Viendo las noticias cada día, imaginando lo que va a suceder por culpa de estos políticos que están hundiendo al país y están tan ciegos que no se dan cuenta, y encima alardean de lo bien que lo hacen, reconozco que ha ido un error nacer hombre.
En mi vida anterior fui un árbol, y aunque también se las traía estar de pie durante tantos años viendo a las vecinas sin poder tocarlas, al menos estaba tranquilo y no temía un desastre mundial como el que se avecina.
Había un árbol (o árbal, pues era hembra y como aquí hay que otorgarle el mismo derecho de igualdad, creo que debo llamarla así) que me provocaba mostrándome continuamente el trasero. Comenzó desde muy joven, a los quince ya se le adivinaban las intenciones, y allí estaba yo sin poder acercarme ni mirar hacia otro lado. El suplicio de Tántalo era un dibujito animado comparado con lo que yo sufría.
Su trasero me obsesionaba y me provocaba una muerte lenta. Más aún viendo a mi alrededor que otras parejas se lo pasaban bomba, pasando todos los días y las noches abrazados.
Y protesté.
Envié al Creador una carta con una paloma mensajera, acusándole de ser injusto y diabólico por idear un mundo así, donde unos eran felices dando y otros muy desgraciados recibiendo. ¡Y yo en medio sin dar ni recibir! Le dije que no entendía lo que hacía, ni por qué lo hacía. Porque vamos a ver,—pregunté— ¿Qué propósito tiene el pasar toda una vida mirando un trasero situado enfrente y no poderlo tocar?
Él se quedó mudo, reconocía que no era infalible porque no hallaba respuesta, pero no podía confesarlo porque debía mantener las formas. Y para zanjar el tema me prometió que en la siguiente vida — esta de ahora— sería un hombre y satisfacería holgadamente mi deseo de tener y acariciar traseros de mujer en todas partes del mundo.
—No me iras a convertir en bidé, ¿eh? —pregunté, no fiándome ni un pelo de sus promesas.
—¡Noooo, tranquilo! Serás un hombre y conocerás una generación abierta, donde las chicas lo enseñarán casi todo y practicarán el sexo fácil, ¡sexo, que no Amor! Eso será más difícil de encontrar.
Y así fue como me presenté en la Tierra.
Comencé desnudo porque después de la guerra no abundaba el dinero para comprar ropa. El poco que había se iba en la comida. De manera que comencé a ver muchas chicas ya desnudas desde la infancia; pero ahora, recapacitando y haciendo balance, creo que el Señor no fue sincero conmigo, porque me pasa lo mismo de antes: veo pasar muchos traseros bonitos en ropas ajustadísimas o en tanga en las playas, pero tampoco puedo acariciarlos. Ya será bueno que los mire y no se vuelva la chica y me lance un ¡viejo verde! o ¡acosador!, que hoy no se las puede ni piropear sin que llamen al 016.
En fin ya me queda poco de estar por aquí, pero he aprendido que uno no se puede fiar de nadie, ¡ni del que te dio la vida! La próxima quiero ser mujer, a ver si me miran los hombres como yo las miro a ellas y se acercan a acariciarme. ¡Prometo no decir ni múuu!