viernes, marzo 14, 2008

NO LO PERDONES


“NO LO PERDONES”, es un relato dedicado a todas aquellas mujeres que, soportando vejaciones y mal trato de sus esposos o parejas, esperan que algo les haga cambiar.
Foto de la página http://www.elmundo.es/elmundo/2011/09/07/andalucia/1315424270.html




                       “NO LO PERDONES”


          A mis 28 años y con toda la vida por delante, el futuro me sonreía. Había terminado mi carrera de ingeniero agrónomo y salía con una mujer elegante y rica. Pensábamos casarnos   la siguiente primavera.
   Fue entonces cuando apareció Sara, una joven de apenas 17 años, muy hermosa, rebosando alegría. Simpatizamos enseguida y desde aquel momento me la encontraba en todas partes.
   —¡Hola!, ¿tú por aquí? —decía, simulando sorpresa.
  Me seguía, estaba claro,  yo era un hombre…

  Quedamos en una cabaña que yo tenía en el campo, y allí se entregó por primera vez. Luego siguieron otras citas, donde ambos  gozábamos  del sexo con ansia desmedida.
   Su juventud, su hermosura, sus gemidos y sus increíbles iniciativas sexuales me enloquecían; pero al cabo de un tiempo comenzaron las noches de insomnio y ansiedad, debatiendo conmigo mismo sobre la conveniencia de ese amor joven, impulsivo, de entrega total, que me dejaba extenuado y satisfecho en un momento en que se realizaban los trámites de una boda que, sin lugar a dudas, me aportaría felicidad y estabilidad económica con una de las mujeres más ricas del pueblo.
     —Estoy embarazada — me soltó una mañana, plantada ante mí en medio de la calle, muy seria y mirándome a los ojos.
   Sus palabras se estrellaron en mi rostro, enrojeciéndolo. Fue como si una tremenda losa cayera sobre mí, inmovilizándome. Yo  no sabía qué hacer y lo primero que dije la enfureció:
    —¿Embarazada?, ¿de quién?
Cambió el color de sus mejillas, comenzó a respirar agitadamente y las lágrimas afloraron a sus ojos. De súbito me arreó una bofetada y, conteniendo un sollozo, dio media vuelta y se fue.

  La noticia no tardó en correr por las calles, entraba en las casas, invadía alcobas y salones, la degustaban con vino en las tabernas y se diluía en los cabellos, mezclada en los tintes y lacas de los  salones de belleza.
  Mi anunciada boda con mi novia se anuló con una escueta nota; la de Sara  se celebró a la fuerza, tras denunciarme sus padres  por abusar de una menor a la Guardia Civil.
  La tierra se abría bajo mis pies, no podía dar un solo paso, todos mis sueños y proyectos se arrastraban por el suelo por culpa de una relación furtiva, desenfrenada y adictiva.
  Como si no sufriera bastante, cada vez que iba al bar, que eran más veces de las que debiera, los amigos me reprochaban mi candidez, mi estupidez o inexperiencia, adjetivos que variaban según la cantidad de  copas que llevaba en la cuenta quien los pronunciaba.

  No había pasado una semana del casamiento cuando llegué harto de vino a mi casa y, sin mediar palabra, le propiné tal bofetada a la culpable de mis desgracias que cayó al suelo. Observé que se le hinchaba la cara y sangraba por la nariz y el oído. Me asusté, corrí a su lado y la abracé. «Te perdono, sé que no has sido tú, sino el vino», me dijo. Al cabo de un rato, ella cabalgaba sobre mí, gimiendo de placer. Yo la miraba, desconcertado, y me  entregaba a sus caricias, cerrando los ojos para no ver aquella mejilla hinchada, amoratada, monstruosa, desconocida para mí.
  La escena se repetía cada semana. Cada vez que me cruzaba con  mi antigua novia por la calle o en su coche,  recordaba la manera en que la había perdido, luego entraba en el bar  y me emborrachaba. El alcohol me enloquecía, y descargaba mi furia en Sara.
  Después de recibir la paliza, ella decía que me perdonaba, que me comprendía, que me amaba tanto que nada lograría separamos. Cuantos más golpes le arreaba, Sara se mostraba más solícita, más cariñosa, más dulces sus palabras, más delicadas sus caricias, más ternura en sus abrazos…

  Poco a poco me acostumbré a esa relación impetuosa y extraña: ella recibía sin rechistar los golpes que yo le propinaba; luego me abrazaba y pedía perdón por no entender mis motivos ni saber qué más podía darme para hacerme feliz. Ni una sola vez se quejó de dolor ni me acusó ante nadie, al contrario: intentaba ocultar los destrozos que mi locura ocasionaba en su cuerpo, aquél que alguna vez fuera esbelto, bonito y delicado; el mismo que  ahora estaba marcado de cicatrices y espacios morados.
  Así llevamos veinte años. Tenemos dos retoños, varón y hembra. La chica se fue de casa al cumplir los dieciocho, y  nunca supe por qué evitaba estar a solas conmigo y me miraba con ojos espantados cuando la besaba al llegar a casa. El niño llegó al mundo diez años más tarde, otro descuido, pero él es diferente: me acompaña a veces y me pide que caminemos por el campo, que demos una vuelta a caballo hasta el río, que nos bañemos juntos… cualquier cosa, con tal de alejarme de la taberna.

  Desde el día en que perdí mi soltería, ahogué mis penas en el alcohol y no puedo pasar de él. Sara lo sabe y lo asume.   Llevan un tiempo machacando con anuncios en televisión contra el maltrato de género y cuando lo emiten veo a Sara muy atenta a lo que dicen. Eso me enfurece, cojo el mando y cambio de canal. Ella guarda silencio y evita mirarme a la cara. 

  Hace una semana que todo cambió: mientras desayunaba en mi casa, llamaron a la puerta   los guardias. Me mostraron un documento oficial del Juzgado, una denuncia por malos tratos. La firmaba Sara. No la entiendo, llevamos juntos  veinte años, ¿por qué ahora? Los agentes me esposaron y me llevaron al cuartelillo, detenido.
  Respondí a todas sus preguntas y ellos tomaron buena nota de  cuanto dije. Luego me ordenaron alejarme de mi esposa hasta que el juez dictaminase. Así  lo hice, abandoné el pueblo y me fui a vivir a mi cabaña; pero ella rompe la orden cada día y viene a buscarme a la choza, me hace la comida, lava mi ropa y copulamos. Tampoco entiendo que haga eso.
 Sara dice que me ha denunciado para obligarme a cambiar, para que me dé cuenta del daño que le estoy haciendo a la familia y  del infierno en que he convertido el hogar. Dice que lo ha hecho por nuestros hijos, por amor, que me adora, que espera me rehabilite, pues no puede vivir sin mí… ¿Por amor? ¡Joder! No lo entiendo.

  En verdad, reconozco que Sara es maravillosa. Desde el día en que nos casamos, me trata como a un señor, su Señor; me abraza y me besa siempre como si fuera su luna de miel, pone el alma en ello. Sus caricias son dulces, enamoradas, llenas de ternura... Y cuando me posee lo hace entregándose totalmente, sin reservas, diciendo cuánto me quiere, cuánto me necesita. No se inhibe para nada. He bebido muchas de sus lágrimas en sus besos... Son amargas.
   Ella me defiende siempre ante mis hijos cuando se quejan de mi  salvaje comportamiento. «No lo perdones, mamá; no lo hagas: te pegará otra vez»,  decían ellos cada vez que la sorprendían llorando al llegar a casa, dolorida tras recibir la paliza. «Está enfermo, hijos, se curará, tened paciencia», respondía ella. Y yo bajaba la vista, avergonzado.
  Pero al denunciarme ha manchado mi nombre, me ha convertido en alguien con antecedentes penales, un delincuente… La gente se aparta de mí, no me habla. Ahora bebo solo. No puedo seguir así, tengo que hacer algo…

  Esta tarde, mientras hacía girar  mi copa y apreciaba el color  oro pálido del vino fino,  he tenido una idea. Creo que solucionaré  mi problema.
  No me importa lo que diga el juez, ya he tenido bastante castigo. La próxima vez que me visite daremos un paseo a caballo en la sierra, bordearemos los acantilados, presenciaremos la puesta de sol al caer la tarde y haremos el amor. La haré gozar como nunca lo he hecho, aspirando su alma con mis besos, comiéndole los labios, mirándola a los ojos en su orgasmo… Intentaré alcanzar el mío al mismo tiempo.
  Después, descansaremos  uno junto al otro, mirando al cielo cogidos de la mano. Y luego, al regresar por los acantilados, espolearé  a su caballo.
Creerán que ha sido un accidente.

                                                           FIN


Inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual de Cádiz.  CA- 00286-2008


6 comentarios:

  1. Es sorprendente lo inhumano que puede llegar a ser el propio ser humano...

    El amor no se demuestra con golpes. Nadie los merece. Triste realidad la de estas mujeres...

    Y preciosa frase de Neruda.

    Un abrazo, Juan;)

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  2. Hola, Ladyluna:
    El peor enemigo del ser humanos es él mismo, no nos imaginams lo dañinos que podemos llegar a ser.

    Me quedo con tu frase:

    El amor no se demuestra con golpes. Nadie los merece.
    Abrazos.

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  3. Juan, una historia fuerte, bien relatada, que me mantuvo enganchada hasta el final...que triste es la realidad de las mujeres maltratadas. cuanta humillación!
    pero creo que en estos casos, tanto el golpeador como la golpeada, estan enfermos...
    Un placer leerte.
    Besos
    Un abrazo

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  4. Es cierto, Claudia, deben estar enfermos los dos, si no, no se entiende que se aguanten.
    Es una historia novelada basada en un hecho real: los protogonistas viven, viven separados por orden del Juez, pero no hacen caso y se reencuentran cuando quieren.
    Hasta que suceda lo inevitable.
    Un beso. Gracias por pasarte por aquí.Juan Pan.

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  5. Terrible historia que no siempre tiene el mismo principio, aunque si el mismo final. Yo no los considero enfermos, siempre se le hecha la culpa al alcohol, (en alguna ocasión el alcohol es el problema) el resto sencillamente son seres que no valen nada en su interior, lo saben, prefieren pensar que los responsables son las personas que comparten sus vidas y a las que arrastran en sus miserables existencias, aunque los castigues siguen pensando que ellos son mejores y ha hecho lo que debían hacer. Triste a lo que puede llegar la raza humana.
    Besos Juan.

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  6. Mercedes, esta historia es verdadera en un 90%.
    Una mujer de El Gastor me la refirió. Una vecina y amiga suya denuncia a su marido por malos tratos. El juez lo condena a tres años de cárcel y cuando sale libre debe permanerec a más de tres kilómetros de la famila; pero es su esposa quien va a visitarle cada día a su casa, le lava la ropa y le cocina, hacen el amor como dos enamorados. Los vecinos le aconsejan que se aparte de él; pero ella dice que no puede vivir sin sus caricias.
    De momento ahí siguen. Hasta aquí la historia es real. Sólo el final me lo he inventado yo, imaginando lo peor. Un beso

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