martes, marzo 21, 2006

CITA EN MÉRIDA






























La función estaba acabando y yo no sabía aún qué decisión tomar: ¿Acudir al encuentro o marcharme para olvidar todo el asunto? Observé el majestuoso teatro construido en el siglo 1º por Agripa en la vertiente oeste de una colina cercana al río Guadiana. Las figuras del escenario recordaban el fasto de esta ciudad, construida 25 años antes de Cristo para los “Eméritos”, como llamaban a los soldados licenciados de las legiones romanas, de ahí su nombre: Emérita Augusta, la Mérida actual. Sus habitantes eran considerados ciudadanos romanos. Fue erigida en capital de la provincia, y como tal, contenía los mejores servicios de la época: Un largo puente sobre el río; calzadas que la comunicaban con Roma, atravesando Hispania; acueductos para traer el agua; una presa para conservarla, que aún está en servicio; numerosos templos, monumentos y casas señoriales.

Miré mi reloj y me puse aún más nervioso: debía de decidirme ya, antes de que la gente comenzara a levantarse de sus asientos y el teatro se quedase vacío. Luego sería imposible hacer lo previsto, los guardas del recinto me echarían del lugar.

El día antes había recibido un email de la persona que más deseaba en el mundo, la más inalcanzable también. Era una famosa escritora. Me había enamorado de ella leyendo sus obras; la conocía a través de sus relatos, su estilo, la emoción que imprimía a sus frases, el sentimiento que transmitía con ellas. Luego compré su último libro y vi su foto en la portada: fue el flechazo. La seguí en una presentación pública del libro y conversé con ella unos momentos, el tiempo de pedirle que me firmase su obra y poco más, pero suficiente para sentir penetrar en mí su perfume: una mezcla de jazmín y maderas nobles; de ver su precioso escote, que mostraba un canal oscuro entre dos suaves colinas de piel fina y blanca. Admiré su forma de andar, graciosa y armoniosa, sobre sus rojos zapatos de altos tacones, que estilizaban aún más si cabe sus hermosas piernas.

Me entregó luego el libro firmado mirándome a los ojos, y sonriéndome pícaramente al observar mi arrobo, me dijo: Le he puesto mi email por si desea luego comunicarme su parecer sobre el libro.

Aquel fue el primer segundo de mi lenta agonía. Me leí el libro aquella misma noche y le escribí al día siguiente, expresándole mi fascinación por su novela. Fue mi primer mensaje, luego siguieron muchos más; ninguno obtuvo respuesta.

Me convertí en un idiota: compraba la prensa para saber si aparecía alguna noticia de ella; asistí a varias presentaciones de libros sólo por volver a verla; compré un perfume que olía lo mismo que ella, un Coco Chanel, y rocié mi cama con él; le pedí que me firmase el mismo libro en otra rueda de prensa, para sentir de nuevo su olor, su calor, su aura… para estar cerca de ella.
—¿No le he visto antes? me preguntó.
—No sé…-balbuceé, todo hecho nervios.

Y ayer recibí ese misterioso e inesperado mensaje: “Hola, soy tu musa, como bien me llamas en tus emails; mañana asistiré a una representación de uno de los clásicos en el Teatro Romano de Mérida. Antes de que acabe me iré a las milenarias letrinas y allí te esperaré. No tardes”.

Miré en la guía el lugar de la cita: estaba a cincuenta metros detrás del escenario. Las letrinas las mandó construir Agripa para el servicio de los actores romanos, se hallaban al final de una calzada adornada con columnas y arcos en medio de un jardín. Me levanté cuando el público aplaudía y los actores se aprestaban para el ritual de aparecer y desaparecer varias veces en el escenario y recibir el premio a su ego por la actuación. Salí del teatro y me dirigí al lugar.
La calzada estaba en penumbras, iluminada indirectamente por la luz que los focos proyectaban sobre el grandioso y espectacular monumento. Vi a mi princesa sentada en un banco de uno de los pasillos del jardín. Un lugar solitario, alumbrado por la luz del cuarto menguante lunar.

Ella se levantó y vino a mi encuentro, me cogió de la mano y me llevó hasta el asiento. Yo estaba apunto de morir, lo sentía por la opresión de mi pecho, donde latía mi corazón como un martillo pilón.
 —He querido estar contigo sola, ocultándome de mi marido y de los periodistas, arriesgándome a perderlo todo, porque, lo mismo que tú, yo siento algo nuevo desde el día en que te conocí. ¿Tú me amas? Dime…
 —¿Y me lo preguntas?- dije yo, abrazándola y besándola ciega y apasionadamente ¿Adónde me llevas, mi vida? Estoy loco por ti desde la primera vez que te vi.
¿Adónde te llevo? , ¿y tú?, ¿adónde me llevas? Siento que me pierdo, me pierdo… ¿Qué haces, mi amor…?
Me siento morir, pero… ¡qué bonito es esto, qué bueno! Tengo un poco de miedo.
 ¿Tienes miedo? También yo… ¿Por qué hacemos esto? Dios…
 —Yo no lo sé…
 —Tampoco yo…
 Eres dulce y suave, ¡mira que eres dulce…! Como una espuma, sí, como la espuma.
 Pero, ¡cómo tiemblas! Tiemblas tanto como yo.
 Te aseguro que no es de frío. Es por ti. ¡Cómo te amo!
 ¿Cómo me amas? Dímelo…
 ¿Nos desnudamos?
 —Nos desnudamos, ya no tengo miedo a nada.
 —Yo sí… Tengo miedo de mí.

La luna fue testigo de ese encuentro, donde los suspiros se mezclaron con el murmullo del aire entre los rosales y los setos; donde las flujos de nuestros cuerpos se unieron al rocío de la noche, protegidos en todo momento por la mirada de la escultura de una diosa romana, que nos sonreía desde su pedestal.
Fue un grupo de turistas ingleses quienes, guiados por una azafata del Teatro, nos despertó a las diez de la mañana el día siguiente.

FIN

6 comentarios:

  1. Anónimo6:00 p. m.

    Hola Juan, me encantó tu relato, y también las fotos, parece que hubiera estado ahí cuando las veo.
    Cariños,
    Blanca

    ResponderEliminar
  2. Uaaaaauuu, esa mujer soy yooooo, jajaja, me encantan los zapatos rojos de alto tacón y hace tres meses publiqué un libro que es superventas!!!

    Bueno, el relato me ha gustado muchísimo. Y las fotos también. Tengo una amiga extremeña y me encantaría vivir ahí.

    ResponderEliminar
  3. Hola, Blanca: gracias por visitar y comentar mis relatos, siempre eres muy amable en tus juicios. las fotos son bonitas, es verdad. Lástima que no quepan todas las que hice de esa maravillosa ciudad. tengo dos carretes y un cinta de dos horas de grabación en video. Un beso.

    ResponderEliminar
  4. Hola, Juan Pol:
    Una agradable sorpresa el verte por aquí: te conozco del Foro de B.V.
    No creo que seas tú la protagonista de este relato: me acordaría.
    Espero que vuelvas.Un beso.

    ResponderEliminar
  5. ¿Pero tú crees que yo no lo sé? ¿Se puede olvidar a alguien que te hace temblar con sus textos aunque se oculte tras grandes gafas oscuras?,¿crees que no se te hecha de menos en el foro? ¡La diosa Leny, cuyas historias calan hasta los huesos! Sí, amiga mía, con cariño te recuerdo. Un beso. Juan Pan

    ResponderEliminar
  6. Hola Juan:
    Me gusto el escrito; cuando cupido
    toca los corazones de los mortames no existe poderen el mundo que los detenga.
    un abrazo pig

    ResponderEliminar