viernes, enero 23, 2009

LAS SETAS

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Las oscuras nubes atravesaban el cielo con prisas, derramando a su paso una espesa cortina de agua cuyas gruesas gotas se estrellaban contra el tejado y los muros de la casa, y hacían hervir los charcos que cubrían el suelo del jardín. El cielo vaporoso se fundía a lo lejos con el océano, engarzándolo con relámpagos y truenos cuyas ondas llegaban dos o tres segundos después y retumbaban al chocar con el acantilado, produciendo un eco profundo que hacía vibrar los cristales de las ventanas de la vivienda.

A lo lejos, el haz de luz del faro de Tarifa iluminaba intermitentemente la figura de una mujer que permanecía quieta al borde del acantilado, con la mirada fija en el horizonte.

Tenía su hermosa cabellera chorreando y pegada sobre la cara y los hombros; se arropaba con un impermeable que cubría su largo vestido, y los dedos de sus pies se arrugaban inmersos en el agua fría que había entrado en sus zapatos. Los relámpagos la iluminaban de vez en cuando, y entonces la niña de nueve años, que la observaba tras los cristales del ventanal con los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto, gritaba: “¡Mamá, vuelve!”

Y el grito se perdía, ahogado entre la lluvia, los truenos y el viento.

Aquella mañana la niña había presenciado otra discusión entre sus padres. Por enésima vez, había visto a su madre caer asonada bajo los golpes y correazos que su padre, ebrio y fuera de sí, le propinó antes de salir y dirigirse a la barca que descansaba en la arena de la playa que había allá abajo, a la derecha del montículo en cuya cima se hallaba el chalet.

El servicio costero había anunciado la inminente llegada de una borrasca con vientos fuertes en el Estrecho, pero su padre no había hecho caso de las advertencias de su madre y, tras azotarla salvajemente, acusándola de tener abandonada la casa por haberse entretenido demasiado en el pueblo, y de provocar a los hombres con sus risas, sus andares sensuales y su conversación, había cogido el canasto con la comida y se había ido por la vereda que conducía a la playa, decidido a salir con la barca para echar las redes pese al mal tiempo.


El mar estaba aún en calma cuando salió, pero al cabo de tres horas apareció una bruma blanca y las aguas comenzaron a rizarse y a formar oleaje, y ahora, diez horas más tarde, rugía como una bestia hambrienta y deseosa de devorar la presa.

La mujer miró hacia la casa y contempló la silueta de su hija pegada a los cristales; echó una última mirada hacia las aguas bravas que estallaban en el fondo del acantilado y murmuró: "Es imposible que vuelvas".

No era probable que alguien hubiera acudido en su ayuda, porque ella no había avisado a nadie del pueblo de su partida.

La mujer se volvió y comenzó a caminar hacia la casa. Una extraña paz la invadió, y una sonrisa apareció en su rostro al pensar que, de todas formas, su marido tampoco hubiera sido capaz de encontrar el camino de vuelta. Pero tuvo la suerte de que se presentara el temporal; gracias a éste, nadie sospecharía de ella: la guarnición de setas que acompañaba el estofado que llevaba su marido en el canasto no eran precisamente champiñones de París.




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10 comentarios:

  1. Me ha gustado el relato. Todo el rato me he estado preguntando que tenía que ver la historia con el título, jajaja...

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  2. Juan:
    me gusto el relato, te mantiene atento hasta el final inesperado.

    como siempre un placer leerte mario

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  3. Lola, la verdad es que tienes razón, pero...¡no sabía qué otro título poner!
    Lo dejé para la sorpresa final.
    Gracias por pasar.
    Saludos.

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  4. Hola, Mario. Me alegro de tu vuelta y que te pases por acá. Ya he visto las fotos que has traído de tu viaje a Guatemala.Son muy bonitas. Un abrazo.

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  5. Buen relato en el marco mítico del finisterre del Sur... Y en el que podemos aprender a tener cuidadito con los dones que nos regala la Naturaleza, y más si vienen en formato de seta.

    Un abrazo y nos leemos!

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  6. Yo me quedo con esa frase que hace hervir los charcos, eso es pura poesía. La frase en sí justifica el texto.
    Un placer.

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  7. Vitolink, ¡qué alegría volver a verte por aquí! Me alegro de que te guste el relato.
    Lo de las setas es cosa seria. Hace unos años, estuve con un amigo experto en eso en la sierra de El Escorial, cogiendo unas setas que llaman por allí níscalos.
    Cada uno llevaba una cesta grande de mimbre, y cuando la llenamos y regresamos a su casa y su esposa tomó mi cesta y separó las setas malas de los buenas, sólo quedaron un par de ellas; las demás eran venenosas. ¡Y parecían iguales a los otras!
    Las de mi amigo eran todas buenas, por supuesto.
    Yo sólo como champiñones de París que venden en bolsitas en Mercadona.

    Y veo que te has dado cuenta de que los últimos relatos que he escrito los he ubicado en la provincia de Cádiz.
    Un abrazo, amigo, nos leemos

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  8. Hola, Manuel: acababa de leer tu homenaje al amigo fotógrafo y he visto el aviso de tu mensaje.
    Gracias por tu lectura y opinión.
    Saludos a las tres niñas de tus ojos. Abrazos

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  9. Muy interesante, lo mejor el final. Donde este una sopa bien hecha!!! Cuidado con lo que comes, por la boca muere el pez. jajaja.
    Besos

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  10. Hola, Mercdes! Muchas gracias por tu visita, amiga.
    Yo, al igual que Neron, hago que mi esposa pruebe la comida antes, ¡ja,ja,ja! Besos.

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