viernes, noviembre 24, 2006

COSAS DE ROMA


Como resumen de las cosas que me han llamado la atención en este viaje provocado por un lamentable accidente de tráfico de mi hermana mayor, a la que adoro. Fue ella quien me persuadió, una vez recuperada y pasado el peligro, a visitar una ciudad que he tenido presente siempre en mi mente, he anotado lo siguiente:
La primera sensación que recibí al llegar al aeropuerto de Leonardo Davinci fue de preocupación al ver su enorme tamaño. Disponía de dos terminales y yo no sabía en cuál de ellas iba a desembarcar para avisar por teléfono a mi cuñado para que viniese a recogerme.
Habíamos llegado puntualmente a la hora prevista, las 16´30, pero recuperar el equipaje me llevó más de media hora y al salir a la calle me sorprendí al ver que había oscurecido y el alumbrado público estaba encendido. En principio, España tiene una diferencia horaria de 1 hora con Italia, pero las manipulaciones realizadas por los gobiernos para ahorrar energía permitían que los relojes marcasen la misma hora en ambos países, aunque no podían evitar que la hora solar permaneciese invariable y por esa razón en Italia era completamente de noche a las cinco de la tarde, mientras en el sur de España no oscurecía hasta pasadas las seis y media.
Otra sorpresa fue comprobar que mi móvil no funcionaba en Italia. Antes del viaje, había leído las instrucciones de mi operadora:”En un país extranjero, marcar el prefijo internacional y el del país anfitrión antes del número que se desea contactar”, pero el aparato no funcionaba, la llamada se cortaba y salía un texto que decía: “Sólo en caso de emergencia”. Busqué una cabina telefónica dentro del edificio pero se tragaba las monedas y no funcionaba. Pregunté a un guardia dónde se podía telefonear y me llevó una oficina situada al lado de la puerta de salida donde había posibilidad de hacer llamadas internacionales y de conectar por Internet.
Pedí llamar por teléfono y me dijeron que debía comprar una tarjeta telefónica, cuyo precio era de 30 euros. Yo no estaba dispuesto a pagar 30 euros para hacer una sola llamada, prefería tomar un taxi que me llevase al domicilio de hermana en Roma. Pero no podía irme en taxi: mi cuñado estaba esperándome en alguna de las numerosas puertas de las terminales, si es que había encontrado sitio para aparcar el vehículo. Era imprescindible efectuar esa llamada.
Entonces se me ocurrió pedirle el favor a un italiano que estaba sentado en la sala de espera y fue él quien me prestó su propio teléfono y pude llamar a mi cuñado. Diez minutos más tarde me recogía y viajábamos en dirección a la ciudad, a 40 kilómetros del aeropuerto.
Debido al tráfico de la hora punta a la salida de los trabajos, tardé más en  llegar a Roma  desde su aeropuerto, que el tiempo empleado en volar desde Sevilla a Roma. Eran las siete cuando llegué al centro de Roma.
La ciudad es preciosa, por todas partes había monumentos, ruinas antiguas, fuentes y jardines.
También había mendigos en las aceras, sobre todo esas estatuas vivientes que se han puesto de moda: personas revestidas con pinturas y ropas que parecen verdaderas estatuas y permanecen inmóviles durante horas con el platito para los donativos en el suelo. Roma está plagada de ellos.
La cerveza italiana es buenísima, pero un poco cara: una copa mediana de cerveza, equivalente a un botellín de un tercio, cuesta entre 4 y 6 euros dependiendo de si el lugar está frecuentado por los turistas o en otra parte.
El café llama la atención: en una tacita como las que existen en todas partes para servir el café, apenas se ve en el fondo una capa de crema de café de un centímetro de altura. ¡Y cuesta 3 euros! Eso sí, es la pura esencia del café y al cabo de un momento notas sus efectos en el sistema nervioso. Tomándome un café a las cinco de la tarde, ya sabía que no dormiría aquella noche.
Las aceras están llenas de establecimientos gastronómicos, donde lo que más abundan son las pizzas de diferentes sabores; hay bares donde lo mismo te sirven una cerveza que te venden pan, alimentos precocinados, sellos de correos o billetes para el metro o autobús.
El ciudadano romano es servicial, amable y simpático. El servicio y atención al cliente en los restaurantes y comercios es excelente.
Hay colas para visitar los monumentos. En El Coliseo entré de milagro después de estar en la cola durante una hora: detras de mí cerraron la verja y los que quedaron fuera no pudieron entrar ese día. Le preguntaron a los guardias por qué cerraban y señalaron la hora: las 3 de la tarde, fin de la jornada laboral de los empleados. Dentro no hay mucho que ver para justificar los 11 euros del precio de la entrada: ruinas por todas partes. Es más bonito y espectacular visto por fuera.
Roma dispone de dos líneas de Metro, la A y la B, que confluyen en la estación de trenes Terminus. Es bueno usarlo porque encontrar aparcamiento en la ciudad es imposible. El billete de metro sirve luego durante una hora y media para subir también al autobús. El transporte público es cómodo y rápido.
Exceptuando las visitas al Panteón y la basílica del Vaticano que son gratis, todas las entradas a museos y lugares históricos cuestan entre 10 y 12 euros. En El Vaticano sólo se puede ver gratis la basílica de San Pedro, lo que motiva una gran concurrencia de público que debe aguardar largas colas; los museos interiores son de pago.
En la entrada se sufre una exploración igual a la de los aeropuertos: abrir bolsos, quitar correas, relojes, monedas y objetos metálicos para pasar bajo la puerta detectora de metales.
Los antiguos Foros Romanos son dignos de visitar, allí están los restos de la verdadera ciudad imperial.
Las tiendas de ropa y calzado son abundantes, presentan modelos muy bonitos que hacen honor a la reconocida mundialmente calidad italiana, pero todo muy caro comparado con España.
La gastronomía es buenísima. Basada en las pastas y el queso Parmesano, ofrece diversos sabores. Pero también tienen platos exclusivos de carnes y pescados que nada tienen que envidiar a otras cocinas internacionales de reconocido prestigio. Los vinos que probé, excelentes.
La visita a ciertos lugares se hace obligatoria: la Fontana de Trevi está llena de público a todas horas y es muy difícil hacerse una foto tirando la tradicional moneda de espaldas al agua, pues siempre pasa alguien delante cuando aprietas el botón y oyes el clik de la cámara. Yo creía que se arrojaba la moneda pidiendo un deseo, pero según me explicó mi sobrina Patrizia no es eso: al tirar la moneda uno se compromete a volver a visitar la ciudad.
Las escalinatas de la Plaza de España están ocupadas por personas de todas clase y diferentes países, parecen un poco a los bohemios del Sacré Coeur de París. La plaza es llamada así porque en ella se halla la Embajada de España.
Los lunes, los museos permanecen cerrados. Las tiendas de recuerdos abundan por doquier.
Eso es todo, la próxima vez me dedicaré a visitar todo lo que no me dio tiempo a hacer en este viaje, y a vivir la noche de Roma, que parece que es fantástica.

Mi viaje a Roma



Interior del Panteón











El Panteón visto desde el exterior

Fontana de Trevi













Estatua viviente, moderna forma de ganarse la vida
Jarrón del museo del Coliseo

Monumento a los caídos por Italia
















Vista del río Tibre





El castillo de San Angelo al fondo y puente sobre el Tibre







basílica de San Pedro
Refrigerio en bar cercano al Panteón































jueves, noviembre 23, 2006

FOTOS DE ROMA


Fontana de Trevi
Sarcófago real en el Panteón
Mi sobrina Patricia, mi guía por Roma
El Vaticano
Castillo de San Angelo
El Vaticano


Vista aérea sobre el Mediterráneo















Monumento a los Caídos por la República Italiana.






Vista interior de El Panteón




























Parte superior de la Fontana de Trevi



Foros Romanos





































El Coliseo









Arco de Tito
Vista interior de El Coliseo















Cuando sobrevolaba las nubes con un pellizco de miedo y el estómago encogido, mirando dónde podría agarrarme en caso de que cayera el avión, no podía imaginar las maravillas que me esperaban en Roma.
A pesar de conocer la historia de la famosa ciudad imperial y de haberla visto muchas veces a través del cine y de los libros, uno no puede impedir quedarse deslumbrado ante tanta belleza. Desde las cuevas de los primeros pobladores del lugar, allá por los años 800 A.C. hasta el grandioso monumento a los caídos ordenado por Mussolini, pasando por el colosal teatro romano Coliseo, el ostentoso Vaticano con sus museos y palacios, los Foros Romanos, el castillo de San Ángelo, el Arco de triunfo que mandó construir Tito en memoria de la destrucción de Jerusalén, en cumplimiento de la profecía de Jesús: "Y vendrán y destruirán este templo, y seréis llevados cautivos a lejanas naciones" (Evangelio de S. Lucas, cap 21,vers 24). Todo ello deja en el visitante una huella difícil de olvidar.

lunes, octubre 23, 2006

NO APTO PARA MENORES


NO SOY DE PIEDRA
Salí del ascensor arrastrando mi maleta de ruedas y me dirigí al coche que tenía aparcado enfrente del portal. Mi reloj marcaba las tres de la tarde y el viaje estaba programado para hacer noche en Madrid.
En la puerta del edificio estaba  Elena, una vecina del 5º, con un niño de dos años en brazos; la saludé al pasar y ella me sorprendió con una pregunta:
— ¿Te marchas otra vez?
— Sí.
— Qué suerte tienes.
— ¿Suerte irme lejos de mi casa?
— Al menos ves mundo y vives la vida.
- ¿Ver mundo? Mi mundo eres tú, chiquilla. Cada vez que te veo pasear con ese niño en brazos envidio las caricias y los besos que le das.
La miré a los ojos unos segundos para ver su reacción y ella me correspondió con ojos llenos de emoción y a punto de brotar lágrimas.
Me subí en el auto, metí la llave de contacto y lo arranqué. Mientras se calentaba el motor me quedé observando a aquella mujer que de pie enfrente del coche no cesaba de mirarme. Estaba turbado, no comprendía qué motivos tenía ella para sentirse así de triste, ni por qué estaba allí y me había dicho lo que dijo. Durante todo el camino fui pensando en ella y tratando de descifrar el mensaje que fluía de su mirada.
Supuse que se sentía presa en su hogar, que añoraba la libertad de desplazarse y conocer mundo y otras personas, que su hogar había cesado de ser un nido de amor y se había convertido en una cárcel, algo odioso, por eso sería que me dijo “Qué suerte tienes”.
Sin embargo, hacía apenas cinco años que estaba casada, y tenía un hijo precioso de su matrimonio, con 2 añitos. Era joven, 28 o 30 años, y muy atractiva. Su marido tenía un trabajo fijo, trabajaba sólo 8 horas y ganaba un buen sueldo, al contrario que la mayoría de vecinos, que realizábamos jornadas de sol a sol. Parecía una familia feliz. ¡Qué cosas! ¿Qué sucedía en ese matrimonio?

Un mes más tarde vine a pasar unos días en casa, y me encontraba sentado en mi salón viendo las noticias cuando llamaron a la puerta. Era mi vecina, allí estaba toda nerviosa y con el niño en brazos.
— ¿Qué deseas? — le pregunté.
— Nada, he visto el coche y he venido a saludarte. ¿Qué tal el viaje?
—Bien, aún no hemos acabado la obra; el domingo salgo otra vez para allá.
— ¡Qué bien!
— ¿Quién es?–Dijo mi esposa desde la cocina.
—Elena, la vecina del 5º—contesté
— ¿Qué quiere?
— No sé, ahora hablará contigo.
La invité a entrar en la casa y se sentó en el salón. Mi mujer se acercó y comenzamos a hablar de todo: del tiempo, del trabajo, de la monotonía del barrio: un dormitorio sin ningún atractivo ni comercios, aparte los consabidos bares en cada esquina.
Yo salí a la calle y las dejé conversando. Se celebraba la fiesta del Carnaval, que duraba toda una semana, y estuve con unos amigos escuchando cantar a unas comparsas. Al volver me encontré con Elena esperando el ascensor y vi que se ruborizaba, entré con ella y nada más comenzar a elevarse le cogí la cara y la besé. Ella se separó de mí bruscamente y me empujó; yo me quedé desconcertado sin saber qué decir. Entonces ella me dijo: ¿Te has vuelto loco? Aquí cualquiera puede vernos.
Ella descendió en la 2ª planta y antes de que se cerrase la puerta del ascensor se volvió y mirándome a los ojos me dijo con voz queda: “Esta noche te espero a las doce".
Yo continué hacia arriba, me limpié la cara y alisé el cabello para entrar en mi casa.
Esa noche me vestí con un disfraz y me fui al centro solo, a mi esposa le dije que había quedado con una peña de amigos y que nos íbamos a hartar de beber. Ella, en esas condiciones no quiso acompañarme. Fui dando tumbos por Cádiz hasta que llegó la hora de la cita.
Entré en el edificio a oscuras, llamé al ascensor y me detuve en el 5º piso. El corazón parecía querer estallar en mi pecho, temía que cualquiera pudiese salir en el momento crucial y sorprenderme en una planta que no era la mía, y disfrazado de El Zorro.
Abrí despacio la puerta del elevador y sentí un pequeño chasquido: la puerta de la derecha se abrió sin encender la luz y entré directamente en el apartamento. Ella me hacía señal de guardar silencio con un dedo cruzado en la boca. Cerró la puerta y se abrazó a mí; estaba completamente desnuda debajo de la bata de seda. Me arranqué el disfraz que llevaba y nos besamos largamente en la boca. Sentía su cuerpo palpitar contra el mío, sus labios temblaban y respiraba agitadamente. Me aparté un poco para desnudarme y entré en el baño; vi que yo estaba sucio y con la cara tiznada por el disfraz, me metí en la ducha y ella se quedó fuera observando.
Cuando acabé me alcanzó una toalla grande y suave y apenas comencé a secarme ella se acercó y me besó en la cara…, y fue descendiendo llenando mi cuerpo de besos. Yo estaba que no cabía en mí de excitación, de gozo y de sorpresa. Sentí la suavidad de su mejilla en mi vientre y el calor de sus labios, la humedad cálida de su boca… Acaricié un momento su cabello y luego la levanté y la conduje hasta su cama con la mano sobre sus nalgas.
Ella se sentó en el borde y luego se echó hacia atrás, levantando sus piernas y dejándolas en el filo de la cama. La persiana estaba levantada y la luz de la plaza penetraba débilmente en la habitación y se reflejaba en el gran espejo situado sobre la cómoda, permitiendo ver en suave penumbra lo que allí sucedía. Contemplé admirado las suaves dunas de claros y sombras que dibujaba la luz en su cuerpo y me arrodillé junto a ella en el suelo. Puse mis labios sobre su piel temblorosa y me perdí en la espesura del tapiz que cubría su pubis. Sentí el perfume a jazmines y hierbas frescas, observé cómo los pétalos de su rosa se humedecían con el rocío de la noche; busqué el manantial de la vida, aquél que me atraparía durante los minutos que siguieron, proporcionándome una ilusión,un deseo de vivir, una alegría que se manifestaría luego en mi rostro y en mi comportamiento con los demás.
Sentí los dedos de ella entre mis cabellos presionando levemente y llevándome derecho al lugar oculto y bendito, la fuente de su deseo. Al poco tiempo su voz suave se convirtió en un murmullo incomprensible, unos suspiros entrecortados y un grito ahogado que acompañaban a los espasmos de su cuerpo quebrándose y retorciéndose al sentirse morir en vida, la vida escapando de gozo y locura, de pasión y de miedo. Me levanté y contemplé un momento su agitado cuerpo, su respiración acelerada recobraba su ritmo normal y me incliné sobre ella, la besé y abracé su estrecho cuerpo. Sus piernas me rodearon como pulpos hambrientos. Y entonces sucedió el milagro: dos cuerpos desconocidos, ignorados hasta ese momento, danzando al mismo tiempo, y al compás de la música divina del deseo  se ponían de acuerdo en el ritmo y el movimiento sin ningún tropiezo, murmurando palabras de amor e intercambiando besos… ¡Oh Dios!...
Nos quedamos largo tiempo tumbados en silencio mirando al techo y luego poco a poco nos giramos el uno hacia el otro y se reanudaron las caricias y los besos; pasé la mano suavemente por las suaves dunas de su pecho y cogí entre mis dedos las fresitas que  se erguían al trasluz. Las observé y las besé, antes de atraparlas con mis labios y morderlas suavemente: Le hice un poco de daño y ella se giró en la cama y quedó boca abajo con el cabello suelto a un lado y los brazos extendidos. Yo me alcé sobre un codo y la admiré de nuevo. Los claro oscuros bellísimos que producían la escasa luz que se proyectaba en su cuerpo resaltaban las dos preciosas colinas blancas y un valle oscuro en medio que me llenaba de deseo.

Me acerqué aún más a la delicada escultura de mármol gris que yacía a mi lado y recorrí su espalda con mis labios, apenas rozando su delicada piel, que sufría escalofríos de vez en cuando al sentir lo que le estaba haciendo; bajé por las sombras y las luces y acaricié cada duna de su cuerpo blanco y fuera ya de mí, excitado, enfebrecido de tormento la elevé sobre sus rodillas y pegué mi cara a su piel dulce, cálida y suave como la seda. La besé y mordí,  comí y bebí de sus fuentes hasta saciarme; luego me coloqué detrás y entré en su templo de amor… Allí perdí la razón, la noción del tiempo. Comenzaron de nuevo los giros, los pasos lentos, las danzas amorosas... y sentí venir la muerte al faltarme el aire, al explotar mi pecho y mis entrañas, al caer sin sentido sobre su espalda primero y luego sobre el costado en el lecho. Me olvidé de todo: del trabajo, de los míos, de los suyos, del teléfono y de todos mis deberes y derechos… ¿Para qué preocuparme, si ya no estaba en este mundo?
A las cinco me levanté, una hora antes del regreso de su marido, que trabajaba en el turno nocturno: La vi medio dormida y la dejé descansar. Me vestí despacio y salí en silencio del apartamento; llamé al ascensor...


Al día siguiente, el sol había salido como de costumbre, las mujeres iban a la compra y los autobuses pasaban rozando los coches aparcados en doble fila. Todo seguía igual que antes. Todo menos yo… Yo era otro hombre.


FIN
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Se tarda mucho en encontrar un buen amigo; pero en sólo un minuto puedes perderlo.¡Cuidalo!

jueves, octubre 19, 2006

MARÍA LUISA


Hoy tengo el honor y el placer de presentar en este rincón literario la nueva novela que me ha enviado mi amiga Mercedes Rodriguez González, editada en Santiago de los Caballeros, R. Dominicana, por Editorial Camino.

Es la misma autora de los libros de cuentos infantiles “Pinceladas folklóricas”, “Una rosa para papá” y “La Luna fue testigo”, con el que obtuvo mención honorífica y segundo premio en “La esquina de las Letras” convocado por la Ciudad de Nueva York. Es También colaboradora en el periódico La Prensa y tiene un programa para hispanos en televisión. En letra azul, un fragmento de la obra.

SÁBANA IGLESIA (R. Dominicana)

Una o dos veces al año, al presidente Trujillo le había cogido con visitar inesperadamente este campo verde y fresco. Llegaba sin avisar, acompañado de personas importantes que formaban su comitiva y como medida de seguridad, con militares, tenientes, capitanes y guardaespaldas. El Presidente acostumbraba hospedarse en casa del Alcalde y muchos decían que el jefe iba a buscar a las jovencitas que le guardaban los “chulos”, quienes se ocupaban de negociar con los infelices padres del lugar. Estas familias, por temor a que les quitaran sus tierritas, el trabajo o que metieran preso a algunos de sus familiares, entregaban a sus hijas llorando, porque siempre eran muchachitas de 15 0 16 años. Los chulos se encargaban de atemorizar a muerte a esta pobre gente que no tenía otra alternativa que ceder ante el más fuerte.
A otros padres se les convencía de que era un honor entregarle sus hijas al jefe o a uno de sus secuaces, porque así podían tener un buen trabajo, cambiar de posición económica y mejorara la calidad de vida para toda la familia.
Otras, como María Luisa, se ofrecían voluntariamente
Esta novela denuncia la situación que se vivió en R. Dominicana bajo el gobierno totalitario de Trujillo con un realismo impresionante. Narrada con el lenguaje popular de la gente de la calle del país, la historia que cuenta la doctora Mercedes Rodríguez deja su huella en el alma del lector a medida que va viviendo, a través de las magníficas descripciones que nos hace de los lugares descritos, las aventuras y desventuras de la protagonista.Es una obra de 202 páginas de 14 x 21 centímetros, encuadernada en rústica.

sábado, octubre 07, 2006

EL VIEJO Y LA PALOMA

Vivía solo, dejando pasar la vida. No esperaba otra cosa que la rutina de cada día. Cruelmente castigado en sus años mozos por otro drama, con sus ojos hondos y cercados por una raya azul, cansados de sufrimiento y hastío, observaba el paso del tiempo por la ventana sin ninguna esperanza, sin ningún motivo que rindiera necesaria su presencia.
Nubes y tejas, único paisaje rodeando aquella buhardilla parisina, ninguna otra cosa, aparte de otras ventanas instaladas frente a la suya, separadas por la avenida que la cruzaba quince metros más abajo.
Un día, ¡Oh milagro!, una paloma se posó en el alfeizar de su ventana y su cabecita se movía nerviosamente, escudriñando cada rincón de la sala. El viejo se levantó despacito y le echó unos granos de maíz. La paloma, lejos de asustarse, entró y comió de su mano.
El hombre encontró en ella el motivo de su existencia: la alimentó, la cuidó y la acarició pasándole delicadamente su mano sobre el plumaje. No había otra cosa más importante para el pobre hombre que su palomita. Ya tenía algo que hacer, alguien a quien amar. El animal se encontró a gusto con él y se quedó. El viejo era el más feliz del mundo, la llamaba y ella se posaba sobre su hombro; él le daba besos en la cabecita y en el pico, y ella emitía  arrullos de agradecimiento.
Pero al cabo de un tiempo la paloma se puso triste, pasaba las horas mirando a la calle tras los cristales. La nostalgia la invadía y dejó de comer. El hombre la amaba tanto que al verla triste, con el corazón partido en trozos, abrió la puerta del ventanal y la dejó en libertad.
— ¡Vuela, pajarita!—dijo el hombre con la voz arrugada por la emoción. Y con su corazón saltando apresuradamente, la mano temblando, le lanzó el último adiós.
Y la paloma voló alegremente por los cielos de París, rozando los tejados poblados de buhardillas y posándose junto a otras aves de su especie.
Y el viejo solitario, con ojos brillantes por el dolor, pero rebosante de ternura, la observaba revolotear alegremente por encima de los edificios.
Al poco tiempo, la paloma se posó en el tejado de enfrente y se dejó atrapar por otra persona solitaria, y también comía de su mano. Cuando vio eso, el viejo se sintió morir y su corazón, que antes rezumaba ternura, se tornó frío y duro como un témpano de hielo.
Se sintió engañado y humillado. Él le había dado la libertad a costa de su felicidad y su compañía, y ella se iba a depender  de otra persona ¡Para eso no hacía falta que la hubiera liberado!
Y sintió un calor devorador dentro de su pecho, como unas uñas que arañaban sus entrañas, y su mente se llenó de fiebres y malos pensamientos. Deseó aplastar a la paloma ¡Nunca más dejaría entrar en su corazón el menor signo de compasión ni de solidaridad; jamás se dejaría llevar por el amor. Lleno del odio que producen los celos se levantó y roció con veneno el tejado alrededor de su ventana, y cerró con rabia la puerta para siempre.
Volvieron los días grises de incertidumbre y desconsuelo, del miedo a la soledad.
La razón le huía cuando miraba por la ventana y descubría a su paloma en las manos de otro. 
El hombre enfermó y poco a poco se fue consumiendo. Ya no tenía miedo a nada; esperaba la hora en que por fin acabarían sus sufrimientos y dejaría de molestar en este mundo... 
La paloma revoloteaba alegremente en su prisión dorada, ajena al terrible drama de odio y venganza que se desarrollaba en la ventana de enfrente.

jueves, septiembre 21, 2006

¡ NO VAYÁIS NUNCA A ESE PUEBLO!


Hay un lugar en Galicia donde se divierten con los perros, golpeándolos con una barra hasta que mueren.
El asesino ha sido televisado en directo. Para que nadie se acerque a ese pueblo maldito, ni entre por error en el antro donde se comentan y celebran esas barbaridades, dejo aquí estos datos que he encontrado difundidos por la Red.

DATOS DEL ASESINO DE PERROS:

JUAN LADO PALMIER

TELEFONO 981840030

C/PORTO 9

15965 AGUIÑO

RIBEIRA

LA CORUÑA

Lugar de reuniones de los asesinos de perros: Bar Furón, propiedad de Juan Lado.

Envío un fuerte abrazo al veterinario y le animo a que siga defendiendo a los animales.

martes, septiembre 19, 2006

AGUIÑO, NIDO DEL HORROR

Aguiño, un pueblo donde convierten en heroes a los que asesinan perros a golpes de estaca

La agencia de viajes se había visto desbordada por la excesiva demanda. Necesitaron alquilar cuatro autocares extras para cumplir con el compromiso. Tres de ellos eran exclusivamente ocupados por alumnos del instituto Juan Lara de El Puerto de Santa María. El billete no era caro: incluía el viaje de ida y vuelta en autocar de lujo, tres días de visita por Galicia con visita al lugar del horror, y dos noches de hotel en la capital.

La agencia había aconsejado que los viajeros estuviesen preparados con todas las medidas de seguridad requeridas para la visita: vacunas antirrábicas, antimalaria, anti tifus, antitodo lo que se había inventado vacunar. No se debía correr ningún riesgo, la empresa no se hacía responsable de los posibles accidentes provocados por incumplimiento de estas normas.

Una vez llegados al lugar del terror los visitantes no debían aceptar ninguna clase de alimentos ni bebidas de los lugareños; debían todos cubrirse la nariz con una mascarilla homologada contra los virus infecciosos; no tocar nada sin guantes, no acercarse a menos de tres metros de los bichos que pacían en el lugar.

Tras diez horas de agotador viaje, llegaron a Coruña y se dirigieron derechos al hotel para refrescarse, cambiarse de ropa y dar una vuelta por la ciudad. A las nueve volvieron al hotel para cenar y después subieron a las habitaciones reservadas por la agencia. Así pasaron la primera noche.

Amaneció un día gris y lluvioso, una finísima cortina de agua continuada, que aunque no necesitaba del paraguas podía al cabo de un tiempo empapar completamente las ropas de los visitantes.

Después de desayunar cargaron con agua, bocadillos y toda clase de objetos para no tener que comprar nada en el terrorífico lugar que iban a visitar y subieron a los autocares.

Al cabo de cuatro horas de deambular por los prados y colinas achicharradas por los incendios veraniegos llegaron a un cruce de carreteras, donde estaba señalizada la ruta a seguir para entrar en el pueblo maldito. Una fila de carteles con una calavera impresa sobre los textos anunciaban las medidas de seguridad a tener en cuenta para poder visitar el lugar sin peligro. Todo el personal se colocó los guantes y las mascarillas mientras los autobuses se acercaban a la plaza del pueblo. Los profesores reunieron a sus alumnos y les suplicaron que permaneciesen juntos en grupo y que ninguno se rezagase. Momentos después todos los visitantes bajaron de los vehículos con sus cámaras fotográficas y videos preparadas para inmortalizar las imágenes conseguidas aquel día para enseñarlas orgullosamente a todos los amigos que se habían quedado en tierra por carecer de billete.

De pronto vieron correr hacia ellos a un animal horrible dando gritos: tenía el aspecto de una mujer, iba vestida con blusa y falda, y su cabello era rubio como la paja del trigo; pero los colmillos, la baba que salía por las comisuras de sus labios, los ojos a punto de salirse de sus órbitas, sus gesticulaciones rabiosas y el lenguaje intraducible que empleaba dirigiéndose a los turistas demostraba que estaban ante uno de los auténticos representantes de la fauna que habitaba el lugar. Las cámaras salieron prestas de sus estuches y comenzaron a grabar al animal salvaje; al momento vieron abrirse las puertas y ventanas de las casas y una muchedumbre de seres extraños y salvajes salieron y se acercaron dando gritos a lo autocares. Los profesores ordenaron que todos los alumnos se refugiasen dentro de lo vehículos y los chicos subieron rápidamente, asustados. Desde la comodidad de sus asientos pudieron grabar todo el barullo que se había formado en la calle. Al cabo de unos minutos un hombre salió de una casa que tenía un letrero que decía. “Clínica veterinaria” y hacía señales con las manos de que se acercaran los autocares a su casa; tenía una maleta preparada y lo que al parecer deseaba era huir del lugar. Pero la supuesta mujer rubia lo vio y dio un grito espeluznante, y todos los seres salvajes aullaron enseñando sus babeantes colmillos y se lanzaron sobre él. Uno de ellos encendió un trapo y metió fuego a la casa, otro echaba veneno a los perros guardianes del veterinario para que no pudiesen defenderlo.

El autobús avanzó lentamente para no aplastar a ninguno de esos salvajes, por temor a las represalias de éstos; los maestros pedían a gritos que se apresurase a cualquier precio para socorrer al funcionario que el Estado había enviado para ayudar a los animales indefensos de aquel pueblo para protegerlos y vacunarlos contra la rabia y la locura de sus feroces habitantes. Los salvajes se volvieron contra el autocar y comenzaron a golpear los cristales y a lanzar piedras contra los vehículos. De pronto me vi dentro del sueño, viajaba en uno de los autocares sentado junto al conductor. Fotografié a uno de aquellos feroces seres con los ojos casi fuera de las órbitas, los colmillos soltando babas y la mano sosteniendo una viga de hierro que traía para atacarnos. El veterinario consiguió subir a uno de los vehículos y todos salimos rápidamente de aquel infierno. Anotamos el nombre del pueblo: Aguiño, para jamás olvidarlo y no permitir que ningún familiar o amigo se aventurase por aquellas tierras. Señalamos el nombre con un círculo en el mapa, decididos a publicar lo que vimos y pedirle al Gobierno que exterminase aquellos animales tan fieros.

Se nos acabaron las ganas de visitar otros lugares famosos: Santiago, Finisterre, Orense, ect. Ninguna de esas ciudades protestaron por los asesinatos de los perros y permiten que los sigan comentiendo.

Al pasar por Madrid decidimos ir a sentarnos ante las puertas del Ministerio del Interior. El Ministro nos aseguró que ya habían tomado las medidas oportunas: sellar el término municipal, impedir la entrada o salida al pueblo por tierra o por mar, esperando que sus salvajes se matasen entre ellos mismos al sufrir el hambre y la sed; luego sembrarían de sal los campos y rociarían con cal viva las calles y guaridas de esos seres sanguinarios disfrazados de humanos que apaleaban hasta matarlos a sus propios perros.

Nos fuimos de vuelta a El Puerto, confiando en que se llevasen a cabo esas medidas y que desapareciesen de la Tierra esos engendros. No pudimos dormir bien aquella noche, inmersos en terribles pesadilla, viendo las queridas mascotas que acostumbrábamos a ver en las ciudades descuartizadas aún vivas por los dientes y pezuñas de aquellos salvajes. Al llegar a nuestra ciudad hemos puesto carteles con las fotos ampliadas de aquellos engendros y hemos pedido a nuestros conciudadanos que eleven una petición al Gobierno para que declaren la prohibición de visitar, comprar o vender algo en aquella zona reservada y peligrosa, con el fin de colaborar en la extinción de los salvajes aquellos.

En las agencias de viajes hemos colocado un enorme cartel que tiene una calavera pintada y un texto debajo que dice:

Aguiño, pueblo maldito. No lo visites, no gastes tu dinero en ello; no merecen esos puercos que reciban alimentos. Que mueran de hambre y el nombre maldito sea borrados de todos los documentos. Y éste que escribe sobre aquellos sucesos, aunque fuese en un sueño,

apoya ahora, completamente despierto, con su firma que se cumplan esos Decretos.

JUAN PAN GARCÍA

martes, septiembre 05, 2006

MI AMIGO

El artista que firma esta foto dispone de una amplia colección de óleos de desnudos en internet. Con supermiso he tomado éste para ilustrar mi cuento.
Me encuentro sentado en la terraza de un bar bebiendo cerveza frente a mi amigo. Lo miró directamente a los ojos y me pregunto cómo puedo soportar su presencia, su desvergüenza y su falta de moral y de sentimientos. Me escandaliza pensar que alguien crea que por ser mi amigo tengo la misma forma de pensar que él, “Dime con quien andas y te diré quién eres”. Es falso. Es más, pensar eso de mí me ofende.
Mi amigo es de esos que dejan tirada a su pareja después de haber consumado el acto sexual con ella. No le importa si eso hace sufrir o no a la dama; él va a lo suyo y una vez logrado su propósito de poseerla, la abandona. Primero intentará copular dos o tres veces más, antes de abandonarla; después se olvidará de ella. Y buscará otra. Así es el amigo que me acompaña en la terraza de la cafetería cada día a las doce.
Es tan maleducado que, incluso cuando está conmigo, mira descaradamente a las féminas que vienen por la acera, se levanta y se acerca a ellas. No importa si vienen solas o acompañadas, él ignora a los que sobran y va directamente hacia la que ha elegido. A mí me abochorna, la verdad, y en más de una ocasión he pedido disculpas por las molestias que mi amigo ha ocasionado. Porque, ¡claro!, a él le da lo mismo, pero a mí me conoce todo el mundo en mi barrio y se sorprenden al verme acompañado por ese donjuán descarado y sin escrúpulos.
¡Si incluso se folló a su propia hermana! Y a su madre no porque la pobre se enfadó mucho, le presentó cara y le arreó una ostia en la primera ocasión que él le tiró mano al culo…
La verdad es que no disfruto de mi cerveza ningún día; me paso el rato pensando en lo que voy a hacer si mi amigo intenta alguna vez violar a alguna de las bellezas que pasan a nuestro lado por la acera. Porque si se le mete por los ojos, lo hace, estoy seguro.
Y en tal caso, no tendría en cuenta de si yo estoy delante ni si el bar está a tope de gente… no, él a lo suyo. Lo único que desea en la vida es comer, dormir y follar. No piensa en otra cosa. A mi amigo no le interesa la lectura, ni los programas del corazón de las cadenas televisivas, ni los juegos de ordenador, ni los msn por el móvil, ni encerrarse en un cine o campo de fútbol; él solo quiere follar al aire libre: en las calles, plazas y playas, y sobretodo en el césped de los parques públicos y jardines privados. Él no se corta, no. No teme a las alarmas ni a los guardias.
Y, claro, eso a mí me gusta también, por eso estoy con él, a ver si así aprendo y ligo yo con alguna de las amigas que acompañan a la que belleza que él elige.
Una vez, una de ellas me sonrió y yo la invité a sentarse a mi mesa. Ella lanzó a su amiga una mirada cómplice y aceptó. Se sentó frente a mí y yo pedí un “rebujito” para ponerla a tono; pero antes de que llegase el camarero se levantó escandalizada al ver que mi amigo, sin pensárselo dos veces, se acercó a su amiga y allí mismo delante de cien o más personas le metió mano y le daba besos de lengua. Vimos con horror que sus brazos se convertían en tentáculos de pulpo que la rodeaban y la hizo caer al suelo asustada y gritando. Tuvimos que levantarnos rápidamente y separarlos. Y salieron las dos tremendamente alteradas y llamándonos maleducados y enfermos mentales y asegurando que llamarían a la policía y nos denunciarían la próxima vez que no nos comportásemos decentemente.
Y otro día se levantó cuando vio venir a unas turistas preciosas, de algún país del norte de Europa. Pero aquéllas le adivinaron la intención y se cambiaron de acera sin dejar de mirarnos, precavidas.
— Son unas pijas, no les hagas caso –le dije a mi amigo–. Ésas creen que porque tienen dinero y traen la documentación y los papeles en regla son superiores a otros que viven en las calles ilegalmente. Al fin y al cabo son como ellos, y como nosotros: también les gusta comer bien, dormir y follar sin mesura. Eso sí, son de razas y culturas diferentes, y acostumbran a hacer lo mismo, pero de diferente manera.
Y ese día lo convencí y se quedó sentado, observándolas, hasta que desaparecieron en la esquina de la calle.
Hoy, lo primero que he hecho al llegar al bar, es advertir a mi amigo que como no se comporte como es debido y me vuelva a avergonzar en público, no saldrá más conmigo; y olvidaré la promesa que hice cuando me lo presentaron: cuidar de él y ser comprensivo con sus defectos, porque tiene la mentalidad de un niño. Pero ya no me valen esas excusas, ya me pone muy nervioso con sus caprichos.
Y parece ser que me ha entendido: permanece quieto desde hace rato, sentado a mi lado en el suelo, con dos palmos de lengua afuera, mirando a todo el que llega sin moverse ni armar escándalo.
Y es que cuando mi perro quiere es un sol. Ay, Lucero… ¡Cuánto te quiero!

lunes, septiembre 04, 2006

ESTA NOCHE, SÓLO DESEO OLVIDARLA


A nadie, o a nada. No puedo escribirle a alguien que no existe, que dejó el planeta de mis sueños, que me abandonó a mi deriva en un mar agitado, lleno de peligros, de engaños y traiciones, de hiel y vinagre. Todo cuanto tenía le pertenecía; se lo entregué entre susurros amorosos, sin pedirle nada a cambio. No me quedaba nada más que ofrecerle de mi vida de payaso triste que hacía reír en las fiestas, mientras mi corazón moría de congoja. No, no tenía nada más que entregarle; todo mi ser le pertenecía, mi vida se resumía en esta palabra: Ella.
No fue suficiente para retenerla y se fue entre nubes de tormenta, sin mirar detrás para no ver tirado, sobre el asfalto de la vida, una piltrafa humana deshecha.
Y ahora no tengo a nadie a quién enviarle esta carta; ella ya no existe… No para mi alma. Mi corazón vestido de acero, y mi alma recubierta de telarañas.
Árbol seco del monte arrasado por el fuego terrible del engaño; no seré siquiera lugar de nidos para alegres pajarillos, y entre tanto verdor vivo, destaca mi tronco amarillo por las termitas carcomido.
No tengo a nadie que escuche… y mi voz retumba sola en el eco del olvido. No deseo pan ni agua, ni sol ni lluvia, ni calor ni frío.
Esta noche solamente quiero olvidarla._

Se tarda mucho en encontrar un buen amigo; pero en sólo un minuto puedes perderlo.¡Cuidalo!

jueves, agosto 17, 2006

LA ÚLTIMA FOTO

Pinchar sobre la foto para verla a tamaño natural.


Nueva York no es Madrid, ni mucho menos Cádiz.

En septiembre hace frío en Nueva York; en Cádiz las personas aún se bañan en las playas.

Los 150 mil turistas que a diario acudían a visitar el Word Trade Center en el mes de septiembre iban abrigados; sabían que tendrían frío allá arriba, en las terrazas situadas sobre los 110 pisos de oficinas de cada torre, donde trabajaban 50 mil personas.

Ese día, un joven vestido con yérsey, cazadora y un gorro de lana cubriendo su cabeza, se dirigió a uno de los 120 ascensores de la torre norte, dispuesto a ver la ciudad desde 417 metros de altura. Sobre la espalda llevaba una mochila con sus cosas personales, entre ellas una buena máquina fotográfica clásica. El ascensor, con capacidad para cincuenta personas, lo elevaría sobre la ciudad a una velocidad de 22 pulgadas por segundo.

Era un visitante más de entre los miles que subían a diario, pero éste llenó las páginas de toda la prensa mundial, por si alguien podía identificarlo. Era el Señor X.

¿Quién era el hombre que se apoyaba en la baranda de la torre tan temprano?

¿Estaba de vacaciones? ¿Viaje de boda? O, simplemente, estaba de paso por la ciudad y quiso visitar el edificio más importante de América, el símbolo del bienestar y la prosperidad de EE.UU.

¿Quién era la persona a quien le entregó su cámara para que le fotografiase?, ¿un turista anónimo?, ¿un amigo? ¿Su novia o esposa?, ¿algún miembro de su familia?

La vista que aparecía ante sus ojos era impresionante desde aquella terraza, y por nada del mundo dejaría de atrapar esa imagen. Una fotografía que guardaría siempre, que mostraría a familiares, amigos… y que algún día enseñaría con orgullo a sus hijos y nietos,

La persona que manejaba la cámara estaba ajustando la imagen cuando, de pronto, apareció en el visor de la máquina un enorme avión, precioso, brillando con la débil luz solar que se filtraba a través de la neblina de la recién estrenada mañana.

— ¡Note muevas, es una vista genial!, gritó el fotógrafo accidental, segundos antes de asimilar lo que estaba viendo a través del objetivo.

El joven se quedó quieto y sonrió.

¡Clic! ¡Clic!

La imagen quedó impresionada en el carrete. Y la fecha.

Fue la última foto que captó la máquina, la última que se hizo el Señor X.

Durante las milésimas de segundo que tardó el obturador de la máquina en cerrarse, el avión llegó a su destino. A partir de ahí, el caos.

El carrete lo encontraron los agentes del FBI entre los escombros, dentro de una máquina aplastada.

El Horror, atrapado en un clic de milésimas de segundo, testigo de cargo para la Historia.

Señor X: descanse en paz…





martes, agosto 08, 2006

La lotería


Después de aguantar durante treinta años que en todas partes le tocasen los huevos, a mi hermano mayor le tocó la Lotería de Navidad el año pasado. Enseguida llegaron a su casa cientos de personas, la mayoría desconocidas, y las pocas que mi hermano conocía entre ellas eran directores de cajas de ahorros y de bancos que antes no habían querido concederle la hipoteca para comprarse un campito para sembrar tomates, pimientos y lechugas para sus ensaladas.
Lo primero que hizo mi hermano Eusebio fue llamarme a mí, su “hermanito chico”, y me dijo que me iba a publicar todos mis escritos, hasta aquellos versos que yo escribía con rotulador en la pared de los lavabos de la oficina, que para eso eran míos y yo los había inventado.
– ¡Ya tienes tu futuro azegurao! –me dijo por teléfono.
Y al  día siguiente me puse en camino hacia Valencia para verlo y felicitarle por la suerte que Dios le había concedido.
—¿Dio?, ¿qué Dio? –me contestó con los ojos rojos y muy alterado cuando se lo dije –. Ni Dio ni la hoztia, que he zío yo quien a comprao er número que ha zalío.¡Habraze vizto? O zea, que cuando yo estoy harto de pazá nececidade, nadie za acordao de mí, y cuando tengo la zuerte de que m´a tocao el gordo tengo que agradecécelo a Dio? ¡Zi el dio, yo no doy ná para ezo cuervo veztío de negro que man pedío dinero para laz micione de ello en África. Yo he decidío hacé un regalo a una fundación de eza que zon zin ánimo de lucro. Ze llama FAPLEMUSE, la Fundación de Ayuda para lo Enfermo Mentale de Uno Secenta de altura; ni un centímetro má.
—Pero, Eusebio, ¿qué clase de fundación es esa? Jamás he oído tal nombre. ¿Estás seguro de que eso existe?
—Zegurízimo. Tú no zabe ná porque nunca entra en lo banco, tú lo paga tó con la tarjeta. Pero zi alguna vez te cuela en una caja de ahorro verá, junto a la ventanilla, cuatrocienta hucha para echá la calderilla que te zobra, o mejó dicho: que te dan zuelta, porque zobrá no zobra ná. Una dice en un letrerillo que é para el hambre; otra para el Zida; otra para el Cánce; otra para lo probe de África, otra para lo probe de América; para loz enfermo de Alceime, pa lo de la mente corta, pa lo que tienen mucha cabeza, para lo que no la tienen; otra para el directó, que quiere pagarle una cena a la cajera en el hoté Rey Don Jaime; otra para lo concejero de la caja, ezo político que no zaben ná de cuenta, pero zon nombrao concejero con un zalario de un kilo menzuá para aconcejarle al director adónde debe de invertil el dinero y podé pagá la propaganda electorá de zu partío político a fondo perdío, po ya ze zabe que ezo tío no devuelven el dinero nunca y lo banco acaban por peldonárzelo… Y azí hazta cuatrocienta hucha. Yo ya elegío eza que te he dicho, porque allí eztá el hijo del Manué, el vecino del quinto. Y tó zon igualito: miden 1´60 de altura. Al que crezca, lo echan para la calle.
—Bueno, tú verás lo que haces; tuyo es el dinero –le contesto.
Tres días más tarde, mi hermano me pide que lo acompañe al FAPLEMUSE para comprobar in sito las necesidades del centro. No pudimos ir antes porque no teníamos el atuendo adecuado para un acto de esa categoría, donde nos íbamos a encontrar con el Rey, que se encontraba en Valencia presenciando la Competición Mundial de Vela, la Alcaldesa de la ciudad y varios miembros de la Generalitat.
Eusebio me llevó a El Corte Inglés para que nos tomasen las medidas para un traje bueno y moderno, “Como el  del Cloney, el artizta que zale en la tele anunciando traje que no ze arrugan ni zaltando tapia”, dijo mi hermano.
Esta mañana, vestidos con nuestros flamantes trajes de Máximo Dutti, hemos entrado en el salón del hospital, en donde nos esperaba la Alcaldesa, con cara de caballo (¿Por qué son tan feas las alcaldesas y las mujeres que ostentan cargos en la política española?), la directora, los médicos y enfermeros del centro. Allí le han dado un papel al Rey que ha leído pausadamente y equivocándose, como siempre, en un tono que hizo bostezar a más de uno. Cuando finalizó su discurso todos aplaudieron enfervorizados por eso, porque había terminado. Él lo sabe y pasa de todos, para eso es el Rey y termina cuando le da la gana.
Seguidamente fuimos en grupo a visitar las salas donde se encontraban los enfermos. Todas estaban vacías, los enfermos se habían reunido en el salón de actos en asamblea para pedir mejoras, aprovechando que el Rey en persona les visitaba.
Cuando entramos en el salón vimos de pie a un hombre disfrazado de Napoleón, con el brazo doblado sobre el pecho y la mano dentro del abrigo, al igual que hacía el Emperador. Todos los demás le rendían homenaje con una rodilla en tierra y la cabeza agachada. Todos nos quedamos pasmados. El Rey cuchicheó algo en el oído del director del centro y éste se encaró con el enfermo y le preguntó:
—¿Tú qué haces vestido de esa forma?
—Soy Napoleón Bonaparte, el Emperador.
—¿Sí? ¿Quién te lo ha dicho, amigo?
—Me lo ha dicho Dios en persona.
¿Yooooooo? ¡Yo no he dicho nada! –Gritó un enfermo que estaba allá al fondo.
En ese momento mi hermano me miró y me dijo:
 ¿Tú ve, te da cuenta? Aquí é donde verdaderamente me necezitan. Aquí dejaré mi donativo.
Luego seguimos visitando las instalaciones y vimos en un patio central que unos hombres hacían cola para trepar por una farola y al llegar arriba sacaban un lápiz que llevaban sobre la oreja y escribían algo sobre la pantalla de la farola. Cuando acababan de escribir guardaban el lápiz en su sitio y se deslizaban por el poste hasta abajo. Luego otro hacía lo mismo. Uno detrás de otro. El Rey se volvió hacia el director y le preguntó:
—¿Qué es lo que escriben allí arriba? Quiero saberlo.
Y el director de mala gana, pero obligado por los acontecimientos  lo mandaba el Rey en persona y cuando lo manda ése hay que complacerle, para eso es el Rey, se puso a trepar por el poste. Cuando llegó arriba leyó en voz alta para que todos nos enterásemos: 
Aquí finaliza la farola.
—¿Eso han escrito? –dijo el Rey–. Pues esos no están locos, saben  demasiado.
Mi hermano me miró y me dijo:
—Juanillo, ¿adónde cree tú que merecen má mi donativo, ¿en este hospital o en la Casa Real?
—Hombre, tú sabes que el Rey nos cobra Derechos Reales por cada operación de compra-venta que hagamos los ciudadanos; sabes que tiene más caprichos que necesidades y que no carece de nada. ¿Tú no conoces a ninguna viuda o ancianita en tu barrio que pase hambre porque su pensión no le alcanza para vivir? Pues cada mes puedes darles una cantidad para que esas personas puedan vivir decentemente. Así tú mismo ves dónde va tu dinero y disfrutas haciendo felices a esas personas. Y si eso no te convence, me lo das a mí, que estoy desempleado, con esposa, perro y canario a cargo mío. Que mi perro me cuesta mucho, ¿sabes?, tiene úlcera en el estómago, es muy delicado y sólo come alimentos especiales en lata.
—Po cómete a tu perro, iguá que hacen loz chinoz, elloz ze comen a zuz perro cuando eztán gordito, iguá que nozotro no comemo a los cochino.
Yo me callo para no molestarle, no es el momento, no vaya a ser que no me dé ni un duro. Al cabo de un rato me dice:
—¿Zabe tú lo que estoy penzando, Juanillo? Que me voy a queá con tó el dinero pa mí, que ezta gente del hozpitá no va a vé ni un duro mío, porque a ezo enfermo no lo cura ni Dio, y para que ze lo coman tó ezo zángano vividore que noz han acompañao, me lo gazto yo contigo y con mi parienta, que tambié ze lo merece, para ezo é tu cuñá. Y tú comprate el coche que má te guzte que la letra la pago yo.
—¿Cómo? ¿Lo vas a pagar a crédito, con todos los millones que tienes? –exclamé yo, extrañado.
— Zí, ce lo pagaré a plazo al Benito, el del Banco Zantandé, para hacé ezperá a eze ezmirriao. Verá tu cómo eze tío, que nunca ma querío dá ná, me regala el coche pa que yo meta er dinero en zu zucursal.
—Mira, Eusebio, tú eres muy bueno y sé que me quieres mucho, pero estoy hasta las pelotas de aguantarte hoy y de escuchar tus tonterías. ¡Mira que llevarme a ver a los locos! ¿No podías haberme llevado a ver esa revista de teatro que hay en la Sala Olimpia, para ver esas pedazos de tías bailando casi desnudas?
—¡Qué dice….! ¿Aónde están ezaz tíaz? ¡Ea! ¡Vámono ya, que luego e tarde! Y que le den pol culo a toa ezta gente.
FIN
Nota: Les ruego a ustedes excusen el lenguaje de mi hermano, el pobre lo hace sin maldad, siempre ha hablado así. Gracias.

miércoles, julio 12, 2006

VISITA DEL PAPA A VALENCIA




















FOTOS CEDIDAS A LOS LECTORES POR CANARIAS 7 e INFORMACION.ES


El Papa no es papá —le dije ayer a mi hermano el mayor mientras tomábamos unas cervezas en el bar del Paquito, en la esquina de su casa. Había ido yo a visitarlo a Valencia, sin saber que esa semana llegaba el Papa de visita a la ciudad. El pobre tuvo que trabajar desde niño para ayudar en casa y no le dieron la oportunidad de estudiar como a mí, que era el más chico, y todo lo que ha aprendido ha sido a base de mucho esfuerzo y de fijarse en las cosas —, y por tanto no quiere decir que sea el padre de todos esos que van a verle, llamándole Santo Padre. Si lo llaman por ese nombre es porque es el título más alto que se le da al escogido por Dios para que lo represente en la Tierra.

—Po yo creo habé eccuchao que fue elegío en una eleccione zecreta aentro del Vaticano por un montón de cura, zin observaore ni interventore ni ná para controlá la limpieza del voto. Ezo no ectá bien en una democracia.
—Pero es que eso no es una democracia, sino una teocracia: Dios en el Cielo, y en la Tierra el Papa, y ellos tienen sus propias normas.
—Ah, ya… Pue po lo victo él no cree musho en Dió: ha venío eccoltao por un caza de la Fuerza Aérea, como zi Dió no fuera capá de proteger a zu reprecentante en este mundo. Y el Ectao ecpañó ha zacao a mile de policía de otro lugare para protegel-lo durante zu ectancia en Valencia, dejando a lo ciudadano abandonao y en mano de lo quinqui y delincuente.
  — ¡Hombre, eso es normal! Es un jefe de estado el que nos visita. Y como tal, recibe los mismos honores que cualquier jefe de estado.
  — ¿Y dede cuándo un jefe de ectado entra en un paí y monta un tinglao como éce para hacé zu campaña política contra el Gobienno que le recibe? ¿Tú ha victo que Jorge Búh llegue a Ecpaña y en una ciudad de lan má importante monte un ecpectáculo ací y comience a criticá al Zapatero po habé hesho lo contrario de lo que él decía? ¿Va, por cazualiá, nuestro Precidente a un paí árabe a decil-le que ezo de diccriminá a la mujere y la ablación del clítori ectá mal y que deben de cactigar a quien lo hace?
  Hombre, es que en España somos diferentes, ya lo decían antes, cuando mandaba Franco. Aquí somos hospitalarios, acogedores y sabemos convivir con personas de otras culturas. Recuerda que en la Edad Media vivíamos juntos y en paz los cristianos, los árabes y los judíos. Ahora no podíamos hacerle un feo al Papa.
  —Pero ¿No dice la Contitución que Ecpaña é un paí laico? ¿Por qué eza democtración de podé e injerencia en la política que la mayoría ha votao?
  —Mira, no le des más vueltas. España sigue siendo católica, y la prueba es que un millón de personas se ha desplazado para recibir a su Sumo Pontífice.
  —Un millón de cuarenta millone no é la malloría. ¿Por qué no pagan ello lo gacto que han ocazionao? Ahora el Gobierno deccontará de la pencione a lo viejo y lo parao ece montón de millone que ha coctao la fiecta del viejo eze. Porque de algún lao lo tendrá que quitá, ezo no ce debatió en lo prezupuezto del Ectao, digo yo…

  —Hombre, ellos también han sacado dinero vendiendo recuerdos: fotos pañuelos, gorras, agua embotellada, rosarios supuestamente bendecidos, ect. Es como cuando fuimos a la romería del Rocío, ¿te diste cuenta del negocio que tienen montado allí?
  — Zi, pero laz obra que ce han hesho en Valencia para el ecenario, el alumbrao, la zeguridad, la retranmicione en la cadena pública de radio y televición, lo pañale…todo ezo lo pagamo entre tó, aunque yo cea ateo.
  — ¿Qué dices de pañales? Estás desvariando.
  — ¡Cómo! ¿No te dicte cuenta de que el Papa andaba tó encogío y con la pierna abierta? ¡Lo dodoti, hombre! El hombre no puede dejá la miza ni la ceremonia de apertura para irce al cuarto de baño, no; é un viejo de 78 año, y a eza edá ce zufre de incontinencia y ce mean en lo calzone y la pata abajo ci no hay un retrete cerca. Pue, ¡hacta ezo lo pagamo nozotro! Al probe hombre lo han tenío de un lao pa otro, de receción en receción; luego hizo lo diccurso, el teatro, la Caballé… Y durante ece tiempo él zin moverce, con la mano junta zobre zu vientre, aguantando… Y entre tanta mile de enfermera no habían hesho ninguna cura para atendé al Papa.
  —No son enfermeras, son monjas.
 —¿Zí? Po como llevan la toalla eza por la cabeza como la enfermera, po yo creía que eran ezo: enfermera. Y mientra tanto, toa la ciudá pata arriba, zin autobuce y zin metro, la calle cortá al tráfico... Meno mal que ya ce fue el hombre.
  —Bueno, hombre, por unos días que recibimos a las familias más buenas y honestas de España, no te vas a poner a llorar, ¿Verdad?
  —¿La má guena? ¿Por qué?, ¿ porque no joen como la demá? Pregúntale al Beni, que ha pazao to er día barriendo el lugá donde han pazao la noshe. ¡Estaba toíto el zuelo lleno de condone!
  —Muy raro eso que dices; ellos son del OPUS, y practican la castidad hasta el matrimonio.
  —¡Opú, opú, opú!, decían ella cada vé que le empujaban el zipote para entro. Meno mal que ya pazó tó, que el hombre ece ce fue, que zi no, ce queaban toa la jovene de Valencia preñá.
  —Sí, se fue muy rápido, llegó al avión, saludo un instante y enseguida despegó el aparato.
   ¡Claro! Lo que él quería é llegá a zu caza y centarce delante dun televizó grande, con pantalla LCD y vé el partío entre Italia y Francia. El tiempo jucto de llegá, lavarce de lo dó día de traciego, curarce laz hería, comé, una ciectecita que é una coctumbre llevá al Vaticano por loz Obizpo y embajaore , y luego, a la ziete, vé el partío.
   — ¿Estás loco?, ¿de qué heridas me hablas?
  —¡Hombre…! Le dieron una paliza zoberbia, lo he victo en la televición y oío en mi Mp3. Por tóa palte que iba: en el ectrao, en la catedrá, en la ectación del metro… ziempre tuvo zu espalda llena de cardenale…
   — Muy gracioso, hombre. Y ¿qué más has visto en televisión?
  —Que el pobre ce creía que era un montruo del ecpectáculo, como la Madonna o Zekira. ¿Lo victe con lo brazo en alto zaludando al público decde el eccenario, mientra la multitú gritaba “a por ello, oeee. A por ello, oee ”? Apena uno centenare aplaudiendo. No ce le ocurrió hacé lo minmo que Zakira en el ectadio de Berlín: cantá mientra movía el culo contra laz ingle del negro. ¡Ezo zí que hubiera zio un éccito!, ver al Papa bailá y mover el tracero pegaíto al cuerpo de un negro fuerte como el Makelele y contemplá abzorto cómo ce elevaba del zuelo, mirando hacia el cielo y bendiciendo a la multitú. Pero no, no hacía má que elevá lo brazo y zonreí, con la cabeza un poquitín incliná, no zé zi vigilando po zi ce le zalía la orina por bajo la zotana o porque tenía daño en la cervicale.
  —¡Venga, paga ya y vámonos! ¡Qué falta de respeto, por Dios! Hay que respetar las creencias religiosas de los demás, ¿aún no te has enterado?
  —¿Zí? Y la mía qué, ¿Quién la recpeta? ¿Quién ma preguntao a mí zi quiero que venga eze zeñor aquí a molectarme durante má de una zemana zin poé conducí ni í a trabajá por cauza de lo cambio originao por ece viaje y sin podé vé un programa de televición que no zalga él en la noticia?
Están tó el año pidiendo dinero pa laz ONG que trabajan en condicione infrahumana en Hicpanoamérica, India, África, y rezultan que ce gactan má dinero en ecte viaje que el que reciben tóa laz ONG junta, ¿de qué me vale poner una X en la cazilla de “Finez Zociale” en mi declaración de la renta zi luego pagamo tó ezo viaje, aunque zeamo ateo u no creamo en Dio?
  —Eso es lo mismo, ateo es aquél que no cree en Dios.
  —¡Venga lla, hombre! Te juro que lla no iré má a votá por ningún parázito de ezo que no gobiennan zin pedí tu opinión pa ná. ¡Venga lla! Camarero, cobre la cuenta, que paga mi hermano, que para ezo yo ha trabajao musho para que é valla al colegio. Y que le vallan dando pol culo a tó ellos.


FIN

Nota: El narrador no se hace responsable de las opiniones vertidas por esos dos hermanos.

martes, julio 04, 2006

ALGAR de Santa María Guadalupe









ALGAR es un pequeño pueblo situado a horcajadas sobre un monte. Está a 20 kilómetros de Arcos de la Frontera, en el corazón de la provincia de Cádiz. Pertenece al grupo de los llamados "Pueblos Blancos” de la Sierra de Cádiz, y esto es así porque sus casas son blancas, encaladas cada año, y la blancura destaca sobre el paisaje.
Algar es un pueblo relativamente joven, no ha cumplido aún ni tres siglos de historia, y su fundación tiene algo de mágico:
Cuentan que allá por los años 1750, un rico hacendado, don Domingo López de Carvajal, que vivía en su palacio de El Puerto de Santa María, viajaba de regreso de México, donde tenía minas de oro. En mitad del oceano Atlántico sufrieron una tormenta que puso en peligro la vida de todos los pasajeros: los golpes de mar zarandeaban la nave de un lado al otro, tenía sus amarres rotos y la carga suelta por la cubierta… todo presagiaba el hundimiento rápido de la goleta en que viajaban. Fue entonces que don Domingo López de Carvajal se puso de rodillas ante un cuadro de la patrona de México, Nuestra Señora María de Guadalupe,que él había comprado en el país azteca, y que había sido pintada por un artista anónimo. Desesperado y preso del miedo y la ansiedad, don Domingo le hizo esta promesa:
“Virgen santa, María de Guadalupe: si me salvas de morir en estas aguas, te construiré una iglesia en el sitio más seco de la provincia de Cádiz. Y para que vayan a verte compraré todas las tierras alrededor de la iglesia, la tuya, y construiré viviendas y se lo daré todo a los más pobres del lugar”.
Milagrosamente, el mar se calmó y don Domingo se salvó y llevó a su mansión el cuadro de la Virgen. Años más tarde, en los días 15 y 16 de agosto de 1757 el hombre cumplió su promesa: le compró por 155,200 ducados de vellón al Ayuntamiento de Jerez de la frontera la llamada Dehesa de Algar, una finca de 5,220 aranzadas, equivalentes a cuatro mil metros cuadrados cada una, en total 2,080 hectáreas. La dividió en parcelas y las repartió entre las noventa familias más pobres de la Sierra de Cádiz. En el centro de la finca, sobre un monte, edificó el pueblo: una pequeña iglesia del mismo estilo que había visto en México; una posada para albergue de los caminantes; una cárcel para alborotadores y bandidos; la casa del Ayuntamiento y un palacio para él mismo.
Para labrar las tierras le dio a cada colono una yunta de bueyes y los aperos de labranza, y edificó una casa con granero para cada uno. Fue en 1776, tras largos años de pleitos con el Concejo de Jerez, cuando por fin se escribieron los nombres de los 90 colonos que debían recibir las tierras.
Por su gesto bondadoso, don Domingo recibió de Su Majestad Carlos III el título de Marqués de Atalaya Bermeja y Vizconde de Carrión.
Este pueblo, construido en la zona más seca de la provincia en lo alto de un monte, tiene en su límite Sur uno de los mayores embalses de Andalucía: El Guadalcacín.
Este pantano abastece a Jerez y a toda la Bahía de Cádiz, una población de ochocientas mil personas, que aumenta casi a un millón durante el verano, debido al turismo.
En este pueblo nacieron mis abuelos, mis padres, mis hermanos y este que escribe. Aún quedan en el Algar personas que llevan el apellido Pan, y unas ruinas conocidas como “El rancho de los Panes”.
En los años sesenta hubo una gran emigración de familias hacia el norte de España y Europa. Con ellas se fue la mía.
http://www.cadiznet.com/algar/

sábado, junio 24, 2006

MALDITO INTERNET

Hola, permítanme que me presente, soy nuevo en estos lares: Mi nombre ya lo saben, está escrito arriba, o al lado da igual. Mi edad no viene a cuento, de todas formas soy libre de poner la que quiera, será una falsedad. Digamos que tengo las pilas bien cargadas. Todas las pilas. Mi dirección  jamás la sabrán, ya me cuidaré yo.
El motivo de escribirles es porque dicen que  desahogarse es bueno para la salud, de eso sabe mucho mi siquiatra, pues pasa muchas horas escuchando los desahogos de los pacientes. Bueno, sin más dilación paso al objeto que ha conseguido que ahorita mismo me estén ustedes leyendo:
Resulta que mi  mujer se pasaba el día con la cara seria, mustia, con un rictus torcido como sonrisa, quejándose de que la vida era un asco, una rutina: trabajar, trabajar y trabajar todos los días del año. Cuando llegaba la noche me daba la espalda y nunca me deseaba, “Estoy muy cansada”, decía.
Un día me pidió que le explicase la forma de entrar en la Red, una herramienta fundamental para mí, que me dedico a promocionar, vender los productos y atender los pedidos de los clientes de una conocida marca bodeguera. Soy trabajador autónomo y trabajo a comisión. Pero esto no importa, no era eso lo que quería contarles.
Me rogó que la enseñase a comunicarse con sus amigas por Internet, o sea: a chatear.
Yo acepté, muy contento de poder complacerla en algo, ya que nada parecía conseguirlo. Le dejaba el PC durante una hora después de cenar, mientras yo miraba las noticias y mi serie preferida en televisión. Luego necesitó dos horas, tres, cuatro…
Llegó a pasar toda la noche sentada ante la pantalla, comunicándose con alguien del otro lado del mundo. Tenían las horas cambiadas, decía ella: cuando mi esposa se acostaba, la amiga se levantaba y solamente podían coincidir madrugando una y trasnochando la otra. Difícil arreglo tenía el asunto.
Un día comenzó a sacar fotos antiguas y a escanearlas para enviárselas a su amiga, fotos de diez o quince años de antigüedad. Le dio por guardar en un CD las fotos que recibía de aquélla para que yo no la conociese: “No sea que te guste y quieras también charlar con ella”, me dijo.
Mi esposa ignoraba que yo me había convertido en un experto en informática, y que para mí descubrir la clave de su correo electrónico fue un juego de niños. Entré en su correo y… ¡me quedé de piedra!
Su amiga se llamaba Ramón, ¡RAAAMÓOOON! Tenía 40 años y decía que ella (mi esposa) era lo único en su vida, su sueño, su alegría, sus ganas de vivir, que moría de amor por ella y que tenía orgasmos mirándola en las fotografías. El tío era bajo, más bien gordo y medio calvo, y me había suplantado a mí, que medía 1´90 y tenía un cuerpo modelado durante muchos años en el gimnasio, y conservaba todo mi cabello largo y plateado.
¿Qué buscaba mi mujer? ¿En qué le había fallado yo? Esas fueron las preguntas que me acosaron en los días y noches siguientes.
Me dediqué a observarla con atención. Parecía otra: se vestía como las dieciochoañeras, vestidos de la talla treinta y ocho; se cambió de peinado y tenía una sonrisa permanente en sus labios. El otro día, al salir del ascensor, nos cruzamos con unos vecinos del 2º y se quedaron mirándola. La vecina no pudo contener su admiración y le dijo: “Chica, que guapa estás, pareces enamorada”, y ella se sonrojó como un clavel de la feria de Sevilla.
Me propuse llegar hasta el final en mi investigación, ¡al cuerno con la Ética!, qué cojones, a nadie le gusta que le pongan cuernos, aunque sean digitales o como se llamen.
Abrí su correo y me fui derecho a la “papelera”, puse un CD en su sitio y copié todo lo que ella había eliminado para leerlo con tranquilidad, si se puede tener tranquilidad cuando alguien obeso y medio calvo se está trajinando a tu mujer desde el lado opuesto del globo. ¡Y menos aún si éste se llama Ramón! ¿Os imagináis a vuestra esposa diciéndole a un extraño “Ramoncín…te amo, soy tuya…?”¡Qué horror!

Lo primero que abrí fueron las cartas de ella y fue lo peor que hice en mi vida: las cosas que ella decía que le haría a su enamorado no me las ha hecho a mí ni en sueños. Ella, que siente repugnancia hasta de beber en mi mismo vaso, le hacía una felación al enano que lo dejaba tumbado sin sentido. Le mostraba sin pudor cada rincón de su cuerpo, dándole detalles de su forma y situación; le decía lo que deseaba que el otro le hiciese en el momento que leyese lo que ella le estaba escribiendo, cosas que cuando yo quise hacerlas casi se me divorcia porque decía que era un pervertido… Encontré los piropos que le dedicaba al miembro viril del enamorado, que este le había enviado en una foto: un pene feo, más bien delgado y corto: doce centímetros a lo más en estado excitado. Se me nublaron los ojos por la rabia y por la impotencia… ¡Por la impotencia! Esa era la excusa que daba ella por desearlo tanto aun estando casada, ¡decía que yo era impotente y que no la satisfacía!¡Yo, que cumplía todos los martes y sábados continuadamente desde que nació nuestro hijo, que ahora tiene veinte años! ¡Impotente yo, que se me ponen las venas de mis 19 centímetros de nabo hinchadas como rabos de lagartos solamente al verla en bragas! ¡Ay, Dios! ¿Qué le ocurre a mi esposa?
Y el otro cabrón diciéndole que su mujer no vale nada comparado con mi niña, porque aquélla tiene las tetas lacias y secas; que si el vientre parece el de una preñada, que si… ¡Por favor! Y mi esposa le sigue el juego y le dice que “desea comérselo con papas, que no le da asco, que todo se lo traga…”
El otro día me pidió que le instalase el Messenger, con micrófono y cámara. No le pregunté por qué, me lo imaginaba… Y comenzó la sesión de “cine amateur”: ella se desnudaba ante la cámara para que su amado se masturbara. ¡Pienso yo que harían eso! Lo hacía cuando yo me acostaba. Me hacía el dormido y la dejaba gozar lo que quisiera, de todas formas peor que antes no sería, cuando ella estaba tan triste, seria y amargada.
De pronto un día todo acabó, ella ya no quiso más Internet, ni más fotos ni más cartas: lo dejaba todo y volvía a mi cama y con amor me abrazaba y besaba. Yo quité la cámara, el micro y el Messenger, que en mi casa nada de eso hacía falta. Y volvieron los años mozos de recién casados, el amor y sus pecados… ¡Todo maravilloso! ¿Qué había pasado?
Pues eso, que por la web cámara salen todos los defectos, que mi esposa no tiene veinte años como la que aparecía en las fotos que ella había enviado, los años no pasan en balde. Y que el enamorado también la había engañado con las fotos: ahora era realmente él en persona el que mi esposa veía por el monitor y su picha era mucho más corta aún que en la foto, y claro, pienso yo que fue por eso: nadie cambia una autopista por una vereda, ni una caña de lomo ibérico por una salsicha frankfurt. En fin, les he contado todo eso para que sepan el Internet es un peligro grande; muchos matrimonios se han destruido por su culpa.
Ahora mi esposa me ama más que nunca. “Ay, mi amor… Si tú supieras que he estado a punto de abandonarte para irme lejos, muy lejos…”, me dice mientras cruza sus piernas sobre mí. Y yo guardo silencio y me guardo mi secreto mientras la amo.
Ella ahora se va sola a la cama y me deja trabajar tranquilamente en el ordenador. Sabe que me tendrá dos veces a la semana como antes, como siempre…
Desde hace un par de días me escribo con Alicia, una mujer preciosa, de ojos color turquesa y labios que destilan miel. Me ha enviado un par de fotos, es preciosa, ummmm..… ¡pa mojar pan y comer!

FIN