En un lado, los jornaleros aventaban la paja trillada con unas horcas, confiados en que el aire la llevara un poco más lejos, mientras que una lluvia de cereal caía en el suelo y formaba una duna de grano limpio. En otra esquina, otros hombres llenaban quintales de lona con el trigo recogido
En el centro estaba mi padre. Iba montado en el trillo y tiraba de las riendas de la yunta de mulos, soportando el fuego implacable del medio día con el rostro encendido y reluciente por el sudor que descendía desde la frente y cubría las mejillas delgadas y marcadas de profundas y prematuras arrugas, como tajos verticales, causadas por el esfuerzo, el hambre y las necesidades.
El sudor se deslizaba por su cuello hasta el pecho y la espalda y llenaba de rodales húmedos la camisa blanca, mientras él arreaba a los mulos, que giraban una y otra vez sobre la mies, aplastándola hasta expulsar el grano de sus vainas.
A una docena de metros de la era se alzaba un viejo roble cargado de bellotas, habitado por algunas ruidosas y monótonas chicharras que guardaban silencio al menor movimiento bajo el árbol, a cuya sombra, sentado en el suelo sobre un saco vacío, que me servía también de cama para la siesta usando el zurrón de mi padre como almohada, yo observaba el ir y venir de los hombres.
—¡Juanito, trae el botijo! —me decía mi padre de vez en cuando.
—¡Voy, papá! —gritaba yo, cargando con el agua.
Y salía corriendo hacia él, seguido por un chucho hambriento que apareció una mañana en la era y se instaló en ella al olor de la comida. El animal me adoptó y me seguía como mi propia sombra adonde quiera que fuese.
Y luego, cuando a las dos de la tarde llegaba el burro con el caldero de garbanzos cocidos con papas y un trozo de tocino, todos los jornaleros se sentaban bajo el árbol, sacaban sus cucharas y platos de sus capachas o zurrones y daban cuenta de la comida rápidamente para poder echarse durante unos minutos la siesta antes de retomar sus labores hasta el anochecer.
Al ponerse el sol, los jornaleros que venían de muy lejos se cobijaban bajo el roble para pasar la noche sobre unos sacos, y los que vivían cerca se iban a sus casas a descansar hasta el amanecer.
También recuerdo las tardes que pasábamos en el rancho de los Panes, sentados bajo la parra, con las avispas rondando los gruesos racimos de uva moscatel que colgaban de los sarmientos cuajados de hojas verdes que, entrelazados en los alambres, formaban la techumbre del porche.
Y las serenatas con guitarras que les cantaban a mi madre y mis hermanas los chicos de La Teja, el rancho más cercano.
Al Norte, destacando en la cima de un monte, se alzaba la blanca silueta del cortijo de San Cristóbal, donde vivía D. Rafaél, el amo de las tierras. Al Este, la sierra de Ubrique, al Sur el Molino de Carvajal y detrás la sierra llamada hoy Parque Natural de los Alcornocales. Detrás de mi casa, a una legua hacia el poniente, estaba el pueblo de Algar.
Sesenta ajetreados años me separan de aquellos días, pero esas imágenes persisten, imborrables, en mi memoria. Son las más bellas de mi infancia y se quedaron grabadas a fuego en mi mente el día en que toda la familia, con ojos lagrimosos, se montó en el coche de Los Amarillos y emigró al norte.
Foto tomada por este autor del monumento dedicado por los algareños a sus emigrantes en la plaza de Algar.
Mis padres yacen juntos en una tumba del cementerio de Alfafar, un pueblo del extrarradio de Valencia donde también nacieron mis hijos.
Descansad en paz, queridos padres.
es necesario dormir,
no pensar,
no sentir,
no soñar...»
«Madre, para descansar,
morir».
Antonio Machado
Amigo,que placer leerte..si recordar es vivir,yò vivirè eternamnte
ResponderEliminarSaludos
Gracias por tu vista y comentario, amiga Armida.
ResponderEliminarSi tantos recuerdos llenos de vida tienes, te animo a escribirlos para que otros lo lean y disfruten con tus experiencias.
Nos leemos. Un abrazo.
Cuando se ha vivido, se tienen recuerdos, y al final del trayecto que es la propia vida, nos queda una maleta en la que están guardados los momentos que de alguna forma nos marcaron.
ResponderEliminarTu escrito ha comenzado en el recuerdo, primero inocente y feliz, y después, de una despedida.
60 años de recuerdos, 60 años de vida, 60 años que realmente merecieron la pena.
Yo de momento llevo 17, 18 harán el día 16 de este mes. Y de todo lo que he podido leer y escuchar, hay un par de frases que de veras me impactaron:
"si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón."
"estudia como si fueras a vivir siempre y vive como si fueras a morir mañana"
Y realmente es así. Disfrutando de la vida, absorbiendo cada instante, se consiguen los recuerdos que luego nos harán sonreir.
Me ha encantado leerte, Juan.
Un abrazo;)
Juan, bonito y entrañable recuerdo de una vida que nos has mostrado con la viveza de un albúm de fotos, con el añadido adicional de tus sentimientos.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Bonitas y prácticas frases, lady Luna, tendré que aplicarlas.
ResponderEliminarEn cuanto a la maleta de recuerdos, intentaré llevarla siempre conmigo y no la facturaré nunca; con esas compañías de ahora la puedo perder, ¡Ja,ja!
Un placer tu visita.
un beso.
Gracias a ti por dedicarle un tiempo a leerlo, Lola.
ResponderEliminarBonito comentario. Gracias.
Saludos.
Unas palabras muy bonitas, lo que no entiendo es eso de FOTO TOMADA POR EL AUTOR DEL MONUMENTO, el autor del monumento soy yo MANUEL LUNA, atentamente mjlun@gmail.com
ResponderEliminarmjluna@gmail.com
ResponderEliminarPues creo que está bien escrito y se entiende,D. Manuel Luna. Lea bien, el texto no dice "Foto tomada por el autor del monumento", sino que dice así:
ResponderEliminar"Foto tomada por este autor del monumento".
"Este autor", se refiere al que escribe el artículo, no al que construyó el monumento. Gracias por su visita y su comentario.
Saludos