Esta historia de prostitutas puede parecer machista y sin duda lo es; pero es la realidad, y yo no puedo tergiversar un suceso. Además, hay ministros que también lleva a prostitutas a sus hoteles. Así que, suplicando vuestro perdón, os la cuento:
El viaje del presidente Pedro Sánchez a Mali en 2018 fue bueno para los españoles porque que les concedieron un día de permiso a los soldados de aquella lejana base y casi todos salieron pitando en los Land Rovers hacia la ciudad más cercana. ¿Adivinan adónde fueron? Una pista: llevaban un año sin acostarse con una mujer.
Pues eso, que me llamó mi amigo Venancio el Picha Brava, un cordobés, antiguo ayudante mío que se alistó voluntario en el Ejército porque le pagaban 70 000 pesetas al mes en San Fernando, cantidad que triplicó luego por salir al extranjero. Después pasar catorce años de servicio en el desierto de Mali, solo y aburrido, llegó a la capital Bamako, el primero, y dice que ese día lo pasó muy mal en la primera relación sexual que tuvo en los últimos catorce meses porque… Bueno, mejor será que lo cuente él, yo soy muy tímido para estas cosas. Os transcribo la llamada:
— Escucha, Juanillo, no veas lo que me ha pasado, qué desgraciado soy, cojones. ¿Y tú te quejas en tu libro “Carretera y manta” de las nefastas experiencias que has vivido en África? ¡Anda ya, hombre, lo tuyo es el Paraíso al lado mío!
—¿Pero qué te ha pasado, Venancio? ¡No me asustes!
— Pues mira, niño: llegamos a un puticlub y pedimos un cubata. Las camareras eran tías despampanantes, imagina unas chicas rubias en un país de negras destacando como palmeras en el desierto. Le pedí precio a una y la tarifa era de cien euros, lo cual me produjo una depresión de órdago instantánea: yo solo llevaba veinte euros. Le pedí que me hiciera un descuento y se negó: “En el piso de arriba te atenderán por ese dinero”, no tienes más que subir”, me respondió la rubia.
—¿Y qué pasó ?—le pregunté.
—¡Pues que subí, a ver qué remedio! —. Arriba era todo lo contrario de abajo, no había luces, todo estaba a oscuras. Imagina ver todo negro en un prostíbulo habitado por indígenas negras. Y de pronto alguien me cogió de la mano y me introdujo en la habitación. Noté que era una mujer, cuando se apegó a mí y la abracé: estaba desnuda. Yo me puse a cien en cuestión de segundos. Tan impulsivo o nervioso estaba, que no podía penetrarla.
— Aquí no, más abajo, cariño —decía ella, muy cariñosa.
Y yo, cada vez más nervioso, intentaba introducirla en el hueco que había encontrado.
— Te digo que aquí no, eso es el ombligo; ¡tienes que hacerlo más abajo!
Y ya no me pude callarme. Lleno de vergüenza le confesé:
—No, chiquilla, más abajo me piden cien euros. Y no me alcanza.
Y de pronto ella abrió los ojos a tope, parecían dos lunas llenas en la habitación oscura. Yo me asusté creyendo que era un fantasma y salí corriendo escaleras abajo colocándome los pantalones mientras bajaba las escaleras, y me caí. Ahora estoy de baja con la pierna escayolada.
— Vaya, pues sí que tienes mala suerte.
—¡Digo, hijo! Más mala suerte que una manada de pavos en Navidad. Bueno Juanillo, te dejo que la llamada me va a costar un ojo de la cara y tengo que ahorrar para la próxima vez que me den permiso. ¡Chao, bambino!
©Juan Pan García. 2011

