Cansadas de ir de un lado a otro y de sobrevivir a duras penas de la caza, unas tribus nómadas se habían instalado en las montañas del sur de la península.
Debido al notable crecimiento del número de miembros de las familias habían decidido dedicarse a la agricultura y la cría de ganado, asegurándose así el alimento, la estabilidad y el calor del hogar sin tener que arriesgar la vida enfrentándose diariamente a las bestias, como los osos pardos y los lobos. Los lobos eran seres a quienes admiraban por su inteligencia y su poderío, y los mataban y se los comían creyendo que heredarían sus cualidades
foto de internet
Construyeron chozas unas al lado de otras y las rodearon con empalizadas de troncos para su defensa. Se organizaron para dirigir la vida en la aldea de forma que se respetasen los derechos y deberes de cada miembro, y se eligieron hombres poderosos para dirigirlos y dividirlos en clases sociales: guerreros, pastores, agricultores y constructores. También eligieron sus reyes
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Trabajaban todos en las faenas de la aldea: las mujeres ayudaban en los campos, preparaban la arcilla para hacer vasijas, lavaban la ropa y hacían la comida para sus familias. Los hombres talaban árboles y ramas y con ellos edificaban viviendas, muebles y lugares de reunión para el consejo de los ancianos. También fabricaban cuchillos y hachas afilando láminas de piedra, que luego usaban como armas para la guerra y la caza y como herramientas
Imágenes de Google
Las escaramuzas contra los invasores extranjeros que arribaban a las costas mediterráneas y se adentraban en las montañas era el pan de cada día, desde que los iberos habían dejado de ser nómadas y se habían establecido en aldeas para cultivar las tierras y criar ganado
Las mozas casaderas corrían a recibir a los jóvenes que regresaban de la guerra o de la caza y elegían entre ellos quiénes serían los padres de sus hijos.
Aunque las tribus intercambiaban sus productos entre ellas, las trifulcas por apoderarse de los bienes o ensanchar los límites de los territorios se sucedían constantemente. Como la que tuvo lugar aquel nefasto día, en la aldea de Irippo (El Gastor), ubicada en la ladera norte del monte Algarín, a cuatro leguas de Arunda (Ronda)…
EL GIGANTE
Foto de internet
Al ver la triste y angustiada mirada de sus hijos, que no la dejaban nunca sola, Unma decidió pasar a la acción: Dejaría los niños al cuidado de su hermana y ella intentaría vengar a su marido.
De pronto escuchó un ruido en la puerta...
En ese momento, alguien puso la mano sobre su hombro y la zarandeó. Cristina, la encargada de la sección de Senderismo del Ayuntamiento de El Gastor, abrió los ojos, estiró los brazos desperezándose y preguntó:
—¿Qué hora es, mamá?
—Hora de desayunar y salir corriendo: Son las nueve, y habías quedado con ese grupo de turistas para llevarlos a ver el dolmen del Gigante y la Garganta Verde. Ellos ya están en la plaza.
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Construyeron chozas unas al lado de otras y las rodearon con empalizadas de troncos para su defensa. Se organizaron para dirigir la vida en la aldea de forma que se respetasen los derechos y deberes de cada miembro, y se eligieron hombres poderosos para dirigirlos y dividirlos en clases sociales: guerreros, pastores, agricultores y constructores. También eligieron sus reyes
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Trabajaban todos en las faenas de la aldea: las mujeres ayudaban en los campos, preparaban la arcilla para hacer vasijas, lavaban la ropa y hacían la comida para sus familias. Los hombres talaban árboles y ramas y con ellos edificaban viviendas, muebles y lugares de reunión para el consejo de los ancianos. También fabricaban cuchillos y hachas afilando láminas de piedra, que luego usaban como armas para la guerra y la caza y como herramientas
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Las escaramuzas contra los invasores extranjeros que arribaban a las costas mediterráneas y se adentraban en las montañas era el pan de cada día, desde que los iberos habían dejado de ser nómadas y se habían establecido en aldeas para cultivar las tierras y criar ganado
Las mozas casaderas corrían a recibir a los jóvenes que regresaban de la guerra o de la caza y elegían entre ellos quiénes serían los padres de sus hijos.
Aunque las tribus intercambiaban sus productos entre ellas, las trifulcas por apoderarse de los bienes o ensanchar los límites de los territorios se sucedían constantemente. Como la que tuvo lugar aquel nefasto día, en la aldea de Irippo (El Gastor), ubicada en la ladera norte del monte Algarín, a cuatro leguas de Arunda (Ronda)…
EL GIGANTE
El sol huía hacia el oeste, escondiéndose entre brumas escarlatas. El cielo comenzaba a teñirse de oscuro sobre la aldea y poco a poco aparecían perezosamente las estrellas. El brujo de Irippo elevó los brazos al cielo y gritó unas palabras incomprensibles para el grupo de guerreros que danzaba alrededor de una hoguera, observados desde la orilla del bosque por un nutrido grupo de mujeres de diferentes edades y de niños que aguardaban turno para llenar sus vasijas de agua en una fuente de agua fresca y limpia que manaba de la roca. El grito del brujo resonó en todo el valle, repetido por el eco del enorme peñasco que presidía la montaña, logrando que los buitres que anidaban en los riscos abandonaran sus escondrijos y salieran espantados a reconocer el terreno.
Horas antes, el vigía había hecho sonar la alarma con un cuerno y todos los pobladores de la aldea salieron con sus lanzas y flechas dispuestos a defender cara sus vidas y pertenencias.
Un numeroso grupo de guerreros provenientes de Arunda se acercaba dispuesto a arrasarlo todo y a llevarse a las mujeres. La batalla que siguió había sido feroz: el rey, un hombre muy alto y fuerte, salió al encuentro del enemigo, seguido de todos sus hombres, y aun luchando en proporción de cuatro contra uno consiguieron rechazar al enemigo; pero el rey, que destacaba por su tamaño entre todos, fue alcanzado por una flecha que le atravesó el corazón. Ahora yacía en medio del poblado sobre un altar de troncos junto al cual lloraba una mujer y un par de niños abrazados a su cintura.
El hechicero, ataviado con un disfraz de ave que cubría el cuerpo de plumas y luciendo una máscara con un gran pico curvado sobre el rostro, descendió la colina que dominaba todo el valle y se dirigió a la asamblea. Todos los asistentes guardaron silencio. Y el brujo les anuncio que los dioses le habían escuchado y le mostraba los signos: «El color rojo fuego del poniente significa la sangre de la venganza. El nuevo rey será fuerte y vengará las muertes y ultrajes recibidos». Luego elevó los brazos al cielo y pronunció una palabra que todos repitieron, y seguidamente se giró hacia un hombre joven y corpulento, y, señalándolo con el dedo, dijo: «Tú serás nuestro Rey». Y todos se arrodillaron ante él.
Luego los hombres se retiraron a deliberar en una cabaña, mientras las mujeres permanecieron untando con hierbas y ungüentos el cadaver del rey hasta el amanecer.
Al día siguiente, en una meseta apartada del poblado situada en las cumbres, cerca de las estrellas, desde donde se dominaban los bosques que ocupaban las montañas, un grupo de hombres arrastraría sobre una rampa de tierra las enormes losas de granito que habían traído tirando de ellas y deslizándolas sobre rodillos de troncos con la ayuda de bueyes
Ayudándose de largos y gruesos postes enclavados provistos de cabrias rudimentarias, y tirando de cuerdas hechas con las fibras de pita machacada levantaron dos muros de enormes piedras colocadas verticalmente, y sobre ellas, enlazándolas unas con otras, deslizaron unas losas para cubrir el espacio. En pocos días, el sarcófago quedó construido y en su interior colocaron al difunto y sus pertenencias: sus armas de guerra, y unas vasijas con perfumes, alimentos y abalorios
Horas antes, el vigía había hecho sonar la alarma con un cuerno y todos los pobladores de la aldea salieron con sus lanzas y flechas dispuestos a defender cara sus vidas y pertenencias.
Un numeroso grupo de guerreros provenientes de Arunda se acercaba dispuesto a arrasarlo todo y a llevarse a las mujeres. La batalla que siguió había sido feroz: el rey, un hombre muy alto y fuerte, salió al encuentro del enemigo, seguido de todos sus hombres, y aun luchando en proporción de cuatro contra uno consiguieron rechazar al enemigo; pero el rey, que destacaba por su tamaño entre todos, fue alcanzado por una flecha que le atravesó el corazón. Ahora yacía en medio del poblado sobre un altar de troncos junto al cual lloraba una mujer y un par de niños abrazados a su cintura.
El hechicero, ataviado con un disfraz de ave que cubría el cuerpo de plumas y luciendo una máscara con un gran pico curvado sobre el rostro, descendió la colina que dominaba todo el valle y se dirigió a la asamblea. Todos los asistentes guardaron silencio. Y el brujo les anuncio que los dioses le habían escuchado y le mostraba los signos: «El color rojo fuego del poniente significa la sangre de la venganza. El nuevo rey será fuerte y vengará las muertes y ultrajes recibidos». Luego elevó los brazos al cielo y pronunció una palabra que todos repitieron, y seguidamente se giró hacia un hombre joven y corpulento, y, señalándolo con el dedo, dijo: «Tú serás nuestro Rey». Y todos se arrodillaron ante él.
Luego los hombres se retiraron a deliberar en una cabaña, mientras las mujeres permanecieron untando con hierbas y ungüentos el cadaver del rey hasta el amanecer.
Al día siguiente, en una meseta apartada del poblado situada en las cumbres, cerca de las estrellas, desde donde se dominaban los bosques que ocupaban las montañas, un grupo de hombres arrastraría sobre una rampa de tierra las enormes losas de granito que habían traído tirando de ellas y deslizándolas sobre rodillos de troncos con la ayuda de bueyes
Ayudándose de largos y gruesos postes enclavados provistos de cabrias rudimentarias, y tirando de cuerdas hechas con las fibras de pita machacada levantaron dos muros de enormes piedras colocadas verticalmente, y sobre ellas, enlazándolas unas con otras, deslizaron unas losas para cubrir el espacio. En pocos días, el sarcófago quedó construido y en su interior colocaron al difunto y sus pertenencias: sus armas de guerra, y unas vasijas con perfumes, alimentos y abalorios
Unma, su viuda, se abrazó al cadáver, histérica, y pedía que la enterrasen junto a él, pero el nuevo jefe la aferró por el brazo y la arrastró afuera, momentos antes de que los hombres dejasen caer, despacio, la losa que cerraba por completo el acceso al interior del mausoleo.
En los días siguientes, la joven viuda fue presa de la depresión y se encerró en su choza, negándose incluso a tomar alimentos.
Su memoria retrocedió unos años antes, a la época de las lluvias y del renacimiento de las flores, cuando ambos corrían el uno tras el otro, riéndose, para acabar retozando en la hierba. Otras veces descendían la montaña para bañarse en el río, vigilados de cerca por las ardillas y las aves que ocupaban los ramajes de los árboles, y escoltados por centenares de peces que huían escandalizados al ver los tocamientos y caricias que se prodigaban bajo el agua, y luego se tumbaban en la orilla y se secaban al sol. Una vez permanecieron varios días en una gruta escondida en la cañada, alimentándose de peces y de la caza, sin otra cosa que hacer que el amor.
En los días siguientes, la joven viuda fue presa de la depresión y se encerró en su choza, negándose incluso a tomar alimentos.
Su memoria retrocedió unos años antes, a la época de las lluvias y del renacimiento de las flores, cuando ambos corrían el uno tras el otro, riéndose, para acabar retozando en la hierba. Otras veces descendían la montaña para bañarse en el río, vigilados de cerca por las ardillas y las aves que ocupaban los ramajes de los árboles, y escoltados por centenares de peces que huían escandalizados al ver los tocamientos y caricias que se prodigaban bajo el agua, y luego se tumbaban en la orilla y se secaban al sol. Una vez permanecieron varios días en una gruta escondida en la cañada, alimentándose de peces y de la caza, sin otra cosa que hacer que el amor.
Foto de internet
Al ver la triste y angustiada mirada de sus hijos, que no la dejaban nunca sola, Unma decidió pasar a la acción: Dejaría los niños al cuidado de su hermana y ella intentaría vengar a su marido.
De pronto escuchó un ruido en la puerta...
En ese momento, alguien puso la mano sobre su hombro y la zarandeó. Cristina, la encargada de la sección de Senderismo del Ayuntamiento de El Gastor, abrió los ojos, estiró los brazos desperezándose y preguntó:
—¿Qué hora es, mamá?
—Hora de desayunar y salir corriendo: Son las nueve, y habías quedado con ese grupo de turistas para llevarlos a ver el dolmen del Gigante y la Garganta Verde. Ellos ya están en la plaza.
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Juan:
ResponderEliminarcreo quedaste tan imprecionado de la visita a el lugar en la montaña que te inspiro esta interesante historia.
me gusto el final.
hasta pronto mario
Hola, Mario: En efecto, me quedé impresionado por lo que significa este monumento y por el abandono que sufre el lugar a pesar de ser el mismo donde se fundó el pueblo que hoy ocupa la ladera de la montaña.
ResponderEliminarBueno, la inspiración se muestra en la segunda parte,desde "El Gigante",en la que intento recosntruir lo que pudo suceder y la técnica que probablemente emplearon para levantar el Dolmen. La primera parte es Historia de España en el neolítico.
Gracias por tu visita y por tu fidelidad al blog. Un abrazo
Hola!!!!!
ResponderEliminarJuan que entrada de gala, haciéndonos entender de donde venimos “todos”, los árboles que tiene buenas raíces, se sostienen mejor en su vida…..
En mi blog he estrito mucho sobre los pueblos originarios de mi país, el antes que llegáramos nosotros los europeos….
Hace bien leer sobre los principios del ser humano, para saber a donde nos dirigimos, gracias por compartir.
El viaje a la montaña te hizo bien y como digo en mi blog "El viajar, te hace crecer".
Un abrazo de oso.
Qué bueno, Comun, que te guste investigar sobre nuestros orígenes. La verdad es que yo disfruto mucho cuando visito tu blog y me llevas a conocer los diferentes lugares y costumbres de esa enorme nación que es Argentina.
ResponderEliminar¿Dices que con estos viajes crezco?
Pues es cierto que sí, enriquezco mi espíritu; pero crecer, lo que se dice crecer... Yo bajé del monte bien, pero al otro día estaba encogío sobre mi mismo con unas agujetas de muerte. Creo que ese día medía 30 centímetros menos de altura.
Un beso enorme.
muy buena la historia Juan, con un excelente final que no esperab realmente,muy bueno lo tuyo amigo!
ResponderEliminarMe gusta en la forma que has redactado este relato, los giros imprevistos me encantan.
ResponderEliminarHa sido un placer leerte Juan, como siempre.
Un besito.
Pd: Me recordó mi primer relato, ya que le doy el mismo giro al final.
Hola, Susana, me alegro de leerte de nuevo, ya te echaba en falta.
ResponderEliminarEl final es inesperado, pero tiene su aquel: Cristina,la joven guía turística, había contado tantas veces la historia a los visitantes que incluso soñaba con los personajes.
Feliz fin de semana. Un beso
Hola Darilea, un placer verte aquí. No sabía que también escribías relatos, solo he admirado tus poemas. Ya me dirás dónde los publicas para entrar a leerlos.
ResponderEliminarGracias por tu amable comentario. Un beso fuerte y que disfrutes mucho este fin de semana.
Juan, soy Miguel, me ha gustado tu relato con ese final inesperado. No sabía de la existencia de ese dolmen cerca del Gastor. Yo , cuando puedo practico el senderismo con amigos y familiares pero claro cuando ghace menos calor. Sigue disfrutando de tu creatividad y mucha salud. Un abrazo
ResponderEliminarHola, Miguel, pues si te gusta el senderismo en ese pueblo hay una ruta muy famosa: La bajada a la Garganta Verde. Al parecer se sube hasta el dolmen y luego continúa hasta la cima del peñasco del Algarín y luego todo es bajada por el otro lado hasta el río. La ultima excursión programada y guiada fue hace dos meses, costaba unos veinte euros por persona. Si quieres nos apuntamos a la próxima.
ResponderEliminarUn abrazo
Estupendo relato Juan. Ficción y realidad, datos históricos mezclados con la imaginación sobre lo que pudo haber sido...
ResponderEliminarMuy bueno.
Un abrazo Juan
Muchas gracias, Belkis. me alegra saber que te ha gustado. Un beso y feliz fin de semana.
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