¡Buenos días, amig@s!
Amanece hoy con 14º C de temperatura y una cortina de espesa y húmeda niebla colgando del cielo que impide la visión a más de 50 metros.
Hacía tiempo que no pasaba eso en el barrio y, mientras iba caminando a comprar el pan, recordé un día de muy espesa niebla en París:
Iba yo un domingo por una calle entre la catedral de Notre Dame y el río Sena, buscando el puente para pasar al Barrio Latino y no veía nada. La silueta de la torres y la aguja de la catedral apenas destacaban entre la bruma. Escuché muy cerca la sirena de una barcaza y me asusté. De pronto tropecé con un señor anciano, calvo y barbudo (eso sí lo pude apreciar) que temblaba de frío y estaba chorreando agua. Le pregunté:
—Buenos días, señor, ¿está lejos el río?
—Justo detrás de mí
—Yo no veo nada. ¿Cómo lo sabe usted?
—Acabo de salir del agua.
¡Quieto, parao!, me dije. Giré el cuerpo despacito y me fui en dirección contraria, teniendo en mente eso de que “Ojos que no ven, tortazo que te pegas.”
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