los directivos
una avalancha de gente me empujó contra ellas. Yo apenas podía moverme.
Entonces los directivos me señalaron y entré pasando el cuerpo entre las
cuerdas y rozándome con ellas. Estaban impregnadas de alquitrán y salí con mi
cazadora llena de rayas negras y las manos pringadas.
Después de sufrir el manoseo del experto
en esclavos, entré en una oficina para un examen médico y firmar el contrato y
los documentos necesarios para obtener el permiso de trabajo y la tarjeta
de la seguridad Social. Cuando
mostré al jefe de personal los documentos que acreditaban mi
profesión y mis estudios se echó a reír.
Luego, despectivamente, me dijo:
—Los puestos de trabajos cualificados son
para los franceses.
—¡Pues que se queden los franceses con la
fábrica! —le espeté.
Recogí mis documentos y me fui de allí sin mirar
atrás. Esa noche, regresé a la rutina de antes: mercado y periódicos. La Suzi
me ayudó a escribir en francés una solicitud de trabajo y yo la copiaba y la enviaba a todas
las empresas que ofertaban trabajo para
soldadores en los periódicos. Me salía más barato que los billetes de
Metro necesarios para ir a visitarlas. Total, si iba solo no iba a entender la
respuesta
https://www.amazon.es/CARRETERA-MANTA-MEMORIAS-EMIGRANTE-RETORNADO-ebook/dp/B08V1GZLCX
No hay comentarios:
Publicar un comentario