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lunes, agosto 19, 2013

EL GATILLAZO.






El día 15 de agosto lucía un sol esplendido en toda Andalucía, y oleadas de turistas  arribaban a las playas de la Costa del Sol, los unos para disfrutar del puente, los otros para pasar unas cortas vacaciones. La crisis económica se hacía notar y quienes antes disfrutaban de un mes de vacaciones ahora las habían reducido a una o dos semanas.

En Fuengirola vivía Miguel, un joven de veintiocho años que  trabajaba en una inmobiliaria y disfrutaba como todo el mundo del día festivo. Ese día, sobre las once de la mañana,  se hallaba tumbado en la arena de la playa cuando llegó una pareja, cuyas edades oscilaban entre los cuarenta-cuarenta y cinco años, y  se instalaron al lado.

 El marido se fue a caminar por la orilla y ella inició una conversación banal con Miguel sobre la ciudad, interesándose por sus ofertas turísticas, pues ellos eran de Salamanca y era la primera vez que venían a Fuengirola. Ella deseaba disfrutar a tope de sus merecidas vacaciones.
Miguel le informó de los lugares típicos de la ciudad y de sus zonas de ocio y de copas. Para comer  le recomendó un conocido restaurante al que acudía mucha gente porque  se comía muy bien y el precio era moderado.

— Yo voy a comer a mi casa, y paso por delante del restaurante. Si ustedes quieren, yo les puedo llevar  y recogerles luego. No supone para mí ninguna molestia: Yo vengo todas las tardes a la playa.
 Ella aceptó encantada.
—¡ Oh, me parece estupendo! Muchas gracias.

Cuando regresó el marido, ella le presentó a Miguel y se quedaron charlando hasta las dos de la tarde, momento en que recogieron sus enseres y se dirigieron al coche del joven.
Tras unos diez minutos de conducción en una avenida atestada de vehículos, llegaron a un restaurante escondido entre los pinos, edificado sobre un acantilado al borde de la costa,  y la mujer salmantina invitó a Miguel a comer con ellos. La comida fue excelente, el lugar maravilloso, frente al mar. Después de devorar la exquisita comida, permanecieron algo más de media hora de sobremesa. Miguel estaba muy contento y no dejaba de hablar y contar anécdotas y chistes.

 De pronto el marido dijo que ellos estaban acostumbrados a dormir la siesta y querían regresar al hotel. Miguel los llevó gustosamente y entonces ella, mirándole a los ojos, le dijo: ¿Quieres subir con nosotros y  estar un rato hasta que bajemos a la playa? Ahora hace mucha calor para estar tumbado en la arena... puedes coger una insolación...
 A Miguel ya se le estaban erizando las antenas, mucha hospitalidad, mucha amabilidad, y la tía estaba buenísima, la había contemplado en bikini y a pesar de que pasaría de los cuarenta su cuerpo no tenía nada que envidiar a los de sus amigas, mucho más jóvenes. La mujer era preciosa. Caminaba delante de él muy segura con el cigarrillo en la mano, mirando de reojo sabiendo que Miguel tenía la mirada clavada en su trasero.  


La habitación del hotel era amplia y tenía una cama grande con una mesita de noche a cada  lado. Enfrente, un aparador con el televisor, caja de seguridad y el mueble bar. El marido se echó en un lado de la cama e invitó a Miguel a hacer lo mismo en el otro;  ella entró en el baño. El marido buscó un buen programa con el mando a distancia del televisor, y encontró una película antigua del Oeste.  Miguel,  muy nervioso, yacía en el mismo borde de la cama, pensando que no debía de haber subido a la habitación. Estaba cohibido, se sentía fuera de lugar.

Entonces apareció ella con un camisón transparente bajo el cual se marcaban las bragas negras. Sonrió tímidamente a Miguel y subió a la cama y se sentó en medio, apoyando la cabeza sobre el cabezal de la cama. Miguel estaba hechizado por las piernas de la mujer y por lo que adivinaba bajo el camisón. El marido y ella se miraron un instante, ella negó con la cabeza. Él se levantó de la cama, le sacó el camisón tirando hacia arriba  y luego  le quitó bruscamente las bragas. Miguel entonces comprendió que le habían tendido una encerrona y su nerviosismo aumentó. Ella le sonreía y él comenzó a acariciarla, a besarle las piernas, el pubis y los senos, luego se alzó y la besó en la boca; ella respondió entregándole su lengua. El marido simplemente les observaba, lo cual ponía a Miguel aún mas nervioso.
 Miguel no salía de su asombro, jamás en su vida había vivido una experiencia similar. La mujer estaba buenísima y le acariciaba dulcemente. Se inclinó sobre Miguel, le desabrochó la correa y el pantalón, le sacó su miembro viril y comenzó a hacerle una felación como a Miguel jamás le habían hecho.

Miguel aferró su trasero y acarició con los dedos sus zonas íntimas, luego ella se tumbó de espaldas y se abrió de piernas invitando con la mirada a Miguel a poseerla. Miguel, convertido en manojo de nervios, luchaba por mantenerse sereno y complacer a la preciosa mujer; pero por otro lado le cortaba el hecho de que su marido estuviera observándole. Esto le estaba afectando tanto, que le impedía tener la erección. Y agobiado por el pensamiento del ridículo que haría si finalmente se producía el gatillazo, su miembro se ponía cada vez más flácido.

Miguel se puso de rodillas, levantó las piernas de ella y contempló el hermoso y sensual triángulo de vello corto y rizado que cubría su sexo. Se inclinó  y comenzó a besar su vientre, descendiendo poco a poco hasta el pubis. Ella elevaba su trasero, solicitando caricias. Miguel escuchaba las entrecortados gemidos de la mujer, quien puso su mano sobre su cabeza y la apretaba contra elle, conminándole a continuar...
El joven estaba alucinado, gozaba al escuchar los gemidos  de ella. De pronto el marido se levantó, sacó su miembro viril y lo introdujo en la boca de ella, y ante las dulces y expertas caricias no tardó en alcanzar el orgasmo. Y Miguel, consciente de que sólo quedaba él y no lograba la erección, se tumbó en la cama con el rostro compungido, avergonzado de su fracaso.

Tenía ganas de llorar. Jamás en la vida hubiera imaginado tener una oportunidad cono aquella: la hermosa mujer que durante la mañana le había puesto a cien solo con mirarla en bikini se había entregado totalmente, y él,  en vez de disfrutar de ella, se había quedado paralizado por los nervios, dando al traste con el hermoso e inesperado regalo que  ella le ofrecía.
Era la primera vez de todo: la primera vez que tenía una aventura con una turista, la primera vez que tenía una mujer bellísima a su disposición con la complicidad del marido. "Yo solo busco la felicidad de mi esposa, llevamos veinticuatro años casados y  he querido que ella conozca otro hombre para que compare conmigo", le dijo éste al ver su cara de asombro.

¿Qué estaría pensando ahora? ¿Estaría contento de su fracaso porque así demostraba a su esposa que nadie como  él para satisfacerla? ¿Y ella, qué estaría pensando?
Miguel se sentó en  la cama, dispuesto a marcharse. No osaba levantar la mirada del suelo y tenía los ojos lagrimosos. Ella, al verlo en tal situación, le abrazó y le besó en la cara y en la boca:
— No te preocupes, chico, es normal: ha sido todo muy rápido e imprevisto, no estás acostumbrado a hacerlo delante de otros y eso te ha cortado. Le hubiera pasado a cualquiera. Ahora olvida tu fracaso y quédate con lo bueno: las caricias y los besos, el sexo oral... Me has llevado al cielo, hijo, y eso también cuenta.

-- Quizás si te hubieras puesto de otra forma... No te he visto  el trasero, y eso es lo que más me excita.
Entonces ella se puso de rodillas en la cama y luego bajó la cabeza hasta las sabanas mostrando su precios culo abierto ante la mirada atónita y embelesada de Miguel. Éste tomó en sus manos aquellas blancas y delicadas nalgas, que tanto había deseado en la playa, y comenzó a besarlas. Introdujo su nariz entre los glúteos y comenzó a besar y  acariciar todo lo que tenía ante sus ojos.
Para nada, no consiguió la erección y ella puso fin a su suplicio levantándose y dirigiéndose al baño.

— Espero que esto no salga de aquí—dijo el marido—. Hemos pasado un buen rato, hemos tenido una experiencia inolvidable. No habrá otra. Olvida lo que te ha pasado y guarda solo lo mejor; pero olvídate de mi esposa, ella nunca más va repetir, así que no la molestes en la playa ni busques su número de teléfono, por eso no te hemos dicho nuestros nombres. No intentes verla o comunicarte con ella. Nunca habrá segundas partes.¿Entendido?
Miguel asintió con la cabeza.

— Y ahora nos vamos a tomar algo por ahí y sellamos nuestro encuentro brindando por nosotros y nuestra felicidad.

Aquella noche Miguel permaneció desvelado todo el tiempo en su cama, repasando todo los acontecimientos vividos el día anterior, y  dio rienda suelta a sus lágrimas. Además de sufrir el  gatillazo,  sentía que había sido utilizado como un cigarrillo que se aplasta en el cenicero una vez usado.
 Intentaría olvidarlo todo. Guardaría el secreto, pues de todas formas si lo contara nadie se lo creería.


                                       FIN

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5 comentarios:

  1. Vaya Juan un relato escabroso y difícil de comentar, por donde empezar tal vez los hombres no digan ni pío por aquello del gatillazo o tal vez la doble moral que nos acompaña siempre.
    Un relato distinto a los que nos tienes acostumbrados pero interesante por lo raro, eso de un trío "una fémina y dos varones" no es muy usual.
    Supongo habrás sacado la idea del montón de locales en las ciudades y por toda la costa de intercambio de parejas.
    Relato atrevido, un poco traumático
    para tu "probe Migue" tan joven y con ese resbalón.

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  2. Con lo bien que estaba pasando... pobre...

    Saludos.

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  3. Hola, Mercedes: Para las mujeres valientes y libres de prejuicios como tú no hay problemas a la hora de expresar una opinión. Has dicho bien: los hombres pasarán de puntillas y mirando de reojo o cubriéndose la cara para no darse por aludidos en un problema el del gatillazo, que es más común de lo que parece.
    Los tríos los hay de todas clases, no hay más que ver los anuncios en la prensa.
    Te agradezco tu lectura y tu interesante aporte al tema.Un beso

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  4. Así es, Toro Salvaje. Con lo bien que había empezado y luego... Ya lo dice el refrán: cuando menos te lo esperas, salta la liebre. Saludos amigo, y feliz verano

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  5. Así es, Toro Salvaje. Con lo bien que había empezado y luego... Ya lo dice el refrán: cuando menos te lo esperas, salta la liebre. Saludos amigo, y feliz verano

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