Cuadro de Antonio Quero Matas
No sé si el color
caoba de su pelo era natural o tintado, no me fijé en sus raíces. Yo
solo tenía ojos para su rostro ovalado, de boca grande, labios carnosos, sugerentes, y
ojos grandes, oscuros, misteriosos.
Había llovido y el invierno atenazaba nuestros cuerpos y
atacaba a los árboles despojándolos de sus escasa hojas, que el viento
arrastraba por los senderos del parque pintado de verde y de charcos.
Fui a saludarla y besé su mejilla, cálida y delicada como la
de un bebé. La miré a los ojos y vi mi reflejo. Fue entonces cuando supe que no
se produciría el milagro, que el sueño que me había llevado hasta allí, se esfumó al despertar.
Tres meses después la vi por la calle. Iba acompañaba por un
chaval muy majo. Parecían enamorados, se besaban continuamente y reían por nada.
Sonreí, apartando mi nostalgia. Al menos ella era feliz
un abrazo amigo Juan
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