Tras cuatro horas de viaje, el autocar nos dejó
en la puerta de un restaurante.
Después de comer salimos a dar
una vuelta. Hacía una tarde espléndida, y el grupito de amigos recorríamos las
calles del pueblo contando chistes y riéndonos.
Había una chica que atraía mi mirada desde que
subió al autocar. Se llamaba Isabel. La conocía de vista desde hacía casi un
año, pero nunca habíamos hablado.
Yo me sentía muy feliz de estar allí,
caminaba embobado detrás de ella, a unos pasos, recreándome en su figura. Ella
de vez en cuando se volvía a mirarme y sonreía, sabía lo que yo sentía y eso la
hacía feliz.
No pronunciamos palabras, los ojos
hablaban por nosotros. Continuamos el paseo, ya juntos, en silencio, observando
al anochecer las siluetas de los edificios y monumentos recortados en un cielo
color fuego. Yo era tan feliz...
Ahora, mirando hacia atrás y
analizando lo que la vida me ha deparado, sé que ese día permanecerá para
siempre en mi memoria como el más romántico, el mejor de mi vida. A ella le deseo
desde la distancia que disfrute de la vida en permanente estado de felicidad,
que se cumplan sus sueños y que Dios la
bendiga y la proteja siempre.
Los recuerdos bonitos son un balsamo para el alma,
ResponderEliminarmuy bonito Juan,besos.
Larisa
Así es Larisa, son lo único que nos queda. Los malos, mejor olvidarlos. Gracias por pasar. Un beso
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