En el mes de septiembre tiene lugar en la Sierra de Cádiz la berrea: la llamada de los ciervos en celo. Ésta dura aproximadamente un mes.
Un domingo, hace una docena de años, fuimos un grupo de cuatro amigos de El Puerto a la sierra a presenciarla. Aparcamos el coche en el arcén de la carretera que conducía al pantano de Los Hurones y nos apeamos. Yo saqué mi cámara de fotos, dispuesto a llevarme un buen recuerdo.
Una densa masa forestal compuesta de robles, castaños, quejigos y arbustos aparecía ante nosotros, y de ella provenían los balidos de los ciervos que escuchábamos. La finca es un parque natural protegido, conocido como Montes de Propio, propiedad del Estado, y estaba delimitada por una cerca de alambres y algunos letreros indicaban la prohibición de traspasarla.
Esperamos al menos veinte minutos antes de que apareciera un hermoso ejemplar de venado con largas astas. El animal se puso a olisquear el aire y de pronto emitió un bramido que resonó en la montaña, repetido por el eco en unos enormes peñascos.
Esperamos al menos veinte minutos antes de que apareciera un hermoso ejemplar de venado con largas astas. El animal se puso a olisquear el aire y de pronto emitió un bramido que resonó en la montaña, repetido por el eco en unos enormes peñascos.
En esa época, los machos intentan conseguir el máximo número posible de hembras y las conducen a zonas donde el alimento es abundante. Un solo macho puede proteger a varias hembras, pero encontrará otros venados que intentarán disputárselas, de modo que las peleas entre ellos se sucederán continuamente, y conllevarán roturas de cuernas.
Durante la berrea el macho apenas come y pierde varios kilos de peso, defendiendo su harén y su territorio en los enfrentamientos con sus oponentes.
El venado no tardó nada en descubrirnos, y desapareció en la maleza. Nosotros regresamos hacia El Puerto, pero antes, tras recorrer poco más de veinte kilómetros, nos detuvimos en la Venta del Tempul para tomamos unas cervezas con chicharrones. Entonces entró en el local Felipe, un amigo mío de Algar, al que no veía desde la fiesta local de la Virgen de Guadalupe, en el mes de mayo, y me invitó a quedarme en su casa. No pude negarme porque insistió mucho, incluso ofreciéndose a llevarme en su coche a mi casa al día siguiente.
Cuando se fueron mis vecinos portuenses, Felipe me dijo que esa misma noche, después de cenar, me llevaría a ver los ciervos. Y así fue.
Cuando se fueron mis vecinos portuenses, Felipe me dijo que esa misma noche, después de cenar, me llevaría a ver los ciervos. Y así fue.
Serían las once de la noche cuando ambos fuimos a una casa situada en la ladera del monte para reunirnos con tres hombres que estaban esperando a mi amigo. Al verme se mostraron recelosos, pero Felipe les dijo que yo era de confianza y que sólo venía a mirar. Después de advertirme de que guardara silencio durante todo el tiempo para evitar a los guardas del bosque, nos fuimos por una vereda hacia la cima de la montaña. Había luna llena y se podía caminar sin peligro. Yo sentía temor al ver que todos iban armados con escopetas, pero mi amigo me advirtió que no pasaría nada, que todo estaba controlado. Al cabo de una hora de marcha llegamos a una meseta desarbolada y nos apostamos en el borde tras unos lentiscos. Todos guardábamos silencio con la mirada fija en el claro del bosque que había enfrente.
Llevaríamos media hora agachados y ya me dolían las piernas de mantener esa postura, cuando un hermoso gamo irrumpió en el claro. Los hombres cargaron despacio sus escopetas; yo saqué mi cámara de fotos, y en el momento en que el animal notó nuestra presencia y alzó su cabeza, presioné el botón, se disparó el flash y el gamo salió huyendo.
De pronto vi dos escopetas encañonándome y a sus dueños, furiosos, maldiciéndome, insultándome y amenazándome con pegarme un tiro. Mi amigo, aunque enfadado conmigo, salió en mi defensa y se puso delante. Ellos bajaron las armas, asombrados y confusos por lo que acababan de hacer. Por lo visto, el plan era matar un venado, descuartizarlo en el monte y bajar los cuartos a hombros entre todos.
Todos regresamos al punto de encuentro guardando el rencor y sin pronunciar palabra por miedo a ser descubiertos por los guardias del SEPRONA, en cuyo caso acabaríamos en la cárcel. Yo me fui con Felipe a su casa y fue entonces que alcancé a comprender el peligro que había vivido: si un cazador ofuscado me hubiera pegado un tiro en plena sierra, nadie me hubiera encontrado y hubiera servido de alimento a los buitres.
Nunca más he vuelto a reunirme con cazadores; los detesto. Si por ellos fuera, no quedarían ni gorriones. La caza era el único modo de sobrevivir de los hombres primitivos; pero ahora se caza por vicio, no por necesidad, y poco a poco se acaba con la fauna. ¿Qué dejaremos para nuestros descendientes? ¿Tendrán que ir a un zoológico para saber lo que es un conejo o una tórtola?
Pero claro, si hasta el Rey, a quien nada le falta, se fue a cazar osos pardos a Hungría y Rusia, ¿qué ejemplo podemos darle a los que carecen de trabajo?
Pero claro, si hasta el Rey, a quien nada le falta, se fue a cazar osos pardos a Hungría y Rusia, ¿qué ejemplo podemos darle a los que carecen de trabajo?
http://javarm.blogalia.com/historias/22288
http://www.20minutos.es/noticia/164094/rey/caceria/rusia/