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sábado, noviembre 19, 2011

YO FUI PRESIDENTE


Es frecuente  oír la expresión « Yo estoy de vuelta de todo», que  entiendo  significa que uno tiene  experiencia en cualquier ámbito.
Yo no es que me crea muy listo, al contrario: tengo tal ensalada de recuerdos en mi mente que éstos se mezclan sin previo aviso y como consecuencia me doy de ostias por todos lados. Un ejemplo de que «ya  estoy de vuelta» es que yo he sido Presidente de una mesa electoral. Fue el año 1986. Entonces yo trabajaba en una fábrica, y aunque me venían bien las casi 7 mil pesetas que pagaban por la doce horas de jornada (en las Elecciones Municipales del pasado mayo pagaron 62´61 euros a cada miembro de las mesas electorales), no me hizo mucha gracia perder mi  descanso dominical.

Recuerdo que al recibir la carta oficial con el nombramiento me llené de orgullo; luego maldeciría a quién me puso en la lista. ¿No había otro más competente entre los 2000 ciudadanos del distrito electoral nº1 de la Zona Norte que reuniese los requisitos? 


«La mesa electoral será formada por el presidente y dos vocales. Deben ser  menores de 65 años y que sepan leer y escribir. El presidente debe tener título de Bachiller o el segundo grado de Formación Profesional, o subsidiariamente, el de Graduado Escolar. Su presencia será obligatoria y recibirán una remuneración».

Aún recuerdo la experiencia: el día anterior al sufragio,  todos los elegidos para ocupar cargos en las múltiples mesas electorales de El Puerto de Santa María fuimos citados en  la sala de la Junta Electoral, sita en el Juzgado, para asistir  a una reunión informativa sobre los procedimientos a seguir, en la cual se nos dijo que durante la jornada electoral siguiente seríamos la máxima autoridad en la sala de votaciones, y nos entregaron un folleto con las normas  que debíamos aprendernos cuanto antes. Suena muy bonito, ¿verdad?  Bueno, pues sepan que no siempre lo es.
 Al grano: Al día siguiente, tras constituirse la mesa, comenzaron a llegar los representantes de los partidos políticos que asistían en calidad de controladores y espías, interventores llaman eufemísticamente a esa gente que están todo el día incordiando sobre si procede hacer eso o aquello de esa manera.

 Al principio todo marchaba sobre ruedas, pero al cabo de cinco horas comenzó a afluir la gente y yo sólo  pensaba en la comida. Acostumbrado como estaba a comerme un bocadillo a las diez de la mañana y  la comida a las dos, el estómago me  chirriaba como la rueda de una carreta cargada de grava.  A los espías, sus respectivos  partidos políticos se encargaban de llevarles bocadillos y bebidas de vez en cuando; pero a mí nadie me traía nada y, no podíamos abandonar la mesa: al menos dos personas debían permanecer  al frente de ella en todo momento.
  A las cuatro de la tarde, aprovechando que no votaba casi nadie a esas horas,  dejé  la mesa a cargo de los vocales, y éstos a cargo de los controladores, y me fui a casa a comer.

El problema vino al final de la jornada, una vez cerrada la urna. Resulta que era la primera vez que mis compañeros y yo desempeñábamos esa función, y por tanto   ninguno teníamos experiencia en el recuento de votos, ni mucho menos en rellenar todos los documentos que debían de acompañar la urna hasta la sala de la Junta Electoral del Juzgado.
En las mesas de  al lado, sin embargo, sí  había algunos que repetían como  presidente o vocal de precedentes elecciones y a lo largo de la jornada habían aprovechado las horas bajas en afluencia de público para rellenar todos los documentos, a falta solamente de poner la cifra del número de votos válidos, los nulos y los blancos en cada uno de los más de veinte folios, cuyas copias debíamos entregar a cada uno de los interventores presentes. Por consiguiente, una vez contabilizadas las mil y pico de papeletas, abierto los sobres del voto por correo y anotado las abstenciones, pusieron las cifras en sus respectivos recuadros en los documentos y apenas  media hora después de cerrar las urnas ya habían terminado. Seguidamente acudieron a mi mesa, sorprendidos por mi retraso y el guirigay que se había formado.

Los interventores ya tenían en mano los resultados de las otras mesas y me exigían sus hojas par poder marcharse, criticando a voces  nuestra incompetencia. Los periodistas locales  llegaron entonces  preguntando por los resultados y la sala estaba a rebosar de gente,  todos hablando o criticando, hasta que se me inflaron las pelotas y les dije que o guardaban silencio o  desalojaba la sala y cerraba la puerta. Entonces entró uno de los  agentes de policía que vigilaban el proceso  en la puerta. Se dirigió a mí y me dijo que la puerta  no se cerraba, que el recuento era público. Yo llamé por teléfono a la Junta Electoral y expuse mi problema. Les dije que con tanto jaleo y los incordios a los componentes de la mesa no nos aclarábamos y podíamos tardar toda la noche. Me dijo el Juez que se pusiera la policía al teléfono y así lo hice. Segundos después, un agente de policía, fulminándome con la mirada, cerró la puerta de la sala. Los asistentes guardaron silencio, y  entonces, con la ayuda de algunos interventores de distintos partidos, rellenamos los documentos que  debíamos entregarles y pudimos concluir el recuento.

 Pero eso no acabó ahí. Yo, como presidente, era el responsable de  las urnas y de  las actas  originales, y  debía entregarlas en el Juzgado. Le dije al policía que me llevase en el coche hasta el Juzgado, a lo que él me dijo:
—¿Usted no tiene coche?
Sí, pero es mucha mi  responsabilidad y quiero que usted me lleve y me traiga luego a casa.
— Es que...
—Es que usted está hoy a mi servicio. Y si no lo cree, espere y llamo a que se lo confirme la Junta
— No. No...  Si a mí no me importa; yo le llevo. Como otros se han ido en sus coches...
— Allá ellos si les sucede algo y pierden la urna.

 Y esa fue mi triste experiencia como presidente de mesa electoral. En los días siguientes me encontré alguna vez en el bar con los agentes de policía (Solían dejar conectada  la emisora a toda voz en la calle para enterarse si los llamaban desde la central y ellos entraban en grupo a tomar café en el Bar El tejar), quienes me miraron despectivamente y ni me saludaron. Yo anduve mucho tiempo temiendo encontrármelos en un control.  Luego ya me olvidé de sus caras y supongo que ellos de la mía.

Pero ahora me alegro de estar jubilado y no reunir los requisitos para formar parte de una mesa electoral, sabiendo a lo que tienen que enfrentarse algunos presidentes, como el muy sonado escándalo de Alfaz del Pí, caso que fue llevado a los tribunales:
  

11 comentarios:

  1. Hasta el momento he tenido suerte y jamás me ha tocado estar en una mesa electoral.

    Eso sería robarme un día de mi vida y además para nada porque el pescado ya está vendido.

    Saludos.

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  2. Juan, no te lo vas a creer pero te juro que a mí ya me ha tocado 3 veces. Debo de tener una llamadita en la lista que pone "esta es tonta" porque he sido dos veces presidenta y una vocal. La primera vez tenía 18 años y me dejaron ir sola al juzgado a las tantas de la noche (entonces no había móviles para llamar a mi padre o a un amigo) y yo iba asustadísima con el sobre andando hasta el juzgado. Como tú dices, las dos veces posteriores ya estuve más espabilá.
    Me has dado una idea para una entradita en el blog porque tuve varias anécdotas graciosas. Si no te molesta te copio la idea.
    Un beso y buen fin de semana lluvioso.

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  3. Juan interesante su experiencia. Gracias por su visita feliz fin de semana. Un cordial saludo

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  4. Juan aquí eso pasa cada que se celebran elecciones, algunos que nombran jefes de mesa no saben ni leer ni escribir y a pesar que se supone que asistan a un o dos reuniones previas nadie se percata del hecho y con tantos partidos como tenemos ya te has de imaginar el lio que se arma.

    hasta pronto Mario

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  5. Yo rezo -es un decir- cada vez para que no me toque. Prefiero votar y luego tomarme unas cañas.

    Un abrazo Juan

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  6. Es cierto, Toro salvaje: un día al servicio de otros intereses, un día de vida perdido. Saludos

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  7. Hola, Mamen, ¿cómo me va a molestar? Será un placer leer tus historias.
    A mí ya no me pueden llamar; pero aunque tuviese edad,no lo harían: En mi barrio ahora hay mucha gente con carrera universitaria y son entre ellas las que se eligen; si no encuentran, eligen entre los que poseen estudios secundarios, como fue mi caso: bachiller, y en último caso que sepan leer y escribir. Hoy, en las mesas de mi distrito eran todos jóvenes menores de treinta años. Un beso

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  8. Eso espero, María: que hayamos votado en conciencia y que sea lo mejor para todos.
    Mal lo veo.
    Un beso

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  9. Hola, Ramón. Gracias por tus buenos deseos.Saludos

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  10. Hola, Mario:Si a veces sabiendo latin y todo hay fraude en el recuento, si no saben ni leer imagina lo que puede pasar.
    Un abrazo, amigo

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  11. Hola, Juan Risueño. Me alegro de coincidir en eso de votar y cañas contigo. Bueno, hoy he ido muy pronto para las cañas y he vuelto a desayunar, pero después del café ha caido la copa del Mono.
    Un abrazo

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