Esta tarde ha sucedido algo impensable en la época del conocimiento y del IA.
A las 16 horas he visto pasar por la calle a mi vecino Eusebio, que iba a la oficina de Correos para enviar un burofax a su operadora de internet y teléfono, solicitando la baja. Dado que fui yo quien le sugerí el domingo pasado que lo hiciera así, lo he acompañado.
Cuando hemos llegado a Correos, Eusebio ha sacado del bolsillo un sobre cerrado con la dirección de Vodafone y se lo ha entregado a la empleada que nos recibía tras el mostrador, una joven muy guapa, enfundada en unos Skins color carne, que parecía que estaba desnuda.
Como el Eusebio se quedara con los ojos como platos y la lengua afuera relamiéndose los labios ( yo también), la joven le preguntó:
—Qué desea que haga con esta carta, ¿ponerle un sello?
—No, es un burofax
—Pues tiene que darme el papel, no necesita el sobre
—Es que lo que dice la carta es información confidencial.
Y la niña se vuelve de espaldas, mostrándonos el paraíso, y manda el burofax con sobre y todo. Al final le da la copia y le pide tres euros.
Mi vecino se los da y se queda leyendo la copia.
—¡Oiga, pero esto es la dirección de Vodafone!, ¿Y mi carta?
—Es tan confidencial que se han quedado con ella en la Central.
—Ah, vale.
Y salimos a la calle. Iba tan contento que me invitó a un café.
Ya dentro del bar, mientras nos sirve el café, cojo el periódico y leo:
«En total, desde que comenzó el año hasta el tercer trimestre de 2024 se han registrado 237 homicidios».
—La mitad o más han ocurrido en mi pueblo natal — dice Eusebio.
—¿Y cómo es eso, amigo?
—Allí, cada asesinato se cuenta por duplicado. Si son diez, se cuentan veinte: los diez primeros son los crímenes reales; los otros mueren durante la recreación de los hechos ante el juez.
—Vale tío, paga y vámonos a disfrutar del domingo.
Hay gente que tiene cabeza porque está prohibido ir sin ella: la Guardia Civil no los puede identificar si conducen borracho.
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