La pasada noche, el calor estival, y la
ansiedad que me domina desde hace tiempo, me llevaron a viajar en sueños hasta la mítica isla de Avalón, dominada por la sacerdotisa
Morgana, hermana del Rey Arturo...
La canoa avanzaba por el canal con dificultad debido a la espesa niebla que
cubría la Isla de las Manzanas. Mientras que el barquero remaba yo, mensajero
del Rey Arturo, perforaba con mis ojos
la niebla, escrutando las orillas con una mezcla de curiosidad y temor ante lo desconocido, esperando llevar a cabo con éxito mi misión: entregar una carta en propia mano a la pupila de Morgana, la joven
princesa Nimue.
De pronto, al salir de un bosquecillo, desapareció
la niebla y un sol radiante iluminó el paisaje. Y entonces las vi.
Morgana, la hermana del Rey y la más cruel hechicera conocida, se hallaba columpiándose en una
silla atada a la rama de un árbol, empujada por su discípulas Amara y Nimue.
Al verme se detuvieron y se acercaron. Nada más poner
el pie en tierra Morgana inquirió sobre mi presencia en aquel sagrado
lugar. Yo le respondí:
— Majestad, es a la sacerdotisa Nimue, Princesa de Avalón, a
quien debo entregar el mensaje del Rey, el
cual, enfrentado a sus enemigos, enfermo y triste por la distancia que ha
interpuesto la Princesa, espera que ella regrese a su lado y recomience una nueva etapa de paz, alegría, respeto y solidaridad.
— Habla pues — concedió Morgana
Entonces yo, poniendo mi
rodilla en tierra, entregué el pergamino lacrado a la Princesa. Ésta lo abrió y,
ante mi asombro, leyó en voz alta el mensaje a fin de que Morgana, su maestra en las artes de las pócimas y ritos de encantamientos, escuchara el
contenido y la aconsejara:
"A la Sacerdotisa Nimue, Princesa
de Avalón, por tantas cosa sucedidas en
otro tiempo y en otro lugar, esperando su regreso a un nuevo y eterno periodo de paz, alegría, respeto y amor incondicional.
Nimue, Princesa de Avalón y de mi corazón;
No sé por qué escribo versos que te hacen sufrir, con tan mala
suerte que provocando mi muerte te alejas de mí.
Ignoro qué me hace
escribir lo contrario de lo que siente mi corazón, para luego, sufrir gran desazón al herirte a
ti.
Tampoco tú pones de tu
parte, encerrándote en un baluarte de rencores no justificados:
Ambos nos hemos hecho daño, ambos hemos fracasado en comprendernos, nuestros malentendidos y omisiones han corroído la amistad que nos unía...
No atiendes mis
razones y te niegas a escuchar la voz del Ser interior que pide que seamos generosos y perdonemos los
unos a los otros.
Sería hermoso olvidar el pasado, respetarnos y vivir en paz
y felicidad...
En cambio, yo me
hallo sufriendo el castigo de
odiar amando, de vivir muriendo, condenado a sufrir tu indiferencia y a no contemplar tu
belleza.
El tiempo, dicen, lo
arregla todo, pero también es cierto que la prolongada ausencia con el
tiempo obliga a olvidar rostros y
sentimientos, y que el que de verdad quiere una cosa debe de luchar por ella aun a riesgo de resultar herido. Por
eso yo insisto en ello: Vuelve a mí, Princesa.
Porque en medio de
tanta lucha y sin ninguna esperanza, al final uno no sabe qué es mejor para
encontrar la paz, ni cómo actuar sabiamente
si tu luz no me ilumina.
Espero que lo pienses y actués con la sabiduría
y ternura que te caracterizan"
De pronto, Nimue, Amara y Morgana soltaron una
carcajada. Yo me asusté, preguntándome qué había dicho mi Rey para provocar tal hilaridad.
Finalizada la lectura, Nimue enrolló de nuevo el pergamino
y miró a la Reina. Luego se volvió a mí y me dijo:
—Vuelve a tu país y le dices a tu Señor que reflexionaré sobre lo que
me pide. Conocerá mi decisión por medio
de un gesto, una nota enviada con paloma mensajera o por mi postura cuando nos volvamos
a encontrar si los dioses lo permiten. Puedes marcharte.
¡Caray con la Princesa! ¡Qué carácter! Ni siquiera me
permitió descansar del viaje en su isla. Me hubiese gustado tanto hablar con Amara y pedirle su número de teléfono...
Bueno, espero que
Arturo no se ofenda y la pague conmigo...¡Aynssss Señor, Señor... lo que hay
que sufrir!